AÑO VII • Nº 404 • BUENOS AIRES, OCTUBRE 27, 1970
CARTA AL LECTOR
El sábado 24 se diluyeron las últimas esperanzas de los atemorizados chilenos que esperaban un milagro: el Congreso, en un clima enso, sobre todo después del atentado contra el Jefe del Ejército, general Rene Schneider, eligió al primer Presidente constitucional declaradamente marxista de América latina. La intempestiva reforma de la Carta fundamental le había allanado el camino a La Moneda. A pesar de las garantías jurídicas introducidas, muchos de sus compatriotas preferían no vivir la experiencia sobre compatibilidad del comunismo con la democracia. Mientras Primera Plana viajaba a Santiago, para ser testigo del acontecimiento, las calles de Buenos Aires se poblaban de automóviles con las iniciales RCH (República de Chile).
El jueves, los cascos de la Policía montada, las explosiones y las sirenas inquietaban los alrededores de la CGT. La prohibición del acto programado exasperó a los dirigentes y provocó la violenta reacción de los trabajadores frente al edificio de la Central obrera.
Descartado el jueves el nombre del general Guglialmelli para ocupar la cartera del Interior, el responsable ministerial de la tranquilidad pública no había sido aún designado.
Aldo Ferrer, por su parte, negociaba con el obvio propósito de que el paro se dirigiera, más bien, contra la política económica de su antecesor: la convocatoria de las paritarias apareció en el horizonte laboral y empresario.
En México, la SIP elogiaba al Presidente Levingston; el motivo: haber hecho cesar la injustificada clausura que sufrió nuestra revista.
Dos galardones significativos se conocieron la semana pasada: Marcos Aguinis, de Córdoba, recibió el Premio Planeta; al otorgar el Nobel de la Paz a un experto en la multiplicación de los granos, la Academia de Ciencias de Suecia reconoció que no hay paz sin pan.
Hasta el martes próximo. EL DIRECTOR.
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