La cinta rusa se
llamará "Cuento sobre un principito" y hará el papel protagónico el
precoz Evaldas Mikaliunas, cuya figura parece
haber sido creada por el propio Exupéry. Evaldas
fue elegido entre dos mil niños rubios, de un
promedio de seis y siete años de edad, por el
joven director Arunas Zhebriunas
Es un niño que pregunta
y un adulto que contesta. Un poco distraídamente,
porque tiene que arreglar el motor de su avión,
caído en pleno desierto.
—Las espinas, ¿para qué
sirven?
—Las espinas no sirven
para nada. Son pura maldad de las flores ...
—¡No te creo! Las
flores son débiles. Son ingenuas. Se defienden
como pueden. Se creen terribles con sus espinas.
El adulto, martillando
un bulón, preocupado con su máquina, atisba la
expresión azorada del niño. Dice: —¡Yo no creo
nada! Te contesté cualquier cosa. ¡Yo me ocupo de
cosas serias!
El niño, enojado, o más
bien desencantado, dice: "Confundes todo, mezclas
todo, hablas como las personas grandes. Conozco un
planeta donde hay un señor carmesí. Jamán ha
aspirado una flor. Jamás ha mirado a una estrella.
Jamás ha querido a nadie. No ha hecho más que
sumas y restas. Y todo el día repite como tú: ¡Soy
un hombre serio! ¡Soy un hombre serio! Se infla de
orgullo. Pero no es un hombre, ¡es un hongo!"
Corría el año 1940.
Europa comenzaba a resquebrajarse en mil pedazos,
los nazis ganaban posiciones. Antoine de Saint
Exupéry concluía El Principito, una de las obras
literarias más frescas y deliciosas que se hayan
escrito jamás. Con la apariencia de un cuenta para
niños es una gran metáfora del caos, de la
insensatez, del poder, de la vanidad y del mundo.
Principito pregunta y se asombra y filosofa y se
enamora con toda naturalidad de una flor y dialoga
sensatamente con reyes, serpientes, vanidosos y
hombres de negocios. Deambula por distintos
planetas (él nació en el asteroide B612),
abrumando a poderosos monarcas e inteligentes
mercaderes con las transparentes imágenes de su
sentido común.
Ahora, por primera vez,
El Principito tendrá una cara de verdad. Los rusos
lo llevarán al cine, corporizando los trémulos y
melancólicos dibujos de Saint-Exupéry.
Curiosamente, el pequeño príncipe —que ya cumplió
su cuarto de siglo— es el primer héroe francés de
exportación. Se agregan otras circunstancias
curiosas: Antoine de Saint Exupéry, aviador
profesional, vivió mucho tiempo en la Argentina y
fue uno de los fundadores de Aeroposta, avión
correo que unía las localidades del sur argentino.
A bordo de un desvencijado Junker, que parecía
desarmarse con los fuertes vientos de la
Patagonia, se encaró a menudo con la muerte. Su
azarosa vida de piloto en la Argentina está
dramáticamente documentada en "Vuelo nocturno", un
alucinante cuaderno de navegación, donde el
escritor muestra hasta qué punto se halla
consustanciado con su endeble máquina, a la que
acaricia y habla, con ese animismo de que solo son
capaces los niños y los poetas.
A poco de concluir El
Principito, en pleno fragor bélico, Saint Exupéry
se alista como piloto de la RAF. Los que leyeron
su obra, recuerdan la melancólica y algo extraña
desaparición de El Principito. Un último dibujo,
un desgarbado esquema (dos líneas que se
entrecruzan y una estrella) simbolizan el desierto
de África, donde tuvo lugar el encuentro y la
desaparición. Junto al dibujo, Saint Exupéry
escribe: "Mirad atentamente este paisaje a fin de
estar seguros de que habréis de reconocerlo, si
viajáis un día por África. Y si llegáis a pasar
por allí, os suplico: no os apresuréis; esperad un
momento, exactamente debajo de la estrella. Si
entonces un niño llega hacia vosotros, si ríe, si
tiene cabello de oro, si no responde cuando se le
interroga, adivinaréis quién es. ¡Sed amables
entonces! No me dejéis tan triste. Escribidme en
seguida, decidme que el principito ha vuelto...".
Nadie pudo escribirle.
En algún aparato de la RAF, abatido a miles de
kilómetros de la estrella de referencia, murió
Saint Exupéry. Se cree que la máquina cayó en la
campiña italiana. Nadie supo más nada de él y una
enorme leyenda envolvió para siempre su exótica
figura. Sin embargo, hay una sola certeza: debajo
de la estrella, un, avión abatido vio acercarse a
un niño que no contestaba a las preguntas. Y Saint
Exupéry reencontró a su principito. Y todo volvió
a comenzar. Los niños del mundo saben que es
rigurosamente cierto.
Revista Siete Días
Ilustrados
01.08.1967
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