FILMS
Tempestad sobre el Asia
El complejo de una madre
Horizontes perdidos
Milano Calibre 38
La venganza del muerto
Hola, señor León

Los maestros peligrosos
Tempestad sobre el Asia (Potomok Chingisjana; URSS, 1928). Oír.: Vsévolod Pudovkin.
El desarrollo de los medios de expresión cinematográficos en la década del 20, coincide con la efervescencia soviética de los primeros años de Estado socialista, los que siguieron a la revolución. En ese período, la producción fílmica es estimulada particularmente en materia de asuntos políticos, como para documentar la epopeya popular de 1917. Hasta la iniciación de la segunda contienda europea, por lo menos, la problemática política se afirma como dominante, dentro del cine soviético, hasta que esa preocupación sea reemplazada por las evocaciones bélicas, cuyas últimas estribaciones llegan hasta hoy.
Entre 1965 y 1966, el sello distribuidor local Artkino adquirió varias muestras de la mejor producción rusa de los años veinte y treinta, pero tres valiosos films de Serguei Eisenstein (Octubre, La huelga y la reconstrucción de El prado de Bejín) fueron inmediatamente secuestrados por funcionarios del gobierno de Onganía. El juez que intervino en la causa no sólo sobreseyó a los distribuidores sino que, además, ordenó la devolución de las copias. Existían, no obstante, otros films de un tenor quizá más irritante, material que no se consideró prudente declarar: corría el riesgo de ser encuadrado dentro de la ley 17.401, de represión de actividades comunistas.
Ahora, las nueve películas guardadas durante años han visto la luz y llegaron al público en una semana del cine soviético que comprendió desde una obra de Pudovkin, pasando por Chapaiev (de 1934, el primer film sonoro de esa procedencia), hasta algunos trabajos de Grigori Kosintsev ya lindantes con el comienzo de la Segunda Guerra. Como para el público resulta dificultoso dedicar nueve días seguidos a la totalidad de la muestra, Artkino podría repetir el ciclo o "reestrenar" por separado los títulos más importantes.
Años atrás, el público local ya había conocido la versión original de Tempestad sobre el Asia (se estrenó en él cine París, en 1929), film con el que Vsévolod Pudovkin (1893-1953) cerró una trilogía sobre la toma de conciencia en la lucha por la liberación: si en La Madre enfocaba al proletariado urbano y en El fin de San Petersburgo al campesinado, en Tempestad ... aborda el sacudimiento del yugo extranjero. Concretamente, se trata de una guerra civil, en Mongolia, contra la ocupación inglesa, en 1920. La sincronización de la banda sonora es tan perfecta qué hace inimaginable la antigua versión muda. Lenin en Octubre también fue recompaginado, pero a causa de los deterioros de la guerra. Este film de Mijail Romm, realizado en una época impregnada de agudo estalinismo, hoy puede crear ciertas polémicas, sobre todo por el papel que se le hace jugar en la narración al controvertido León Trotsky, en los días previos al estallido de la revolución. N. T.

 

El infierno de Beatrice
El complejo de una madre (The Eftect ot Gamma Rays on Man-in-the Moon Marigolds, USA, 1973). Dir.: Paul Newman.
Ya en Rachel, Rachel, primer intento como realizador del laureado actor Paul Newman, se perfilaba su inclinación hacia el tratamiento de las complejas relaciones humanas. En esta oportunidad, recurrió a la pieza teatral de Paul Zinder, El efecto de los rayos Gamma —premio Pulitzer—, para pintar un patético, sórdido fresco sobre la frustración.
A través de la nostalgia de Beatrice, una viuda de 40 años con dos hijas adolescentes, Newman desmenuza la intrascendencia de sus días, los profundos motivos de su fracaso como madre, esposa y mujer. También el experimento "del efecto de los rayos Gamma sobre las margaritas" (título original del film), que realiza su hija, le sirve al director para dibujar un paralelo entre la enfermiza proyección de amargura de Beatrice sobre sus hijas y el poder rediactivo de los Gamma. Para esta descarnada radiografía, el protagonista de Butch Cassidy contó con la labor de Joanne Woodward, su mujer, ganadora del primer premio en el último Festival de Cannes, cuyo trabajo seguramente pasará a la historia del cine como ejemplo de dominio profesional. Z. P.

 

Horizontes perdidos (Lost Horizon; USA, 1972). Dir.: Charles Jarrott.
Después de admirarla en Gritos y susurros, muchos lamentarán ver a Liv Ullman sometida a los espejismos de Hollywood: doblada, finge entonar canciones en la soporífera comedia que, como remake de su homónima de 1937 (protagonizada por Ronald Colman y dirigida por Frank Capra), ahora musicaliza al estilo Burt Bacharach la novela de James Hilton.
Envuelta en la misma gelatina color caramelo que matizaba las comedias musicales de Rodgers y Hart de hace 25 años, Horizontes perdidos exhuma el mito de Shangri-La, un paraíso protegido por las laderas nevadas del Himalaya. Las épocas de crisis generan este tipo de evasión: el sueño de la fuente de Juvencia en un mundo de paz, donde apenas haya que trabajar, donde la gente sea lo suficientemente escasa —no más de 2 mil personas— como para que no moleste; nada de televisión ni medios de comunicación masivos que informen sobre las guerras y el desentendimiento de los hombres. En el nuevo Shangri-La, en cambio, hay que soportar a actores otrora excelentes, pero que con el director Charles Jarrott no funcionan: Peter Finch, George Kennedy, Sally Kellerman, Michael York, Olivia Hussey, Bobby Van, John Gielgud y el casi centenario Charles Boyer, que secundan a Liv Ullman en este inútil engendro. N. T.

 

Milano Calibre 38 (Milano Calibre 9), 1972, Italia. Dir.: Fernando Di Leo.
Una vez más la pantalla se salpica de tiros. Faltos de imaginación, tanto argumentistas como directores vuelven, semana a semana, a transitar el sexo, la violencia, el robo.
Franco Di Leo, realizador de Milano Calibre 38, se basó en el libro poco original de Giorgio Scerbanenco para desarrollar su pretensiosa historia. Milán es la ciudad elegida por una banda de mafiosos, comandada por un siniestro personaje apodado "el americano", para regentear y copar el tráfico ilegal de divisas.
Como sucede habitualmente, la intervención policial es inexistente a pesar de la progresiva violencia, la implacabilidad de las torturas y las intrínsecas relaciones entre poderosos y capomafiosos. Tanto en las acciones como en los diálogos, Di Leo demuestra ineptitud para conducir actores, para sortear las dificultades del tempo que impone una policial. Por supuesto, no se le puede exigir el preciosismo cinematográfico de un Jean-Pierre Melville a un simple hacedor de aventuras. Z.P.

 

La venganza del muerto (High Plains Drifter; USA, 1972). Dir.: Clint Eastwood.
Un desconocido llega al pueblo de Lago, y pronto se revela como infalible con el revólver, arrollador con las mujeres, inmutable con los nervios. Tiempo atrás los crueles habitantes han visto morir a latigazos al sheriff Duncan, sin intervenir en su defensa. El realizador juega significativamente con los recuerdos del forastero: en la memoria, la figura de, muerto se aproxima bastante a la del forastero (Eastwood, el encargado de vengarlo), y esa ambigüedad se convierte en el pivote sobre el que giran la intriga y el extraño clima de esta historia.
Como realizador, Eastwood se permite algunos módicos arrebatos. Sitúa la cámara en ángulos bajos, filma a contraluz, trata de trasmitir la sensación que produce la suspensión del polvo en el aire. También incluye rasgos atípicos para un western, como el paraje (lindante con un lago), o el personaje del enano, que trae reminiscencias de Carson McCullers. Nada excepcional, en fin, pero sí una novedosa experiencia: la inserción de lo fantástico en el mundo del western. N T

 

Hola, señor León (Argentina, 1972).
Dir.: Mario Sábato.
Desde la difusión masiva del mito de Tarzán, creado por Edgar Rice Burroughs en 1912, África, por su contenido de exotismo, color, misterio, se trasformó en una suerte de imán para los escritores, plásticos y cineastas que quisieran internarse en la aventura. En este territorio los argentinos permanecían vírgenes.
En 1972 el joven realizador de Y que patatín y que patatán, Mario Sábato, se trasladó al África oriental junto a su equipo de filmación y un pequeño protagonista, Juan Sábato. El niño, de 11 años, hizo las veces de enlace entre las diferentes tribus, los feroces animales de ese continente y el público. Se ignora si el director imaginó un film para niños, pero por su composición, por aproximarse bastante al cine documental y etnográfico y por los continuas diálogos de tipo moralista que Juancito sostiene con el equipo, el destinatario ha de ser, sin lugar a dudas, el núcleo familiar. Esta especie de collage creado por Sábato ostenta algunos aciertos, como el perfecto documental sobre extrañas tribus, o las rítmicas canciones de Raúl Gálvez. Por otro lado, la sonrisa prefabricada de Juan y la timidez de la fotografía crean los lamentables desniveles técnicos.
Z. P. (Nota probablemente se trate Zully Pinto, quien figura como colaboradora en la revista)

 

Revista Panorama
13.09.1973

 

Ir Arriba