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AÑO X • Nº 462 • BUENOS AIRES, DICIEMBRE 7, 1971
CARTA AL LECTOR
Cuando Carlos Alberto Rey posó para los periodistas presidiendo la reunión del Gabinete nacional, una sonrisa indiscreta grabó en las placas su inocultable regocijo. Había iniciado un vuelo corto, rasante, sobre la Casa de Gobierno. Instalado en el sillón del primer piso, el brigadier general había llegado, paradójicamente, a las alturas (pág. 8).
Los resultados del cónclave serpentearon entre las promesas populistas y las invocaciones a la seriedad. Muchos funcionarios se alegraron cuando el mensaje propuso no mirar hacia atrás, ni enrostrar culpas. Habría sido —quizás— un gigantesco pésame oficial (pág. 16). Es una lástima; de vez en cuando, sería conveniente regresar a la sana práctica del Juicio de Residencia.
En demasiadas ocasiones debimos soportar los errores, la incompetencia y hasta la deshonestidad de personajes que siguen transitando por las calles como si nada hubiese sucedido, primera plana hurgó entre sus víctimas para componer, en una nota, las vicisitudes de los argentinos que tienen que arreglárselas con un sueldo para sobrevivir (página 22).
Los peronistas se preparaban, mientras tanto, para recibir a su Primera Dama. Cámpora, con la obsequiosidad característica, aceitaba los engranajes del movimiento. Licastro y Galimberti prometían remover los malos aires que todavía rodean a algunos dirigentes, antítesis del prometido trasvasamiento generacional (pág. 13).
Sobre la otra orilla, las maltrechas huestes del Frente Amplio rumiaban la amargura del desastre. Tras el confuso escrutinio, una caricatura del actual Presidente parecía dibujarse sobre el Palacio Estévez. La puja ratificó la voluntad de los orientales de continuar con el sistema tradicional. Los dos partidos que lo representan ofrecían otras buenas candidaturas. El mecanismo electoral, sin embargo, llevaría al poder al consorte de Pacheco Areco (pág. 62).
Hasta el martes próximo. El Director.
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