A la caza del hombre
en aguas del Egeo
El miércoles de Semana
Santa, cuando navegaba por el mar Egeo hacia
Rodas, en el archipiélago de los helenos, todo
pareció ocurrirle de golpe al realizador Edouard
Molinaro: el cine Berlitz, de Paris, estrenaba su
comedia Une ravissante idiote (Una idiota
encantadora), con Brigitte Bardot y Anthony
Perkins; en Buenos Aires, las negativas de
mam'sell Bardot a descender desde su refugio
brasileño movían a las autoridades del VI Festival
a suprimir la invitación extendida a Idiote; a las
seis de la tarde, sobre el mismo velero que había
tomado en el puerto de Lindos, Molinaro —a quien
todo el mundo llama Doudou— empezó a filmar La
chasse á l'homme (La caza del hombre), con un
presupuesto insólito para el cine francés: 3
millones y medio de francos; esto es, unos 680 mil
dólares.
Nadie sabe muy bien
por qué Molinaro filma una obra detrás de otra, si
nadie discute que su talento es escaso y su
imaginación dudosa; como justificación, suele
decirse que es un joven muy acomodaticio, muy
discreto, admirablemente educado. Tiene ahora 36
años y no puede decir que uno solo de sus films
sea verdaderamente un triunfo; desde Acorralada
(1958, Le dos au mur), el primero, se ha mostrado
como un realizador honesto, un artesano menor cuya
mejor virtud debe desentrañarse en el terreno de
las relaciones humanas: los viejos productores lo
prefieren a François Truffaut, por ejemplo, porque
Molinaro no les asegura que ganarán dinero
protegiéndolo, pero compromete su palabra de honor
en que tampoco lo perderán.
La filmación de La
chasse á l'homme arranca, en verdad, del lunes 23
de marzo, cuando 75 personas se embarcaron en
Atenas, a bordo del velero Semiramis: en el lugar
de los emigrantes o de los campesinos que lo
ocupaban para sus travesías del Egeo, había esta
vez un tumulto de pequeños actores y actrices
desconocidos en el área de la tercera clase. Sobre
cubierta, ese día, los protagonistas Jean-Claude
Brialy y Françoise Dorleac sintieron que sus
cabezas estallaban entre los violentos vaivenes
del velero; por la noche hubo tormenta, fue
imposible trabajar y toda la gente estaba de mal
humor. Pero no Molinaro; el buen Doudou carece de
humor, de euforia o de rabia.
—No sé hasta dónde
puede mostrarse neutro un hombre —les dijo a los
periodistas europeos que seguían las evoluciones
de la filmación—; pero si hay algún límite, allí
estoy yo. No me gusta demasiado andar entre las
gentes. Temo agraviarlas con mi presencia; es una
suerte de pudor.
Pero Molinaro se
explica mejor a sí mismo cuando señala por qué se
ha refugiado casi obsesivamente en la comedia:
"¡Es un género tan poco realista! —suele musitar
delante de sus incontables amigos íntimos—. En una
comedia, no es necesario conocer lo que se
cuenta".
Ahora, el impertérrito
Doudou está ya casi acostumbrado a filmar lo que
no quiere; empezó hace 16 años, con una cámara de
8 milímetros: entonces elaboraba obritas
poético-filosófico-autobiográficas, como él mismo
las define. "Cuando me volví profesional, ya no
tuve más ganas de que el espectador me conociera
tal como soy —ha explicado a sus amigos del
Semíramis, antes de callarse y masticar estas
palabras—: Si es que soy de alguna manera." Es esa
acotación la que induce a pensar que quizá,
escondidamente, Molinaro sea un tipo inteligente.
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La Biblia
Por qué los elefantes
pueden también morir
Hace un par de semanas
se supo que el más paquidérmico proyecto del
productor Dino de Laurentiis —la filmación de La
Biblia— había fracasado. El norteamericano John
Huston suplirá con su artesanía la frustrada
colaboración de cinco directores diversamente
famosos, quienes han dado a conocer ahora,
liberados ya de sus compromisos con el
espectacular productor, los motivos de su
negativa:
•William Wyler,
presunto realizador del episodio Abraham y su
hijo: "Nunca filmaría la historia de un padre que
mata a su hijo. Mis convicciones religiosas no me
lo permiten."
•Federico Fellini,
candidato para El Diluvio y La Torre de Babel: "No
entendí bien lo que de Laurentiis pretendía: si
los animales debían ingresar al Arca de a dos o
amontonados... Además, ya he mostrado La torre de
Babel en las últimas secuencias de Ocho y medio."
•Robert Bresson
propuso que Adán y Eva aparecieran "totalmente
desnudos y hablando en arameo, porque el rigor
histórico es imprescindible en esta clase de
narraciones".
•Luchino Visconti,
elegido por de Laurentiis para José y sus
hermanos, desistió porque el tema se parecía a
Rocco: "Mi convicción más acendrada al realizar
este encargo habría sido la de ganar mucho
dinero."
•Orson Welles, el
encargado de hacer revivir los pecaminosos
entretelones de Sodoma y Gomorra: "En realidad,
intenté unir mi historia con la de Wyler: Abraham,
antes de conducir a su hijo al sacrificio, podía
hacer una breve excursión a ambas ciudades para
divertirse un poco y olvidar sus problemas. . . "
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Conversiones
Un poeta comunista
encarnará a Cristo
El novelista Pier
Paolo Pasolini (42 años) ha puesto fin a su tercer
ejercicio cinematográfico, Cento paia di buoi
(Cien yuntas de bueyes), cuyo título deriva de un
proverbio italiano: "El pelo de una mujer tira más
que cien yuntas de bueyes".
Según la definición
del marxista Pasolini, la obra es un film-encuesta
sobre la realidad sexual italiana, una indagación
con magnetófonos y cámaras ocultos desde Sicilia
hasta Génova que tardó más de seis meses en estar
lista. Después de eso, nada hacía suponer que el
combativo Pasolini insistiría en su ya viejo
proyecto de filmar el Evangelio según San Mateo
(ver PRIMERA PLANA, número 21, página 38). Pero de
repente, hace un par de semanas, el realizador
confirmó su brusco viraje hacia la mística y
anunció que ya había seleccionado —con la
supervisión de las autoridades eclesiásticas de
Asís— los escenarios israelíes y jordanos donde
ambientará el Evangelio.
La composición del
elenco le resultó más trabajosa. Desde diciembre
pasado emprendió una minuciosa búsqueda por los
teatros eslavos y hebreos para descubrir actores
nuevos; los resultados no lo satisficieron. Por
eso resolvió, la semana pasada, ofrecer todos los
papeles a sus amigos personales.
Así, el personaje de
Cristo será muy probablemente interpretado por el
ex niño mimado de la poesía soviética, Eugenio
Evtuchenko; al justificar su actitud, Pasolini ha
declarado que "procuraba evitar cuidadosamente
toda identificación entre actores y personajes, y
la única manera de conseguirlo es recurrir a no
profesionales".
Cuando le llegó el
turno de explicar a la gente de prensa la
divergencia entre su posición ideológica (todavía
es un marxista, según parece) y la filmación del
Evangelio, Pasolini dijo: "Nadie ignora que
provengo de la 'resistenza' literaria y que todo
mi trabajo durante la década del 50 se basaba en
presupuestos racionalistas. En cambio, esta idea
del Evangelio proviene, debo confesarlo, de un
impulso mío netamente irracional." Pasolini
confiesa también que pretende "crear una obra
de poesía pura, aun
corriendo el peligro de extraviarme por los
vericuetos del manierismo. Las imágenes danzarán
"según ritmos y acordes de Bach y de Mozart", y
los modelos coreográficos que inspirarán esa danza
son nada menos que Piero della Francesca y Duccio
di Buoninsegna, "todo ello reforzado por el mundo
exótico de la Arabia prehistórica, utilizada como
fondo y ambiente a la vez".
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Orientales
La confesión del señor
Kurosawa
Los estudios
cinematográficos de la Toho Company, a una hora de
Tokio, son el laberinto más vasto y abrumador que
haya engendrado el cine, fuera de Hollywood.
Entrar en ellos es una aventura que suele
parecerse a la del agrimensor K. frente al
castillo imaginado por Franz Kafka: delante de sus
tres puertas deben firmarse contraseñas, boletas
de libre acceso, declaraciones de identidad, más
un papel adicional en el que se declara que uno
acepta ser acompañado por cualquiera de los doce
guías que trabajan para la Toho.
Las reservas son
todavía mayores cuando el visitante confiesa que
quiere ver la filmación de Barbarroja, la última
obra del omnipotente Akira Kurosawa (54 años).
Venerado por los críticos norteamericanos,
vituperado por los franceses, controvertido por
ingleses e italianos, el autor de Rashomon (1950)
y de Vivir (1952) es una especie de pequeño dios
dentro de la Toho, un emperador inatacable:
mientras trabaja, no se mueve ni una mosca a su
alrededor; los reflectoristas caminan en puntas de
pie por los andamios, los asistentes de producción
susurran lo que tienen que decir, con un hilo
inaudible de voz: sólo su cortés manera de dar
órdenes reina en el estudio.
Kurosawa es un hombre
diminuto, un metro y 55 centímetros cuanto más;
sus ojos son pequeños, pero a la vez vivos e
inteligentes; las orejas grandes, un poco
apantalladas: su cara es un mapa revelador, a
través del cual pueden leerse características
somáticas típicas de los chinos.
Cuando saluda, suele
llevar la palma de sus manos hasta más abajo de
las rodillas, en señal de cortesía. Hace un par de
semanas, en la Toho, recibió al crítico Gian Luigi
Rondi, de la revista Vita, quien había sido jurado
del Festival de Venecia en 1950, el año de
Rashomon: la punta de sus dedos tocaron entonces
el piso del estudio. En reconocimiento por el León
de Oro veneciano, que Rondi había contribuido a
conferirle, Kurosawa accedió a hablar de sí mismo,
destruyó una barrera de silencio que se había
mantenido impertérrita para todo el periodismo
occidental desde 4 años atrás.
—Comencé mi carrera
junto al viejo y notable director Kajiro Yamamoto
—le dijo Kurosawa a Rondi—. Lo que se llama un
guía ilustre. A él le debo el conocimiento de la
mejor regla de trabajo, la simplicidad. Cuando fui
su asistente, el único concepto sobre el cual
Yamamoto insistía constantemente era: "¿Para qué
decir de una manera complicada las cosas que
pueden contarse con llaneza?" Pretendía esa
claridad no sólo de los actores sino también de la
iluminación; quería que la anécdota fuese plana y
fluyente, como sucede en la realidad.
Kurosawa ha tratado de
repetir prolijamente la lección de Yamamoto, pero
difiere en los métodos: persigue el realismo a
través del empleo de cinco o seis cámaras que
filman simultáneamente una misma escena y de una
iluminación que es siempre más abundante que la
usada normalmente para los films en blanco y
negro. "Tengo necesidad de luz, de luz, de luz
—repite Kurosawa—, porque sin tanta luz no puedo
arriesgarme a traducir en un film esa lírica
sensibilidad que es peculiar de la pintura
japonesa."
Akahige
Akahige quiere decir
Barbarroja: así se llamará, en el film homónimo de
Kurosawa, un médico que quiso introducir en el
Japón, a mediados del siglo XIX, los principios de
la medicina occidental. De modo que la obra es la
historia de un hombre combatiente, como le gusta
al realizador, pero también es la historia de un
triunfo, porque Barbarroja termina por derribar
los prejuicios xenófobos del pueblo nipón,
rodearse de unas tres decenas de discípulos e
imponer la seriedad de sus métodos.
La figura de Akahige
será encarnada por Toshiro Mifune y, contra lo que
el propio Kurosawa tenía previsto, el film no será
elaborado en color. "Del color no podría obtener
los efectos de luces y sombras que me da el blanco
y negro —ha dicho Kurosawa—; además, amo la verdad
por sobre todo, y no creo que haya en esta época
una técnica fotográfica lo suficientemente sólida
como para permitirme una reproducción fiel de los
colores japoneses. En mi país no hay tonos
definidos: los azules son grises, los grises son
perla, el rojo es rosa, y el aire que en Roma o
Niza es terso, nítido, en Tokio o Yokohama se
puebla de matices brumosos, aun bajo la directa
luz del sol. Así que terminé por dirigir
Barbarroja en blanco y negro, porque además de
amar la verdad, detesto la traición."
En un ángulo del
estudio, durante la conversación de Kurosawa con
Rondi, se movía suavemente una mujercita magra,
sonriente, vestida con un kimono moderno; era la
mujer del realizador. Al presentarla, el
realizador dijo una frase que, según parece,
repite siempre delante de terceros en casos como
éste: "Vea, a diferencia de lo que ocurre en la
mayor parte de los hogares japoneses, en el mío no
es el samurai Kurosawa el que manda, sino su muy
honorable señora esposa."
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Hollywood
A la conquista de un
inglés esquivo
A pesar de las
invectivas que lanzó contra Hollywood en revistas,
diarios y cuanta conferencia de prensa se le
pusieron por delante, el inglés Tony Richardson
(35 años) ha resuelto probar suerte por segunda
vez. Hace un año, delante de un cerco de críticos,
este realizador, que probablemente obtenga el
Oscar por su versión de Tom Jones, había dicho
sibilinamente; Zanuck es un Lucifer intolerable.
Cuando dirigí "Santuario" me mostró todas las
posibilidades de los estudios Fox, explicándome
que no podía aprovecharlas.
Esta vez, sin embargo,
parece haber impuesto sus propias condiciones: el
tema que ha elegido, por encargo de la
Metro-Goldwyn-Mayer, es una de las más ácidas
descripciones del sistema hollywoodense que haya
intentado la literatura anglosajona. Algunos
críticos pronostican, con todo, que "si Richardson
pudo teñir de conformismo a un escritor como
William Faulkner (autor de Santuario), no hay que
hacerse muchas ilusiones sobre lo que puede
suceder ahora" (según la revista alemana
Filmkritik). El film de Richardson será una
versión de The Loved One, novela de Evelyn Waugh;
este escritor británico se pronunció contra el
viaje del realizador a USA y estuvo a punto de no
ceder los derechos de su obra; de acuerdo con una
versión de la revista Movie, Waugh habría dicho
que "cuando Richardson cruza el Atlántico, sin
tener color local en qué apoyarse, queda reducido
a su espantosa irresolución artística."
7 de abril de 1964
PRIMERA PLANA
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