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Año IV Buenos Aires, 27 de junio de 1966
J. C. Lorenzo
El aprendiz de brujo
Juan Carlos Lorenzo nació en Buenos Aires el 27 de octubre de 1922. Quince años después comenzó a rondar las canchas de fútbol, sin suponer que algún día se convertiría en un hombre notorio y discutido. Su bautismo futbolístico se produjo en Chacarita Juniors como entreala izquierdo, puesto que no abandonaría hasta colgar definitivamente sus zapatos, salvo algunas fugaces y no muy afortunadas incursiones como puntero derecho y centro delantero. La posibilidad de ampliar su comprimido horizonte se le presentó en 1945: se incorporó entonces a Boca Juniors y jugó en su equipo de primera división durante 1946 y 1947. No era un atacante riesgoso. Su record de goles de 1946 se redujo a una cifra deprimente: tres tantos. Pero fue precisamente en ese año en que eludió su cono de sombras al convertir uno de esos tres goles frente a Independiente (29 de setiembre) y con el que le dio a Boca una laboriosa victoria por 2 a 1. No fue un jugador brillante. Cuando avanzaba con la pelota en su poder, agachaba la cabeza. No tenía "panorama", como lo definiría él mismo con su lenguaje actual. Dominaba con esfuerzo el baIón, pero era empeñoso, y nunca se caracterizó por su efectividad.
En 1949, buscando quizás un medio con menos exigencias que el argentino, se fue a Italia contratado por Sampdoria, de Genova, en donde actuó hasta 1953, fichado por "extranjero" y no como "oriundo", pues es hijo de españoles. La suerte no le sonrió demasiado, le concedió una disimulada mueca alegre. Volvió a empacar su ropa y ese mismo año voló a Francia y se alistó en Nancy, donde alcanzó perfiles más sobresalientes. En 1954 volvió a tomar el avión y se fue a Atlético de Madrid, en cuyo equipo superior formó, con el notable puntero español Miguel, una de las más celebradas alas de ataque del campeonato hispano hasta 1957. Tenía entonces 35 años y veía que su carrera llegaba al fin. Pero dispuesto a seguir viviendo del fútbol planeaba ya su carrera de Director Técnico: en 1954 siguió un curso completo da técnico en la academia de Lillehall, Inglaterra, y en 1956 otro en , España. Ya en sus nuevas funciones —enfundado en el buzo azul— se encargó del team de Mallorca, de tercera división, el que, al cabo de tres temporadas, consiguió ascender a primera.
A mediados de 1961 regresó a la Argentina, contratado por San Lorenzo de Almagro. En el primer partido en que lo dirigió, frente a un encumbrado Atlanta, "todo el mundo creyó que San Lorenzo perdería por locura", pero venció imprevistamente por 2 a 1. El éxito le extendió un certificado de mago. Impuso el imperio de la tiza, dibujó su fútbol, dictó sus clases de
estrategia con un pizarrón magnético, ocultó la formación de los equipos hasta segundos antes de la iniciación de los partidos e inventó un jugador al que el ingenio popular bautizó de "Rata paseandera", un jugador a quien le encomendó el diabólico encargo de seguir a cualquier parte al número clave del equipo rival. San Lorenzo se clasificó entonces subcampeón, a siete puntos del empinado Racing.
En 1962, en el campeonato mundial de Chile, fue el único sobreviviente de un triunvirato —Lorenzo, Saúl Ongaro (de Racing) y José D'Amico (de Boca Juniors)— y dirigió al seleccionado argentino, eliminado por goal-average en la zona de Rancagua (con Bulgaria 1 a 0, con Inglaterra 1 a 3 y con Hungría 0 a 0.) Llevó con el equipo a un psiquiatra, un dietólogo, un odontólogo, un clínico, un traumatólogo, un pedicuro, un cocinero y un secretario privado. Seguía siendo un innovador, aunque los resultados favorables se mantuvieron al margen de su don creativo. Tras la eliminación lanzó su disculpa: "El jugador argentino no estaba mentalmente preparado para enfrentar a futbolistas europeos. Además, tuve la mala suerte de no poder contar con algunos lesionados que quedaron en Buenos Aires (Carmelo Simeone y Luis Artime), y en el primer partido con Bulgaria se me lesionó el mejor de los nuestros: Oscar Rossi, y otros dos casi tan buenos como él: Alberto Sáinz y Héctor Facundo". Siguió en San Lorenzo, pero no pudo soportar la guerra fría a la que lo sometió el equipo. Otra vez hizo las maletas, y a mediados de 1962 volvió a Italia para dirigir a Lazio, de Roma, al que hizo ascender a primera. Se quedó allí hasta 1964, en que Roma, uno de los conjuntos económicamente más poderosos de Italia, se lo llevó junto con varios astros: Sormani, Angelillo, Schllinger y Manfredini. Pero Roma no pudo soportar la sangría de esas "vedettes" y cayó en la bancarrota, de la que no pudo rescatarlo la inventiva de Lorenzo: ni siquiera las rifas ni las funciones benéficas por él organizadas para pagar el viaje de su equipo a las canchas rivales. Al final del campeonato italiano —el 6 de junio de 1965—, Roma compartió con Foggia el noveno lugar al cabo de ganar ocho partidos, empatar quince y perder once. Totalizó 31 puntos y 29 goles a favor y 35 en contra. Su única hazaña fue sacarle (2 a 0) el titulo italiano al Milán mientras Inter alcanzaba el galardón supremo del fútbol de su país.
Italia lo devolvió y San Lorenzo de Almagro reincidió. Pero no fue el regreso del Mesías. Su jornal de ciento cuarenta mil pesos mensuales no bastó para activar su posteriormente descartada aureola de brujo. El domingo 24 de abril de este año jugó su último partido como DT de San Lorenzo (perdió como visitante ante River Plate por 1 a 0). Hasta entonces, el equipo de Boedo ocupaba el 13º lugar, con tres partidos ganadas, uno empatado y cuatro perdidos, siete puntos y nueve goles a favor y otros tantos en contra. La renuncia de Osvaldo Zubeldía y Antonio Faldutti lo llevó a ocupar el trono más vituperado del fútbol argentino: el de DT. Ahora, a los 43 años de edad, protegida su garganta —propensa a la afonía— con una toalla blanca, atildado, de piel lechosa, gesticulante y nervioso, con una relativa autoridad sobre sus dirigidos y cobrando 250.000 pesos mensuales, Lorenzo intentará soslayar el tropezón de Rancagua. Su optimismo es sólo limitado: "Nos faltan muchas cosas pero principalmente ritmo y continuidad en el ataque. Nuestros adversarios serán muy fuertes, pero haremos todo lo que podamos". Quizá todo eso no sea suficiente. Inglaterrra podrá devolverle la amargura de Chile o -menos probable- extenderle un nuevo diploma de mago. San Lorenzo respira aliviado. Al seleccionado argentino comienza a enrarecérsele el aire.
Alberto Laya
21 de junio de 1966
Primera Plana

 

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