Desde la ciudad de San
Juan, un viejo ómnibus de la empresa Bossio parte
todas las noches con un objetivo rutinario:
alcanzar hacia el alba las estribaciones de La
Rioja. Antes, sin embargo, habrá de pasar, con
igual certidumbre, por un pequeño pueblo rodeado
de cerros erosionados y breas de troncos verdes
con flores de un amarillo esplendoroso. San
Agustín de Valle Fértil parece homenajear a su
nombre; después de 300 kilómetros de paisaje
obsecuentemente árido, un centro urbano
tradicional quiebra la gama monocorde de los ocres
terrosos. Con la plaza como eje, la arquitectura
de la zona no ofrece descabelladas sorpresas; a su
alrededor se van alineando la moderna intendencia,
la sede policial, la iglesia, algunos comercios,
un bar.
Todas las noches, ya
cerca de la madrugada, un grupo de hombres bebe
sin demasiados comentarios en el interior del bar.
Con la llegada del ómnibus capitalino finaliza la
espera; se arreglan unas pocas transacciones, se
reciben encomiendas y correspondencia, se venden
productos locales a los turistas que siguen viaje.
Con las primeras horas del día, un silencio
desolador envolverá a los 5 mil habitantes del
valle.
Escasas huellas
sobreviven de la vieja comunidad, y han
desaparecido casi por completo las casas con
paredes de adobe y puertas de madera añosa. Apenas
quedan algunos memoriosos, como el casi centenario
Zorobabel Costa, quien todavía camina impaciente,
de un lado a otro, luciendo una mefistofélica
barba gris. Costa recuerda: "La primera fundación
se hizo al oeste de la actual villa, a orillas del
río; y después fue trasladada aquí, a la actual
ubicación. Según los datos que conozco, el
fundador fue Agustín de Jáuregui, quien vino
—según se dijo— de Chile, no recuerdo el año. Se
alojó en la cabecera de la villa, inspeccionó los
lugares y creyó necesario fundar la que lleva su
nombre. Antes había una población indígena, ellos
fueron los primeros pobladores, según la
tradición. Y los indios, con el correr del tiempo,
abandonaron el lugar porque vinieron otros
pobladores, entre ellos gente de La Rioja, de los
llanos de La Rioja. Muchos de los viejos
fundadores son de origen riojano: Valdeses,
Ontiveros, Alcaraces, en su mayoría criollos".
De acuerdo a don
Zorobabel, "esta región de Cuyo es una de las más
fértiles y por eso lleva el nombre de Valle
Fértil. No se conoce el salitre u otras cosas que
desmerecen la tierra. Aquí se produce todo, porque
el valle se ha tenido siempre como el departamento
ganadero de la provincia". No le falta razón, pero
la realidad parece desmentirlo en parte; si bien
el suelo abunda en propiedades que lo habilitan
para variados cultivos (papa, tomate, acelga,
pimientos, cítricos) y los pastos favorecen la
cría de ganado, la sequía se ha trasformado en un
flagelo devastador: "Ya no ha quedado ni qué cazar
por acá. Ni perdices, ni liebres... No hay nada
ya", se lamenta Santos Villafañe, un lugareño que
explota la mica.
El turismo se ha
convertido, desde hace unos años, en una fuente
prioritaria de ingresos. Paso obligado en el
camino hacia el Ischigualasto o Valle de la Luna
—una región de topografía selenita que empieza a
ser explotada turísticamente—, Valle Fértil se ha
provisto de una hostería confortable y acogedora,
construida sobre un cerro que domina el embalse,
rico en pejerreyes. También se habilitó un predio
para acampantes y las calles céntricas del pueblo
—ordenadas con la nomenclatura de la capital
sanjuanina— muestran un reluciente techado
asfáltico.
Por ahora, la invasión
exterior se limita apenas a una afluencia
intermitente de expedicionarios interesados en
explorar el Ischigualasto, pero condicionados por
una infraestructura precaria (escasez de
alojamiento; 120 kilómetros de camino sin
pavimentar, a los que se suman otros 60 hasta el
Valle de la Luna). Ni la pista de baile Las tuces
—que funciona los sábados— ni la sala de cine —se
habilita durante el verano, ya que se trata de
enorme patio sin techar— constituyen, por cierto,
atractivos gratificadores para los habituales
contingentes de curiosos. Se les ofrece en cambio,
el contacto con una cultura artesanal que
seguramente habrá de desaparecer a corto plazo.
"Las artesanías
florecieron siguiendo las costumbres de los
españoles, que llegaron desde los valles riojanos
y poblaron la región", señala Jorge Prelorán. Y
agrega: "Se trata del fruto de una cultura
trasmitida de generación en generación, e
integrada por cuentos, leyendas, parábolas, frases
hechas, consejos y prácticas de trabajo. Cada
individuo, por lo tanto, lleva su cultura dentro
de sí. Y al aprender su trabajo, por observación e
imitación, adquiere una forma particular de ver el
universo, de explicarse su destino y su función;
adquiere una peculiar filosofía de vida".
Encerrados entre esa cultura tradicional y la
nueva cultura introducida por da progresiva
alfabetización y el acceso a los medios masivos de
comunicación, los viejos artesanos sobrellevan una
madurez que reproduce esa duplicidad: por un lado,
permanecen indiferentes a la seducción del
progreso; por el otro, comienzan a ser
subrepticiamente ganados por las mínimas
facilidades del confort (el ladrillo en principio,
luego la radio). Mantienen, con todo, una
identidad casi impenetrable con su oficio.
LOS PERSONAJES. Máximo
Rojas, talabartero: Yo. .. mí trabajo, el trabajo
de talabartería, sección aventuras; obra que se
hace para ensillar al animal, que la denominamos
montura nosotros, otros le dicen silla... el
verdadero nombre es montura. Montura criolla, la
verdadera criolla, que se ensilla con jergones,
pellones, cincha; esa cincha no es como la montura
militar, por eso se hace la resistencia firme,
porque hombres que enlazan, tiran animal,
arrastran y qué sé yo... El oficio lo aprendí del
finado mi padre y por eso, aunque poco y nada
deja, lo conservo por tener ese recuerdo. Pero hoy
están casi muertos todos estos trabajos ... porque
por motivo que... ya hay tanto bicicleta, moto y
todas esas cosas... Como todo va más moderno,
todas las cosas de los oficios están... raro los
que están trabajando; el trabajo de esto, de
talabartería, está muriendo de a poco a poco, poco
a poco no hay trabajo
de talabartería. El talabartero, el estribero, él
que hace cinchas, todas esas cosas ¡va muerto! Ya
no trabajan casi. Y somos pocos los que van
quedando; y de aquella época, de 1910, el único
que queda soy yo, me parece.
Evaristo Elizondo,
carpintero: Yo sor carpintero. Fabrico estribos,
mesas, sillas, puertas. Hay estribos de más
categoría, de menos categoría, que tienen más
trabajo, que tienen más dibujos. Saben haber
algunos que saben decirle trompa de carnero, asta
de carnero, que le dicen. Es la diferencia que hay
del estribo chileno al estribo criollo que hacemos
nosotros acá, que es no más de trompa. Los
estribos chilenos son más puntuditos, son bien
redonditos, bien puntuditos, bien bajitos. Pero
éstos ya no se hacen, no se ven casi.
Alejo Chávez,
cuchillero: Yo no soy cuchillero. Yo fabrico
cuchillos para que sea cuchillero otro, yo soy
maestro de cuchillos, artesano. Empecé a trabajar
en las sierras de Elizondo, enfrente de As tica,
para adentro de la tierra. Me aprendí en una
cuchilla de mesa, y cuando ya aprendí bien,
dispuse de bajarme al bajo a las orillas de las
rutas, porque allá no tenía salida. Y de ahí
demanda que ahora yo tengo mi buen pasar,
digamos... con las cosas que yo aprendí a hacer en
la sierra. Y empecé no sabiendo nada; y de ahí...
y así estoy en esta altura ya sabiendo varias
cosas: puñales, cuchillos comunes, cuchillos de
mesa, toda clase de cuchillos. Yo utilizo el acero
de ... sea de coche, de camión, de toda clase de
acero, siendo resorte, para hacer un cuchillo.
Calentado al rojo en la fragua, se corta en tiras.
Ramón Martínez,
fabricante de amuletos: Aquí, en Valle Fértil,
hace 20 años que estoy; siempre de platero/ Vivía
por el lado de La Rioja, en Amaná. También era
platero allí. Me vine acá porque, por el hecho que
tenía más salida de mi trabajo. Este muñeco es una
promesa. Representa un cuerpo, un cuerpo de una
persona. Porque el mal está en todo el cuerpo.
Para hacer una promesa, la hago con a mol daciones
en tierra. Traigo la tierra del sitio, la sobo, la
pongo liviana, y pongo las cajas, y ahí pongo el
testigo, y la prenso. Él testigo es el cuerpo que
voy a hacer, o bien sea el muñeco que voy a hacer,
o bien sea un anillo o cualesquiera otra prenda
que llamamos... o una medalla, un sinfinidad de
cosas que pueda trabajar en fundición, Cada
promesa que hago es para curar la parte que...
adolece cada adolescente. Así como hago pulmones,
hago hígados, hago piernas, pies, cabezas... en
fin, casi todo el cuerpo humano lo hago. Siempre
me encargan así las gentes, para llevarlas de
promesa a San Nicolás de La Rioja. Para cumplir
promesas lo hacen.
Nicolasa de Fernández,
tejedora: Yo soy devota de la Virgen de Andacollo.
Yo creo en ella. Yo soy devota de ella, y por ella
yo... yo le pido a ella y vivo por ella. Varios
años antes tuve una enfermedad seria. En las
manos, en las piernas, tuve reumatismo. Entonces
hice un... le pedí a ella y ella me hizo ese
milagro... de que ella me lo sacó. Con pocos
remedios, me lo sacó. No podía tejer ese tiempo.
Yo tejo hace 20 años, más o menos. Tejo ponchos,
chalinas,
jergones, sobrecamas,
alforjas, peleros... Estoy tejiendo ahora una
chalina. Cinco días para tejer, una chalina, en
tiempo... El hilado es mucho mas tiempo porque en
tela fina se hace un mes y pico para tejerlo. Yo
mi vida la paso trabajando, acá, con mi marido,
mismo con mis hijos...
Hilda Carmona de
Herrera, tejedora: Y hace 23 años que estoy yo
para estos lados. Y siempre trabajando las telas,
y con los hijos, que es la tarea que uno tiene.
Hay que dejar el trabajo de uno y correr a ver el
hijo. ¡Que tengo diez hijos! ¿Qué le parece? Como
para no correr de un lado a otro. Como uno se cría
en el campo, trabaja siempre en las estancias,
¿ve? Se preocupa de los trabajos rústicos, porque
eso va del natural: no es que uno estudie, sino
que Dios nos da a qué ser para que podamos vivir,
como el dicho... Y lo mismo con los hijos, aunque
la chica es poca aspirante porque ella dice:
"Mamá, ¿cuándo se termina una obra? ¿Ve? No se la
termina nunca"
EL CAMBIO. Durante los
últimos años —y hasta el año pasado— Valle Fértil
padeció los efectos de la periódica sequía que
amenaza la región. Como no había pastos para que
el ganado sobreviviera, su mortandad despobló la
zona. Los caballos se alimentaban de la algarroba,
y así permitieron, al menos, la movilidad de los
hombres de campo. Pero la vida se endureció y
quedaron para los lugareños escasas opciones:
conseguir algún puesto burocrático en el pueblo de
San Agustín —ingresando al municipio o a
dependencias de Vialidad Nacional, por ejemplo—, o
bien "conchabarse" como peón de finca. No es tanto
por lo que trabaje uno, sino es por la esclavitud;
que tiene que estar a su hora correspondiente, y
tiene que estar todas las horas correspondientes.
Y en otro trabajo, no. Verdad que en el campo a
veces se trabaja mucho también, ¿no?, pero ahí no
tenía usted que estar a hora, y volver a hora, Así
que me parece a mí que este trabajo es más
esclavizado. Claro que ahí hay una manera de que
dice... no es justo Dios. ¡Pero será justo! Por
algo lo ha dispuesto así... que tenía que haber
rico y pobre. Entonces el pobre tiene que
trabajar, y el que va moviendo la tierra y
trabajando y labrando y levantando eso. Porque si
fueran todo ricos, dice, no hubiera ningún
adelanto ... ¿Qué va a hacer? Porque, dice, si
todos trabajaran lo mismo, a lo mejor fuera una
mejoría mejor... (Valentín Mercado, artesano del
cuero: No tengo más que un solo nombre. Es que en
aquellas épocas deben haber sido muy escasos los
nombres; por eso me pusieron un solo nombre... ¡o
estarían muy apurados! Yo hago de todo,
cuestiones de obra de cuero. Pero a mí nadies me
enseñó ... nadies nadies ... yo solo aprendí
viendo).
La adversidad
climática, sin embargo, generó también una
respuesta cultural; llegaron especialistas al
valle y regaron con surcos el camjo desmontado,
produciendo de la tierra virgen espléndidas
cosechas. Poco a poco, se crearon fincas que,
mediante bombas de agua, fertilizaron la
superficie de una región supuestamente árida.
Pero, ¿qué pasó con el hombre, ese hombre libre
que se autoabastecía? Ese hombre se convirtió en
peón de campo, pues no pudo acceder a las técnicas
sofisticadas de la agricultura, pues no pudo ser
dueño ni del campo sobre el que pastaba su ganado
ni de los implementos necesarios para su
explotación racional (bombas, tractores,
alambrados, semillas. vehículos). El inconveniente
con que ha luchado este pueblo es la falta del
agua, que ha habido tiempos en que la población
tuvo que emigrar. Y eso se venia sucediendo, según
los antepasados, más o menos cada 10, 12 años. En
1900, que yo ya recuerdo perfectamente bien, vi
—siendo muy niño, ¿no?— el desfile de la gente de
aquí y los que venían en un todavía de los llanos
de La Rioja, porque allí pasaba la misma sequía,
la misma epidemia que llamaba entonces, los vi
pasar por la calle. Pasaban las mujeres, hombres,
niños, en toda clase de cabalgadura. Los más
pobres, los menos favorecidos, en fin, iban en los
burritos, con sus camas, con sus trastecitos y
todo, gente que no regresó casi nunca (Zorobabel
Costa). Compré ese campo en Usno, que fueron 1200
hectáreas; y se hizo el primer pozo, y de ahí
empezamos un pequeño desmonte. En la actualidad ya
tenemos tres pozos funcionando (Gustavo Lucero,
chacarero), Compró unos campos aquí el general
Labayrú, se interesó mucho ... y un señor Botella,
actual gerente de la sucursal del banco, también
está haciendo un trabajo muy importante allá en la
finca (Zorobabel Costa). Hay mucha agua
subterránea, eso sí. .. pero ... hay que poner
bomba y... cuánta cosa ahí... para poder sembrar
pasto y esas cosas pero ... yo no lo puedo hacer
por mi situación económica ... A lo mejor con la
ayuda de mi hijo, con. el tiempo, este, podamos
hacer algo, pueda sacar préstamo y trabajar, de
alguna forma, con préstamos del banco ... y de esa
forma, en fin, formar una finquita (Santos
Villafañe). El pensar mío era casualmente eso: de
hacerme de una finquita para tenerla sembrada,
pero ... (Valentín Mercado). En primer lugar,
tiene que tener el título de las tierras... sus
mensuras, todo en condiciones; y tiene que tener
una manifestación de bienes en el banco. Porque
eso es lo que exigen, y de ahí ellos le acuerdan
un crédito, le hacen una carpeta... y después,
lógicamente, va hipotecada la propiedad y van
hipotecados todos los bienes que usted compra
hasta que los pague. Necesita un tractor,
implementos, un pozo, una bomba, desmonte,
alambrados, semillas, etcétera (Gustavo Lucero).
EL PROGRESO, EL EXODO.
El progreso nos sacude a todos por igual. Para don
Máximo Rojas, de 83 años de edad, representa el
final de un ciclo, de su propio ciclo. Siempre fue
el monturero, y ahora la proliferación de
automóviles y motocicletas significa una tácita
prescindencia de su artesanía. Para el cuchillero
Alejo Chávez, en cambio, el creciente turismo
ayudó a incrementar la venta de sus productos.
Apenas puede satisfacer la demanda, y sus ingresos
no bajan de los 200 mil pesos mensuales.
Pero Alejo Chavez
tiene diez hijos y en ellos se refleja la
profundidad y el alcance del cambio. Dos de los
varones son ya adolescentes; uno de ellos, de 18
años, cuida la plaza y gana alrededor de 50 mil
pesos por mes. El otro, de 16, trabaja en una
finca de las afueras y percibe algo más de la
mitad del sueldo de su hermano. Y ninguno de los
dos, empero, quiere interesarse por el oficio de
su padre, lo que les permitiría multiplicar varias
veces sus salarios. Fascinados por el
descubrimiento del mundo exterior, han abandonado
—y tal vez para siempre— ese fervor recogido,
ensimismado, de sus antepasados.
Por otra parte, el
dificultoso desarrollo económico del valle hace
que la oferta de mano de obra exceda largamente
las posibilidades de ocupación. La gente se está
yendo de aquí, por la falta de trabajo (Máximo
Rojas). Y se ha quedado sin nada esa gente, así
que... ¡se las han tomado! (Valentín Mercado).
Y... trabajar nomás, qué se va a hacer... Iré a
trabajar a las fincas... Ya no trabajo a la
voluntad mía ya... ya soy mandado, mejor dicho,
chillado, por el patrón ... (Hugo Villafañe). La
cuestión es buscárselas de alguna manera. Ir a
suplicar, bueno, dice, mire, yo no tengo trabajo,
yo necesito trabajo, tengo que dar de comer...
Bueno, hay gente que... será media corta también a
veces, que por ahí va y que no lo atienden, en
fin. Ya se cansan y así de ahí viene que ya las
cosas empiezan mal... Mire, esto si sigue así...
yo no puedo pensar qué puede pasar, porque aquí la
cosa se está poniendo fiera. Mire, yo no sé qué va
a hacer la juventud, que se van a tener que ir a
otro lado para buscar a trabajar, porque aquí no
hay vida ya. Bueno, buscársela por ahí, por
ejemplo, en los pueblos... (Valentín Mercado).
Las esperanzas de
resurrección se basan en gran medida en el
presumible auge del turismo. De acuerdo a las
cifras proporcionadas por la sección Estadística
de la Dirección de Turismo de la provincia de San
Juan (a cargo de la experta Sonia Díaz Lecam), en
los diez días de julio correspondientes a las
vacaciones de invierno arribaron al Valle de La
Luna (y pasaron, obviamente, por Valle Fértil)
4200 turistas (en su mayoría procedentes de Buenos
Aires). El director de Turismo Guillermo Barrena
Guzmán se propone aumentar ese volumen para 1974:
"Alentamos la construcción de tres hoteles y dos
restaurantes, de modo que se cree una
infraestructura decorosa. También se habilitarán
nuevas líneas de ómnibus de mayor confort y
frecuencia que la actual (cada grupo de visitantes
dispondrá de un guía y de una cesta, además, para
su almuerzo, dada la extensión del recorrido)".
Barrena señaló que la empresa de aviación
Lufthansa ya ha contratado un tour con
excursionistas alemanes.
Entre tanto la
intendenta Angela Carrizo —representante del
FREJULI— trata de conmover a las autoridades
provinciales para que tomen una decisión rápida
respecto de la construcción del dique y la
pavimentación del camino de acceso (dos claves
para el salto definitivo), el maestro Washington
Díaz —director del colegio vállense— organiza los
nuevos ciclos secundarios, y la rezadora Rosarito
Vega repite sus novenas y novenarios: "Soy
conocida porque, como hay pocas rezadoras, ¿sabe?,
ya casi no existen de las personas más viejas que
yo. Así que hay una novena o viene un aniversario,
ya me llevan a mí... Yo hago de cura. Rezo novenas
y hago de cura".
Es que ni el bombardeo
radiofónico ni la irrupción de los tics urbanos
han conseguido derrotar aún a la ingenuidad de una
Elvira de Burgoa: "Cuando a uno no le gusta una
cosa, no le gusta, mire. ¿Qué tengo que sentir
cosas que no las conozco? Yo no es porque no haya
ido a la escuela... que no sepa ... algunas cosas
que ... entienden más que ... las que pueda
entender yo. Pero ... ¿qué tengo que sentir lo que
yo no conozco?". Seguramente esa oscura sensación
de enfrentamiento con lo desconocido habrá flotado
ante los varios centenares de vallenses que, por
primera vez, vieron su propia imagen reproducida
en una pantalla. La proyección del film de
Prelorán resultó, para ellos, una fiesta propia,
que gozaron con un lenguaje hecho de risas y
palabras entrecortadas. Reían al reconocer a un
vecino, al escuchar una frase o un gesto
identificatorios de un amigo, o ante la gracia de
un baile o la doma de un potro. Durante una hora y
media, la risa los unió por encima de cualquier
idioma. Cuando se encendieron las luces, el
bullicio sólo pudo prolongarse unos minutos.
Protagonistas y espectadores retornaron
bruscamente de la magia a la realidad; nadie
manifestó otro comentario que algún adjetivo del
estilo de hermoso, lindo, buena. Para los
moradores del valle parece no existir sentencia
más precisa que la de Máximo Rojas: "¿Y qué vamos
a hacer? La vida está hecha para sufrir".
Revista Panorama
13.09.1973
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