El cine inglés en
bancarrota
Inglaterra, como
Hollywood, no se ha salvado de la crisis, y su
industria ya vacila entre el examen de conciencia
y el arqueo de caja. En los estudios de Pinewood y
Elstree el trabajo disminuye; los de Shepperton,
salvo para montajes, siguen cerrados. En tres
años, el número de films rodados y no presentados
al público, no concluidos o abandonados por la
mitad aumenta continuamente. Actores ante quienes
se abría una carrera promisoria temen hoy la
desocupación.
Violentas polémicas
oponen a los productores menores y a las grandes
empresas de distribución. El ministro de Hacienda
fue interpelado en la Cámara de los Comunes y
organizó una serie de encuentros con los
sindicatos y las sociedades cinematográficas. El
futuro jamás se presentó tan incierto,
especialmente porque la crisis maduró cuando nadie
lo esperaba; en los últimos tiempos, el llamado
renacimiento inglés conocía éxitos de crítica y
público en el mundo entero.
Todo comienza en
sábado, Sabor de miel y Tom Jones (aún sin
estrenar en Buenos Aires) marcaron etapas en la
conquista o reconquista de los mercados; una Nueva
Ola —promovida por el Free Cinema y el auge de los
Jóvenes Iracundos— irrumpía en las estructuras de
una industria acostumbrada a la perfección técnica
y a la flema expresiva. De pronto, se descubre que
ese renacimiento surge al lado del desastre. Pero
quizá el descubrimiento ocurrió demasiado tarde y
las soluciones no basten.
Como sucedió en
Hollywood, la lucha comenzó en un momento en que
la derrota se delineaba inevitable. Cinecittá
puede también hallarse en crisis; pero sus bases
son más sólidas que
las de Shepperton. El
cine británico —igual que el de los Estados
Unidos— contrajo la elefantiasis, y la cura no
resulta fácil. Un ejemplo: Rita Tushingham terminó
en 1961 su notable labor en Sabor de miel y debió
esperar más de un año para conseguir un nuevo
papel en The Leather Boys. Este último film, que
no tiene pretensiones artísticas, está todavía sin
comercializar.
Otro ejemplo: Terence
Stamp, que fue lanzado junto a Peter Ustinov en
Billy Budd en 1962, firmó la semana pasada su
segundo contrato. Lawrence Harvey —consagrado en
Almas en subasta— vive ahora en Norteamérica. Las
grandes figuras del teatro han dejado de aparecer
en cine; una compañía de televisión se constituyó,
recientemente, entre Jack Hawckins, Richard Tood,
Stanley Baker, John Mills y Ustinov y de ella
forman parte, además, otros 125 actores,
escritores, directores y productores: lógicamente,
operarán en los sets de Shepperton.
Shepperton, de la
British Lion, constituye una suerte de símbolo:
sobrevive con un déficit semanal de 2.500.000
pesos y lleva despedidos a centenares de técnicos
y obreros. En abril próximo iniciará el rodaje de
Lord Jim, una novela de Joseph Conrad, con Peter
O'Toole (Lawrence de Arabia) y James Masón, bajo
la dirección de Roy Boulting, uno de los mayores
artesanos de la cinematografía británica.
Boulting lanzó graves
acusaciones contra las dos grandes distribuidoras:
la Rank y la ABC: "Buscan destruir a los
productores independientes y afianzar su
monopolio. La causa de la crisis es ésta. Ya no se
admite la competencia. El 30 por ciento de las
películas proyectadas en el país debe ser de
origen inglés, pero ese 30 por ciento está en
manos de las empresas fuertes".
Según Boulting
(Ultimátum, Alta traición, Diplomático sin
valija), la Rank se encuentra en condiciones de
proporcionar un film comercial tras otro, que le
garantizan inmensos ingresos. Las obras de
calidad, producidas por otras compañías, naufragan
en un callejón sin salida hasta que pierden
interés o terminan rechazadas. "Así se clausuran
los estudios, se arruinan los productores, se
alejan los actores y se reduce a un nivel
decadente al cine británico."
Sin embargo, faltan
aún datos precisos sobre la crisis; las empresas
ocultan celosamente sus balances y el mismo
gobierno prefiere no tocar a fondo el tema. La
última vez que la Rank discutió públicamente la
situación pudo entreverse que las estadísticas
eran poco propicias. Cientos de salas se han
convertido en locales de baile o de juego.
Inclusive los planes de la Rank han sido reducidos
en busca de hacer economías. Davis, su presidente,
acaba de solicitar que se aumente a 50 por ciento
la cuota obligatoria para la proyección de
películas nacionales.
Pero Davis, como si
contestara a Boulting y a los jóvenes
realizadores, declaró: "La gente quiere
divertirse. No va al cine para ver propaganda
política y social. Hay que archivar los temas de
cocina". Lástima: los temas de cocina estaban
cambiando el rostro de la producción británica, al
ofrecer una imagen inconformista y veraz de una
realidad hasta entonces velada y adornada.
Tal vez aquí esté la
principal raíz de la crisis, en esta deliberada
negación de la realidad. Los decadentes films
policiales de fecha reciente (sobre libretos de
Ian Fleming o Mickey Spillane), las comedias
musicales con Cliff Richards o Tommy Steele; el
humor rutinario y torpe de las series de Norman
Wisdom, los intentos por fabricar colosos, dicen
que Inglaterra aprende la misma lección que los
Estados Unidos. Con una diferencia: Hollywood fue,
siempre, diez veces más poderosa que Londres.
Diez años atrás, la
cinematografía británica atravesó por una crisis
de la que, mal o bien, consiguió salir. El
panorama presente indica que las soluciones,
entonces, fueron transitorias, como quizá lo serán
ahora. El ministro de Hacienda tal vez restañe los
problemas financieros; los artísticos continuarán
en pie, limitando a productores, escritores y
realizadores. El gobierno, para este renglón
esencial, carece de remedios.
Noveles
Disgustar al publico,
pero con estilo
En los primeros días
del último Festival de Venecia, por las
callejuelas más recónditas de la ciudad —la
verdadera, la infinitamente melancólica—
deambulaba, ignorado por todos, un muchachón alto
y atlético que parecía enviado por algún país
nórdico para un campeonato de remo o de
lanzamiento del disco. Del Norte provenía, sí,
pero su profesión no era la de deportista, sino la
de director cinematográfico: primerizo, en verdad.
Se llama Jorn Dorner, no llega a los 30 años, y
aunque su película Un domingo de setiembre
apareció en la pantalla del Lido bajo bandera
sueca, su nacionalidad es finlandesa, y su
anterior actividad el periodismo.
"Jamás he sido
asistente de Ingmar Bergman", dijo, para desmentir
los comentarios periodísticos empeñados en
buscarle algún padrinazgo célebre. Y agregó: "Lo
más que hice fue escribir un ensayo sobre él, a
partir de sus obras". En cuanto a su escuela, ha
sido la del documental. "He filmado cuatro,
financiados por mí. Me parecen tan malos que he
procurado retirarlos en lo posible de la
circulación, pero justamente por eso me han
enseñado mucho. A! criticarlos, pensé cambiar de
ruta y me dediqué al periodismo. Por eso me
trasladé a Suecia, donde fatalmente recaí en el
cine, como crítico del Dagens Nyheter, de
Estocolmo. También escribí diez guiones, todos los
cuales fueron a dar al cesto de papeles; y después
recibí la oferta de hacer esta película."
La timidez de Donner
fue puesta a dura prueba la noche del estreno de
Un domingo en Venecia. El film recogió silbidos,
abucheos, pataleos y protestas. "Esas dos horas
fueron para mí un martirio —confiesa el director—,
pero no puedo quejarme: la crítica me recibió bien
y la experiencia me resultó valiosa."
Reflexivamente acota: "El público italiano se
comporta de una manera muy especial con el cine
sueco, como si siempre esperara de él la
revelación de algún exotismo. En cambio, la
historia que yo cuento en Un domingo puede suceder
también en Milán o en Roma".
El film parte de una
noticia mínima aparecida en un diario de
Estocolmo: de cada cien matrimonios, veinticinco
terminan en divorcio, en Suecia. Donner intenta
una indagación de esos fracasos, analizando la
génesis de un divorcio. La idea original era hacer
un medio metraje, y ha terminado en dos horas de
proyección. La crisis de sentimientos, impostada
sobre el tema —ya tradicional— de la
incomunicación, está vista exclusivamente desde el
punto de vista de la mujer, interpretada por la
bergmaniana Harriet Andersson. Hay una audaz
escena erótica (como es costumbre de la pantalla
nórdica), cuya repugnancia y bestialidad reflejan
precisamente lo que piensa una mujer herida en su
sensibilidad por el comportamiento indelicado de
su marido.
La crítica ha sido
corrosiva con los larguísimos fragmentos
documentales de Un domingo, que muestran aspectos
de Estocolmo y de la campiña sueca. Donner los
explica candorosamente: "Quería que cada uno de
los cuatro episodios de la película tuviera una
introducción musical. Pedí a Bo Nilsson que me
compusiera esa música, y la partitura resultó tan
hermosa que sentí la necesidad de construir
imágenes sobre ella". Otro sector de observadores
señala, sin embargo, que el realizador finlandés
"es el único que encontró un lenguaje preciso,
lineal y directo" para presentar el drama de la
incomunicación "a través de algo distinto de las
habituales caminatas solitarias". Flechazo
dirigido obviamente contra el pope del género, el
imperturbable Michelangelo Antonioni. Consultado,
en fin, acerca de su estilo, el bonachón de Donner
(ya de regreso en Suecia y asediado por los
periodistas) contestó: "Elegí un estilo con algo
de ascético en la aproximación a los sentimientos
de los personajes, o sea, algo que no es fácil
para el público. Lo sabía, y por eso temía lo
peor. Pero lo peor ya ha pasado, y ahora miro con
más calma el porvenir".
Museos
Alemania guardará
películas en Munich
Desde la semana
pasada, la República Federal Alemana cuenta con su
primer museo cinematográfico, abierto en Munich
por el profesor Enrico Filchignoni, alto
funcionario de la UNESCO. La ciudad destinó a la
nueva entidad un espacio en su recién terminado
edificio del Museo Municipal de Historia. Al
frente de ella ha sido designado Rudolph Joseph,
de 59 años, un hijo de Francfort que ocupa la
vicepresidencia de la Unión Mundial de Museos
Cinematográficos.
El objetivo que se
trazó Joseph es "exhibir films al público de la
manera más vivida" y "no sepultarlos en
estanterías". Sin embargo, hasta el momento, el
acervo reunido pertenece a la prehistoria del
cine, rastreada a lo largo de 4.000 años: un
cúmulo de juguetes, aparatos ópticos, libros,
descripciones. Entre éstos figura un disco
milagroso, de 1825, que al ser girado a velocidad
muestra un mono saltando dentro de una jaula.
El museo cuenta con
una sala de 150 butacas y un cuantioso equipo de
proyección; Joseph intenta realizar intercambios
con instituciones similares del resto del mundo.
El día de la inauguración se presentó un programa
especial dedicado a G. W. Pabst, a quienes los
alemanes consideran el fundador de la escuela
realista, dentro de su producción cinematográfica.
Pabst tiene ahora 78 años y vive en su patria,
Austria, pero viajó a Munich para presenciar el
homenaje que consistió, además de la revisión de
películas, en una exposición de fotografías,
libretos, recortes periodísticos, trozos de films,
bosquejos de escenografías y anotaciones.
Se pasó Der Schatz
(1923), su primera obra, y otras diez de la época
silente, una de las cuales figura en todos los
manuales y antologías: Die freudlose Gasse (La
calle sin alegría, 1925, con Greta Garbo). Al
austríaco Pabst sucederá el francés Georges
Meliés, un pionero del cine fantástico (1896-1912)
muerto en 1938. En los planes de Joseph hay,
finalmente, futuras exhibiciones dedicadas a los
ingleses David Lean (Lawrence de Arabia) y
Laurence Olivier, los italianos Vittorio de Sica y
Federico Fellini, y otros creadores
contemporáneos.
Nadie duda de las
posibilidades de Joseph al frente del museo. Dos
causas principales lo ayudan: su experiencia en
este tipo de tareas y el presupuesto que la comuna
de Munich ha entregado.
Estadísticas
Cien mil espectadores
para 44 películas
Film Français,
semanario especializado de la industria
cinematográfica francesa hace, en su último
número, un balance de la actividad en 1963, del
que surgen algunas curiosas comprobaciones.
En 1960, Francia
produjo 124 largos metrajes; en 1961, 105; en
1962, 90; en 1963, 88. Esta disminución se aplica
a los films exclusivamente locales, que llegan a
42 sobre los 88 anotados. En cambio, las
coproducciones con neto predominio francés no han
dejado de aumentar y llegaron en 1963 al 51 por
ciento del total de los largos metrajes.
También han disminuido
los estrenos de películas en París: 354 el año
pasado, contra 379 en 1962 (15 por ciento menos).
El sistema de doble proyección (la versión
original de los films, que se dan en pocas salas,
con subtítulos, y la versión doblada al francés)
arroja el resultado de que el público va cada vez
menos a ver las películas dobladas, con excepción
de las italianas, que disfrutan de amplio favor.
Las norteamericanas, inglesas y alemanas
occidentales han decaído en concurrencia.
44 películas han
totalizado más de 100.000 espectadores en los
cines de "primera exclusiva". De ellas, 23 son
francesas. He aquí algunos de esos best-sellers:
El gran escape (USA), Cualquiera puede ganar
(Francia), 55 días en Pekín (USA), Lawrence de
Arabia (Gran Bretaña), El suspirante (Francia), La
reina de las abejas (Italia), Peau de Banane
(Francia), Cleopatra, Dr. Jerry and Mr. Love y
Los pájaros (USA).
Estrellas
Simone Signoret contra
Franco, y la Callas contra Mario Lanza
Cada vez se tornan más
espaciadas sus apariciones en el cine. La semana
pasada, sin embargo, rechazó un nuevo papel al que
había juzgado "lo mejor que me ofrecieron en los
últimos tiempos". Simone Signoret sorprendió, con
su negativa, al realizador español Juan Antonio
Bardem, que viajó a París para lograr su última
palabra.
"Bardem me
comprendió", dijo Signoret a los periodistas,
antes de enumerar los motivos del rechazo. Los
explicó cerca de una repisa adornada por el Oscar
que le valió su actuación en Almas en subasta. Los
explicó bajo sus mofletes, su descuidado peinado y
mirando fijamente con sus ojos adormilados. Detrás
de su decisión hay una actitud política: "No iré a
España mientras esté Franco".
Signoret —que firmó el
famoso Manifiesto de los 121, en medio de la
crisis argelina— comentó: "Recuerdo muy bien la
guerra civil española, que ayudó a crear la
estructura de nuestras vidas. Siempre condené a
los amigos míos que cerraron los ojos y fueron a
ganar dinero a España. No puedo hacer una
excepción conmigo, por más que me guste el
proyecto de Bardem."
La actriz asegura que
nunca hizo nada que pudiera avergonzarla. "Excepto
el breve período en que me tomaron como
dactilógrafa en Nouveau Temps, un diario
filo-nazi. Pero entonces necesitaba esos francos
con desesperación. Siempre atiendo a mi conciencia
y no podría esconderla detrás de las páginas de un
guión de cine. ¿Estaré loca?
"Doy mucha importancia
a mi vida privada. Una actriz debe buscar
constantemente personajes nuevos. Prefiero que
trabaje mi marido (Yves Montand). Cuando sé
trabaja más de la cuenta, se pierde el tiempo
necesario para vivir."
A los 43 años, Simone
Signoret se sorprende de que la admiren: "No me
creo alguien capaz de provocar admiración. Soy
maligna. Por ejemplo: colecciono todas las
críticas de las películas en las que no quise
intervenir. Cuando las críticas son malas, me
siento contenta."
No lejos del
departamento de París donde Simone Signoret
confesaba su deliberado éxodo cinematográfico,
otra mujer intentaba el camino contrario. En
Londres, la diva María Callas, mientras ensayaba
Tosca, anunció a un diario que está buscando "una
parte dramática para recitar y no para cantar. Me
horrorizaría convertirme en el Mario Lanza
femenino." La turbulenta Callas admitió que todas
las propuestas que le formularon eran poco
atractivas: "Los directores me temen". En cuanto a
la fotogenia, "estoy convencida de que mi cara
rendirá en la pantalla".
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