Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 


Revista Mutantia 06-1983 - Editorial Miguel Grinberg

Revista Mutantia
Junio de 1983

"Creo que en todo el mundo no hay raza mejor que los Caribes. Aman a sus prójimos como a ellos mismos y tienen las voces más suaves y gratas en el mundo, y siempre sonríen." Cristobal Colón: Diario de Indias
1992: HORIZONTE DE JUSTICIA
No falta mucho para que comiencen a saturarnos con loas al Descubrimiento de América, a cinco siglos de aquella dudosa jornada en la que el "Adelantado" posó sus pies en la isla que llamaron de Santo Domingo. Durante un siglo, exploraron. Durante otros dos siglos más, colonizaron. Después vinieron las guerras de la Independencia, y variadas combinaciones neocolonialistas. Se divertían mucho los marineros de las carabelas españolas en el Caribe, cuando los indios —que nunca habían visto antes tales cosas— se cortaban las manos al agarrar las espadas por sus filos.
Nos tratarán de vender un supremo Día de la Raza en nombre de 500 años de Civilización Occidental. Hay un poema escrito en idioma náhuatl por un poeta de la cultura maya que decía: "...Todo esto pasó con nosotros. Nosotros lo vimos, nosotros los admiramos. Con suerte lamentosa nos vimos angustiados. En los caminos yacen dardos rotos, los cabellos están esparcidos. Destechadas están las casas, enrojecidos tienen sus muros. Gusanos pululan por calles y plazas, están como teñidas, y cuando las bebemos, es como si hubiéramos bebido agua de salitre. Golpeábamos, en tanto, los muros de adobe, y era nuestra herencia una red de agujeros. En los escudos fue su resguardo: ¡pero ni con escudos puede ser sostenida su soledad! Hemos comido palos de eritrina, hemos masticado grama salitrosa, piedras de adobe, ratones, tierra en polvo, gusanos. Todo esto pasó con nosotros."
Aquí estamos, cerca del 2000, pero más cerca de 1992. En nuestra Argentina, los ideales de Mayo, de la Asamblea del año 1813, del Congreso de Tucumán de 1816, en fin... "el grito sagrado", han quedado en el símbolo y no trazan en las almas un sendero de equidad plena. Ya mismo tenemos que empezar a poner en nuestra mente y nuestro corazón ese 12 de octubre de las 5 centurias no para declamar contra España, sino para cortar pacíficamente el impune atropello de quienes —como ha cantado León Gieco— "nos roban y nos matan".
El tema eje de este asunto se llama Derechos Civiles. No basta recitar la Constitución en una tierra donde los victimarios son sordos y han renunciado a su humana condición. Decía Simón Bolívar: "Un pueblo ignorante es el Instrumento ciego de su propia destrucción". Pues bien, tenemos por delante una gran faena pedagógica. Y como ya buena parte de lo que estorbaba se ha destruido a sí mismo, pues lo que nos espera es una obstinada siembra. Cantaba Peter Tosh: "No quiero paz, lo que necesito es igualdad de derechos y justicia". ¿Queda claro, o vamos a seguir jugando a las escondidas?
Deberemos reinventar las instituciones básicas de nuestra sociedad, depurar una vida cotidiana cargada de malas costumbres necrofílicas, y —en definitiva— recrear la Argentina en comunión con América. Mutantes o no, se trata de vivir y animarse a existir sin caer en el tembladeral de la prepotencia y el abuso. Y de paso, será necesario fundar ciudades nuevas a la medida del potencial humano. Parecía un trabajo titánico, pero puede ser más sencillo de lo que parece. Imaginemos a aquellos indios Caribes, o recordemos también a Lola Kiepja, la última india Ona de Tierra del Fuego que en 1966, año de su muerte, preguntó: "¿Dónde están las mujeres que cantaban como canarios? Había tantas mujeres. ¿Dónde están?"
¿Dónde estás? ¿Dónde estamos? No podemos seguir siendo devorados por el luto. Ya todas las palabras han sido dichas. Sólo es preciso poner manos y espíritu a la obra, para hacer que esto funcione. Ese amor de primavera que ha venido dando vueltas tiene un lugar para vos en esta vida que únicamente nos pide que la expandamos sin fronteras. No hace falta autorización para hacerlo. Hace falta que lo hagamos. Simplemente, con el contagioso descaro del que no le teme a nadie ni a nada.
EL DIRECTOR
Miguel Grinberg
junio 1983

 

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