Espectáculos
El cine inglés en bancarrota
Noveles: Disgustar al publico, pero con estilo
Museos: Alemania guardará películas en Munich
Estadísticas: Cien mil espectadores para 44 películas
Estrellas: Simone Signoret contra Franco, y la Callas contra Mario Lanza

El cine inglés en bancarrota
Inglaterra, como Hollywood, no se ha salvado de la crisis, y su industria ya vacila entre el examen de conciencia y el arqueo de caja. En los estudios de Pinewood y Elstree el trabajo disminuye; los de Shepperton, salvo para montajes, siguen cerrados. En tres años, el número de films rodados y no presentados al público, no concluidos o abandonados por la mitad aumenta continuamente. Actores ante quienes se abría una carrera promisoria temen hoy la desocupación.
Violentas polémicas oponen a los productores menores y a las grandes empresas de distribución. El ministro de Hacienda fue interpelado en la Cámara de los Comunes y organizó una serie de encuentros con los sindicatos y las sociedades cinematográficas. El futuro jamás se presentó tan incierto, especialmente porque la crisis maduró cuando nadie lo esperaba; en los últimos tiempos, el llamado renacimiento inglés conocía éxitos de crítica y público en el mundo entero.
Todo comienza en sábado, Sabor de miel y Tom Jones (aún sin estrenar en Buenos Aires) marcaron etapas en la conquista o reconquista de los mercados; una Nueva Ola —promovida por el Free Cinema y el auge de los Jóvenes Iracundos— irrumpía en las estructuras de una industria acostumbrada a la perfección técnica y a la flema expresiva. De pronto, se descubre que ese renacimiento surge al lado del desastre. Pero quizá el descubrimiento ocurrió demasiado tarde y las soluciones no basten.
Como sucedió en Hollywood, la lucha comenzó en un momento en que la derrota se delineaba inevitable. Cinecittá puede también hallarse en crisis; pero sus bases son más sólidas que
las de Shepperton. El cine británico —igual que el de los Estados Unidos— contrajo la elefantiasis, y la cura no resulta fácil. Un ejemplo: Rita Tushingham terminó en 1961 su notable labor en Sabor de miel y debió esperar más de un año para conseguir un nuevo papel en The Leather Boys. Este último film, que no tiene pretensiones artísticas, está todavía sin comercializar.
Otro ejemplo: Terence Stamp, que fue lanzado junto a Peter Ustinov en Billy Budd en 1962, firmó la semana pasada su segundo contrato. Lawrence Harvey —consagrado en Almas en subasta— vive ahora en Norteamérica. Las grandes figuras del teatro han dejado de aparecer en cine; una compañía de televisión se constituyó, recientemente, entre Jack Hawckins, Richard Tood, Stanley Baker, John Mills y Ustinov y de ella forman parte, además, otros 125 actores, escritores, directores y productores: lógicamente, operarán en los sets de Shepperton.
Shepperton, de la British Lion, constituye una suerte de símbolo: sobrevive con un déficit semanal de 2.500.000 pesos y lleva despedidos a centenares de técnicos y obreros. En abril próximo iniciará el rodaje de Lord Jim, una novela de Joseph Conrad, con Peter O'Toole (Lawrence de Arabia) y James Masón, bajo la dirección de Roy Boulting, uno de los mayores artesanos de la cinematografía británica.
Boulting lanzó graves acusaciones contra las dos grandes distribuidoras: la Rank y la ABC: "Buscan destruir a los productores independientes y afianzar su monopolio. La causa de la crisis es ésta. Ya no se admite la competencia. El 30 por ciento de las películas proyectadas en el país debe ser de origen inglés, pero ese 30 por ciento está en manos de las empresas fuertes".
Según Boulting (Ultimátum, Alta traición, Diplomático sin valija), la Rank se encuentra en condiciones de proporcionar un film comercial tras otro, que le garantizan inmensos ingresos. Las obras de calidad, producidas por otras compañías, naufragan en un callejón sin salida hasta que pierden interés o terminan rechazadas. "Así se clausuran los estudios, se arruinan los productores, se alejan los actores y se reduce a un nivel decadente al cine británico."
Sin embargo, faltan aún datos precisos sobre la crisis; las empresas ocultan celosamente sus balances y el mismo gobierno prefiere no tocar a fondo el tema. La última vez que la Rank discutió públicamente la situación pudo entreverse que las estadísticas eran poco propicias. Cientos de salas se han convertido en locales de baile o de juego. Inclusive los planes de la Rank han sido reducidos en busca de hacer economías. Davis, su presidente, acaba de solicitar que se aumente a 50 por ciento la cuota obligatoria para la proyección de películas nacionales.
Pero Davis, como si contestara a Boulting y a los jóvenes realizadores, declaró: "La gente quiere divertirse. No va al cine para ver propaganda política y social. Hay que archivar los temas de cocina". Lástima: los temas de cocina estaban cambiando el rostro de la producción británica, al ofrecer una imagen inconformista y veraz de una realidad hasta entonces velada y adornada.
Tal vez aquí esté la principal raíz de la crisis, en esta deliberada negación de la realidad. Los decadentes films policiales de fecha reciente (sobre libretos de Ian Fleming o Mickey Spillane), las comedias musicales con Cliff Richards o Tommy Steele; el humor rutinario y torpe de las series de Norman Wisdom, los intentos por fabricar colosos, dicen que Inglaterra aprende la misma lección que los Estados Unidos. Con una diferencia: Hollywood fue, siempre, diez veces más poderosa que Londres.
Diez años atrás, la cinematografía británica atravesó por una crisis de la que, mal o bien, consiguió salir. El panorama presente indica que las soluciones, entonces, fueron transitorias, como quizá lo serán ahora. El ministro de Hacienda tal vez restañe los problemas financieros; los artísticos continuarán en pie, limitando a productores, escritores y realizadores. El gobierno, para este renglón esencial, carece de remedios.

Noveles
Disgustar al publico, pero con estilo
En los primeros días del último Festival de Venecia, por las callejuelas más recónditas de la ciudad —la verdadera, la infinitamente melancólica— deambulaba, ignorado por todos, un muchachón alto y atlético que parecía enviado por algún país nórdico para un campeonato de remo o de lanzamiento del disco. Del Norte provenía, sí, pero su profesión no era la de deportista, sino la de director cinematográfico: primerizo, en verdad. Se llama Jorn Dorner, no llega a los 30 años, y aunque su película Un domingo de setiembre apareció en la pantalla del Lido bajo bandera sueca, su nacionalidad es finlandesa, y su anterior actividad el periodismo.
"Jamás he sido asistente de Ingmar Bergman", dijo, para desmentir los comentarios periodísticos empeñados en buscarle algún padrinazgo célebre. Y agregó: "Lo más que hice fue escribir un ensayo sobre él, a partir de sus obras". En cuanto a su escuela, ha sido la del documental. "He filmado cuatro, financiados por mí. Me parecen tan malos que he procurado retirarlos en lo posible de la circulación, pero justamente por eso me han enseñado mucho. A! criticarlos, pensé cambiar de ruta y me dediqué al periodismo. Por eso me trasladé a Suecia, donde fatalmente recaí en el cine, como crítico del Dagens Nyheter, de Estocolmo. También escribí diez guiones, todos los cuales fueron a dar al cesto de papeles; y después recibí la oferta de hacer esta película."
La timidez de Donner fue puesta a dura prueba la noche del estreno de Un domingo en Venecia. El film recogió silbidos, abucheos, pataleos y protestas. "Esas dos horas fueron para mí un martirio —confiesa el director—, pero no puedo quejarme: la crítica me recibió bien y la experiencia me resultó valiosa." Reflexivamente acota: "El público italiano se comporta de una manera muy especial con el cine sueco, como si siempre esperara de él la revelación de algún exotismo. En cambio, la historia que yo cuento en Un domingo puede suceder también en Milán o en Roma".
El film parte de una noticia mínima aparecida en un diario de Estocolmo: de cada cien matrimonios, veinticinco terminan en divorcio, en Suecia. Donner intenta una indagación de esos fracasos, analizando la génesis de un divorcio. La idea original era hacer un medio metraje, y ha terminado en dos horas de proyección. La crisis de sentimientos, impostada sobre el tema —ya tradicional— de la incomunicación, está vista exclusivamente desde el punto de vista de la mujer, interpretada por la bergmaniana Harriet Andersson. Hay una audaz escena erótica (como es costumbre de la pantalla nórdica), cuya repugnancia y bestialidad reflejan precisamente lo que piensa una mujer herida en su sensibilidad por el comportamiento indelicado de su marido.
La crítica ha sido corrosiva con los larguísimos fragmentos documentales de Un domingo, que muestran aspectos de Estocolmo y de la campiña sueca. Donner los explica candorosamente: "Quería que cada uno de los cuatro episodios de la película tuviera una introducción musical. Pedí a Bo Nilsson que me compusiera esa música, y la partitura resultó tan hermosa que sentí la necesidad de construir imágenes sobre ella". Otro sector de observadores señala, sin embargo, que el realizador finlandés "es el único que encontró un lenguaje preciso, lineal y directo" para presentar el drama de la incomunicación "a través de algo distinto de las habituales caminatas solitarias". Flechazo dirigido obviamente contra el pope del género, el imperturbable Michelangelo Antonioni. Consultado, en fin, acerca de su estilo, el bonachón de Donner (ya de regreso en Suecia y asediado por los periodistas) contestó: "Elegí un estilo con algo de ascético en la aproximación a los sentimientos de los personajes, o sea, algo que no es fácil para el público. Lo sabía, y por eso temía lo peor. Pero lo peor ya ha pasado, y ahora miro con más calma el porvenir".

Museos
Alemania guardará películas en Munich
Desde la semana pasada, la República Federal Alemana cuenta con su primer museo cinematográfico, abierto en Munich por el profesor Enrico Filchignoni, alto funcionario de la UNESCO. La ciudad destinó a la nueva entidad un espacio en su recién terminado edificio del Museo Municipal de Historia. Al frente de ella ha sido designado Rudolph Joseph, de 59 años, un hijo de Francfort que ocupa la vicepresidencia de la Unión Mundial de Museos Cinematográficos.
El objetivo que se trazó Joseph es "exhibir films al público de la manera más vivida" y "no sepultarlos en estanterías". Sin embargo, hasta el momento, el acervo reunido pertenece a la prehistoria del cine, rastreada a lo largo de 4.000 años: un cúmulo de juguetes, aparatos ópticos, libros, descripciones. Entre éstos figura un disco milagroso, de 1825, que al ser girado a velocidad muestra un mono saltando dentro de una jaula.
El museo cuenta con una sala de 150 butacas y un cuantioso equipo de proyección; Joseph intenta realizar intercambios con instituciones similares del resto del mundo. El día de la inauguración se presentó un programa especial dedicado a G. W. Pabst, a quienes los alemanes consideran el fundador de la escuela realista, dentro de su producción cinematográfica. Pabst tiene ahora 78 años y vive en su patria, Austria, pero viajó a Munich para presenciar el homenaje que consistió, además de la revisión de películas, en una exposición de fotografías, libretos, recortes periodísticos, trozos de films, bosquejos de escenografías y anotaciones.
Se pasó Der Schatz (1923), su primera obra, y otras diez de la época silente, una de las cuales figura en todos los manuales y antologías: Die freudlose Gasse (La calle sin alegría, 1925, con Greta Garbo). Al austríaco Pabst sucederá el francés Georges Meliés, un pionero del cine fantástico (1896-1912) muerto en 1938. En los planes de Joseph hay, finalmente, futuras exhibiciones dedicadas a los ingleses David Lean (Lawrence de Arabia) y Laurence Olivier, los italianos Vittorio de Sica y Federico Fellini, y otros creadores contemporáneos.
Nadie duda de las posibilidades de Joseph al frente del museo. Dos causas principales lo ayudan: su experiencia en este tipo de tareas y el presupuesto que la comuna de Munich ha entregado.

Estadísticas
Cien mil espectadores para 44 películas
Film Français, semanario especializado de la industria cinematográfica francesa hace, en su último número, un balance de la actividad en 1963, del que surgen algunas curiosas comprobaciones.
En 1960, Francia produjo 124 largos metrajes; en 1961, 105; en 1962, 90; en 1963, 88. Esta disminución se aplica a los films exclusivamente locales, que llegan a 42 sobre los 88 anotados. En cambio, las coproducciones con neto predominio francés no han dejado de aumentar y llegaron en 1963 al 51 por ciento del total de los largos metrajes.
También han disminuido los estrenos de películas en París: 354 el año pasado, contra 379 en 1962 (15 por ciento menos). El sistema de doble proyección (la versión original de los films, que se dan en pocas salas, con subtítulos, y la versión doblada al francés) arroja el resultado de que el público va cada vez menos a ver las películas dobladas, con excepción de las italianas, que disfrutan de amplio favor. Las norteamericanas, inglesas y alemanas occidentales han decaído en concurrencia.
44 películas han totalizado más de 100.000 espectadores en los cines de "primera exclusiva". De ellas, 23 son francesas. He aquí algunos de esos best-sellers: El gran escape (USA), Cualquiera puede ganar (Francia), 55 días en Pekín (USA), Lawrence de Arabia (Gran Bretaña), El suspirante (Francia), La reina de las abejas (Italia), Peau de Banane (Francia), Cleopatra, Dr. Jerry and Mr. Love y Los pájaros (USA).

Estrellas
Simone Signoret contra Franco, y la Callas contra Mario Lanza
Cada vez se tornan más espaciadas sus apariciones en el cine. La semana pasada, sin embargo, rechazó un nuevo papel al que había juzgado "lo mejor que me ofrecieron en los últimos tiempos". Simone Signoret sorprendió, con su negativa, al realizador español Juan Antonio Bardem, que viajó a París para lograr su última palabra.
"Bardem me comprendió", dijo Signoret a los periodistas, antes de enumerar los motivos del rechazo. Los explicó cerca de una repisa adornada por el Oscar que le valió su actuación en Almas en subasta. Los explicó bajo sus mofletes, su descuidado peinado y mirando fijamente con sus ojos adormilados. Detrás de su decisión hay una actitud política: "No iré a España mientras esté Franco".
Signoret —que firmó el famoso Manifiesto de los 121, en medio de la crisis argelina— comentó: "Recuerdo muy bien la guerra civil española, que ayudó a crear la estructura de nuestras vidas. Siempre condené a los amigos míos que cerraron los ojos y fueron a ganar dinero a España. No puedo hacer una excepción conmigo, por más que me guste el proyecto de Bardem."
La actriz asegura que nunca hizo nada que pudiera avergonzarla. "Excepto el breve período en que me tomaron como dactilógrafa en Nouveau Temps, un diario filo-nazi. Pero entonces necesitaba esos francos con desesperación. Siempre atiendo a mi conciencia y no podría esconderla detrás de las páginas de un guión de cine. ¿Estaré loca?
"Doy mucha importancia a mi vida privada. Una actriz debe buscar constantemente personajes nuevos. Prefiero que trabaje mi marido (Yves Montand). Cuando sé trabaja más de la cuenta, se pierde el tiempo necesario para vivir."
A los 43 años, Simone Signoret se sorprende de que la admiren: "No me creo alguien capaz de provocar admiración. Soy maligna. Por ejemplo: colecciono todas las críticas de las películas en las que no quise intervenir. Cuando las críticas son malas, me siento contenta."
No lejos del departamento de París donde Simone Signoret confesaba su deliberado éxodo cinematográfico, otra mujer intentaba el camino contrario. En Londres, la diva María Callas, mientras ensayaba Tosca, anunció a un diario que está buscando "una parte dramática para recitar y no para cantar. Me horrorizaría convertirme en el Mario Lanza femenino." La turbulenta Callas admitió que todas las propuestas que le formularon eran poco atractivas: "Los directores me temen". En cuanto a la fotogenia, "estoy convencida de que mi cara rendirá en la pantalla".

 

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