Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 

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AÑO IX • Nº425 • BUENOS AIRES, MARZO 23, 1971
CARTA AL LECTOR
Con el solo cambio de algunos nombres, todos los episodios de la semana anterior se deslizaron en la información cotidiana como si se hubiese retrocedido en el tiempo, como si a través de un borgiano laberinto circular se volvieran a vivir los mismos acontecimientos de los años pasados, reproducidos en los diarios con títulos, textos y declaraciones idénticas. Es una extraña mezcla de realidades y fantasmas que se obstina en no desaparecer, en prolongar un juego cuyas alternativas oscilan desaprensivamente entre el drama y la comedia, mientras sus espectadores —todo un país— presienten que el final puede ser arrebatado por la tragedia. Parece difícil construir a partir de ese estado de cosas, aventar los rumores, devolver la confianza y hacer creíbles las promesas formuladas con palabras que en el diccionario tienen un significado claro y concreto, pero que en los hechos adquieren sentidos y ambivalencias dictados por la mera oportunidad.
Ante esa verborragia, ante ese cambiante desfile de rostros y funcionarios que se suceden con prisa y sin pausas, son otros los hechos y realidades que se imponen, como si los personajes sobrevivieran mágicamente mientras la escenografía se derrumba, vieja, rota, gastada, destruida con la paradójica excusa de su embellecimiento. Por eso, todas las horas de todos los días, circular por las calles de la venerable Santa María de los Buenos Aires se ha convertido en una módica y peligrosa aventura de berlineses porteños que no soportaron guerras ni bombardeos, pero a quienes toca ahora contemplar su ciudad en ruinas (pág. 38). Apenas si queda el culto de la amistad, aunque también hasta allí hayan llegado las sombras de la duda (pág. 24). Hasta la semana próxima, EL DIRECTOR.

 

 

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