Valle Fértil: Los artesanos camino a la Luna

Hacia mediados de 1972, el cineasta Jorge Prelorán finalizó la versión definitiva de su largometraje dedicado a la vida de Valle Fértil, un villorrio perdido a 300 kilómetros de la capital de San Juan. El film constituye un testimonio de extremo rigor documental y esboza, a través del relato directo de los pobladores, una tesis que luego habría de resultar conflictiva para los mismos protagonistas y para algunos funcionarios locales: en Valle Fértil muere lentamente una rica cultura artesanal; pero esa agonía es, al mismo tiempo, el precio insoslayable del progreso. La realización de la película —costeada con la ayuda del Fondo Nacional de las Artes— obligó a Prelorán a efectuar, entre 1966 y 1972, varias travesías hasta esas lejanas tierras colonizadas por Agustín de Jáuregui. No pudo regresar, sin embargo, con su obra concluida; y recién hace unos días, después que un redactor de Panorama recorriera —con dos pesadas latas de celuloide a cuestas— el millar y medio de kilómetros que median entre el valle y Buenos Aires, los inesperados actores pudieron verse en la pantalla. Si el film de Prelorán configura un verdadero modelo de indagación socio-cultural, su proyección en el apacible marco vallense trasformó el hecho cinematográfico en una espontánea fiesta popular. La nota que se reproduce a continuación intenta trazar una visión general del pueblo y de sus personajes; los monólogos trascriptos pertenecen a la banda sonora del film y a grabaciones efectuadas en el lugar.
Valle Fértil

Desde la ciudad de San Juan, un viejo ómnibus de la empresa Bossio parte todas las noches con un objetivo rutinario: alcanzar hacia el alba las estribaciones de La Rioja. Antes, sin embargo, habrá de pasar, con igual certidumbre, por un pequeño pueblo rodeado de cerros erosionados y breas de troncos verdes con flores de un amarillo esplendoroso. San Agustín de Valle Fértil parece homenajear a su nombre; después de 300 kilómetros de paisaje obsecuentemente árido, un centro urbano tradicional quiebra la gama monocorde de los ocres terrosos. Con la plaza como eje, la arquitectura de la zona no ofrece descabelladas sorpresas; a su alrededor se van alineando la moderna intendencia, la sede policial, la iglesia, algunos comercios, un bar.
Todas las noches, ya cerca de la madrugada, un grupo de hombres bebe sin demasiados comentarios en el interior del bar. Con la llegada del ómnibus capitalino finaliza la espera; se arreglan unas pocas transacciones, se reciben encomiendas y correspondencia, se venden productos locales a los turistas que siguen viaje. Con las primeras horas del día, un silencio desolador envolverá a los 5 mil habitantes del valle.
Escasas huellas sobreviven de la vieja comunidad, y han desaparecido casi por completo las casas con paredes de adobe y puertas de madera añosa. Apenas quedan algunos memoriosos, como el casi centenario Zorobabel Costa, quien todavía camina impaciente, de un lado a otro, luciendo una mefistofélica barba gris. Costa recuerda: "La primera fundación se hizo al oeste de la actual villa, a orillas del río; y después fue trasladada aquí, a la actual ubicación. Según los datos que conozco, el fundador fue Agustín de Jáuregui, quien vino —según se dijo— de Chile, no recuerdo el año. Se alojó en la cabecera de la villa, inspeccionó los lugares y creyó necesario fundar la que lleva su nombre. Antes había una población indígena, ellos fueron los primeros pobladores, según la tradición. Y los indios, con el correr del tiempo, abandonaron el lugar porque vinieron otros pobladores, entre ellos gente de La Rioja, de los llanos de La Rioja. Muchos de los viejos fundadores son de origen riojano: Valdeses, Ontiveros, Alcaraces, en su mayoría criollos".
De acuerdo a don Zorobabel, "esta región de Cuyo es una de las más fértiles y por eso lleva el nombre de Valle Fértil. No se conoce el salitre u otras cosas que desmerecen la tierra. Aquí se produce todo, porque el valle se ha tenido siempre como el departamento ganadero de la provincia". No le falta razón, pero la realidad parece desmentirlo en parte; si bien el suelo abunda en propiedades que lo habilitan para variados cultivos (papa, tomate, acelga, pimientos, cítricos) y los pastos favorecen la cría de ganado, la sequía se ha trasformado en un flagelo devastador: "Ya no ha quedado ni qué cazar por acá. Ni perdices, ni liebres... No hay nada ya", se lamenta Santos Villafañe, un lugareño que explota la mica.
El turismo se ha convertido, desde hace unos años, en una fuente prioritaria de ingresos. Paso obligado en el camino hacia el Ischigualasto o Valle de la Luna —una región de topografía selenita que empieza a ser explotada turísticamente—, Valle Fértil se ha provisto de una hostería confortable y acogedora, construida sobre un cerro que domina el embalse, rico en pejerreyes. También se habilitó un predio para acampantes y las calles céntricas del pueblo —ordenadas con la nomenclatura de la capital sanjuanina— muestran un reluciente techado asfáltico.
Por ahora, la invasión exterior se limita apenas a una afluencia intermitente de expedicionarios interesados en explorar el Ischigualasto, pero condicionados por una infraestructura precaria (escasez de alojamiento; 120 kilómetros de camino sin pavimentar, a los que se suman otros 60 hasta el Valle de la Luna). Ni la pista de baile Las tuces —que funciona los sábados— ni la sala de cine —se habilita durante el verano, ya que se trata de enorme patio sin techar— constituyen, por cierto, atractivos gratificadores para los habituales contingentes de curiosos. Se les ofrece en cambio, el contacto con una cultura artesanal que seguramente habrá de desaparecer a corto plazo.
"Las artesanías florecieron siguiendo las costumbres de los españoles, que llegaron desde los valles riojanos y poblaron la región", señala Jorge Prelorán. Y agrega: "Se trata del fruto de una cultura trasmitida de generación en generación, e integrada por cuentos, leyendas, parábolas, frases hechas, consejos y prácticas de trabajo. Cada individuo, por lo tanto, lleva su cultura dentro de sí. Y al aprender su trabajo, por observación e imitación, adquiere una forma particular de ver el universo, de explicarse su destino y su función; adquiere una peculiar filosofía de vida". Encerrados entre esa cultura tradicional y la nueva cultura introducida por da progresiva alfabetización y el acceso a los medios masivos de comunicación, los viejos artesanos sobrellevan una madurez que reproduce esa duplicidad: por un lado, permanecen indiferentes a la seducción del progreso; por el otro, comienzan a ser subrepticiamente ganados por las mínimas facilidades del confort (el ladrillo en principio, luego la radio). Mantienen, con todo, una identidad casi impenetrable con su oficio.

LOS PERSONAJES. Máximo Rojas, talabartero: Yo. .. mí trabajo, el trabajo de talabartería, sección aventuras; obra que se hace para ensillar al animal, que la denominamos montura nosotros, otros le dicen silla... el verdadero nombre es montura. Montura criolla, la verdadera criolla, que se ensilla con jergones, pellones, cincha; esa cincha no es como la montura militar, por eso se hace la resistencia firme, porque hombres que enlazan, tiran animal, arrastran y qué sé yo... El oficio lo aprendí del finado mi padre y por eso, aunque poco y nada deja, lo conservo por tener ese recuerdo. Pero hoy están casi muertos todos estos trabajos ... porque por motivo que... ya hay tanto bicicleta, moto y todas esas cosas... Como todo va más moderno, todas las cosas de los oficios están... raro los que están trabajando; el trabajo de esto, de talabartería, está muriendo de a poco a poco, poco
a poco no hay trabajo de talabartería. El talabartero, el estribero, él que hace cinchas, todas esas cosas ¡va muerto! Ya no trabajan casi. Y somos pocos los que van quedando; y de aquella época, de 1910, el único que queda soy yo, me parece.
Evaristo Elizondo, carpintero: Yo sor carpintero. Fabrico estribos, mesas, sillas, puertas. Hay estribos de más categoría, de menos categoría, que tienen más trabajo, que tienen más dibujos. Saben haber algunos que saben decirle trompa de carnero, asta de carnero, que le dicen. Es la diferencia que hay del estribo chileno al estribo criollo que hacemos nosotros acá, que es no más de trompa. Los estribos chilenos son más puntuditos, son bien redonditos, bien puntuditos, bien bajitos. Pero éstos ya no se hacen, no se ven casi.
Alejo Chávez, cuchillero: Yo no soy cuchillero. Yo fabrico cuchillos para que sea cuchillero otro, yo soy maestro de cuchillos, artesano. Empecé a trabajar en las sierras de Elizondo, enfrente de As tica, para adentro de la tierra. Me aprendí en una cuchilla de mesa, y cuando ya aprendí bien, dispuse de bajarme al bajo a las orillas de las rutas, porque allá no tenía salida. Y de ahí demanda que ahora yo tengo mi buen pasar, digamos... con las cosas que yo aprendí a hacer en la sierra. Y empecé no sabiendo nada; y de ahí... y así estoy en esta altura ya sabiendo varias cosas: puñales, cuchillos comunes, cuchillos de mesa, toda clase de cuchillos. Yo utilizo el acero de ... sea de coche, de camión, de toda clase de acero, siendo resorte, para hacer un cuchillo. Calentado al rojo en la fragua, se corta en tiras.
Ramón Martínez, fabricante de amuletos: Aquí, en Valle Fértil, hace 20 años que estoy; siempre de platero/ Vivía por el lado de La Rioja, en Amaná. También era platero allí. Me vine acá porque, por el hecho que tenía más salida de mi trabajo. Este muñeco es una promesa. Representa un cuerpo, un cuerpo de una persona. Porque el mal está en todo el cuerpo. Para hacer una promesa, la hago con a mol daciones en tierra. Traigo la tierra del sitio, la sobo, la pongo liviana, y pongo las cajas, y ahí pongo el testigo, y la prenso. Él testigo es el cuerpo que voy a hacer, o bien sea el muñeco que voy a hacer, o bien sea un anillo o cualesquiera otra prenda que llamamos... o una medalla, un sinfinidad de cosas que pueda trabajar en fundición, Cada promesa que hago es para curar la parte que... adolece cada adolescente. Así como hago pulmones, hago hígados, hago piernas, pies, cabezas... en fin, casi todo el cuerpo humano lo hago. Siempre me encargan así las gentes, para llevarlas de promesa a San Nicolás de La Rioja. Para cumplir promesas lo hacen.
Nicolasa de Fernández, tejedora: Yo soy devota de la Virgen de Andacollo. Yo creo en ella. Yo soy devota de ella, y por ella yo... yo le pido a ella y vivo por ella. Varios años antes tuve una enfermedad seria. En las manos, en las piernas, tuve reumatismo. Entonces hice un... le pedí a ella y ella me hizo ese milagro... de que ella me lo sacó. Con pocos remedios, me lo sacó. No podía tejer ese tiempo. Yo tejo hace 20 años, más o menos. Tejo ponchos, chalinas,
jergones, sobrecamas, alforjas, peleros... Estoy tejiendo ahora una chalina. Cinco días para tejer, una chalina, en tiempo... El hilado es mucho mas tiempo porque en tela fina se hace un mes y pico para tejerlo. Yo mi vida la paso trabajando, acá, con mi marido, mismo con mis hijos...
Hilda Carmona de Herrera, tejedora: Y hace 23 años que estoy yo para estos lados. Y siempre trabajando las telas, y con los hijos, que es la tarea que uno tiene. Hay que dejar el trabajo de uno y correr a ver el hijo. ¡Que tengo diez hijos! ¿Qué le parece? Como para no correr de un lado a otro. Como uno se cría en el campo, trabaja siempre en las estancias, ¿ve? Se preocupa de los trabajos rústicos, porque eso va del natural: no es que uno estudie, sino que Dios nos da a qué ser para que podamos vivir, como el dicho... Y lo mismo con los hijos, aunque la chica es poca aspirante porque ella dice: "Mamá, ¿cuándo se termina una obra? ¿Ve? No se la termina nunca"

EL CAMBIO. Durante los últimos años —y hasta el año pasado— Valle Fértil padeció los efectos de la periódica sequía que amenaza la región. Como no había pastos para que el ganado sobreviviera, su mortandad despobló la zona. Los caballos se alimentaban de la algarroba, y así permitieron, al menos, la movilidad de los hombres de campo. Pero la vida se endureció y quedaron para los lugareños escasas opciones: conseguir algún puesto burocrático en el pueblo de San Agustín —ingresando al municipio o a dependencias de Vialidad Nacional, por ejemplo—, o bien "conchabarse" como peón de finca. No es tanto por lo que trabaje uno, sino es por la esclavitud; que tiene que estar a su hora correspondiente, y tiene que estar todas las horas correspondientes. Y en otro trabajo, no. Verdad que en el campo a veces se trabaja mucho también, ¿no?, pero ahí no tenía usted que estar a hora, y volver a hora, Así que me parece a mí que este trabajo es más esclavizado. Claro que ahí hay una manera de que dice... no es justo Dios. ¡Pero será justo! Por algo lo ha dispuesto así... que tenía que haber rico y pobre. Entonces el pobre tiene que trabajar, y el que va moviendo la tierra y trabajando y labrando y levantando eso. Porque si fueran todo ricos, dice, no hubiera ningún adelanto ... ¿Qué va a hacer? Porque, dice, si todos trabajaran lo mismo, a lo mejor fuera una mejoría mejor... (Valentín Mercado, artesano del cuero: No tengo más que un solo nombre. Es que en aquellas épocas deben haber sido muy escasos los nombres; por eso me pusieron un solo nombre... ¡o estarían muy apurados! Yo hago de todo, cuestiones de obra de cuero. Pero a mí nadies me enseñó ... nadies nadies ... yo solo aprendí viendo).
La adversidad climática, sin embargo, generó también una respuesta cultural; llegaron especialistas al valle y regaron con surcos el camjo desmontado, produciendo de la tierra virgen espléndidas cosechas. Poco a poco, se crearon fincas que, mediante bombas de agua, fertilizaron la superficie de una región supuestamente árida. Pero, ¿qué pasó con el hombre, ese hombre libre que se autoabastecía? Ese hombre se convirtió en peón de campo, pues no pudo acceder a las técnicas sofisticadas de la agricultura, pues no pudo ser dueño ni del campo sobre el que pastaba su ganado ni de los implementos necesarios para su explotación racional (bombas, tractores, alambrados, semillas. vehículos). El inconveniente con que ha luchado este pueblo es la falta del agua, que ha habido tiempos en que la población tuvo que emigrar. Y eso se venia sucediendo, según los antepasados, más o menos cada 10, 12 años. En 1900, que yo ya recuerdo perfectamente bien, vi —siendo muy niño, ¿no?— el desfile de la gente de aquí y los que venían en un todavía de los llanos de La Rioja, porque allí pasaba la misma sequía, la misma epidemia que llamaba entonces, los vi pasar por la calle. Pasaban las mujeres, hombres, niños, en toda clase de cabalgadura. Los más pobres, los menos favorecidos, en fin, iban en los burritos, con sus camas, con sus trastecitos y todo, gente que no regresó casi nunca (Zorobabel Costa). Compré ese campo en Usno, que fueron 1200 hectáreas; y se hizo el primer pozo, y de ahí empezamos un pequeño desmonte. En la actualidad ya tenemos tres pozos funcionando (Gustavo Lucero, chacarero), Compró unos campos aquí el general Labayrú, se interesó mucho ... y un señor Botella, actual gerente de la sucursal del banco, también está haciendo un trabajo muy importante allá en la finca (Zorobabel Costa). Hay mucha agua subterránea, eso sí. .. pero ... hay que poner bomba y... cuánta cosa ahí... para poder sembrar pasto y esas cosas pero ... yo no lo puedo hacer por mi situación económica ... A lo mejor con la ayuda de mi hijo, con. el tiempo, este, podamos hacer algo, pueda sacar préstamo y trabajar, de alguna forma, con préstamos del banco ... y de esa forma, en fin, formar una finquita (Santos Villafañe). El pensar mío era casualmente eso: de hacerme de una finquita para tenerla sembrada, pero ... (Valentín Mercado). En primer lugar, tiene que tener el título de las tierras... sus mensuras, todo en condiciones; y tiene que tener una manifestación de bienes en el banco. Porque eso es lo que exigen, y de ahí ellos le acuerdan un crédito, le hacen una carpeta... y después, lógicamente, va hipotecada la propiedad y van hipotecados todos los bienes que usted compra hasta que los pague. Necesita un tractor, implementos, un pozo, una bomba, desmonte, alambrados, semillas, etcétera (Gustavo Lucero).

EL PROGRESO, EL EXODO. El progreso nos sacude a todos por igual. Para don Máximo Rojas, de 83 años de edad, representa el final de un ciclo, de su propio ciclo. Siempre fue el monturero, y ahora la proliferación de automóviles y motocicletas significa una tácita prescindencia de su artesanía. Para el cuchillero Alejo Chávez, en cambio, el creciente turismo ayudó a incrementar la venta de sus productos. Apenas puede satisfacer la demanda, y sus ingresos no bajan de los 200 mil pesos mensuales.
Pero Alejo Chavez tiene diez hijos y en ellos se refleja la profundidad y el alcance del cambio. Dos de los varones son ya adolescentes; uno de ellos, de 18 años, cuida la plaza y gana alrededor de 50 mil pesos por mes. El otro, de 16, trabaja en una finca de las afueras y percibe algo más de la mitad del sueldo de su hermano. Y ninguno de los dos, empero, quiere interesarse por el oficio de su padre, lo que les permitiría multiplicar varias veces sus salarios. Fascinados por el descubrimiento del mundo exterior, han abandonado —y tal vez para siempre— ese fervor recogido, ensimismado, de sus antepasados.
Por otra parte, el dificultoso desarrollo económico del valle hace que la oferta de mano de obra exceda largamente las posibilidades de ocupación. La gente se está yendo de aquí, por la falta de trabajo (Máximo Rojas). Y se ha quedado sin nada esa gente, así que... ¡se las han tomado! (Valentín Mercado). Y... trabajar nomás, qué se va a hacer... Iré a trabajar a las fincas... Ya no trabajo a la voluntad mía ya... ya soy mandado, mejor dicho, chillado, por el patrón ... (Hugo Villafañe). La cuestión es buscárselas de alguna manera. Ir a suplicar, bueno, dice, mire, yo no tengo trabajo, yo necesito trabajo, tengo que dar de comer... Bueno, hay gente que... será media corta también a veces, que por ahí va y que no lo atienden, en fin. Ya se cansan y así de ahí viene que ya las cosas empiezan mal... Mire, esto si sigue así... yo no puedo pensar qué puede pasar, porque aquí la cosa se está poniendo fiera. Mire, yo no sé qué va a hacer la juventud, que se van a tener que ir a otro lado para buscar a trabajar, porque aquí no hay vida ya. Bueno, buscársela por ahí, por ejemplo, en los pueblos... (Valentín Mercado).
Las esperanzas de resurrección se basan en gran medida en el presumible auge del turismo. De acuerdo a las cifras proporcionadas por la sección Estadística de la Dirección de Turismo de la provincia de San Juan (a cargo de la experta Sonia Díaz Lecam), en los diez días de julio correspondientes a las vacaciones de invierno arribaron al Valle de La Luna (y pasaron, obviamente, por Valle Fértil) 4200 turistas (en su mayoría procedentes de Buenos Aires). El director de Turismo Guillermo Barrena Guzmán se propone aumentar ese volumen para 1974: "Alentamos la construcción de tres hoteles y dos restaurantes, de modo que se cree una infraestructura decorosa. También se habilitarán nuevas líneas de ómnibus de mayor confort y frecuencia que la actual (cada grupo de visitantes dispondrá de un guía y de una cesta, además, para su almuerzo, dada la extensión del recorrido)". Barrena señaló que la empresa de aviación Lufthansa ya ha contratado un tour con excursionistas alemanes.
Entre tanto la intendenta Angela Carrizo —representante del FREJULI— trata de conmover a las autoridades provinciales para que tomen una decisión rápida respecto de la construcción del dique y la pavimentación del camino de acceso (dos claves para el salto definitivo), el maestro Washington Díaz —director del colegio vállense— organiza los nuevos ciclos secundarios, y la rezadora Rosarito Vega repite sus novenas y novenarios: "Soy conocida porque, como hay pocas rezadoras, ¿sabe?, ya casi no existen de las personas más viejas que yo. Así que hay una novena o viene un aniversario, ya me llevan a mí... Yo hago de cura. Rezo novenas y hago de cura".
Es que ni el bombardeo radiofónico ni la irrupción de los tics urbanos han conseguido derrotar aún a la ingenuidad de una Elvira de Burgoa: "Cuando a uno no le gusta una cosa, no le gusta, mire. ¿Qué tengo que sentir cosas que no las conozco? Yo no es porque no haya ido a la escuela... que no sepa ... algunas cosas que ... entienden más que ... las que pueda entender yo. Pero ... ¿qué tengo que sentir lo que yo no conozco?". Seguramente esa oscura sensación de enfrentamiento con lo desconocido habrá flotado ante los varios centenares de vallenses que, por primera vez, vieron su propia imagen reproducida en una pantalla. La proyección del film de Prelorán resultó, para ellos, una fiesta propia, que gozaron con un lenguaje hecho de risas y palabras entrecortadas. Reían al reconocer a un vecino, al escuchar una frase o un gesto identificatorios de un amigo, o ante la gracia de un baile o la doma de un potro. Durante una hora y media, la risa los unió por encima de cualquier idioma. Cuando se encendieron las luces, el bullicio sólo pudo prolongarse unos minutos. Protagonistas y espectadores retornaron bruscamente de la magia a la realidad; nadie manifestó otro comentario que algún adjetivo del estilo de hermoso, lindo, buena. Para los moradores del valle parece no existir sentencia más precisa que la de Máximo Rojas: "¿Y qué vamos a hacer? La vida está hecha para sufrir".
Revista Panorama
13.09.1973

 

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