Un círculo de
conjeturas procederá a cerrarse el próximo marzo,
cuando se estrene en Buenos Aires Juan Moreira, el
primer film en colores de Leonardo Favio. Se
desplegará, simultáneamente, el abanico de
opiniones. Al margen de que Juan Moreira sea
calificada como una buena película —de lo que casi
nadie duda—, existe en los diversos sectores del
mundo del cine la sospecha de que en este film
Favio ha optado, entre varios, por un camino
definitivo. Esa elección no se vincula, en
realidad, a detalles estilísticos sino
al lugar —objetivos,
función real, reacciones— que ocupa una obra de
arte en la sociedad. Favio deberá saltar varios
aros de fuego. En principio, si Juan Moreira
resultara una gran película, con público masivo y
visto bueno de los críticos de diarios, su
director entrará, por primera vez, al mercado
comercial. Para muchos intelectuales, adictos a su
Crónica, ese ingreso significará, seguramente, que
lo ha hecho para siempre y por la puerta maldita.
Esa que, para abrirse, exige un único
salvoconducto: el engaño al público, la trampa.
Esgrimen, para asentar la hipótesis, algunos datos
proporcionados por el mismo Favio: su pasaje por
la canción y una película atroz, Fuiste mía un
verano.
Si Juan Moreira no
fuera un éxito multitudinario, Favio tendría que
pasar, todavía, otro examen. Tal vez —suponen
muchos— haya caído en el esteticismo. Y también
suman argumentos: algunos pasajes de El romance y
de El dependiente adolecerían de cierto
engolosinamiento visual. Aunque las opiniones
personales e incluso la óptica ideológica de los
entrevistados por Panorama son dispares y, a
veces; opuestas, sus reacciones respecto de Favio
tienden a parecerse. Él, como un dios, ignora las
críticas y discurre sobre cine argentino:
"Adolece de talentos. A
ninguno de los realizadores que conozco —salvo a
Birri— se le ocurrió caminar por el borde del
precipicio, que es lo más hermoso que tiene la
creación. Todos se quedan en las formas, carentes
de ese toque, ese imponderable que consiste en
adentrarse en las personas y en los
acontecimientos con profundidad. Tengo que decir,
con bastante desazón —o quizá con una alegría que
es parte de mi egoísmo—, que no he encontrado
talento en la cinematografía argentina. Amagos,
sí, Existe un cine tramposo (Fernando Ayala) que
se acerca a un problema y lo trata dentro de lo
que le permite la censura. Trabajan por
aproximación pero no con conocimiento: no conocen
al ser humano. Tienen un mundito pequeño. Hacen
películas paquetas y que quedan bien. El cine
intelectual (Los jóvenes viejos, Tres veces Ana)
fue un cine de transición donde todos eran amigos
de Agnés Varda, parientes de Truffaut, y no se
daban cuenta de que estaban en América latina. Es
preferible el cine de De la Torre, que plantea
conflictos cotidianos. Pero, de todos modos, es el
quiero y no puedo. El cine más valedero es el que
parte del individuo. El histórico o sociológico
(La hora de los hornos) es un engranaje más de
nuestra cultura. Pero no tiene grandes resultados
como obra de arte, sólo pantallazos. Digamos que
es a la manera del cine. A la manera del cine se
cuentan cosas que suceden en el mundo."
EL OFICIO DE VIVIR.
Recostado contra un árbol, con Delia entre sus
brazos, Anselmo, un jovencito del suburbio, ensaya
palabras melosas. Finalmente, Delia "se olvidó de
que aún no había anochecido y se pegó a la boca de
Anselmo hondamente". Tres cuadritos más adelante,
Anselmo se atreve; "¿No creés que, cuando dos
personas se quieren, necesitan estar juntas?"
Delia era demasiado inocente: había que ir más
despacio, se lee en la parte superior de un
cuadrito decisivo. "¡Anselmo! Claro que sí
—exclama apoyando su cabeza sobre el corazón de
él—. ¡Mirá nosotros!" Con los ojos cerrados y la
corbata en desorden, Anselmo aclara: "No... Yo
digo más juntos... ¡Casados!" En los últimos años
de la década del 50, Favio apareció en innúmeras
fotonovelas, un género que en aquella época sin
televisión era digerido glotonamente en
peluquerías, colectivos y dormitorios femeninos. A
medida que Fernando Ayala y, sobre todo, Leopoldo
Torre Nilsson lo incluían en los repartos de sus
películas (El secuestrador y El jefe, en 1958, Fin
de fiesta, 1960, La mano en la trampa, 1961, y La
terraza, 1963), su rostro fue saturando ese
periodismo especializado en convertir la vida de
las estrellas en otra sabrosa ficción.
A la manera de un
despacho de guerra, la revista Radiolandia daba
cuenta a sus lectores de las alternativas del
desencuentro María Vaner-Leonardo Favio. El último
párrafo del parte: "Al cierre de esta edición se
sabía que María Vaner y Leonardo Favio no residían
ya en la misma casa. Favio se habría instalado ya
en otra residencia y los dos hijos, frutos del
matrimonio, estaban a cargo de Marilyn. Aunque
siguen las gestiones de varios amigos comunes,
tendientes a lograr un entendimiento en la pareja,
reina pesimismo en cuanto al posible resultado de
esas gestiones".
Las experiencias
vitales de Favio se han reflejado, a través de los
medios de comunicación, en imágenes distintas y, a
menudo, contradictorias. Como un juego de ingenio,
algunos trazos se corresponden adecuadamente pero
rebotan con otra serie, cuyas líneas se encadenan
con facilidad. Su rostro de pequeño prontuariado
se continúa con el del adolescente sin normas
—fijado como "rebelde", "díscolo", "agresivo"— y,
sobre todo, con el joven desesperado que recurrió
a los barbitúricos. Durante mucho tiempo, Favio
fue "víctima". De la sociedad, del azar, de las
trenzas, de los hombres mediocres y de los hombres
malos. Por otro lado, desde su infancia pobre y
mendocina hasta el éxito como cantante celebrado
por miles de adolescentes, su caso es semejante a
mil y una historias de boxeadores, jugadores de
fútbol y actores famosos. Para este fenómeno, el
habla cotidiana acuñó una metáfora insuperable:
"estrella". En medio de este aparente caos,
surgieron tres películas casi perfectas, con
excelencia técnica y rigurosa selección de temas
populares.
CRITICA DE LA RAZON
PURA. Distintos públicos responden, como una
sombra, a cada una de esas figuras. Las niñas que
devoraban las fotonovelas que él ilustró con sus
cejas exuberantes y sus ojos árabes, sólo
volvieron a encontrarlo alrededor de 1969 a partir
de 'Fuiste mía un verano'. Por eso, entre sus
huestes se encontraban, hace tres años, señoras de
más de 30 y jovencitas de 15. "La primera canción
que le escuché —contó a Panorama Susana Cervetti
de Márquez (36 años, 2 hijos)— fue 'Simplemente
una rosa'. Desde que lo vi me impactó. Cuando era
chica me gustaba Mario Clavel, pero ahora nadie me
gusta como él. Y, por más que pase el tiempo, me
sigue gustando. Es una lástima que no cante más.
Algunas canciones son un poco subidas de tono —por
ejemplo, ésa que dice: «Vamos, muchacha, te voy a
enseñar lo que es el amor y, con el tiempo, te
brotará una flor»—, pero a mí me gustan. Se nota
que tiene problemas y un carácter un poco raro."
Por su parte, Graciela
Deganis (18), opinó: "Es un ególatra, pero eso lo
favorece en el trabajo. Hace lo que le gusta y
tiene buen gusto. Para mí, no es un ídolo de la
canción sino una gran personalidad. En él se unen
inteligencia y capricho. Me gusta lo que dice y
cómo lo dice, aunque no tiene voz. Cuando canta
abre los ojos y con las manos parece que va a
matar a alguien. Como buen ególatra escribe para
él, vive para él. Hasta a Carola la tiene para él.
Es un vanidoso en acción".
Pero aquellos juegos
florales de Carnaval —en los que Favio solía
desmayarse o rematar con grescas y consecuentes
pedidos de captura— producían chispas al contacto
con su otra cara: la del director
más minucioso que acaso tuvo el cine argentino. Su
público de intelectuales (de izquierda o
esteticistas puros) proclamó desencanto, ironía o
furia; nunca, complicidad.
"El intelectual tiene
la lengua larga y la memoria corta. Desde la
platea es fácil juzgar la vida de otro. Yo no los
he defraudado. Ellos no estaban capacitados para
comprender. Cuando me largué a cantar —no me
dediqué a la usura, me dediqué a cantar— se
tiraron de los pelos. Y se equivocaron: el estar
divorciado de la sensibilidad popular produce esos
fenómenos que se dieron en el cine y la poesía
argentina. Yo nunca posé, o viví posando tanto que
se ha hecho parte de mi vida y ha dejado de ser
pose. He acumulado cosas en mi vida y la vivo
intensamente, sin embromar a nadie y, dentro de
mis posibilidades, haciendo las cosas con la mayor
dignidad posible. Para guerrillero no sirvo...
Además, no creo en la eternidad, que le pertenece
a unos pocos: Buda, Cristo, el Che Guevara, Eva
Perón. Yo estoy entre los bufones de la corte.
Pero un tipo con conciencia, que jamás va a mandar
a la cárcel a nadie por una deuda. Eso podría
quedar en mi epitafio.
"Muchos gustan de los
mártires. Yo era un tipo que se moría de hambre y
que recibía premios en forma apabullante. Les
gustaba ver a ese pibe frágil en manos de los
oprobiosos burgueses. Un D'Artagnan que, de
pronto, se ponía una capa, agarraba una espada y
los mataba a todos con premios. Pero están
equivocados. Porque es tan difícil enfrentar al
almacenero cuando no hay plata como enfrentar a
los críticos en un festival. Entonces fui un
Satanás que ganaba millones y había dejado el
cine. Eso no se deja. Pero, con todo, me respetan
porque no les di changüí, seguí sonando con mi
nombre. Un poco soy el mejor director de cine
porque dejé de hacer cine. ¿Cómo pudieron
olvidarse de Mario Sóffici, de Birri? Cuando
dirigí El dependiente —que es mi mejor película—
ya había grabado Fuiste mía un verano. Por eso les
dieron premios a Vidarte, a Nora Cullen, y a mí me
relegaron. Pero los críticos saben que mintieron.
De todos modos, yo no guardo ninguna crítica: eso
envejece".
MANOTON. Mientras
embolsaba y desembolsaba millones, vivía
jubilosamente en el Alvear Palace Hotel, con su
segunda mujer, Carola Leyton, y una corte voraz;
tenía ocurrencias que fueron calificadas como
gestos publicitarios o fugaces momentos de
lucidez. El 26 de diciembre de 1969, apareció en
el diario Crónica —una solicitada con su firma y
el título "Carta a mi pueblo": Muchacha, pibe
provinciano: Si yo tuviera un día la más leve
esperanza de que el consejo mío se prendiera en tu
sangre... Si mi ternura te sirviera de algo y
estos años que tengo defendieran los tuyos, le
sirvieran de abono a tus años tan nuevos... yo te
diría: Regresá a las madrugadas de acuarelas
brillantes de tu pueblo lejano ... Madrugadas
sonoras de acequias y de ríos, de gallinas y
pájaros. Regresá hacia el milagro de los brotes
que avanzan, al cantar en los atardeceres de la
vieja campana de la pequeña iglesia de tu pequeño
pueblo. ¿Por qué no volvés a la fiesta de todos
los domingos gastando los caminos de la plaza? Esa
que tiene por toda estatua un mástil puesto sobre
un montón de adobes asimétricos ... Regresá a la
simple claridad de la vida... En fin...
(Perdóname, sólo quiero invitarte a meditar un
poco...) Regresá a la simple claridad de la vida:
¡no te ciegues con esto! ¿Sabés por qué te digo?
... Quizá yo me equivoque, pensalo por las tuyas,
ojo. Pero tan lejos de la verdad no ando y este
montón de hierros y cemento, por prestarte una
uña, te quita todo el brazo. Entendé: mi ternura
hoy quiere defenderte. Yo te imagino a vos podando
los cerezos... agrandando una acequia. Bajo un
parral pequeño con un libro en la mano... jugando
con tu perro... ¡qué sé yo! Dios, si vos me
escucharas, si. de algo te sirvieran los fracasos
ajenos. Si esta nostalgia mía te sirviera de algo.
Volvé a la milagrosa mañana campesina. Defendé esa
limpieza que te brota por todos los costados. Hace
que sirva de algo... Pibita amiga, hermano: esta
tristeza mía... la nostalgia que tengo de mi
pueblo lejano, y de andar por los ríos jugando con
los pájaros (porque te juro: todo lo que he
logrado lo cambiaría ya por un amanecer en mi
provincia, junto a mi compañera, con un perro y
una acequia). Por poder caminar totalmente
ignorado, libremente, por donde se me antoje
siendo uno más de ustedes: que, cuando hacés
recuento es lo que vale. En fin... por no ser.
EL LEON DE FRANCIA.
Curiosamente, el público de sus fotonovelas y el
de sus canciones pertenece casi al mismo
sector social de los
personajes que pueblan sus películas, aunque las
convenciones de culturas distintas tiendan a
alejarlos. Las radios de la villa miseria en la
que, por breves períodos, vivió Polín,
trasmitieron, con seguridad, 'Fuiste mía un
verano' hasta que bajó la fiebre. También los
altoparlantes del club de Luján de Cuyo, Mendoza
(su pueblo natal), habrán tronado con su voz para
que bailara algún sobrino del Aniceto. Y es fácil
imaginar que tanto la Francisca como la señorita
Plasini leían fotonovelas. Esta correspondencia
natural fuera quizá la del ve para ordenar el caos
y redima los pecados de Favio, al margen de sus
propias justificaciones:
"Simplemente una rosa,
es para el tipo que tiene swing. Es como la foto
del fotógrafo de plaza. Con un encanto inimitable,
tiene su tiempo y, además, uno se la saca en un
momento especial. El tipo toma la foto, la pone en
el tachito de lata, charla, se fuma un cigarrillo.
Después la entrega y no hay nada que pueda
superarla. El fotógrafo de Life o un buen
fotógrafo nuestro va a poder imitarla, pero
superarla, nunca. Tampoco el fotógrafo de plaza va
a poder reemplazar al de Life. Son mundos
distintos. Pero hay que entrar en ésa para llegar
a comprender Simplemente una rosa. Lo que no sirve
es la foto «artística», que no es ni chicha ni
limonada, que viene a ser el cine de Fernando
Ayala, tramposo. El cine de Sandro es bello;
Hiroshima, mon amour, es un cine genial, "Yo hice
Crónica, el Aniceto, El dependiente y el Juan
Moreira porque nunca dejé de admirar a Juan Carlos
Chiape y, por eso, estoy salvado. Cuando pierda
perspectiva popular, voy a entrar a tomar
inyecciones para el cerebro. Mi mayor ambición es
lograr lo que Chiape logró a través del
radioteatro: la total honestidad de los personajes
y la comunicación total con el público, la magia.
Si en el Juan Moreira logro el 40 por ciento de lo
que lograba Chiape con su Nazareno, Cruz y el
lobo, empiezo, mejor dicho, empieza una nueva
etapa en el cine argentino. No hay que olvidarse
que el radioteatro es nuestro, el angelito que
baja en El romance... es nuestro, lo inventamos
nosotros, los argentinos. Chiape es sincero, está
creando de verdad, no está macaneando. Esto es
sencillo: a uno le gusta Chiape o no le gusta, le
gusta Gardel o no le gusta. Hacer cine para el
pueblo es sencillo. Basta con contarles sus
propios conflictos, pero sin querer quedar bien
con los críticos. En la medida en que uno se
mantenga en una línea de honestidad y no pretenda
venderle nada raro a nadie, él va a aceptar. Sin
darme cuenta, yo hacía cine para una élite. Ya no,
porque es error gravísimo. Puede servirme como
estudio, como ensayo, pero esos deberían haber
sido mis exámenes al egresar de una escuela de
cinematografía. Yo hice un cine como El romance...
sin tener en cuenta a sus protagonistas. Los
mostré, simplemente. No hice cine para ellos sino
sobre ellos, y para los causantes de que esos
seres vivan así. Si lo hubiera hecho para ellos,
tal vez habría tenido una forma tan diferente que
no estaríamos hablando de él."
LA CONSTELACION. Pocos
argentinos vieron las películas de Leonardo Favio.
Aunque los críticos no le ahorraron elogios,
Crónica de un niño solo se estrenó —en las salas
Libertador y Paramount— el 5 de mayo de 1965, y
sólo catorce días después fue reemplazada por 'Las
amistades particulares', un oprobio de Jean
Délannoy. Una fila de chicos baja lentamente por
la ancha escalera del albergue. Junto a las
columnas —y sus sombras bien visibles—, el celador
vigila hasta que se desvanece el eco de los pasos
del último pupilo. En el patio de baldosas negras
y blancas, de cara a la pared y apoyado con ambas
manos, un chico golpea infinitamente una pelota de
goma contra el zócalo. Cuando el grado de modorra
lo permite, se reúne con sus compañeros para
compartir un pucho o comentar la frustrada fuga de
Polín. Junto al río y entre los árboles, en un
ambienté luminoso, tres adolescentes desnudos
persiguen al amigo de Polín, que no quiso
desvestirse ni nadar y construía obsesivamente,
con pequeños trozos de ramas secas, un cerco para
las ranas. En todo momento los personajes hablan
un idioma tan real y, sobre todo, con un acento
tan parecido a la realidad que, en el cine
argentino, parecen mentira.
El 1º de junio de 1967
se estrenó, en los mismos cines, El romance del
'Aniceto y la Francisca, de cómo quedó trunco,
empezó la tristeza y unas pocas cosas más'. Los
elogios de la crítica fueron relativos, y el 7 de
junio, Basta la salud, de Pierre Etaix, le ganó de
mano. A través de sus varios altoparlantes, la
pista incita a los galanes de sábado a la noche,
que preparan su único traje oscuro. La chica del
11 y los compases de D'Arienzo llegan,
amortiguados, hasta la pieza del Aniceto; cuatro
muros blancos y una cama de bronce con dos
angelotes. El Aniceto se demora, en cuclillas,
frente al brasero hasta que, por fin, enciende un
cigarrillo.
El dependiente se
estrenó el 1º de enero de 1969. Pudo verse en el
Paramount durante una semana y en el Libertador
casi tres. Para el crítico de Primera Plana era
una mera recreación del cine truculento español,
estilo El cochecito (Marco Ferreri, Rafael
Azcona). En un patio con macetas y radio
prehistórica, una madre inolvidable —Nora Cullen—
baila, mareada, una canción de Palito Ortega.
Mientras tanto, a pocos pasos, "el dependiente"
toma temblorosamente su taza de té y le dice a
Graciela Borges, sentada en un sillón de
esterilla: "Yo la quiero, señorita Plasini".
"Para mí Crónica es un
tema no una gran película. Es un producto de las
ganas y de la bronca. A mí me hubiera gustado
filmar la vida como la vida misma. Si un tipo
vivía 50 años, yo tenía que hacer 50 años de
película. Tenía un tiempo muy personal, pero sin
equilibrio. Me extasiaba con mi propia obra y me
dejaba llevar. A partir de El romance... encuentro
un estilo que termino de desarrollar en El
dependiente. Comienzo a hurgar más en los
personajes y a darle a cada uno su ritmo. En los
momentos en que los personajes están
psicológicamente compenetrados, les corresponden
iguales planos, iguales puntos, iguales comas. El
dependiente es mi película más complicada, menos
ceremoniosa, más inteligente. Cada personaje está
bordeando el ridículo y, en ese punto, la película
se convierte en una tragicomedia, esa mezcla de
grotesco y ternura.
"Pero con El
dependiente termina el ciclo intimista. Ahora me
gusta más el espectáculo de la vida. El bullicio,
los colores. Prefiero conglomerar los conflictos;
me gustan más las multitudes que el individuo.
Debe ser que estoy perdiendo el provincianismo.
Creo que, día a día, mi carrera de realizador va a
ser más compleja y más cara. Como nos manejamos en
términos industriales, cada día me va a traer más
conflictos para expresarme a través del cine. Pero
cuando lo haga será con gran barullo. Y también,
cuando me caiga, voy a hacer un ruido bárbaro."
DIAGNOSTICOS Y
HOROSCOPO. Pertenecientes a distintas generaciones
e, incluso, a diferentes corrientes de la cultura
argentina, varios directores de cine fueron
consultados por Panorama. Mario Soffici acompañó
sus opiniones con una sonrisa cómplice; Edmund
Valladares (38 años, Nosotros los monos) desplegó
una vocación por la dialéctica; Fernando Solanas
(La hora de los hornos) trató de convencer a un
invisible Favio de que el cine debe ser argentino,
o no ser; Alberto Fisherman (36, Players versus
ángeles caídos) se caracterizó por discrepar
dulcemente con todos.
Mario Soffici. "Junto
con Lautaro Murúa y Fernando Birri, Favio continúa
la línea de cine nacional que comenzó José
Ferreyra. De esos tres, Favio se acercó más al
objetivo. En cuanto a Juan Moreira, es un
interrogante. A veces, esos lapsos de inactividad
son fructíferos, pero otras veces no. Es necesario
machacar continuamente. Ojalá que retorne al
camino que había iniciado tan certeramente con
Crónica. Yo le tengo mucho cariño. Espero de él un
cine sincero, auténtico, espontáneo."
Fernando Solanas.
Crónica es una de las películas argentinas que más
he sentido. El romance, en cambio, ni la sentí ni
estoy de acuerdo con ella. Favio estaba más
preocupado por la estética, por encontrar un
lenguaje que por contar la historia. Y los
lenguajes, hasta ahora, se han desarrollado en los
centros metropolitanos. Así se universalizaron
estilos que no tienen por qué ser modelos
nuestros. Estamos juzgando sobre aquellos
patrones. Y cuando un realizador busca alcanzar
ese lenguaje colonizador, está irremediablemente
perdido. A pesar de todo, Favio tiene un gran
talento y sensibilidad popular. El grupo Cine y
Liberación le desea el mayor de los éxitos con
Juan Moreira. Los éxitos de uno estimulan a todos.
Espero que Juan Moreira sea un hombre vivo porque,
en materia de hallazgos técnicos, el cine
publicitario ya ha demostrado que todo es
posible."
Alberto Físherman. "El
haber tomado el Juan Moreira, que tiene dos
dimensiones —historia a la vez real y mitológica,
por un lado, y, por otro, literatura— es, de por
sí, un gesto inteligente. Y me surge una esperanza
muy grande. El dependiente es una película, además
de poco vista, excelente. Para desmitificar ese
asunto de la cultura nacional y popular, busca
conexiones culturales y da forma a una hibridación
entre el grotesco a la argentina y el ascetismo a
la española. Cuanto más poder cinematográfico se
tiene, más se aporta. Probablemente, con Juan
Moreira, Favio logre una síntesis entre el nivel
realista (Crónica) y el mitológico (la
representación teatral en El romance). Hay que ser
justos: él nunca traiciona la raíz popular.
Además, es uno de los pocos artistas del cine
argentino que tiene ironía. Y hace bien en creer
que es el mejor. Sin duda, de los que han filmado
tres películas, es el mejor."
Edmund Valladares. "Es
imposible separar al autor del hombre. Y, mucho
menos, en el caso de Favio. Cuando realiza una
obra en la cual cree (Crónica), aparece su
potencial auténtico. Favio es un intuitivo que,
cuando se intelectual iza, pierde esa agresión
natural, o sea, eso que él es. Entonces cede y se
convierte en un personaje contradictorio que vive
en grandes hoteles y llena su vida con elementos
que lo apartan de su personalidad. Creo que esto
se debe a la falta de concepto acerca de él mismo
y de su responsabilidad. Hay que preguntarse para
qué sirve el cine. Encontrar la dimensión
instrumenta] a través
de lo didáctico-cultural y, finalmente, de lo
político-social. Cuando Favio se desclasa, empieza
la confusión."
MOREIRA CON FUEGO Y
NIEBLA. Si el "Espectáculo Leonardo Favio",
proyectado en palcos de carnaval o programas de
televisión, resulta irritante, el trabajador del
cine sorprende, según sus colaboradores, por una
conducta severa, sin lagunas de cansancio o
autoritarismo. Durante las 16 semanas invernales
que duró la filmación de Juan Moreira, en Lobos,
provincia de Buenos Aires, Favio caminó kilómetros
a través del campo, con la cámara a cuestas, en
busca de un cardo seco, y no otro; de un árbol
especialmente inclinado o del sendero exacto que
debían emprender Moreira y su compinche para
entrar al pueblo. Su fotógrafo, Juan Carlos
Desanzo (34), relató: "Con Favio, nadie es
espectador. Pero no es cuestión de cumplir: hay un
verdadero aporte creador. Contrariamente a lo que
se puede suponer, Favio consulta con todo el mundo
y medita cada detalle hasta dar con la solución
única. Hemos trabajado hasta cinco horas bajo la
lluvia, en medio del barro y con temperatura
bajísima. Favio veía llover y salía desesperado
con la cámara. Debe ser una de las películas más
«llovidas» del cine argentino. Filmar con lluvia
es de lo más difícil y costoso, pero fascinante".
Quizá sea el color la
mayor expectativa técnica de este film. Desanzo
anticipa: "Si todo se cumple, va a parecer un
grabado antiguo. Hacia el final, se acrecentará
lentamente una pátina vieja, mítica. De algún
modo: la transición del hombre al mito. Gracias a
la audacia de Favio, hemos filmado escenas
increíbles: por ejemplo, en invierno, a las 8 y
media de la noche, en pleno campo, con la única
luz de una rayita en el horizonte". Probablemente,
dos secuencias provocarán regocijo y larga
polémica. En una pesadilla, Moreira intenta matar
a la Muerte (Alba Mujica) que, negra e imbatible,
camina delante de la partida de milicos, unas
cuantas figuras confusas. Moreira y la Muerte
también jugarán al truco en medio de una floresta
de velas encendidas. Y Moreira muere en el
prostíbulo La Estrella, un silo blanco de 17
metros de alto que Favio descubrió en sus andanzas
y pobló con 200 extras, un caballo y centenares de
antorchas.
"Nunca más podría
filmar en blanco y negro. El Moreira va a llegar a
la gente. He iniciado una forma narrativa que se
parece mucho al radioteatro. Los personajes no son
tan sutiles, sino claros y concisos. Todo es más
bullicioso, y el bullicio le gusta a la gente."
Durante ocho meses
Favio elaboró el libro junto con su hermano, Jorge
Juri (37). Antes de comentar la experiencia, Juri
mira a través del verde vidrio de la confitería,
elige las palabras y, por fin, expresa: "La
información precisa es reducida. Lo que trascendió
en leyendas y anecdotario conforma un material muy
rico. Los prontuarios policiales dan cuenta de
hechos aislados y de supuestos. Mal se puede, a
través de un prontuario, clasificar a un hombre y
leer su trayectoria. Importa, sobre todo, la
imagen popular que lo rescata como bandera contra
la injusticia. En la historia de Moreira, todo
está aureolado de una fantasía tipo cuento árabe.
En Moreira, la fantasía es un sello del destino.
Sus frases son de una síntesis dramática tan
increíble que parecen literarias pero, en cambio,
son reales. Cuando lo clavan por la espalda, gira
la cabeza y le dice al milico: «¡Justicia tenías
que ser!». Por supuesto, equivalía a «policía» y,
en consecuencia, a «injusticia». En síntesis, era
un hombre que, quizás sin sospecharlo, pasa a la
historia rescatado por el pueblo que, a falta de
libros, tiene sensibilidad. Lo convierte en héroe,
como un anticipo de ese brazo armado que,
colectivamente, tarda en levantarse; mientras
tanto, se solaza en su recordación y lo hace su
bandera".
Si bien algunos tramos
de la película están saturados de fuego
apocalíptico o empañados de neblina, para acentuar
la ascensión del personaje al mito, existen, al
parecer, muchos elementos realistas. Rodolfo Bebán
usó, por ejemplo, barbas y bigotes distintos cada
día, colocados mechón por mechón. Lucirán opacos y
terrosos. Para cuidar su maquillaje, Bebán llegaba
a Lobos a las 5 de la mañana, tres horas antes del
comienzo de la filmación. Según relata Desanzo, el
escenógrafo Miguel Ángel Lumaldo construía, de la
noche a la mañana, ranchos de 30 años de edad: "Es
increíble cómo hacía, de la nada, objetos
arrugados, polvorientos, amarillos. Por mi parte,
traté de utilizar al máximo la luz natural. Fue mi
único preconcepto. Pero la película no está
terminada. El montaje dice, realmente, la ultima
palabra".
EL ARTISTA. El estreno
de Juan Moreira no provoca sólo expectativa de
orden cinematográfico. Desde que su autor se
dedicó, hace cuatro años, a gesticular ante
públicos juveniles hasta que, hace apenas dos
meses, lució una boina roja en el Charter Giuseppe
Verdi, Leonardo Favio no ganó para críticas.
Algunos militantes peronistas le reprochan, por
ejemplo, que su nombre haya aparecido en la
comitiva de noviembre pero que, en cambio, brille
por su ausencia en solicitadas y denuncias
combativas. Quienes respetan, por sobre todas las
cosas, sus películas anteriores, temen que su cine
se vuelva populista o —el otro extremo—
esteticista. Siempre con una aureola sobre su
cabeza (sombrero de paja, pañuelo estampado, boina
roja), Favio acumula razones:
"Lamentablemente, soy
un burgués revolucionario. Soy una especie de
jesuita —no un burgués— revolucionario. Estoy
plagado de enemigos, de gente que no me quiere
pero que, estoy seguro, si me siento cinco minutos
con ellos, me los gano. Mi cine es idéntico a mí.
Tan parecido que, a veces, tengo miedo. Cuando
filmé el Moreira, estaba obsesionado por su
muerte. Murió consciente de sus propias trampas y
por la espalda. Envuelto en sus propias trampas.
Para poder vivir, yo pasé de una inocencia total a
moverme con una habilidad mostruosa en medio de
este maremágnum. Y, a la vez, conservé un
prestigio como realizador. ¿Cómo lo logré? Y, a lo
mejor, haciendo trampa, qué sé yo. Quizá mintiendo
mucho. Pero porque vivimos en un mundo equivocado.
En el futuro, serán consultados los artistas. Pero
falta mucho: falta que llegue la inteligencia. El
hecho de que al Che Guevara lo consagren artista,
es un paso. No le clan el título de Comandante en
Jefe de los Ejércitos de América ni el de
Caballero de la Orden de la Condesa Descalza, sino
el de artista. Yo vengo de una familia de artistas
pero, por ahora, pertenezco a un linaje que no
sirve."
Revista Panorama
18.01.1973
|