Cine
El niño prodigio del cine italiano
Revistas: Cuando a los 3 años ya no se tiene edad
Una punzante invectiva contra Marilyn Monroe
Cuando todo es nada: ALMA NEGRA ("Anima nera", Italia, 1961)
La cáscara sin la nuez: ESPOSAS Y AMANTES (Wives and Lovers, USA, 1963)
Historieta, pero inteligente: LA FURIA DE LOS VIKINGS ("Gli invasori", Italia, 1961)
Cine
Espectáculos
El niño prodigio del cine italiano
Nadie envejece más rápidamente que los niños prodigio. A los 30 años, el romano Francesco Maselli (nacido en 1930 y asistente de Antonioni de 1947 a 1949) probó en su tercer film, Los delfines, que la pasión y la violenta sinceridad de su adolescencia se habían enfriado de golpe. Seguían preocupándolo las mismas cosas que 6 ó 7 años atrás, cuando su Historia de Catherine (1953, uno de los episodios incluidos en Amore in cittá), y su primer largo metraje, Gli sbandaíi (1954), indujeron al crítico André Bazin a entonarle alabanzas que sólo otros tres italianos —De Sica, Rosellini, Fellini— habían recibido; pero toda su voluntad de excavar a fondo en los problemas de la burguesía provincial italiana o de componer periodísticamente retratos femeninos (como en La mujer del día, 1956, su segunda obra) aparecían ya viciados de formalismo. El Maselli de 30 años parecía el padre del Maselli de 25.
Ahora ha ido en busca de sus propias fuentes: hace menos de Un mes empezó a filmar Los indiferentes (Gli indifferente), sobre la novela de Alberto Moravia. Entre Maselli y ese título hay de común algo más que la mera preocupación crítica: Los indiferentes fue el primer libro de Moravia; la revelación de otro niño prodigio, hace más de tres décadas. Y a falta de un Bazin que lo exaltase, Moravia contó aquella vez con un minucioso y agresivo artículo del primer ministro italiano, Benito Mussolini, publicado en Gerarchia, el más influyente de los periódicos fascistas: la alabanza hundió a Maselli; la impugnación encendió la fama de Moravia.
La versión de 'Los indiferentes' empezará y terminará en una vieja villa romana, cuyos pórticos, sus barrocas cornisas y sus altas y estrechas ventanas parecen adaptarse mal a las audaces líneas de las mansiones circundantes, en el Parioli, el barrio más aristocrático de Roma. La imagen de una burguesía honorable (la de los años 20) deberá caber completamente en esta villa: todos sus ambientes serán utilizados por Maselli, desde la bohardilla al fastuoso salón de fiestas; desde las escaleras oscuras y húmedas a los senderos de un jardín inundado por las ortigas. El más complejo problema del realizador es transfigurar en imágenes la enorme masa de la novela que refiere exclusivamente pensamientos y reflexiones de los personajes.
Maselli, por eso, ha procurado que cada detalle de su minuciosa escenografía refleje la apatía moral de sus personajes, revele a fondo sus renuncias y sus autodestrucciones.

Una madre disputada
Dos figuras clave en la historia son una madre aristocrática y su amiga íntima. El personaje de la madre, que es el más sólido y complejo de los dos, había sido cedido por Maselli a Shelley Winters. Una semana después de los primeros ensayos y pruebas, llegó a Roma Paulette Godard, contratada para encarnar a la amiga.
La Godard, ex mujer de Chaplin, hizo algunas estrepitosas declaraciones en el aeropuerto del Fiumicino, en Roma: "Acepté filmar Los indiferentes sólo porque detrás de la novela de Moravia hay un director joven —dijo—. El cine como carrera ya me interesa poco, pero las experiencias nuevas siguen apasionándome. Cuando con Charlie (Chaplin) hicimos Tiempos modernos, en 1935, en el fondo estábamos moviéndonos en la vanguardia. Maselli, como Charlie, es un tipo —a guy, dijo en inglés— que sabe quitarle el cuerpo a los clichés."
Al día siguiente, el realizador había resuelto trocar los papeles: Shelley Winters encarnaría a la amiga y Paulette Godard a la madre. Dio un par de explicaciones: "Viendo a Paulette entre los descoloridos muros de la villa, sentí que María Grazia (la madre) no podía ser otra que ella." Ante las agrias protestas de la Winters, explicó persuasivamente: "Los dos papeles tienen la misma importancia." A lo que Shelley replicó que podía elegir una excusa más original.
En rigor, las figuras clave de la obra son dos jóvenes, Claudia Cardinale y Tomas Milian. El cubano Milian, objetado por los asistentes de Maselli ("físicamente es lo opuesto al personaje moraviano", dijo Rod Steiger, otro de los actores), se declaró en cambio idóneo por su propensión a la indiferencia: "A menudo —dijo—, no me importa nada de lo que ocurre a mi alrededor. Estoy acostumbrado a vivir sumergido en una especie de sueño interior del que me cuesta escapar."
Maselli no parece estar muy seguro de sí mismo. Pero lo más grave es que tampoco Moravia confía en él. Apenas un niño prodigio crece, la gente comienza a mirarlo con desconfianza.
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Revistas
Cuando a los 3 años ya no se tiene edad
Toda revista de cine que pasa en la Argentina la barrera de los 3 años deja de tener edad, ingresa en una zona de milagro donde las cifras no cuentan. La hazaña fue consumada sólo un par de veces, y en cada caso, detrás de la revista había un cine club: Gente de cine en el período 1952/56 y Núcleo, responsable de Tiempo de cine, cuyo número 16 (octubre / noviembre de 1963) apareció en estos días.
Más allá de su abundante sección de crítica y de sus completos informes sobre cine argentino, esta entrega de Tiempo es memorable por las páginas que el crítico uruguayo H. Alsina Thevenet consagra a explicar la personalidad de Josef von Sternberg, un creador talentoso y contradictorio como pocos en el cine americano: su ensayo incluye, además, una fitografía cuidadosamente revisada y una síntesis de las conversaciones que von Sternberg mantuvo con Alsina y otros críticos de la revista durante el V Festival de Mar del Plata. El conjunto de ese material es, quizá, el mayor golpe de talento que haya ofrecido Tiempo.

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Hollywood
Una punzante invectiva contra Marilyn Monroe
Ezra Goodman, que fue representante de Time (revista a la que ahora desprecia) en Hollywood (lugar que también desprecia), es descripto por algunos de sus colegas en el periodismo como "una especie de bomba atómica ambulante". Su libro Los cincuenta años de decadencia y caída de Hollywood, publicado hace dos años, comenzaba con un gruñido y seguía en el mismo tono hasta el final. Otros dos años se le habían ido en busca de un editor para tan extensa invectiva.
Su nueva obra, un ensayo sobre Marilyn Monroe titulado Norma Jean Baker: una aventura en la mitología, le está costando también algunos dolores de cabeza. Originalmente encargado por el editor Macmillan, quien anticipó 5.000 dólares (que Goodman declara haber empleado en seis detectives privados que le consiguieron material), el manuscrito, de 356 páginas, ha sido rechazado por catorce editores y desdeñado por la revista Esquire, por múltiples razones.
Macmillan sugirió una revisión radical; otra editorial, Simón and Schuster, dijo —más explícitamente— que el libro era peligroso en su estado actual, pero que si Goodman lo atenuaba perdería interés. Little Brown, Dial, Bobbs-Merrill, Lippincott, Grove y McGraw-Hill lo han leído y lo han devuelto al representante de Goodman. La reacción editorial ha transitado desde el sentimiento de ofensa hasta juicios más suaves, pero siempre dentro de la órbita moral. El autor emite una respuesta genérica: "Me parece que la gente teme a la realidad; prefiere el mito, o por lo menos eso es lo que creen los editores."
El libro está constituido por conversaciones con no menos de cien personas vinculadas a Marilyn Monroe, entre las cuales no figuran Joe Di Maggio ni Arthur Miller. Es la historia —"aterradoramente escuálida, aunque minuciosamente contada", dice algún lector ocasional— del ascenso y la caída de una estrella. Goodman ha desenterrado información acerca de la abuela de M. M., que padecía de una enfermedad venérea y enloqueció; de la ilegitimidad de Norma Jean y de los dos hombres que pudieron haber sido su padre; de ciertas insinuadas desviaciones al final de su vida. Muchas cosas se sugieren con susurros: diversas relaciones con ejecutivos cinematográficos en la primera parte de su carrera; vinculaciones, en sus últimos años, que pertenecían a la administración estatal.
Algo de todo esto es probablemente cierto, pero la verdad —como Goodman lo admite en su manuscrito— es difícil de asir. La propia M. M. era un tal complejo de corrientes contradictorias, que la más modesta de sus anécdotas puede convertirse en un puzzle inimaginable. A comienzos de este año, el director Joseph L. Mankiewicz narró a un cronista de Newsweek su primer encuentro con Marilyn. Ella llevaba un pequeño volumen —Cartas a un joven poeta, de Rilke—, y cuando Mankiewicz le preguntó quién se lo había dado, M. M. contestó que nadie; que ella misma lo había comprado, siguiendo un método personal de selección que consistía en abrir un libro al azar y leer una página. Si la página le gustaba, compraba el libro. "¡Qué soledad —comentó Mankiewicz—. ¡Qué infinita soledad!"
Pero, a la vez, en el otro libro de Goodman, Los cincuenta años de decadencia y caída de Hollywood, una de las profesoras de arte dramático de Marilyn, Natasha Lytess, aparecía diciendo: "Yo la puse en contacto con la literatura: Cartas a un joven poeta y otros libros". Ni Mankiewicz al dirigirse a Newsweek, ni Natasha Lytess al hablar con Goodman, tenían razón alguna para mentir. El conflicto entre ambas anécdotas (característico de muchas de las atribuidas a M. M.) no es demasiado importante, pero para un hombre como Goodman, que no es un escritor especialmente dotado, pero sí un reportero de primer orden, puede resultar irritante. Irritante lo fue, ciertamente. Goodman no hace de ello ningún secreto y lo declara en un prefacio: "Conocí a mucha gente que habría preferido no conocer. Pocos de ellos dijeron algo que se aproximara a la verdad concreta. Pocos de ellos eran ni siquiera educados. Marilyn Monroe frecuentaba a mucha gente así: pequeñas gentes sucias, mezquinas, corrompidas; y también grandes personalidades sucias, mezquinas y corrompidas".
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Films de la Semana
Cuando todo es nada
ALMA NEGRA ("Anima nera", Italia, 1961), producción de Documento Film presentada por J. R. L. Libro: Roberto Rosellini y Giuseppe Patrone Griffi, sobre la novela homónima de este último; fotografía: Luciano Trasati; música: Piero Piccioni. Intérpretes: Vittorio Gassman, Nadja Tiller, Yvonne Sansón, Eleanora Rossi Drago y Annette Stroyberg. Director: Roberto Rosellini. 105m.
A los 55 años —era en 1961—, después de haber triunfado rumorosamente con Roma ciudad abierta (1945) y de haber conocido una lenta e implacable declinación posterior, Roberto Rosellini dio una vez más la medida de su fracaso con esta Alma negra de claudicante modestia. El general Della llovere permitió entrever, en 1959, una posible reacción de Rosellini, pero el proceso de recuperación no se produjo. Antes, en 1953, había irrumpido con su segunda obra maestra, Viaje a Italia, un antecedente clave para entender la resurrección actual del cine italiano.
La trama esboza los problemas de Adriano, un hombre de 36 años que a los 20 atravesó la guerra y luego los años posteriores, valiéndose para sobrevivir de un físico atractivo y un infalible poder de seducción. Después de alguna aventura equívoca (un noble turinés, de costumbres heterodoxas, le ha dejado en herencia una magnífica villa) y de explotar la pasión que supo despertar en una mujer madura, rica y ávida, Adriano se casa con una muchacha burguesa, Marcella, pero no deja de merodear por zonas turbias. Cuando su mujer lo abandona, al enterarse de su pasado, Adriano vuelve a un viejo amor, una prostituta llamada Mimosa. Esta dejará el campo libre a Marcella; pero en el final se verá a la inexperta muchacha impartiendo normas morales a un Adriano exasperado, cada vez más oscuro, secreto y confuso.
Rosellini parece haber otorgado deliberadamente a esta historia compleja, un tratamiento desentendido de cualquier intensidad. Pasan muchas cosas, pero el espectador siente que, en verdad, no pasa nada. No hay ni una mínima concesión imaginativa, ni una habilidad técnica relevante. Todo transcurre en un plano de total chatura, de la que apenas sobresalen los intérpretes notoriamente valiosos: un Gassman vigoroso, una Rossi Drago exacta, y una Nadja Tiller que alcanza registros insólitos de expresividad.

La cáscara sin la nuez
ESPOSAS Y AMANTES (Wives and Lovers, USA, 1963), producción Hal Wallis para la Paramount; libreto: Edward Anhalt; fotografía: Lucien Ballard; música: Lynn Murray; intérpretes: Janet Leigh, Van Johnson, Shelley Winters, Martha Hyer, Ray Walston. Director: John Rich. 106m.
Bill Austin es un novelista fracasado que se deja mantener por su mujer dentista. Hay cientos de casos como ése en los films producidos por Hal Wallis, pero el joven realizador John Rich introdujo aquí una variante inteligente: Austin no se mueve de su casa, mantiene complicados diálogos con su hija de siete años sobre la manera de preparar sandwiches, se lamenta de su parasitismo, pero a los 10 minutos de proyección recibe la fenomenal noticia que el espectador esperaba desde los títulos: su agente de ventas (Martha Hyer) ha vendido la única novela de Bill a un editor neoyorquino de primer orden y, simultáneamente, ha concertado contratos con Hollywood y Broadway para versiones teatrales y fílmicas de la misma genialidad. En un abrir y cerrar de ojos, así, Bill gana medio millón de dólares, se traslada de Brooklyn al aristocrático Connecticut y, era obvio, descuida a la esposa dentista y a la hija para consagrarse a su agente de ventas. Nadie esperaba tanto.
Hasta esa altura, Esposas y amantes es el himno a la felicidad burguesa que Wallis y otros epígonos menores vienen entonando en Hollywood desde los años 30. Pero el material debe de haberles parecido demasiado eglógico. De golpe, Rich y el libretista Anhalt desencadenan una tempestad de erotismo menor sobre el matrimonio Austin: Bill es acorralado por su agente, iniciado en lo que ella confusamente llama depravación, mientras la dentista cae seducida por un actor famoso, tras 10 minutos de conversaciones.
Rich es tenaz para perseguir el chiste verbal y las situaciones ridículas, pero los consigue sólo cuando no quiere. En Esposas y amantes disponía de dos personajes excelentes a cargo de dos intérpretes que eran todavía más: una divorciada que bebe sin parar y que es, como ella dice, la pionera de las Esposas Desplazadas de Hollywood, y un decorador untuoso que se cansa de su sumisión al matriarcado y termina rebelándose durante una caminata; son Shelley Winters y Ray Walston. El resto, salvada la brillante Janet Leigh, es cáscara y vacío. Pero ni siquiera a esos magros límites llega Van Johnson, un novelista exasperado y soso que no parece capaz de escribir una sola línea.

Historieta, pero inteligente
LA FURIA DE LOS VIKINGS ("Gli invasori", Italia, 1961), producción Galated presentada por Ocean Films. Libro: Biancoli y Pierotti; fotografía: Mario Bava; música: Roberto Nicolosi. Intépretes: Cameron Mitchell, Giorgio Avdisson, Helen y Alice Kessler, Andrea Checchi, Folco Lulli y Françoise Christophe. Director: Mario Bava. 85m.
En esencia, es una historieta para niños (aunque se la haya calificado como "inconveniente para menores de 14 años"). Mario Bava (49 años, hijo de un célebre escultor, inició su carrera como operador y la culminó en 1960 con La máscara del demonio.) le aporta su prodigioso sentido plástico, su gusto por la puesta en escena fantástica y wagneriana. Director él mismo de la iluminación, arranca a este pueril folletín de aventuras insospechados destellos, mediante una sabia utilización del eastmancolor y de los caprichosos decorados.
Todo se reduce al reencuentro final, después de infinitas y previsibles odiseas, de dos hermanos, hijos de un rey vikingo, separados por los azares de la guerra. Uno de ellos —la acción transcurre en 786— se convierte en principal vasallo y jefe de la flota de la reina viuda de Inglaterra; el otro hereda la corona del padre muerto. La perpetua lucha entre ambas naciones los lleva a enfrentarse, hasta que descubren sus respectivas identidades, no sin antes haberse enamorado de sendas hermanas gemelas.
Bava se complace en recrear imágenes de la iconografía romántica (el bellísimo paseo de la reina, envuelta en velos, a orillas del mar) y, otras veces, una visión espectacular del mundo de los héroes germanos, al estilo de las sagas de Wagner. Frente a esta superficie brillante y suntuosa, hasta puede llegar a olvidarse el elemental juego interpretativo —con excepción de la soberbia Françoise Christophe, como la reina Alicia— y las licencias, ingenuamente divertidas, de la narración.
La música parece escrita para una comedia romántica en el peor estilo del Hollywood de la década del 40; y los trajes se destacan por una fealdad que asombra en un realizador plásticamente tan cuidadoso como Bava.

Revista Primera Plana
17.12.1963

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