LAS BATALLAS DE MARECHAL
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"Ahí está, en mi dormitorio. Es como un animal que vive, respira y se
mueve. Es como un gato, o quizá un perro faldero." Leopoldo
Marechal, 70, habla así de su tercera novela, 'Megafón o la guerra',
que se disponía a entregar la semana pasada a la editorial
Sudamericana (que ha publicado Adán Buenosayres, en 1948, y El
banquete de Severo Arcángelo, en 1965).
—Tenía unas ganas bárbaras de ponerle Megaphon, con pe hache.
Pero, qué quiere, uno no puede con su genio y al final le dejé la
efe.
También el título sufrió modificaciones. Cuando empezó a
escribir, hace cuatro años, la novela se llamaba 'Megafón el
oscuro', pero Marechal resolvió cambiarlo después de conocer un
libro casi homónimo (El oscuro, de Daniel Moyano), que él mismo
contribuyera a premiar en 1967. Optó luego, a desgano, por Las
batallas de Megafón, pero esas aguas bautismales le parecieron
enfermas de solemnidad. Acabó por reducirlo a una sola palabra, el
nombre del protagonista; más tarde, volvía a ensancharlo: ¿será el
definitivo?
'Megafón o la guerra' es humorística, poética, metafísica,
"los tres grandes planos en los que siempre; me moví con soltura",
dice Marechal sin retirar de los labios una Dunhill reluciente. Si
Adán exploraba los símbolos del viaje, a la manera de la Odisea,
esta tercera obra se atiene a la estrategia de la Ilíada. El
parentesco, sin embargo, se reduce a la estructura: diez rapsodias,
precedidas por un Introito y clausuradas por un Epílogo. A su vez,
cada rapsodia incluye dos o tres sagas correspondientes a uno de los
personajes. En cuanto al tamaño, es superior al Banquete e inferior
al Adán: "Unas trescientas cincuenta páginas jugosas."
Megafón es un muchacho de barrio: ese mote proviene del atroz
megáfono con el que aturde a los contertulios del Boxing Club de
Villa Crespo, en cuyo gimnasio (donde revista con el seudónimo de El
Autodidacta) se entrena para sus combates. Diabólicamente. Megafón
ha concebido la puesta en marcha de una contienda en la que se
libran las batallas necesarias para equilibrar los enormes
desajustes "que se advierten en la Argentina y en el mundo". La
novela adquiere de este modo un cariz internacional que, según
Marechal, "no molesta", tal vez porque los combates son sumamente
porteños.
—Son, más bien, operaciones de comando —añade—, una especie
de guerrilla urbana, con todo lo dramático y lo vital que tiene la
guerrilla urbana. Estas operaciones de limpieza, tanto físicas como
cerebrales, se resuelven en un asalto a las conciencias de los
responsables y a sus cuerpos.
La guerra se da en ambos frentes, el terrestre y el celeste.
El primero es, si se quiere, político, en el mejor sentido del
término; el segundo sirve a la "búsqueda" de Lucía Febrero, la Novia
Olvidada, la Mujer sin Cabeza, el mismo símbolo que desde el Dante
viene perturbando a los "fieles del amor": Lucía es, en verdad, la
Amoroso Madonna Intelligenza.
Salvo el filósofo Samuel Tessler, las criaturas de Megafón
son inéditas; en Adán. Marechal había recluido a Tessler en un
manicomio, luego de hacerlo atravesar el infierno de la Soberbia;
aquí lo rescata y lo pasea entre la bruma de la ciudad y las
batallas. Como se sabe, Tessler no es otro que Jacobo Fijman, el
poeta de 'Molino rojo' que lleva un cuarto de siglo en el hospicio
de Vieytes. Pero acaso el propio Megafón sea el autor; ese Marechal
que señalaba treinta años atrás: "Yo no soy de estos pagos, yo soy
de Arriba".
En todo caso, Marechal está entregado ahora a una nueva
batalla terrestre: pasar a máquina (una Lettera que, como una
tortuga marrón, descansa en su mesa: "Nunca he podido con esas
máquinas gigantes, de oficina") el texto de El Mesías, una
tragicomedia sobre La Pasión. "Los personajes son ridículos. Menos
uno: Cristo. Pero, lamentablemente, nadie lo entiende, ni siquiera
sus discípulos." Además, planifica su cuarta novela, "con mucha
lentitud: será una novela de anticipación: El empresario del caos.
—Mi método de trabajo reconoce dos factores —enuncia-—. La
creación ad extra, previa a la gran masticación ad intra. Por eso
pareciera ser que muchos creadores actuales, que no elaboran la cosa
de adentro, nos largan las novelas apresuradamente, sin pulimento. Y
así quedan como fetos, cosas precipitadas, abortadas. Vea lo que
sucede con Gazavo [del mexicano Gustavo Sainz]. Mucho, mucho
talento, pero falta la maduración...
Le falta, también, una experiencia de Marechal: el infame
ostracismo al que lo condenaron, entre 1955 y 1965, sus colegas
"bienpensantes", por el único delito de haber adherido al peronismo.
En ese decenio, enclaustrado en su departamento de Plaza Once,
Marechal pudo dedicarse a elaborar desde adentro algo más valioso
que una novela o un poema: su vida de hombre.
46 • PERISCOPIO Nº 33 • 5/V/70 |
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