De Salgari al Derecho
Internacional:
un abogado de 20 años sin iliquidez
"Está bien. Puede retirarse." Eran las 20.30 del lunes
pasado. Un muchacho de anteojos abandonó el aula. Un grupo de amigos
se abalanzó sobre él, casi estrujándolo. Acababa de recibirse de
abogado. La escena no difiere demasiado de lo que ocurre,
periódicamente, en las Facultades de Buenos Aires, salvo por un
detalle: el muchacho de anteojos que abandonó el aula a las 20.30,
luego de 15 minutos de exposición, tiene 20 años.
El júbilo de sus compañeros, al rato, lo dejó sin el único amuleto
que conservaba desde el colegio secundario y con el cual rindió
todas las asignaturas: una corbata clara. La prenda quedó convertida
en un reguero de fragmentos esparcidos en el corredor de la
Facultad. Una conversación prolongada con Daniel Jorge Divinsky
permite descubrir que, a pesar de la corbata, no es un experto en
amuletos. Antes bien, es un convencido de la voluntad individual y
su caso tal vez lo ilustre con precisión.
Nació el 3 de abril de 1942; su padre es médico de niños; su madre,
licenciada en ciencias naturales. La primera proeza del futuro
abogado ocurre en 1953: da quinto grado como alumno libre.
"Estaba aburrido de la escuela primaria, quería terminar cuanto
antes", comenta. Para aquel entonces, Divinsky era un decidido
lector; su ídolo, aunque esto parezca un recurso de inventiva, se
llamaba Emilio Salgari. En 1954 ingresa en el Colegio Nacional
Mitre, después de un examen calificado con 41 puntos (máximo: 45
puntos). En 1956, el lector ha progresado; es, por ejemplo, un
asiduo espectador teatral ("La ópera de dos centavos y El
centroforward murió al amanecer me decidieron a ver la mayor
cantidad posible de teatro"). De su paso por la enseñanza secundaria
recuerda dos hechos sugestivos: su inhabilidad para el dibujo (única
materia de la que no se eximió) y el solfeo. "Me incluyeron en un
coro para salvarme de solfear", agrega.
Se trata, sin embargo, de episodios aislados; Divinsky siempre
obtuvo óptimas calificaciones. "Nunca me halagó lo del «alumno
aventajado». No creo en las vocaciones, salvo quizá en la carrera
sacerdotal o en la medicina. Pienso que uno siente inclinaciones y
quién sabe si esas lo satisfacen totalmente", reflexiona mientras
fuma con displicencia. Cuando cursaba el segundo año, dos amigos
rinden el tercero en calidad de libres. Para volver a reunirse,
Divinsky los imita en cuarto. Son 10 asignaturas, (9 en diciembre,
una en marzo). El último periodo resulta más sereno y menos
agotador. "Venía entrenado. El trimestre final saqué 10 de promedio
en todas las materias."
Divinsky insiste en que no había premeditación en ese notable
rendimiento escolar. Pero Divinsky es un intelectual, una persona
decidida a pensar por su cuenta, a decidir según sus opiniones, a no
dejarse llevar por rutinas o moldes. Una manera de pensar por su
cuenta es aprender; otra, procurarse un marco de actividades
espirituales. Exactamente en 1957 escribe unos cuentos, descubre a
Arthur Miller y a Lisandro de la Torre ("Fue una revelación"). Hay
otras actividades: los conciertos de jazz en el teatro El Nacional,
los domingos por la mañana, lo llevan a un nuevo hallazgo: ver
despertar a la ciudad. La calle Corrientes le reporta un hallazgo
más: las librerías de lance.
Divinsky sigue el hilo de su biografía con esmero: a su edad, no
parece una tarea dificultosa. Tampoco queda demasiado para contar.
Cuando sale del secundario va a inscribirse a Ingeniería; pide el
plan de estudios, lo observa cuidadosamente y al día siguiente se
matricula en Derecho. "Medicina la eliminé; tenía presente la
experiencia de mi padre; me atraía Ingeniería, pero me di cuenta de
que no iba a dar abasto; preferí Derecho".
Tras el ciclo básico, en octubre de 1958, Divinsky rinde la primera
asignatura y antes de terminar el año, otras dos. "Fui haciendo la
carrera sin despreocuparme de lo que me interesaba, sin dejar de
hacer todo lo que quería hacer. Eso es lo importante. Era cuestión
de llegar a una meta, pero seguir viviendo. Los padres creen
imprescindible que sus hijos estudien y sólo hagan eso. En mi casa
no se siguió ese criterio. Siempre tuve yo la última decisión",
explica el joven abogado. Estima que quizá, a un ritmo mayor, los
cuatro años que tardó en recibirse se hubieran acortado. Claro que
eso significaba anular otras actividades que le atraían tanto como
su carrera. He aquí el ritmo: 1959, 6 asignaturas; 1960, 5; 1961, 7;
1962, 4. De las 25 materias, 16 sobresalientes, 6 distinguidos, 3
buenos. Su método de estudio consistió en agotar las fuentes de
información, llegar a la mesa absolutamente seguro. "Me interesaba
más actuar con soltura frente a los profesores que sacar una nota
alta."
Al mismo tiempo que cumplía su ciclo universitario, ganaba becas, lo
nombraban subdirector y después director de los Cuadernos del Centro
de Derecho y Ciencias Sociales, redactor de "Lecciones y Ensayos"
(revista oficial de la Facultad); iniciaba su conocimiento de la
literatura americana. se apasionaba por la política y la poesía y
comenzaba, no hace mucho, otra actividad que le roba horas: ver
cine. Además, desde 1961 se dedica a preparar alumnos.
Estos pormenores ratifican la impresión de que, en la vida de
Divinsky, poco está librado al azar y mucho, en cambio, a un
sucederse lógico de preferencias y actitudes. El lunes pasado,
frente a la mesa donde rendía su último examen, el muchacho que
hablaba sobre Derecho Internacional Privado fue un representante de
la tenacidad organizada, no del esfuerzo mal administrado.
Su certeza para seguir adelante, su superación obvia, su exacta
distribución del tiempo, la falta de contratiempos económicos lo
llevaron a ese final previsto y perseguido con más naturalidad que
obstinación. Tal vez por todo eso, Divinsky mira el porvenir como el
espejo frente al que se afeita: en ese porvenir hay muchas cosas,
pero principalmente él.
Unos tíos le regalaron una oficina para instalar su despacho de
abogado; a su vez. dos importantes estudios lo reclaman. Todavía no
resolvió esta etapa. Sabe, en cambio, que dedicará diciembre a leer,
dormir e ir al cine. Y que, en 1963, se doctorará en Derecho. Y que,
además, hará el curso de Sociología para egresados y, posiblemente,
se inscriba en Filosofía.
A los 20 años, el reformista Divinsky dispone de una entrada mensual
de $ 18.000, que gasta, especialmente, en discos, libros y revistas.
Ve tres programas de televisión por semana: los Conciertos del
Mozarteum, la serie de dibujos animados "Los picapiedras" y la
emisión cómica de Juan Verdaguer. Cree que el matrimonio es
"imprescindible", si bien "amplía y limita", come sibaríticamente, y
se sentiría feliz si tuviera un automóvil. Es un representante cabal
de la nueva generación. Excepto un detalle: no sufre de iliquidez.
Página 47 . PRIMERA PLANA
4 de Diciembre de 1962 |