Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Samet, el editor que se fundió editando a la Nueva Generación de 1924, quiere reincidir

DICE Dardo Cúneo en su "Romanticismo Político": "Las tintas no se borran nunca del todo y este milagro está al servicio de la palabra. La palabra es, pues, eternizadora".

Sin duda es esto más que una realidad. Todo cuanto aconteció allá por el año 1924, en publicaciones incipientes aun de los que ahora resumen la representación fundamental de nuestra literatura, todo eso ha quedado grabado en la totalidad de sus obras. Milagro del volverse atrás en la virtud de lo permanente.
Bajo la escalerilla destartalada que lleva al paraíso del teatro Avenida se reunían los "muchachos" del grupo Martín Fierro. Allí estaban Jorge Luis Borges, González Lanuzza, Oliverio Girando, Norah Lange, Rega Molina, Macedonio Fernández, Ernesto Palacio, el decano Evar Méndez, Güiraldes, Keller Sarmiento, todos con un soto anhelo: la reestructuración intelectual de la juventud. ¡Qué tiempos aquéllos!, nos dice el viejo y joven editor Jacobo Samet. Y al instante uno se pregunta sobre la relación inmediata del uno con los otros.
Esta existe; está en "la Sagrada cripta de Samet", como llamaban ellos al lugar del Avenida. Especie de cueva, hermosamente bohemia, desprovista de resabios románticos pero firmemente instalada en una realidad intelectiva y culta.
Samet —innata inquietud libresca— comenzó editando los libros de sus amigos instalándose en el hueco del Avenida para hacer conocer aquellos autores siempre difíciles de vender; por criollos, por poéticos y por vanguardistas. Tarea harto quijotesca ésta. Había que ingeniarse para pronunciar verdaderas conferencias de prensa entre los lectores a fin de vender los ejemplares.
Pese a ello, nada arredraba a estos "fauves" argentinos. Escritores y editor se reunían mensualmente a comer, apuntalando energías, compulsando opiniones, conscientes de su propia realidad, vernáculos hasta en eso; era "la comida de les fieras". Dichas reuniones fueron célebres porque a ellas acudía lo más granado de la intelectualidad argentina y extranjera. En la librería, después de escuchar el violín de Jacobo Fijman y luego de haber discutido acaloradamente las excelencias de "Don Segundo Sombra" —recién en las cuartillas—, aun con la esperanza de ser editado, finalizaban jugando al ajedrez.

VIGIL Y LOS ESPÍRITUS
Retrocedamos al año 1915. Don Jacobo Samet, que habría de ser impulsor letrista y anímico de este movimiento literario posterior y que apuntaló a todos ellos con su ayuda anónima, inició sus andanzas juveniles fundando la revista "Germinal", costeada con la venta de sus libros de estudiante. En "Germinal", como en "Ciudad", ambas fundadas por él en sociedad con Isaac Kormbliht, y esta última inspirada en el libro de Fernández Moreno, de quien era amigo, luego en "Cartel" y después en "Noticias Literarias" comenzaron a esgrimir sus primeras armas estos soldados de las letras.
Llegó un momento en que la plata escaseaba. Samet vendió sus libros de texto, hizo todo cuanto hace un muchacho estudiante en estos casos. Por fin se decidió, en un esfuerzo que consideró inaudito, a escribir algo para publicar. Se apersonó a Constancio C. Vigil, que por entonces era director de "Mundo Argentino".
Esperas angustiosas, escalofríos y timideces. Aun no soñaba con ser editor; sus inquietudes eran sólo literarias. Vigil lo recibió con una especie de leve sonrisa complacida y al ahondar en profundidades filosóficas llegaron a la tristísima conclusión de que mientras Samet era un realista aplastante, Vigil, el conocido y místico Vigil, creía en los espíritus. En consecuencia: opositores filosóficos, en una desvalorización cronológica e intelectual frente a Vigil, el futuro dueño de la "Cripta de Samet" creyó que jamás publicaría su tan ansiada colaboración. Pero hete aquí que con la ayuda de los espíritus su artículo fué publicado. Y queda para fin de frase una especie de reminiscencia obligatoria:
—Me dijo entonces Vigil que yo llegaría a ser un gran escritor. Todavía estoy en deuda con la literatura y conmigo mismo, deuda que nunca llegaré a saldar.

LA ORTOGRAFIA NO ES UN IMPEDIMENTO
El grupo de Boedo y el grupo de Proa, movimientos que quizá entonces eran antagónicos al igual que el de Martin Fierro, vistos a la distancia tienen un haber común: el de derroteros de las letras argentinas. Frecuentaban el lugar junto al editor —que lo fué por amor al libro— Álvaro Yunque, Leónidas Barletta, Roberto Mariani, Córdova Iturburu, Aristóbulo Echegaray, José Barreiro, Julio Aramburu, Gustavo Riccio, Carlos Sánchez Viamonte, Julio Llanos, Emma de la Barra, Norberto Frontini, Demetrio Urruchua, Enrique y Raúl González Timón, César Tiempo.
Rafael Jijena Sánchez y Osvaldo Horacio Dondo, poeta muy talentoso cuyo libro "Esquemas en el silencio" fué editado por Samet, al igual que "Achalay", de Jijena Sánchez, concurrían también a las tardes de la cueva de Avenida de Mayo.
¿Y Roberto Arlt? —interrogamos—. Ese Arlt tan único, desintegrado en sus angustias, desbaratada y genial inteligencia convertida en periodista. Y agregamos: —dicen que Arlt tenia mala ortografía, pésima, pero lo cierto es que escribía increíblemente mal e increíblemente bien.
Una especie de tristeza nace de don Jacobo Samet mientras apunta: Era un gran muchacho.
—Y un gran escritor —agregamos—. Lo mataron sus angustias.

EUGENIO D'ORS TAMBIEN ERA CURIOSO
La librería, editorial, peña, grupo vanguardista, abría cada mañana sus vidrieras a los iniciados y exhibía todo aquello que era digno de mostrarse.
Eugenio D'Ors venía a Buenos Aires. Traía ya consigo su bien ganada fama y era muy especialmente conocida "La bien plantada". Entre los actos programados debía pronunciar el maestro una conferencia en la Facultad de Filosofía y Letras, que quedaba por entonces en la calle Viamonte. Estando Samet a la puerta del negocio vió al propio Eugenio D'Ors parado frente a la vidriera, contemplando sus propias obras, que el editor había puesto en exhibición en su homenaje. Sorprendido por Samet no supo cómo salir del paso y aclarando su garganta penetró en la librería diciendo:
—¿Puede usted decirme dónde queda la calle "Amonte"? Con lo que en el acto quedó descubierto. Más que españolísimo es madrileñísimo el decir "vía" a las calles. El lapsus lingüe estaba cometido. La calle Viamonte fué desde entonces mucho más que una curiosidad insatisfecha. "La bien plantada" quedó en la vidriera y Eugenio D'Ors se fué tranquilamente caminando por la Vía-Amonte.

TREINTA MIL VOLUMENES TIRADOS A LA CALLE
El 31 de diciembre de 1932, "La Sagrada Cripta de Samet" cerró sus puertas. Tenía en su depósito 30 mil volúmenes, casi todos de autores argentinos y noveles.
Y salió Samet con su paquetito de libros bajo el brazo, a vender por las oficinas, ofreciéndolos por $ 0,95, regresando las más de las veces con el paquete intacto. La pavorosa crisis mundial había extendido sus tentáculos. Luego, después, el otro pulpo, el de la tiranía, vino agostando las ideas, resquebrajando las conciencias.
—Bajé la persiana —dice el viejo editor— para no volver a levantarla más. Ahora he elegido un hermoso nombre para mi editorial: Platina, aunque ya no estoy solo; me acompaña un socio, Néctor C. Pagano, y juntos emprenderemos la grata tarea de hacer conocer los nuevos valores. Pero créame que "cualquiera tiempo pasado fué mejor"
pasado no fué mejor".(nota: textual en la crónica).
Hemos comenzado con éxito. Nuestro primer título es una novela: "Mamita Junay", de Carlos Luis Fallas.
Ruth FERNANDEZ
Revista Esto Es
23.02.1956

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