AÑO IX • Nº 454 • BUENOS AIRES, OCTUBRE 12, 1971
CARTA AL LECTOR
Desde hace semanas ya no era necesario el don de profecía para anunciarlo. Fue un secreto a voces. El golpe, organizado por coroneles a quienes sólo les faltaba un jefe, estaba en marcha. Tampoco resultó difícil conocer su origen: eran nacionalistas. El resentimiento que despertaba en ellos Alejandro Agustín Lanusse se había exacerbado desde el derrocamiento de Ongania.
Sin querer, los sublevados le harían un menudo favor al, Comandante-Presidente. Consiguió, en pocas horas, lo que difícilmente hubiera obtenido de otro modo: la adhesión de empresarios y políticos, estudiantes y gremios. La incontrolable crisis económica —que deterioraba día a día la imagen del Gobierno— pasó, al menos por un tiempo, a segundo plano.
Y cuando la historia de los coroneles rebeldes marcó definitivamente el signo nacionalista y católico del movimiento, floreció la inspiración de los epígonos de la Hora del Pueblo. Rawson Paz, Thedy, Balbín sintieron reverdecer el romanticismo democrático que les faltaba para defender, con la necesaria vehemencia, al régimen militar.
Paladino, por su parte, sabía —regocijado— lo que Perón estaba pensando: ésa era la anunciada revolución esgrimida por los duros para debilitarlo.
El conflicto castrense, que inauguró la semana con inquietudes marineras, culminó con un golpe militar ortodoxamente reprimido sólo por unidades verde oliva. No hubo que lamentar gastos de sangre; sí un cruel derramamiento de pesos.
Una vez más, los nacionalistas perdieron la revolución. Esta vez el fracaso fue doble: Lanusse y Paladino terminaron por ser los favorecidos por el intento.
Hasta el martes próximo. El Director.
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