AÑO IX • Nº 432 • BUENOS AIRES, MAYO 11, 1971
La alarma ante el fantasma retornista, activó el virus de antiperonismo en los mandos de las Fuerzas Armadas. Y si bien los informes del Gobierno fueron tranquilizadores, los jefes castrenses aspiran a dejar en claro su iniciativa, en la oferta de un plan político. Mientras la permanencia de Mor Roig se hace cada vez más difícil, hay signos no definitorios de la estrategia del acuerdo. Sin Perón, con Perón... ¿No queda otra salida? (páginas 10 y 11).
Cada día, Buenos Aires se convierte un poco más en el enemigo de sus propios habitantes. Los que deciden, aferrados a viejas soluciones, desconocen —o parecen desconocer— que la enfermedad se ataca en sus raíces, no en sus consecuencias. Amancio Williams, un incansable paladín de la teoría crítica del urbanismo, pregona en el desierto: se desgasta, como la ciudad que tanto quiere, en la ignorada tarea de proponer soluciones radicales (página 50).
El 2 del actual, Pablo VI celebraba el Domingo del Buen Pastor, en la Plaza de San Pedro, y confesaba a millares de peregrinos: "La escasez de sacerdotes y monjas es el problema mayor y de más urgencia que enfrenta la Iglesia". Un día más tarde, el Arzobispo de Santa Fe, Vicente Zazpe, abordaba el mismo conflicto. Dos ex monjas cuentan los porqués de su abandono; una religiosa anticipa su éxodo. Los excepcionales testimonios se abren en la página 34.
La sociedad de consumo arrasó con el teatro independiente y con su mística. Aquellos que, en las décadas del 40 y 50, subieron a un tablado con ánimo de misión apostólica, fueron atrapados por la TV, el cine y el espectáculo de proyección masiva. Su viejo enemigo, el teatro de la calle Corrientes, terminó fagocitando a buena parte de las huestes llamadas de izquierda. La desorientación causada por este fenómeno, entre los autores, se analiza en la página 58.
Desde el fin de la Segunda Guerra, las dos Alemanias engendraron caudillos de excepción; uno de ellos el contumaz dictador de la República Democrática, Walter Ulbricht, abandonó su puesto por valederas razones de salud, sin ningún tipo de presión partidaria. El saldo del Tío de la barbita o el Lenin alemán no envidia al progreso de su hermana, la República Federal. Con menos recursos, enmarcada por el rigor de otro tablero político, la RDA levantó el orgullo teutón gracias al talento de Ulbricht, quien, en otro acto de gracia, eligió a su heredero: Erich Honecker (página 72).
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