Futilísima Ruinosa Satelital
No hay cosa más inútil que dar consejos

Ánimo destituyente

Estábamos reunidos, mi sombra y yo, en la penumbra que deja el salón de las asociaciones contra-actuales. Y meditábamos, infructuosamente, por cierto (hay cosas que por más que uno -yo- intente no salen... lo que natura no da, salamanca no presta), acerca de la realidad y la virtualidad. Tal vez sea la influencia oriental que nos acose con su "maya", tal vez el mediatismo de la raza periodística que insiste en perdurar a costa del ocultamiento... rescataban en algún libro sobre un viejo periodista (Enrique Raab si no me falla) que el periodista no tenía por qué saber más que sus lectores... claro que la tendencia actual es tan exagerada, en esa válida sentencia, que hasta tratan de volcarte el estado de ánimo que ellos tienen, cosa que sepas exactamente lo que pasa... lo que les pasa a ellos obvvvvvpiamente. Y como el mal perdura y no se aparta lo penoso de la exhibición de la miseria propia, en los medios, empiezo a entender a aquellos que discuten hasta con el televisor. O creo empezar a entenderlo, pero mi sombra me retiene y entretiene. La silueta desdibujada de ese tirano que es la sombra de uno mismo, siempre persiguiéndote y obligando a caminar por donde ella marca, me lleva a la discución de la realidad en el plano de las asociaciones con el pasado. Cosa de cumplir con aquello que mas o menos sostenía que un pueblo que vive sin historia tiende a repetirla. Ergo estabámos, mi sombra y yo, por empezar a transcribir acerca del ánimo destituyente.

LA CAÍDA DE ILLÍA Y LA AFIRMACIÓN DEL PODER MILITAR
Sin necesidad de disparar un tiro, sin sangre, sin protesta popular, el 28 de junio los militares toman el poder en Argentina. Pocos días antes, el viernes 24, los comandantes de las tres armas almorzaban en la sede del Comando de Operaciones Navales y un periodista, interesado por lo que todos veían venir, interrogó al comandante en jefe del ejército, general Pascual A. Pistarini, sobre el motivo de la reunión. —Ninguno en particular —respondió el general—; se trata de nuestro habitual almuerzo de los miércoles.
—Pero, general —indicó el periodista—, hoy es viernes. Pistarini sonrió. En el almuerzo se habían ajustado los detalles del golpe. El 27 el mismo Pistarini ordena el arresto del general Carlos A. Caro, principal apoyo militar del presidente Arturo Illìa, desconociendo, además, la autoridad del ministro de Guerra, general Rómulo Castro Sánchez. El plan no era reciente. Hasta había sido anunciado seis meses atrás, por un semanario porteño, para el 1º de julio. Tardíamente, el presidente Illìa releva a Pistarini; en la resolución expresa: "Consciente de mi responsabilidad ante el país he dispuesto el relevo del general Pascual Pistarini, lo que ha sido comunicado a las Fuerzas Armadas a fin de que defiendan el orden constitucional".

En la madrugada del 28 de junio
Pero esa medida solo consigue precipitar el golpe. En la madrugada del 28 de junio, Miguel Ángel Zavala Ortíz, que mira hacia la calle por una ventana de la Casa Rosada, le dice al jefe de prensa de la presidencia: "Mira esos tanques; pensar que nosotros ayudamos a comprarlos". Las fuerzas militares ya estaban junto a la casa de gobierno. Alrededor de las cinco de la mañana, mientras Illìa autografía una foto suya para entregarla a un ciudadano, irrumpen en el salón el genera! Alsogaray y los coroneles Perlinger, González, Miatello, Prémoli y Corbatta. El diálogo es el siguiente:

Un acompañante de Illía: ¡No interrumpa al Presidente! 
Illìa (dirigiéndose a Alsogaray). ¿Quién es usted? 
Alsogaray: Soy el general Alsogaray.
Illìa: Espérese, estoy atendiendo a un ciudadano.
Alsogaray: Vengo a cumplir órdenes del Comandante en Jefe. 
Iría: El Comandante en Jefe soy yo. Mi autoridad emana de la Constitución que nosotros hemos cumplido y usted ha jurado cumplir. A lo sumo, usted es un general sublevado.
Alsogaray: En representación de las Fuerzas Armadas vengo a pedirle que abandone este despacho. 
Illìa: Usted no representa a las Fuerzas Armadas, sólo representa a un grupo de insurrectos. Usted y quienes lo acompañan actúan como salteadores nocturnos, que, como los bandidos, aparecen de madrugada.
Alsogaray: Lo invito a retirarse. No me obligue a usar la violencia. 
Illìa: ¿De qué violencia me habla? La violencia la acaban de desatar ustedes. El país les recriminará siempre esta usurpación y hasta dudo de que sus propias conciencias puedan explicar lo hecho. 
Alsogaray: Usted está llevando las cosas a un terreno que no corresponde.
Illìa: El único Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas soy yo. Ustedes son los insurrectos. ¡Retírese!

(Los militares se retiran. Una hora después regresan los coroneles encabezados por Perlinger, que replantean e! ultimátum.)
Perlinger: Doctor Illìa, en nombre de las Fuerzas Armadas vengo a decirle que está destituido. 
Illìa: Ya le he dicho al general que ustedes no representan a las Fuerzas Armadas. Perlinger: Me rectificó: en nombre de las fuerzas que poseo. 
Illìa: Traiga esas fuerzas. 
Perlinger: Doctor, no lleguemos a eso.

(Illìa reafirma su posición, Perlinger se retira y a las 7 y 25 regresa con doce integrantes de la Guardia de la Policía Federal armados con lanzagases.)

Perlinger: Doctor Illìa, su integridad física está plenamente asegurada. No puedo afirmar lo mismo
de las personas que aquí se encuentran. Serán desalojadas por la fuerza.
Iría: Yo sé que su conciencia le va a reprochar lo que está haciendo.
Perlinger: Usaremos la fuerza. 
Illía: Es lo único que tienen. 

(El doctor Illía abandona la Casa Rosada poco antes de las ocho de la mañana.)
Extraído de "Transformaciones en la historia presente" (1974)

Transcripto lo cuál vamos a lo nuestro, a los consejos ruinosos y futilísimos:

Cómo se cura la obesidad
Cierto que la obesidad constituye, según el vulgo, una expresión de satisfacción moral y de bienestar físico positivos; pero por mucho que quiera dársele tamaña significación, ello es que el que lleva encima una cantidad regular de kilos reniega de semejante interpretación, y no importándole perderla busca los medios de que se quemen sus grasas, vuelva la perdida esbeltez á su contorno, y sobfe todo que la fatiga no esté continuamente enseñoreada de sus pulmones.
Hambre y trabajo son los dos términos del tratamiento de la obesidad.
Triste es tal consecuencia, y amargo el calvario del obeso si habrá de ceñirse á los dos términos de esta cuestión, y por ello la medicina procura disminuir el rigor del régimen, la tiranía de la higiene, el martirio que supone un cambio radical de vida, y por boca de Marcel Labbé establece como última palabra en planes curativos de la obesidad los siguientes dos capítulos:
1.° El régimen. Se multiplicará el número de comidas; se reglamentará con cuidado la alimentación reduciendo al mínimum la cantidad de grasas y de hidrocarburos. Se dará al principio un gramo de albúmina por kilogramo de peso teórico, para llegar al fin del tratamiento á un gramo cincuenta centigramos de materias proteicas. Se recomendarán las bebidas en abundancia y se permítirá cuotidianamente de uno á cuatro gramos de sal. Estos dos últimos consentimientos son los que los gruesos deben verdaderamente agradecer á Labbé, porque en la mayor parte de los planes antiguos y que tenían la preferencia de nuestros médicos, al agua y la sal estaban proscritas en absoluto, y el martrio del enfermo era grande, pues unía al uso de los alimentos sin condimentar la prohibición de apagar su sed por mucha que ella fuese.
2.° El aumento de pérdidas caloríficas y energéticas. Aquí hace hincapié el autor del plan como el aspecto de más transcendencia para, curar la obesidad, y aconseja la balneación fría prolongada, los baños progresivamente enfriados, los baños de vapor y las duchas. Se proscribirá toda clase de medicamentos, porque, resultan, á su juicio, no sólo inútiles, sino aun en muchos casos perjudiciales.
Sea este ú otro cualquiera el régimen adoptado para el tratamiento de la obesidad, lo primero que debe tenerse en cuenta es el no incurrir en exageraciones, ni de plan en sí mismo, ni de implantación rápida del que se adopte. El que debe su volumen á excesos de la alimentación no adoptará un régimen severo de la noche á la mañana, sino que lenta y gradualmente irá disminuyendo la ración y aceptando las substancias que el médico le recomendó para ir poco á poco acostumbrando al organismo á su vida animal: el que engruesa por exceso de vida sedentaria, no habrá de tomar al día siguiente la carretera y .llegar hasta Palermo en extenuante jornada, sino que irá realizando excursiones más largas á medida que se acostumbre al cuotidiano paseo; aquel que deba su gordura al artritismo, no acudirá al establecimiento balneario, pensando que en un año las aguas alcalinas van á modificar la nutrición íntima de sus tejidos, sino que tendrá la paciencia de repetir en distintas "temporadas el plan hidriático, acompañado del higiénico que el médico le imponga durante el invierno.
Quiere decirse con todo ello, que no se va á conseguir la pérdida de una gordura con ocho días de legumbres y media docena de masajes, sino con mucha paciencia, mucho ejercicio, poca comida y pocas drogas. Y si alguno de mis lectores les parece preferible seguir con sus ideas á someterse á tanta privación, siempre le queda el consuelo de que por algo el público puso de nombre al abdomen prominente el de la cueva de la felicidad. 

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