Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Película sobre San Martín
CINE
SAN MARTIN, DEL BRONCE AL CELULOIDE
Recordando que desde Moisés al Cid Campeador, desde Espartaco a T. E. Lawrence, casi no hay héroe, caudillo o simple aventurero cuya biografía no haya tentado a los productores, no puede menos que sorprender —y en otro sentido, acaso tranquilizar— que hasta el momento no hubieran fijado su interés en una de las mayores gestas posteriores a la Revolución Francesa: la independencia hispanoamericana.
La omisión habría de ser subsanada. De tiempo atrás, el productor español Mateos acariciaba el proyecto de realizar dos superproducciones con las vidas de San Martín y Bolívar. La del héroe venezolano sigue en plena filmación, con Maximilian Schell de protagonista. El director es el veterano Alessandro Blassetti, itálico artesano de seguro oficio e infalible oportunismo que lo mantiene vigente desde los tiempos de Mussolini, con picos de lucimiento en el neorrealismo y etapas posteriores (“Cuatro pasos en las nubes’’, “Fabiola", “Otros tiempos”, “Europa de noche”).

San Martín argentino
En lo que respecta a San Martín, el proyecto de Mateos vino a coincidir con una iniciativa Evangelina Salazarargentina. Alentados por el rotundo éxito de público de “Martín Fierro”, sus productores Leopoldo Torre Nilsson y Marcelo Simonetti planearon otra empresa aún más ambiciosa: una biografía cinematográfica del prócer, inspirada en la difundidísima obra de Ricardo Rojas “El Santo de la espada”. Sin embargo, Torre Nilsson aclaró a Panorama “que más que una biógrafa de San Martín es la historia de su gesta americana; lo enfoca desde su llegada de España a Buenos Aires hasta el momento del renunciamiento y el voluntario exilio”. O sea, elige un tramo —el más palpitante, el más significativo, el históricamente inexcusable— de la vida de San Martín objetivada e idealizada por Rojas.
Torre Nilsson explica que primero se pensó en una coproducción con España. “Los españoles —dice— hablaban de una coproducción espectacular, con estrellas internacionales que pudieran atraer amplios sectores de público en distintos países. En realidad, yo quería otra cosa, un film argentino. Que San Martín fuera interpretado por un actor nuestro y no, por ejemplo, por Marlon Brando doblado al castellano. Otro problema era que los sentimientos españoles no resultasen heridos en el tratamiento de la guerra de la independencia. Finalmente todo se superó, porque el proyecto dejó de concebirse en términos de coproducción para materializarse como producción enteramente argentina. Esta alegría no me impide ahora reconocer que los españoles, gente de cine o no, dieron prueba, en las conversaciones que mantuvimos, de haber superado prejuicios nacionalistas y de comprender nuestra gesta libertadora”.

El caballo blanco
Si se llegó a un acuerdo con los españoles para evitar susceptibilidades, seguramente no será tan sencillo conformar a los Torre Nilssonargentinos. Apenas anunciada la filmación de “El Santo de la espada”, el matutino “La Nación” acogía la alarmada carta de un militar retirado, temeroso de que la figura del Libertador se desvirtuara. Era el primer disparo de un francotirador que, llevado por imbatible celo sanmartiniano, no temía anticiparse a opinar antes de que estuviese escrito el guión.
De alguna manera, ese celo se contagia a todos los argentinos. De ahí que los guionistas, no conformes con ceñirse al texto de Rojas —cuyos datos no constituyen, en general, materia de discusión— acudieron a otras obras y a toda la documentación histórica alcanzable. Bartolomé Mitre y José Pacífico Otero, en primer término, fueron obligada consulta. Ulises Petit de Murat, quien con Luis Pico Estrada tuvo a su cargo la primera fase de elaboración del libro cinematográfico, comenta aspectos de su tarea: “seguimos la línea propuesta por Rojas, pero no desechamos otras fuentes; por ejemplo, para los diálogos de San Martin tomamos como base el lenguaje que. él empleaba en sus cartas”.

Un renovado best-seller
“El Santo de la espada” apareció en 1933. Para entonces, el polígrafo Ricardo Rojas (1880-1957), que se consideraba santiagueño pese a haber nacido en Tucumán, ya estaba en la cima de su prestigio. Perseguido por su militancia radical-yrigoyenista, había sido enjuiciado y luego desagraviado por su gestión como rector de la Universidad de Buenos Aires. Intelectualmente (en poesía, ensayos, investigaciones históricas) seguía la línea nacional e indigenista iniciada por Joaquín V. González. La biografía de San Martín (posterior a “la restauración nacionalista”, “Eurindia” y la monumental "Historia de la literatura argentina”) fue cálidamente acogida.
Una aislada nota discordante fue la opinión del crítico Lucas Godoy (en "Mundo Argentino”). "El título pomposo se adelanta —consignaba— como una nota de clarín y a partir de ese momento, con ligerísimos descansos, suenan los bronces infatigablemente, con una constancia que ensordece”. Semejante tono lapidario tuvo, entre otras compensaciones, una carta del socialista Alfredo Palacios, quien calificó la obra de su amigo Rojas como "una restauración de nuestros blasones espirituales”. Un inusual interés del público y sugerencias de los pedagogos agotaron rápidamente las primeras ediciones de Anaconda y las posteriores de Losada, hasta superar holgadamente los 200.000 ejemplares. Hasta el presente sigue siendo uno de los libros argentinos más frecuentemente consultados.
Torre Nilsson y Petit de Murat consideran que, además de la fidelidad histórica y su dignidad literaria, el libro de Rojas "es muy cinematográfico”. No obstante, desde el matiz hagiográfico del título ubica al personaje en el plano de la idealización. En consecuencia, devolver humanidad al mito es uno de los problemas más arduos que deberá resolver el film.

Carne y hueso para el mito
Petit de Murat señala que las dificultades para penetrar en la personalidad del héroe se acrecientan por su carácter reservado e introvertido. "Su vida privada era realmente privada; casi no hay referencias. Permanece cerrada bajo siete llaves”. De todas maneras, no son éstos los aspectos más importantes. Su misión lo absorbía por completo. "Era un militar de profesión, entregado de lleno a la causa de la Independencia”. Para sintetizar el carácter de San Martín, Petit de Murat acude a la clásica división tomista: memoria, inteligencia y voluntad. "La voluntad es la que predomina y marca toda su personalidad. Como inteligencia, creo que era un genio por la forma en que preparó sus batallas y organizó su ejército, y por la claridad con que vio los problemas de América.”

Exaltación, no polémica
Torre Nilsson considera que la vida de San Martín tiene ya en sí rasgos de idealización: "obsesionado por el ideal americano, descuida intimidad y vida de relación. Es un fanático de la libertad y de la civilidad, cosas que nos son muy caras, y que vivió intensamente. Pienso que esto, lejos de debilitar un film, lo agranda. Si Quisiéramos hacer una película convencional cargaríamos el acento en su vida sentimental, su soledad en Mendoza después del casamiento, el viaje de su mujer desde Buenos Aires con peligro de ataque de indios. Pero pienso que lo importante en su vida es su ideal y la empresa para colmarlo”.
El director acaso se contradice al señalar como films históricos preferidos "Alejandro Nevsky”, de Einsenstein, y "Senso” (Livia), de Visconti, ambos de concepción dialéctico-marxista, y simultáneamente creer "que toda consideración crítica de las circunstancias históricas en que le tocó actuar a San Martín deberá deducirse de la presentación de los hechos en sí”, y que un apunte directo a esos problemas "sería equivocado, como hubiera sido utilizar algunos elementos del “Martín Fierro’’ con criterio apriorístico”. “Más importante —agrega con vehemencia —es darle consistencia y hondura a la presentación de hechos, y que las conclusiones vengan como consecuencia de estos hechos". Por su parte, Petit de Murat señala “momentos estelares" del guión, los que revelan con amplitud la personalidad de San Martín: “San Lorenzo, que es su primer enfrentamiento con armas españoles, su ruptura con el pasado; el encuentro con el deshecho ejército del norte y su reacción ante la indisciplina de soldados y oficiales; la preparación de las batallas, los triunfos y también la derrota de Cancha Rayada."
Ante la magnitud épica de la hazaña, no sólo la vida privada del héroe queda relegada. Otro tanto ocurre con cuanto haya sido objeto de discusión por especialistas. Un ejemplo es el carácter de la vinculación de San Martín con la masonería. Director y guionistas siguen a Rojas al afirmar que la masonería varió según épocas y países, y que la Logia Lautaro, que aspiraba a la independencia americana, no tenía la índole virulenta de otras instituciones masónicas. “No somos historiadores, no podemos tomar el dato ambiguo ni la exploración revisionista aún no confirmada; debemos ir a lo perfectamente documentado", resume Torre Nilsson, redondeando la definición de cómo fue concebido el guión.

La batalla secreta
El lunes 4 de agosto, en los antiguos estudios Río de la Plata (Uruguay 162), donde minuciosamente se ha reconstruido la casa de los Escalada, comenzará el rodaje de “El Santo de la espada". Un presupuesto estimado en 180 millones de pesos la convierte en la película más cara de la historia del cine argentino. Una ironía sobre la cual los productores no quieren abrir juicio se refleja en el hecho de que el préstamo de 90 millones de pesos que posibilita su filmación procede —por primera vez— del Banco Municipal de Préstamos, en vez del Instituto Nacional de Cinematografía, ente estatal que por ley es el encargado de fomentar la industria cinematográfica nacional. Alfredo Alcón —que como Paul Muni o Cherkasov parece definitivamente destinado a los grandes personajes— interpretará a San Martín. Para su caracterización —minucioso trabajo del profesional Orlando Villone— mediaron estudios iconográficos, investigaciones múltiples, consultas interminables. El uniforme que Alcón luce en la tapa de Panorama lo vistió tan sólo para la prueba fotogénica del maquillaje definitivo. En esto y otros muchos detalles han mediado asesores; uno de ellos —el coronel Fernández Endoya— es estable, asistirá a todo el rodaje. Este saltará de los interiores de la casa de Escalada al Museo Saavedra, donde se reconstruirá parte de la entrevista de Guayaquil (a completarse en el Museo Isaac Fernández Blanco, que también dará cabida a escenas del Cabildo de Mendoza). El Museo Pueyrredón, en San Isidro, será escenario de la entrevista de San Martín y Pueyrredón. En estudios se reconstruirán posteriormente interiores de la casa mendocina del héroe. La batalla de San Lorenzo se filmará parte en los alrededores del convento, parte en Campo de Mayo, en donde se improvisarán el picadero de la zona de Retiro donde San Martín daba instrucción a los granaderos y la Posta de Yatasto. La fase final de las 18 semanas previstas de rodaje se filmará en Mendoza: el cruce de la cordillera, las batallas de Chacabuco y Maipú.
Entre los intérpretes ya comprometidos se alistan los nombres de Evangelina Salazar (Remedios de Escalada), Lautaro Murúa (O’Higgins), Alfredo Iglesias (Belgrano), Héctor Alterio (Bolívar), Ana María Piccio, reciente laureada en el Festival de Moscú (esclava Jesusa), Walter Soubrié (Escalada), Héctor Pellegrini (Soto), Onofre Lovero (Pueyrredón), Tato Pavlovsky (Alvear). Como en “Martín Fierro", la fotografía estará a cargo de Aníbal di Salvo y la música será de Ariel Ramírez. Miles de extras —incluidos los soldados que facilita el Ejército— reproducirán, en la pantalla de 70 mm, en color, el cruce de los Andes y cuantas escenas multitudinarias sean menester. Pero la hazaña que se intenta es en realidad otra: revitalizar, a través de una vasta empresa, y con un tema gigantesco, una industria cinematográfica argentina que pareciera agonizar, ganar un público respecto del cual el cine nacional padece prolongado desencuentro.

Recuadros en la crónica______________

Voces sobre la historia
Carlos Alberto Salas, general retirado, presidente del Instituto. Nacional Sanmartiniano; Leopoldo Marechal, quien además de su vasta obra poética, sus dos novelas y sus piezas de teatro es autor del “Canto de San Martín”, oratorio dramático estrenado en Mendoza en 1950; Enrique de Gandía, fundador del Instituto Sanmartiniano, autor de numerosos trabajos históricos, entre elfos su libro “San Martín, su pensamiento político”, publicado en 1965, y “Mariano Moreno, su pensamiento político”, aparecido recientemente; Jorge Abelardo Ramos, político e historiador cuyo libro “Historia de la nación latinoamericana” fue presentado este año por A. Peña Lillo, editor, fueron consultados sobre algunos puntos vinculados con la filmación de “El Santo de la espada”.

1)Valor de la obra de Rojas
General Salas: Ricardo Rojas es, después de Lugones, nuestra máxima figura literaria. “El Santo de la espada" es excelente como síntesis de la figura y la vida de San Martín. No tiene la erudición de la biografía de José Pacífico Otero, pero es una magnífica versión novelada, de gran valor literario, que puede agradar tanto al estudioso como al lector común.
Gandía: La biografía de Rojas es la mejor como síntesis. Digo como síntesis, porque como trabajo de investigación no puede equipararse con la todavía insuperada de fray Pacífico Otero. Pero es una obra de gran verdad histórica y alto valor literario.
Marechal: Es una biografía lineal, bien documentada y bien escrita. Posiblemente sea la mejor obra de Rojas.
Ramos: La biografía de Rojas no es muy mala. Está bien expresada la conciencia ideológica de San Martín que quería unir todos los pueblos de América y España en un imperio liberal. Esto se manifiesta en la proposición de San Martín al virrey La Serna en el Perú, de interrumpir la lucha. San Martín dijo que “Los liberales somos hermanos en todas partes". Esto está bien contado por Rojas. Pero en otros aspectos se queda a mitad de camino. Da la sensación de que San Martín era un gran hombre, pero no explica bien por qué; insiste en referencias al destino o a las fuerzas telúricas que no aclaran nada. Esto ocurre porque Rojas percibía lo nacional, pero al mismo tiempo no quería enfrentar al mitrismo que había embalsamado en bronce a San Martín ni quería tampoco cuestionar a Rivadavia.

2)San Martín y la masonería
Ramos: Ni Otero ni Rojas tuvieron elementos para comprender a fondo el problema de las relaciones de San Martín con la masonería. Yo me he ocupado repetidas veces del tema. Hoy tenemos documentos que confirman el ingreso de San Martín en la masonería de Cádiz antes de 1810 y que siguiendo las órdenes de esa institución viajó a Londres con Alvear y Zapiola a fundar la gran logia americana, que durante un siglo Mitre y otros autores creyeron fundada por Miranda. La masonería gaditana respondía a la francesa, cuyo jefe era Napoleón, y quería la independencia de estas colonias para evitar que cayeran en manos de Inglaterra, o de la infanta Carlota Joaquina, hermana de Fernando VII, o que sirvieran de refugio a los Borbones. Esto lo ignoran historiadores que no han visto los documentos que yo he dado a conocer y tratan de mantener tradiciones escolares.
General Salas: Este punto es tema de discusión. Sobre las ideas vertidas recientemente por el señor Enrique de Gandía en la revista “Esto es historia” ya se ha expedido oportunamente el Instituto Nacional Sanmartiniano.

3)El renunciamiento
Ramos: Es una paradoja que se le haya aplicado fama de desinterés a un hombre cuyo oficio era vencer. La oligarquía porteña, luego de haberlo expatriado, le hizo un entierro de lujo a través de la historia de Mitre. En realidad, San Martín debió renunciar a seguir su campaña en el Perú porque Buenos Aires le negaba el apoyo que le resultaba indispensable para sostener económicamente su acción militar. San Martín quería una América unida y sabía que era indispensable quebrantar el poder realista en el Perú. Pero al gobierno de Rivadavia sólo le interesaban la tranquilidad de las pampas y el puerto y el comercio con Inglaterra. Cuando San Martín envió un emisario a pedir urgente ayuda, Rivadavia lo despidió y dijo luego en el Congreso que cada uno debería defenderse como ellos lo habían hecho.
Por eso, cuando su entrevista con Bolívar en Guayaquil, San Martín ya tenía preparada su renuncia, simplemente porque no podía seguir manteniendo sus fuerzas. Su renunciamiento no es, pues, resultado del desinterés, sino del hecho de que es un soldado que no tiene detrás un gobierno que lo respalde.
Gandía: El renunciamiento no fue tal. San Martín había prometido gobernar durante un año en Lima y después entregar el gobierno a los peruanos. Expirado el plazo, cumplió su promesa. Cuando se reunió con Bolívar en Guayaquil quiso unir los dos ejércitos y ponerse él mismo bajo el mando del jefe venezolano, pero éste le contestó que no le correspondía a él disponer de las tropas sino al Congreso de la Gran Colombia. Entonces San Martín, cumpliendo su palabra, entregó el gobierno a los peruanos y se fue. Ese es todo el secreto del renunciamiento, que estudiaron muy bien Otero y Rojas.

4)Posibilidades y riesgos de una versión cinematográfica
General Salas: No puedo opinar sobre el proyecto cinematográfico. El Instituto Sanmartiniano emitirá su juicio cuando conozca el guión. En principio todo film sobre San Martín que se haga dentro de la verdad histórica será siempre bien venido. Basta con que se respete la verdad, la figura del Libertador tiene bastante brillo por sí sola para necesitar que se declamen sus virtudes.
Gandía: La idea es excelente y la elección del libro de Rojas como base de la película me parece adecuada, pero habría que hacerle algunos agregados que incluyan aspectos que Rojas no llegó a conocer. El mayor peligro es dar otra vez un San Martín en mármol y bronce y no un hombre; que el film se convierta en una mera exhibición de batallas. Ojalá se logre una gran película, llena de verdades y no de influencias nefastas, pero para ello será necesario librarse de criterios escolares, que están encarnados en hombres e instituciones.
Ramos: Si el equipo que hizo “Martín Fierro” aplica en este film el mismo criterio con que adaptó la obra de Hernández, el resultado va a ser otra momia cinematográfica. En “Martín Fierro” siguieron la letra del poema, pero descuidaron una serie de circunstancias implícitas en la obra, que en el momento en que Hernández la publicó eran bien conocidas por todos los lectores. Con San Martín el peligro es que al omitir las circunstancias que determinaron su conducta —en especial su famoso renunciamiento— se insista en el mito de su santidad, que desvirtúa su verdadera grandeza.
Marechal: Esta es una película con la que he soñado muchas veces y pienso que puede tener efectos muy positivos. Se siente el deseo de la juventud —con la que siempre me mantengo en contacto— de tener héroes o líderes. El film podría de paso refrescar la memoria a los militares, que se dicen herederos de San Martín y llevan una réplica de su sable corvo; podría ser ejemplarizante en el orden del heroísmo y de la claridad, de la defensa de la libertad de los pueblos. La dificultad mayor supongo que residirá en dar fisonomía humana a una figura de héroe que desde hace tiempo tiene para nosotros contornos de un mito. Volver a humanizar a San Martín me parece una estupenda empresa. Un verdadero desafío para un actor y un director. Como Alcón y Torre Nilsson son bravos yo confío en que lo van a hacer muy bien.
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EL HEROE EN LA PANTALLA
Sus cartas a Belgrano, que la patriota Amelia Bence leía al convaleciente capitán realista Angel Magaña, y las palabras con que lo invocaban los agonizantes paisanos, son vibrantes escenas de “La guerra gaucha” (Lucas Demare, 1942) y acaso el mayor recuerdo de San Martín en el cine. En razón de que el film se siguió viendo con renovado fervor, es también el único para las nuevas generaciones, testigos de un cine argentino poco sensible a la historia. Pero la figura del Libertador, fuera de la invocación o el símbolo, había aparecido antes en la pantalla. Si no apareció después fue porque pudo más el temor de abordar a un personaje rígidamente arquetipado.
El prejuicio existió siempre. Cuando el vasco Julián de Ajuria, pionero del negocio de distribución y exhibición de películas, sintió la necesidad de retribuir al país argentino la fortuna que le había otorgado, rehuyó a San Martín y se decidió por la sentimental estampa de Belgrano. A su alrededor ideó la película que por motivos de producción se filmó en Hollywood en 1929: “Una nueva y gloriosa nación”. Mucho antes, cuando el cine era todavía balbucientes movimientos, telones pintados y una cámara inmóvil, San Martín emergió en películas elementales. En “La creación del Himno” o “El Himno Nacional”, filmada en 1910, pieza de museo que se conserva en la Cinemateca Argentina, aparece casi como un comparsa, gesticulando la canción patria en casa de Mariquita Sánchez. Ni siquiera se sabe el nombre del actor que lo encarnó, aunque hay noticias de que no era un profesional sino un comerciante en vinos con aficiones filodramáticas. El atrevimiento fue de otro pionero, el músico, productor y director Mario Gallo, inmigrante italiano que con ingenuidad y sin pudor arremetió con el pasado argentino. En otras películas, rodadas entre 1910 y 1913, Gallo bosquejó el perfil sanmartiniano. Sólo restan los títulos (“La batalla de San Lorenzo”, “La batalla de Maipú”, “Escenas de San Martín”) porque los rollos de celuloide se perdieron consumidos en fuego y olvido. En “La batalla de Maipú”, San Martín había sido interpretado por el apolíneo Eliseo Gutiérrez, famoso galán de la época.
Desde entonces, San Martín suscitó abundantes proyectos fílmicos. No pocos productores buscaron asesoramiento de especialistas. Todos naufragaron en el riesgo de la magnitud material de la empresa y el aún mayor de desfigurar el arquetipo o no lograrlo en los contornos de la historia oficializada. Así, hasta que en 1939 el productor francés Henri Martinent, radicado en Buenos Aires, apeló a los oficios del director argentino Arturo Mom para filmar “Nuestra tierra de paz”, título que reemplazó al inicial de “Vida del general San Martín”. La obra resultó un esfuerzo apreciado pero obviamente pequeño en la reconstrucción espectacular y el mensaje americanista que se propuso trasmitir. El actor Pedro Tocci animó al héroe desde la juventud hasta la ancianidad, sometido al maquillaje de Narciso Ibáñez Menta.
“Nuestra tierra de paz”, en una versión mutilada, sigue exhibiéndose esporádicamente en funciones para estudiantes primarios. No deja de constituir un antecedente que en treinta años anticipa, con modestia y sin polémica a “El Santo de la espada” en color y 70 milímetros, un San Martín enigma, por primera vez encarado por un equipo literario-cinematográfico totalmente argentino.

Revista Panorama
29.07.1969

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