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Ramiro de Casasbellas
EL ÚNICO
Sacrificio
Hasta no hace mucho, el Presidente y sus colaboradores se escudaban detrás de una marca: el "Gobierno de la Revolución Argentina". Hoy, no son demasiados quienes citan la divisa; el mismo Onganía suele olvidarla. Tal vez descubrieron que no hay revolución posible, al menos en la Argentina, o que no desean ejecutarla, si la hay. El discurso del Presidente en Rosario, la semana pasada, pareció respaldar e ilustrar la segunda de las teorías.
Quiso ser un discurso de doctrina, algo más que una pieza oratoria de circunstancias. Sin embargo, apenas albergó una repetición de conceptos y una enumeración de conquistas oficiales que el Presidente no cesa de mencionar. Aunque descree "de las ilusiones fáciles, de los espejismos, del afán milagrero y de las recetas mágicas", Onganía insistió con un método que bien pudo heredar de sus antecesores constitucionales o defacto: augurar un Paraíso.
El paternalismo — Para el Presidente, los habitantes son hijos llenos de condiciones a quienes, pese a todo, conviene regimentar. No es extraño que el mensaje de Rosario haya comenzado con una retahila de apotegmas escolares: ".. .la prosperidad es hija del esfuerzo, el valor y la generosidad son las prendas de los justos, la verdad al servicio de Dios y de la Patria enaltece al hombre". Tampoco es extraño que volviera a describir, con tintas fúnebres, el estado en que halló el país en junio de 1966.
O a destacar, con una luz especial, los resultados obtenidos. Según la lista de obras leída por el Presidente, el Gobierno ha sido eficaz: aumentó las reservas en divisas, inició la construcción de una central atómica —la única del continente—, una estación terrestre de comunicaciones por satélite y el complejo El Chocón - Cerros Colorados; empezó a tender puentes en la Meso-pctamia y a abrir caminos y rutas en el interior, mejoró los puertos y los ferrocarriles, rejuveneció los Códigos.
En suma, una serie de trabajos y medidas no revolucionarios, que el Gobierno tenía la obligación de acometer. Pero Onganía recordó que "nos comprometimos a producir un cambio en la República que asegurara su destino y su grandeza nacional". Ese cambio brilla por su ausencia; es que, de acuerdo con el Presidente, el tiempo transcurrido "muy poco y nada es en la vida de la Nación". Treinta meses exactos, dos menos de los que se concedieron al Gobierno Illia para decidir que no servía y quitarlo del
mando, luego de habérselo regalado en 1963.
Si era imperioso "abandonar los mitos cómodos, mirar la realidad de frente y aceptarla sin vacilaciones ni ilusiones", treinta meses son un espacio nada desdeñable; especialmente si se tiene en cuenta la resignación y la confianza brindadas al nuevo Gobierno.
Onganía admitió la existencia de tales ventajas. Pero, autoritario al fin, prefiere suponer que goza del consenso. "El pueblo [...] soportó patrióticamente la postergación de más de una esperanza." ¿Qué remedio le quedaba?
La oscuridad — De ahí en adelante, Onganía deduce que "vamos, sin duda, por el verdadero camino de la unidad nacional". En estos instantes, el Gobierno se encuentra ante "la encrucijada de continuar el esfuerzo o apartarnos de él por el camino cómodo". ¿Acaso esa encrucijada no es de todos los días y todas las horas? Pero es que, mientras juzga breve la edad del Gobierno, el Presidente se esmera en demostrar cómo hizo avanzar al país.
Nada se avanzó, en cambio, en una tarea fundamental: resolver qué Argentina pretende entregar este Gobierno a sus sucesores, y medir hasta dónde es ésa la Argentina que desean sus habitantes. En Rosario, el Presidente concedió: "El país es de todos"; "para resolver nuestros problemas debemos participar todos en las soluciones". También, "que cada argentino asuma su responsabilidad y eche al hombro su parte de la carga". Son frases retóricas: en sus dos años y medio, el Gobierno olvidó que el país debe ser de todos y jamás formalizó la "participación".
En una palabra, se distanció aun más de sus gobernados, optó por desdeñar su concurso, por no escuchar sus opiniones. No se entiende cómo los argentinos pueden asumir su responsabilidad sin saber a dónde se los conduce: no se entiende cómo levantarán un nuevo país si se prescinde de sus iniciativas y sólo se busca su obsecuencia o su silencio, el pago de un impuesto, la quita de algún derecho. Hace un siglo y medio que el pueblo es el Convidado de Piedra, a quien se sobornó un día con la idea de que iba a elegir sus autoridades, y participar del Gobierno a través de ellas.
Onganía habló varias veces, en Rosario, de los sacrificios hechos por los argentinos en estos 30 meses. En realidad, sólo hay un sacrificio: delegar, una vez más, en un puñado de hombres la construcción de su futuro.
Copyright Primera Plana, 1968.

 

 

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