RESTAURACIONES
UN ROSAS TRIUNFANTE
La noticia explotó la
semana pasada como una sorda bomba de profundidad.
El director
cinematográfico Manuel Antín dirigirá El Señor de
la Pampa, vida y obra del dictador Juan Manuel de
Rosas, con la colaboración del historiador
revisionista José "Pepe" María Rosa en el guión y
asesoramiento especializado. La reacción en cadena
del espectacular anuncio es de imprevisibles
consecuencias, si se considera que a la
cuestionada personalidad del "federal" don Juan
Manuel se suma una honda subcarga de estricto y
actual contenido político; precisamente, un
recentísimo libro de "Pepe" Rosa se titula Rosas
nuestro contemporáneo.
Para marzo de 1971
comienza la filmación, protagonizada por un
no-profesional aún no elegido. Aparentemente, El
Señor de la Pampa se inscribe en la línea del cine
épico-histórico que, marginados los antecedentes
remotos, desde hace tres años ha reconciliado la
taquilla con el cine nacional. Pero a diferencia
de Martín Fierro, El Santo de la Espada, Don
Segundo Sombra y el proyecto de inmediata
realización La tierra en armas (vida de Güemes),
todos ellos elaborados en torno de una mitología
invulnerable, poblada de próceres y arquetipos
oficialmente institucionalizados y que, además,
cuentan con la apasionada adhesión del pueblo
argentino, El Señor de la Pampa asumirá, en la
figura de Rosas, a un personaje que divide a la
opinión y que concita a la polémica feroz, en
función de dos alternativas: para unos
—pensamiento liberal— es la superlativa béte noire
del pasado argentino: para otros, la figura más
trascendente de nuestra historia política, cuya
línea, eventualmente, se anuda con la de Hipólito
Yrigoyen y Juan Domingo Perón.
Horas antes de
Nochebuena, primera plana entrevistó a José María
Rosa, cuando el abogado-historiador-escritor
(ex-Juez, ex-profesor universitario,
ex funcionario) zarpaba hacia la "barra" de
Maldonado, a 10 kilómetros de Punta del Este,
donde reside habitualmente desde enero de 1965:
"En la «barra» de Maldonado está la Fuente de
Juvencia —salió por peteneras José María Rosa—, no
hay farmacias ni médicos. Allí me dedico a
escribir, paseo en moto-neta y pesco (inclusive
pesca submarina), quizá por eso me dejé la barba,
como los pescadores.
También me visita mucha gente: han solido venir
Jango Goulart, Arturo Jauretche y muchachada
joven. Una vez me visitó Arturo Frondizi. Desde
hace tres meses ya no puedo ver más a mi gran
amigo Eduardo Víctor Haedo".
No es la primera vez
que José María Rosa ha sido conversado sobre la
posibilidad de hacer, en cine, la vida de Rosas:
"Una vez, en Mar del Plata, Homero Manzi me habló
de hacerlo. Después fue Hugo del Carril. También
Alberto Contreras se ofreció para financiar un
proyecto semejante. Pero la invitación de Manuel
Antín ha sido la primera propuesta seria que he
recibido y por eso estamos trabajando en el
libro".
Con puntualidad
laboral, en un escritorio de Lavalle al 1100, se
reúnen en jornadas de 8 y más horas, Antín, Rosa,
Juan Carlos Neyra y Mauro Neyra, estos últimos
también libretistas. José María Rosa aporta la
información histórica, la ingente documentación
(vimos el diario La Gaceta Mercantil; la obra de
Paul Groussac, La divisa punzó, cartas, y
manuscritos) sobre la cual se comienzan a elaborar
las escenas: "Juan Carlos Neyra debería
personificar a don Juan Manuel —dice José María
Rosa con una chispa ladina en sus ojos—; cuando
trabajamos, él actúa los movimientos y da voces
como, a su manera lo habría hecho Rosas. En
realidad me divierte mucho hacer este trabajo",
Quizás importe recordar que en 1966 el historiador
Rosa se presentó a un concurso de guiones de cine,
organizado por el Instituto oficial, con uno
titulado Donde muere el sol, "una fantasía sobre
el cacique Pincén". acota el autor.
José María Rosa ha
publicado más de una decena de libros
especializados
—incluida su Historia
Argentina, en 8 volúmenes; un disco titulado El
revisionismo, y duermen entre sus papeles
numerosos poemas y cuentos.
Rosa ha propuesto al
director Antín abarcar la vida del Gobernador
Rosas entre los años 1813 y 1850, vale decir un J.
M. de Rosas entre los 20 y 55 años de edad,
aproximadamente: "Mi idea es que hay que hacer una
vista de Rosas triunfante, en la cumbre. Creo que
debería culminar después del triunfo argentino
sobre las fuerzas francesas e inglesas, con la
entrevista en Palermo, entre el almirante francés
Lepredour —acompañado por el diplomático británico
Southern— y Rosas, y el consecuente desagravio a
la bandera argentina, hecho que, como se sabe,
consumó la fragata "Astrolabe" en idéntica
ceremonia a la cumplida por la nave británica
"Southampton".
Para José María Rosa,
ése debe ser el final de la película, pues "ello
implica decir que ese desagravio, esa expresión de
soberanía se prolonga hasta nuestros días". En el
balance histórico de ese período —para "Pepe"
Rosa— "caído Rosas, la Argentina pasó a ser una
colonia. Pese a todo —agrega enfáticamente— Rosas
ha dejado a los argentinos: la unión nacional y
las fronteras nacionales; de no haber sido por él,
nuestro territorio podría haber llegado a ser una
Centroamérica. Lamentablemente, eliminado Rosas,
la Argentina perdió la independencia económica, la
soberanía v el sistema americano".
Pero además está
Rosas-hombre. ¿Cómo ve José Rosa al protagonista
de El Señor de la Pampa? ¿Es un arquetipo de
virtudes?
"Yo le disparo a los
próceres de bronce —contesta con una bocanada
espesa del humo de su pipa— y entiendo que Antín
debería hacer un Rosas con sus cualidades y sus
defectos. Rosas fue fundamentalmente un hombre de
campo y adolecía de típicos defectos argentinos.
En sus defectos es también representativo de
nuestro país. Por ejemplo, Rosas padeció lo que yo
llamo la pasión del azar y esto hay que hacerlo
ver. No me refiero a los juegos de azar. Eso de
que los argentinos no se meten es un macanazo. Es
típico del argentino jugarse entero en situaciones
difíciles y, a veces, no es necesario. Tuvo otro
grave defecto, su tremendo personalismo. También
creo que la película deberá subrayar ese defecto
muy argentino. Rosas no sabía trabajar en equipo,
todo pasaba por sus manos en los mínimos detalles.
El detallismo que está documentado, por ejemplo,
en su libro para los estancieros. Su aplicación al
detalle lo hacía vivir encerrado en su estudio,
viviendo una vida antihigiénica
que contribuyó a
avejentarlo. Cuando volvió a andar a caballo en
Southampton, Rosas rejuveneció. Ese manejo
unipersonal llevado a extremos es un grave defecto
y ha sido pernicioso; por ejemplo, la suma de los
poderes públicos: eso no puede ser y hay que
decirlo."
En cuanto a la imagen
cristalizada de la sangre y el degüello, el terror
y el atropello durante el régimen rosista, ¿cómo
piensa planteárselo José María Rosa a Manuel
Antín?: "Sencillamente en los términos verídicos.
Más muertos tienen en su haber los unitarios que
los rosistas. Hubo, es cierto, dos períodos
sangrientos, en días de 1840 y de 1842, y entiendo
que no deben faltar en El Señor de la Pampa. Lo
que se debe agregar es que la atmósfera de miedo
fue creada reflexivamente por Rosas y fue impuesta
deliberadamente para crear un frente interno
unido; fue un recurso político previsto incluso en
la conocida frase de los serenos que, en la alta
noche y con voz cavernosa, decían aquello de
"mueran los salvajes unitarios"'.
De las relaciones de
Rosas con las mujeres "se las planteará tal como
fueron; primero con su esposa, doña Encarnación,
como la compañera y consejera que fue, incluso en
temas políticos; más luego, a la muerte de
aquella, con su hija Manuelita. Rosas no fue un
hombre de aventuras galantes; muerta su esposa,
tuvo ocasionales desfogues físicos, sin otra
trascendencia".
Entre los pasatiempos
de José María Rosa el cine no ocupa un lugar de
preferencia; va a ver las películas que le
recomiendan: "Les disparo a las vistas históricas,
especialmente de origen argentino. Aunque admito
que algunas me gustaron, como Su mejor alumno, La
guerra gaucha y Huella.
Alto y fornido, a los
64 años de edad, su rostro barbado, reminiscente
de Ernest Hemingway, un juvenil sombrero blando
protegiendo su calvicie, buscó en el caldeado
atardecer porteño una tabaquería, antes de
embarcarse para la "barra" de Maldonado: "En
Uruguay no hay tabaco bueno, extranjero", dijo
José María Rosa, y enderezó su marcha hacia el
blando pavimento de la avenida 9 de Julio.
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PASIONES
UN CINE AUTENTICO
La clave de todo es el
tiempo...", filosofó la semana pasada el insólito
cineasta argentino Jorge Prelorán, en la esquina
de Florida y Córdoba. A diferencia de sus colegas
que, atrapados por amonedados sistemas de
producción, cuantifican los minutos laborales
traduciéndolos a costos, Jorge Prelorán pide más
tiempo para indagar fílmicamente a indígenas y
paisanos latinoamericanos, para rescatar y
difundir culturas detenidas, ejemplares en vías de
extinción o usos y costumbres regionales.
Cuando el de enero de
1970 Jorge Prelorán voló a Los Ángeles (EE.UU.)
para dictar dos seminarios cinematográficos para
posgraduados en la Universidad de California
(UCLA), la misma donde él estudió cine 10 años
atrás, una minoría ya había podido admirar en
Buenos Aires (Teatro San Martín) su notable ciclo
fílmico sobre el Norte argentino, incluido su
extraordinario Hermógenes Cayo, que, con el título
de Imaginero, deslumbró recientemente a
especialistas del cine etnográfico, congregados en
diversos centros estadounidenses. Ese ciclo se
difunde actualmente por Canal 7.
Hace 15 días regresó a
Buenos Aires, en el mismo silencio con que partió,
con la misma anónima discreción con que ha
trabajado 4 años, en las más difíciles
condiciones, en la Puna y la alta cordillera
andina. Ahora vuelve enriquecido con una compacta
y cuidada barba "y una experiencia —dice con
apretado asombro— sensacional, trabajando persona
a persona, para sacarle el máximo a un alumnado de
primer nivel, en el departamento cinematográfico
más impresionante que tenga Universidad alguna,
aparejado con 3 estudios, 30 salas de montaje y 5
de mezcladoras de sonido".
Paralelamente, Jorge
Prelorán compaginó su largometraje 'Los guaraos',
que filmará en el delta del Orinoco (Venezuela),
documentando la vida de in-
dios canoeros, con la
sola colaboración de dos asistentes.
"A estos seminarios
sólo pueden asistir quienes hayan hecho un film,
por lo menos, y se admite un 10 % de los
postulantes, provenientes De todas partes del
mundo. Se está produciendo una eclosión
impresionante. Los alumnos filman con una libertad
total, se los incita en ese sentido y se zambullen
en los temas más críticos de la realidad social
contemporánea. He aprendido cosas imborrables
—sentencia Prelorán— en una experiencia muy
distinta a la que padecí en Córdoba cuando mis
clases eran magistrales, conversadas. A los seis
meses largué."
Prelorán deberá
retornar por corto tiempo a UCLA para finiquitar
trabajos pendientes: la compaginación de 'La
tirana', obra de un realizador chileno, y luego le
importa retornar al sur del Río Grande. "Yo quiero
filmar", dice Prelorán terminantemente.
Dos son los proyectos
concretos que lo reclaman y que está dispuesto a
asumir. Uno se refiere al ámbito social en que
desarrollan su actividad las escuelas rurales, con
total prescindencia de las de orden burocrático.
"Este proyecto —afirma Prelorán— se realizará en
el Norte argentino y en el Orinoco."
El segundo tema lo
llevará, en el invierno de 1971, a vagabundear por
el litoral, particularmente por Corrientes, con la
supervisión científica del especialista argentino
Augusto Cortázar, y el apoyo del Fondo Nacional de
las Artes, la OEA y UCLA, entidad esta última que
patrocina las películas sobre escuelas rurales.
"He vuelto a Buenos
Aires porque extrañaba a mi hija, porque añoraba
mi país. Ya estoy listo para atacar
cinematográficamente a 1971; he probado nuevas
técnicas, estoy más consciente de lo que hago."
5/1/71 • PRIMERA PLANA
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