Mágicas Ruinas
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________LAS ARTES__________
Cine: El Ultimo Costa-Gavras
A principios de abril el film Estado de sitio no pudo ser exhibido en un Festival de Nueva York porque contrariaba sentimientos nacionales. El incidente agrega leña a un fuego de larga data. El director griego Costa-Gavras (Z, La confesión) basó su film en un incidente político uruguayo, hizo el rodaje en Chile, estrenó en París y obtuvo allí el Premio Louis Delluc, reservado por la crítica para obras de inquietud especial, y obtenido en competencia con El discreto encanto de la burguesía, de Luis Buñuel Sobre los orígenes del film de Costa-Gavras informa el reportaje siguiente, realizado en París por el periodista norteamericano Henry Parker.

En estos meses, la imagen de los Estados Unidos en el periodismo mundial ha sufrido un golpe tras otro. Las relaciones de la ITT con la CIA, ventiladas en el Senado a propósito de la presunta intervención en la política interior de Chile, se han superpuesto a las confesiones de los veteranos de Vietnam, que en revistas europeas han informado sobre cómo fueron instruidos en el arte de arrancar las uñas a sus enemigos. Y a ello se agregan aún las denuncias sobre el tráfico de drogas en el Sudeste asiático, como una consecuencia de la misma guerra. En ese cuadro aparece Estado de sitio, el film de Costa-Gavras sobre la intervención oculta de los Estados Unidos en las fuerzas policiales del Uruguay. El relato sabe ahorrarse todo ditirambo a los tupamaros y toda propuesta a la guerrilla. Quiere ser una descripción fría, documentada y precisa de un caso real, un testimonio sobre cómo el Departamento de Estado apoya a la policía uruguaya para combatir a la guerrilla urbana.
Hay dos tesis en el film. La primera aclara que el gobierno norteamericano no actúa solamente a través de la CIA o del FBI, sino también por medio de instituciones de apariencia más inofensiva, como la AID, concebida como una ayuda para el desarrollo internacional, que cual nuevo caballo de Troya puede transportar en su vientre a profesores de represión y de tortura. La segunda tesis, la que convierte al film en un relato sólido y disipa el riesgo de su panfleto, dice que ese profesor de torturas no es un monstruo que deba ingresar a los libros de la psicopatología, sino un hombre normal, buen esposo, feliz padre de familia, honesto representante de una cultura y un sistema en los que cree.
Después de Z y de La confesión, este otro paso de Costa-Gavras consigue desconcertar nuevamente a quienes ven el mundo como un paisaje en blanco y negro. La izquierda mundial se plegó a Z porque leyó una denuncia contra
el fascismo griego; después, la derecha se plegó a La confesión, por su crítica a las purgas con que los regímenes comunistas han depurado sus propios bandos. La izquierda será nuevamente el público más apto para Estado de sitio, pero aún ella podrá resistir la pintura moderada y humana de su villano protagonista. El personaje se llama Santoro y está interpretado por Yves Montand, pero en casi todo el mundo, y ciertamente en América latina, no es ya un secreto que el hombre real se llamaba Dan Mitrione.

MECANISMOS VERDADEROS. Costa-Gavras vive con su mujer y sus hijos en un sencillo departamento en el centro mismo del Barrio Latino. Hasta las ventanas de su sala llegan olores de hierbas y aceites exóticos, variablemente chinos, marroquíes, griegos o hindúes. Para llegar allí hay que cruzarse con paquistaníes, japoneses, suecos, senegaleses que deambulan sin rumbo arrastrando mochilas y largas cabelleras hirsutas.
"Me gusta este barrio", dice Costa-Gavras, mirando las gárgolas de la iglesia Saint-Severin, a 15 metros de su ventana, y bajando luego la cabeza hacia la interminable e insólita procesión.
—¿Cuándo llegó a París?
—Hace veinte años. Pero no era un turista. Venía a estudiar. Para mí, París fue como una enorme e infinita librería. Leía 12, hasta 14 horas por día. Era una verdadera bendición. Todo estaba allí, al alcance de la mano. Empecé a estudiar letras en la Sorbona, pero me di cuenta de que ya no me interesaba el estudio circunstanciado de los clásicos. Pasé a estudiar al Instituto de Cine, pero sin pensar .jamás que podría convertirme en director. En Francia, ése es un reducto difícil de penetrar para un extranjero. Mientras estudiaba, trabajaba en lo que podía. Pedía diarios de casa en casa y luego los vendía. Era un típico y odioso trabajo de estudiante, batallado ante muchos que nos cerraban la puerta en la cara. Trabajé como extra en Boris Godunov, en Cosí fan tutte y en otras óperas. Y luego, no sé, cualquier cosa. Veía mucho cine en esa época: Frank Capra, John Ford, todo el buen cine de Hollywood que nunca había llegado a Grecia, y además todo el viejo cine francés, de Carné, Renoir y otros...
—¿Qué lo ha llevado a abordar casi inevitablemente el cine político?
—En el mundo hay hambres y guerras. Me importa buscar y mostrar sus causas, desnudar los verdaderos mecanismos que se ocultan detrás de los aparentes.
—Comprendo que los problemas griegos le afecten directamente, y sería redundante preguntar a un griego por qué eligió hacer Z. Pero ya parece menos natural que Ud. haya hecho La confesión, pues aun cuando una parte de la izquierda pueda compartir su crítica, seguramente rechaza un film que dará argumentos a la derecha.
—Sí. He balanceado todo eso de antemano, pero decidí que debía hacer ese film. Me parece una actitud saludable, aunque alguna izquierda, por supuesto, no lo entiende así. En el diario Le Figaro...
—¿Diario de centro? _
—Digamos de centro derecha. Allí escribieron: "Son los lobos que se comen entre sí”. O sea, que vieron que el film estaba hecho desde dentro y desde una posición de izquierda.
—Hasta ahí parecen claras las razones de un creador europeo. Pero, ¿qué te hizo llevar la atención hacia el Uruguay, un pequeño país latinoamericano, mal conocido, de poco o ningún peso internacional?
—Tal vez porque en ese momento los tupamaros habían llevado a ese país pequeño hasta el escenario mundial. Y detrás de ese hecho, era evidente que los Estados Unidos actuaban como un país gendarme, tratando de decidir lo que puede o no puede hacer un pueblo. Ese contralor es especialmente grave en América latina. Desmontar ese mecanismo a través de un hecho concreto, como el secuestro y la ejecución de Mitrione por los tupamaros, era revelar una situación que se repite a escala mundial, aunque en cada área concreta adopte formas diversas.
—¿Cómo se convenció de que Mitrione, miembro de la AID, podía estar vinculado al aparato represivo que Estados Unidos suele montar a través de la CIA, que es su instrumento ya clásico?
—Se cae a menudo en el error de creer que Estados Unidos actúa solamente a través de la CIA, o de presiones diplomáticas, o de la agresión abierta como fue el caso de Vietnam. Las organizaciones más inocentes de apariencia son mejores instrumentos de penetración. El USIS, los Cuerpos de Paz, la Alianza para el Progreso, tienen en sus filas a gente que no conoce la verdadera finalidad de cada institución. Pero están los otros...
—¿Por qué pensó que Mitrione estaba entre los otros?
—Cuando supe cómo era el edificio de la embajada norteamericana en Montevideo, fue fácil entender la situación. Es una verdadera fortaleza sobre el mar, con telecámara a circuito cerrado, vidrios blindados, azotea apta para el aterrizaje de helicópteros. Por eso quise hacer un film que llevara a entender cada embajada norteamericana como un centro de espionaje.
—¿El caso Mitrione ofrecía esa posibilidad?
—No explicaré ahora la conducta que sobre determinadas noticias tienen los agentes de prensa, pero son justamente los vacíos y las contradicciones de las noticias lo que hace adivinar otra cosa detrás.
—Usted ha dicho a la prensa que el film es auténtico hasta en los detalles, pero también dice que las versiones periodísticas no eran claras. ¿Cómo llegaron usted y Solinas a ponerse en contacto con los hechos?
—Hacer un libreto desde Europa, tomando cosas de aquí y de allá, no nos convencía mucho. Decidimos trasladarnos e investigar en Montevideo, que fue el escenario real.
—¿Cómo pudieron obtener datos casi secretos?
—De diversas maneras. El mismo día en que llegamos —y viajamos muy discretamente— se cumplía un año de la muerte de Mitrione y se realizó en la Jefatura de Policía una ceremonia de conmemoración. Nos pareció que ese homenaje a ese maestro de torturadores era ya sangriento. Después buscamos los contactos que nos darían información.
—¿Tupamaros?
—No sólo tupamaros. Casi toda la izquierda estaba dispuesta a informar. Vimos a tupamaros, a miembros del Partido Comunista, a varios sectores de la oposición. Revisamos toda la prensa aparecida un año atrás, durante el secuestro y la muerte. Allí había datos inestimables. Al comienzo del secuestro se habla del “diplomático" y poco después del “funcionario americano" que llegó para ayudar al Uruguay. Más tarde, lo mencionan como técnico de la AID (Agencia Internacional para el Desarrollo). Había sido en ese momento que los tupamaros habían obtenido y enviado cartas del FBI y de la policía uruguaya sobre Mitrione. La oposición había comenzado a actuar en el Parlamento, planteando las preguntas claves: qué hacía Mitrione en la policía uruguaya, quién lo había contratado, quién le pagaba.
—¿Hubo respuestas a esas preguntas?
—Muy confusamente. Había demasiados intereses en juego, pero se aportaban pistas.
—La oposición colaboró así con el libreto.
—No sólo la oposición. También Alejandro Otero, el comisario que dirigió durante mucho tiempo la lucha contra los tupamaros, declaró a una revista brasileña que fue Mitrione quien “introdujo la tortura sistemática en el Uruguay”.
—Eso planteó la pregunta clave: si Mitrione es enviado por la AID y luego Mitrione es maestro de torturadores, ¿qué es la AID?
—Exactamente. A través de los tupamaros y de los comunistas recibimos invalorables informes que luego confirmamos. Antes de llegar al Uruguay, Mitrione había sido asesor de la policía en la ciudad brasileña de Belo Horizonte, importante centro minero y sindical. También había estado en Brasil durante el golpe de Estado que derrocó al gobierno democrático de Goulart y había vivido en Santo Domingo durante el desembarco de los marines en 1965. Todo se volvía muy claro.
—¿Y cómo confirmaron esos datos?
—En varias formas. Tuvimos acceso a una descripción circunstanciada, hecha clandestinamente por un policía que había asistido en Estados Unidos a los cursos dictados para funcionarios policiales latinoamericanos. Eran cursos recomendados por Mitrione e instruían a miembros de futuros Escuadrones de la Muerte. Y luego el padre Louis Colonnese, perteneciente a la Conferencia Católica Norteamericana, dijo en una entrevista: "Mitrione y los otros consejeros de la AID están al servicio de una situación que se parece mucho a la guerra”. Y después: "Las víctimas no son sólo guerrilleros, sino estudiantes y sindicalistas". Hay que agregar que Nelson Bardesio, un miembro confeso del Escuadrón de la Muerte, confirmó esas actividades. Durante su secuestro por tupamaros se publicitaron las extensas declaraciones de Bardesio: bombas a militantes de izquierda, asesinatos de jóvenes estudiantes. Un año después de la muerte de Mitrione se sabía casi toda la verdad. Eso es lo que el film quiere trasmitir.
Copyright Panorama, 1973
PANORAMA, ABRIL 19, 1973
 

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