FILMS
Amores de vampiros
Los optimistas
El fulgurante sol del desierto

Cine
Es este colmillo que las reventó
Amores de vampiros (Lovers' Vampyrs, Inglaterra, 1970). Dir.: Roy Ward Baker.

Los habitantes de los Cárpatos mantenían la superstición de que el vampirismo era contagioso. Y más allá de los adelantos científicos y las ristras de ajo, en 1974 se puede inferir que es cierto, al menos en cuanto al cine se refiere. Ya no sólo se filma cuanto señor de colmillo afilado anda por ahí, sino que se retoman libros ya realizados. El irlandés Sheridan Le Fanu escribió, a mediados de 1880, una admirable historia erótica donde un lesbianismo larvado, reprimido, era el principal ingrediente, y la succión sanguínea se convertía en un simple condimento para dotar de terror a Carmilla.
Filmada por el danés Carl Theodor Dreyer en 1932 (Vampyr), la idea fue retomada por Roger Vadim treinta años después, para solazarse en los matices del rostro de Annette Stroyberg, surgiendo entre vahos de colores tenues. Ahora Ward Baker retorna a la perversa Mircalla Karnstein, dedicada una vez más al mordisco hemoterápico. Ingenuas muchachitas con tendencias ligeramente homosexuales van cayendo una a una, hasta que —cuándo no— llega Peter Cushing y clava una estaca en el corazón de la Vampiresa, la bellísima pero hierática Ingrid Pitt. Con ésta, el actor inglés debe de haber festejado su centésima penetración cardíaca. A pesar de ellos, los chupasangres siguen multiplicándose, cuidando prolijamente de no incurrir jamás en originalidad.
z. p.

Los años han pasado
Los optimistas (The Optimists, Inglaterra, 1973) Dir.: Anthony Simmons.

El espectador desprevenido que va ya en busca del atolondrado partícipe de La fiesta inolvidable, o el desconcertante inspector Jacques Clouseau de 'Un disparo en la sombra', se sorprenderá al encontrar a su ídolo, Peter Sellers, en una faceta distinta (pero no mejor).
Con una filmografía cercana a las 50 películas, Sellers intentó abordar, seguramente con buenas intenciones, el género melodramático; tal vez sean sus propias fantasías sobre los días de su ocaso. Sam, un ex cómico de triste figura que en su juventud había obtenido popularidad como artista de music-hall, ahora es sólo un viejo ermitaño que vive recluido en un solitario paraje a orillas del Támesis. Rodeado de fotos amarillentas, recortes de diarios y un ronco fonógrafo que le devuelve —a través de gastados 78— la felicidad de tiempos idos, el anciano sobrevive gracias a las monerías que desgrana su perra mientras él desafina.
La precisa cámara de Simmons imprime una atmósfera bella e irreal a los bajos fondos por donde el agotado Sam pasea su nostalgia
z.p.

Spaghetti a la rusa
El fulgurante sol del desierto
(Beloe solnze pustyni, URSS, 1972). Dir.: Vladimir Motil.
Dentro de la producción soviética habitual, El fulgurante sol del desierto aparece corno un film insólito, descubridor de aristas desconocidas, vírgenes dentro del relato de aventuras: es el primer western realizado en la URSS. Así como en las décadas del 30 y 40, varios cineastas fueron tildados de capitalistas por sus deslices hollywoodescos, esta vez Vladimir Mollin muestra que también en este plano la coexistencia es posible. Lejos de sufrir las locas tentaciones del western, a veces influido por la ferocidad de la novela negra, esta novedosa incursión de los rusos se limita a recrear los días postreros a la liberación de la patria.
Sujov es un valiente soldado rojo de la guerra civil, que pretende retornar a su hogar después de la lucha y choca, en su interminable caminata por el desierto del Turkestán, con una banda de sangrientos villanos. Sin la violencia que hace más de una década caracteriza al género, Moltin se permite algunos lujos visuales y frecuentes ramalazos de poesía.
Z. P.

PANORAMA, FEBRERO 7, 1974

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