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Fragmentario
Leopoldo Marechal
la isla de fidel |
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A fines de 1966 Leopoldo Marechal
viajó a Cuba para integrar el jurado del Concurso Literario de Casa de las Américas. La
revista Primera Plana, le encargó entonces un reportaje sobre la vida en la isla. El
texto de Marechal, una prueba más de su espíritu de cristiano viejo revolucionario, de
su honda solidaridad con las luchas por la liberación de América latina, sobrepasó los
límites de la censura impuesta por la dictadura militar y fue levantado de la revista
cuando ya estaba impreso.
Crisis lo publica ahora íntegro como parte de esa necesaria y constante vuelta a
la obra de quién fuera una de las figuras fundamentales del peronismo. J. C. y A. F. |
"¡Cuba, qué linda es Cuba! Quien la defiende la quiere más."
Esta canción popular nos siguió, a mi mujer y a mí, durante los 40 días en que fuimos
huéspedes de la isla de Fidel Castro, donde transcurre la experiencia económicosocial
más fascinante de esta segunda mitad del siglo.
Cuando la "Casa de las Américas" me invitó a visitar la patria de Martí, como
jurado de su certamen anual de literatura, me asombré:
¿Cómo puede ser me dije que un Estado marxista-leninista invite a un
cristiano viejo, como yo, que además es un antiguo "justicialista", hombre de
tercera posición?
Y decidí viajar a la isla en busca de respuestas a esa pregunta, y a otras que yo me
había formulado acerca de un pequeño país del Caribe sobre el cual gravitan leyendas
negras y leyendas blancas, miedos y amores tal vez prefabricados. Entre las cosas de mi
equipaje llevaba dos aforismos de mi cosecha, útiles para estos casos: 1° "Hombre
soy, y nada que sea humano me asusta", y 2° "El miedo nace de la ignorancia: es
necesario conocer para no temer".
Cuba, nación bloqueada, tiene aún dos puertas exteriores de acceso a su territorio: una
es Praga y la otra México. Las "Líneas Cubanas de Aviación" cumplen el
esfuerzo heroico de unir la isla con esos dos puntos; dispone de sólo cuatro aviones
Britannia, de 1958, que hacen prodigios con sus cuatro turbohélices, evitando los cielos
hostiles del "mundo libre".
A mí me tocó entrar por México., En el aeropuerto de la capital azteca, tras esperar
algunos días el azaroso avión de la Cubana, me topo con un colega del Perú y otro de
Guatemala que también se dirigen a Cuba. Un agente del aeropuerto adorna nuestros
pasaportes con un gran sello que dice: Salió a Cuba, inscripción insólita que atribuyo
a un bizantinismo de la burocracia. Otro agente, lleno de cordialidad, nos toma
fotografías individuales, hecho que confundo con un rasgo de la proverbial donosura
mexicana.
Esas fotografías me aclara el guatemalteco son para el F.B.I. de los
Estados Unidos.
Ignoraba que el F.B.I. se interesase tanto por un certamen de literatura
comento.
Y ya estamos en vuelo, sobre el Golfo de México, rumbo a una isla sospechada, sospechosa.
Es, sin duda, un país socialista, sudoroso de planes quinquenales, con músculos tensos y
frentes deslustradas por el materialismo histórico. Una de las azafatas distribuye
bocadillos de caviar: ¿no es una referencia evidente a la Cortina de Hierro? Pero, a
manera de un desmentido, vienen los daiquiri espirituosos y la fragante caja de habanos.
¡Cuba, qué linda es Cuba! Y, mirándolo bien, ¿las mismas azafatas no tienen el ritmo
cimbreante de las palmeras y la frescura de los bananos en flor?
Horas más tarde aterrizamos en el aeropuerto José Martí. En el atardecer de invierno,
advertimos cierto calor y cierta humedad de trópico. Nos aguardan allá Ricardo y Norma,
jóvenes, eficientes y plácidos en cierta madurez acelerada: se anuncia en ellos la
"efebocracia" o gobierno de los jóvenes; así me definió más tarde don Pedro
González, profesor jubilado de la Universidad de California, el régimen de Cuba
revolucionaria, régimen sin ancianos visibles, de jóvenes, adolescentes y niños.
Los "carros" nos conducen a La Habana por un camino bordeado de palmeras: la
ciudad no está lejos, y poco después vemos erguirse sus grandes monobloques, en cuyas
ventanas empiezan a brillar las luces de la noche. Llegamos, por fin, al Hotel Nacional,
que será nuestra casa durante cuarenta días. Es un edificio monumental, concebido por la
imaginación lujosa que requerían los fines a que se lo destinaba, lugar de week end para
millonarios en exaltación, tahúres internacionales, actores famosos de la
cinematografía. Lo asombroso es que la revolución lo haya conservado, como los demás
hoteles, restaurantes y cabarets de Cuba, en la plenitud de sus actividades, con personal
y servicios completos.
Ya en nuestra habitación, abrimos las ventanas que dan al mar y vemos la bahía de La
Habana, con su antiguo morro, a cuyos pies festonea la espuma. En otra parte del hotel, y
entre palmeras, una gran piscina de natación que abandonan ya unos bañistas corridos por
la noche.
Pero, ¿qué formas se yerguen allá, en aquel terreno vecino al parque? Son dos pequeñas
baterías antiaéreas, cuyas bocas de fuego apuntan al Norte.
La mucama de nuestro piso, joven y hermosa, entra en nuestra habitación y lo prepara todo
con una meticulosidad tranquila de mansión solariega.
Mercedes es mi nombre le dice a Elbiamor con un despunte de risa. ¿De
dónde eres tú?
De la Argentina responde.
¡La patria del Che! recuerda Mercedes.
Nos pide que cuidemos los materiales del hotel. Ahora son del pueblo todo: ella lo sabe
porque no hace mucho que fue "alfabetizada" y ya tiene una "conciencia
social".
Antes de la revolución aclara, yo no podía entrar en este hotel.
¿Por qué no? interrogo.
Soy una mujer de color.
Vuelve a reír con su blanca dentadura de choclo. Elbiamor, entre lágrimas, besa su
mejilla de ébano.
Bajamos al comedor. Luego de la cena nos llevarán a Varadero, donde se realiza la última
sesión del Encuentro de Poetas, organizado en homenaje a Rubén Darío al cumplirse el
centenario de su nacimiento. En el comedor me encuentro con Julio Cortázar: hace veinte
años que no nos vemos. Abrazo su fuerte y magro esqueleto de alambre. Su melena y sus
patillas le dan el aspecto de un beatle. Hemos de actuar en el mismo jurado de novela.
Antes de separarnos me anuncia, en voz baja, con cierto humor perverso:
Han llegado cuarenta y dos originales de gran envergadura.
Arañas de cristal, manteles lujosos, vajillas resplandecientes, flores y músicas, evocan
en el gran comedor los esplendores del antiguo régimen. Son los mismos camareros de ayer,
con los mismos smokings y la misma eficiencia; sirven cocktails de frutas tropicales,
langostas y otros manjares, a una concurrencia visiblemente internacional, de la que
formamos parte. Sí, son los mismos; pero ahora trabajan en una revolución. No tardaremos
en tutearnos con ellos y llamarnos "compañeros", diferentes en la función
social que cumplimos, iguales en cierta dignidad niveladora.
En los días que seguirán, repetiremos esa experiencia extraña con todos los hombres de
la isla; la aprenderemos y sabremos que la palabra "humanidad" puede recobrar
aún su antiguo calor solidario.
Esa misma noche, en una suite fantástica, llegamos a las playas de Varadero, a ciento
cincuenta kilómetros de la capital. A quién se le ocurrió la idea de reunir a una
pléyade de poetas iberoamericanos con el solo fin de celebrar a Rubén Darío ¿Se
perseguía un objetivo puramente poético? ¿Por qué no?, me dije antes de llegar. Cuba
fue siempre vivero de poetas.
Y recordé aquellos versos de Darío que figuran en su poema dedicado a Roosevelt:
"Eres los Estados Unidos,/eres el futuro invasor/de la América ingenua que tiene
sangre indígena/que aún reza a Jesucristo y aún habla en español". ¡Qué
resonancia profética tenían esos versos del nicaragüense, junto al mar de las Antillas,
y en Cuba, que aún tiene la pretensión exorbitante de ser libre, de edificar en libertad
sus estructuras nacionales!
Varadero está de fiesta por un poeta muerto y una nación viva. Entre las mesas ubicadas
al aire libre, veo de pronto a Nicolás Guillen: también él me ha reconocido, y éste es
mi segundo abrazo demorado, en una noche de iniciación. Después correrá el buen ron de
la isla, cantarán los improvisadores de décimas, bailarán los litúrgicos danzarines
afrocubanos, y la señora del poeta Fernández Retamar ha de brindarle a Elbiamor una
enorme caracola del Caribe. |
diálogo con guayaberas A
la mañana siguiente nos bañamos en aquel mar de colores cambiantes, o discurrimos con
los compañeros, en blancas y finísimas arenas, como vidrio molido. Por la noche, dando
fin al Encuentro de Poetas, cenamos en la gran morada que fue de mister Dupont, el
financista internacional que apuraba en ella sus week end para contrarrestar el frío de
sus computadoras instaladas en Nueva York. Cierto, la casa es monumental, con su
embarcadero propio, su piscina y su jungla; pero adolece de un mal gusto que parecería
insanable en la mentalidad de los Cresos. El hall, verbigracia, en conjunto inarmónico,
reúne un piano de cola, un órgano Hammond, muebles en anarquía, cuadros y tapices
anónimos que parecen salidos de una casa de remate.
Afortunadamente, aquella noche una revolución socialista consigue hacer el milagro de
dignificar la casa y sus tristes objetos: poetas y escritores de Iberoamérica están
sentados a la mesa de los periclitados banqueros: nalgas líricas o filosóficas
sustituyen en los sillones dorados a las nalgas macizas del capitalismo. Se come, se bebe,
se recita, se canta. Por un instante me asalta la idea curiosa de que me estoy bebiendo
los estacionados vinos del opulento y alegre pirata. Mister Dupont, disculpe: la Historia
no se detiene.
Han entrado los danzarines negros y los cantores que eternizan su África. Discutimos o
bailamos, ¿qué importa la distinción en esta primera noche del mundo? Desde su mesa, un
grupo de cubanos entona en mi honor "Los muchachos peronistas".
Lo peor es el regreso, claro está. Entre un poeta de guayabera blanca y un sociólogo de
guayabera gris, camino junto al mar feérico, bajo el plenilunio. Y mi inquietud toma la
forma de un remordimiento: ¿seremos nosotros, una minoría, los únicos usufructuantes de
una herencia reciente? El de guayabera blanca me responde:
Tranquilízate, alma buena. En Cuba no hay ahora ningún hambriento; no hay desnudos
ni descalzos; no hay desocupación, ni despidos, ni embargos; no hay mendigos ni
analfabetos.
En cuarenta días de viajes, estudios e inquisiciones, pude comprobar, más larde, la
verdad que había en las aseveraciones del poeta, y lo fácil que es resolver un problema
de justicia social cuando un pueblo se decide a tomar el toro por las astas. Pero en
aquella noche de Varadero las preguntas afluyen a mis labios de recién venido:
¿Pero el marxismo-leninismo es esto? ¿Nada más que esto?
El sociólogo se vuelve al poeta y le dice con ese tono inimitable de la travesura cubana:
No creo que Fidel haya leído ni ochenta páginas de El Capital.
¿Es que pueden leerse más de ochenta páginas? reflexiona el poeta.
Sin embargo insisto, el propio Fidel se ha declarado marxista.
¿Y por qué no? argumenta el sociólogo. A juzgar por algunas
Encíclicas, más de un Papa está en ese riesgo. ¿Y sabes por qué? Porque el marxismo
se resuelve al fin en una "dialéctica" que se adapta muy bien a cualquier forma
de lo contingente social. Quiero decir que sirve tanto para un barrido como para un
fregado, si se trata de barrer o fregar en una vieja estructura político económica.
Yo me rio:
El viejo Marx arguyo ha prolongado su gloria merced a esa flexibilidad
de su dialéctica. Pero, en cambio, lanzó al mundo una "logofobia" retardante
de muchos procesos revolucionarios.
¿Qué es una "logofobia"? inquiere el de la guayabera blanca.
Logofobia respondo es el terror a ciertas palabras. Y el término
"marxismo", una de las más actuales.
¡Eso merece un extra seco en las rocas! ruge el sociólogo entusiasmado.
Lo tomaremos en cuanto exponga mi enseñanza paralela sobre la
"logolatria".
¿Y qué diablo es una "logolatria"?
Es una adoración de la palabra por la palabra misma le contesto.
Generalmente, se toma una logolatria para defenderse de una logofobia.
¿Ejemplos de logolatrías?
Los términos "democracia", "liberalismo", "civilización
occidental y cristiana" o "defender nuestro estilo de vida", esto último,
naturalmente, a costa de los estilos ajenos.
¿No es ésa una muletilla del Tío Sam?
El Tío Sam, ¡qué tío!
Suenan tres carcajadas en la noche del trópico. Pero el sociólogo de guayabera gris
tiende una mano al horizonte marítimo:
¡Silencio! dice. El Tío Sam está desvelado, a noventa millas
náuticas de aquí.
¿Qué hace?
Está revisando su cuadragésimo submarino atómico.
¿Con qué fin?
Le quita el sueño, entre otras cosas, una islita de siete millones de habitantes
que ha tenido el tupé de ensayar un régimen socialista en sus propias barbas |
la madre del borrego De
regreso en La Habana, es necesario leer los voluminosos originales del concurso. Así lo
hago, y así lo hacen conmigo el guatemalteco Mario Monteforte Toledo, el argentino Julio
Cortázar, el joven español Juan Marsé, y el veterano escritor de Cuba, José Lezama
Lima. Pero hay que cumplir otras actividades paralelas: visitar institutos, conceder
reportajes, dialogar con estudiantes y obreros, asistir a teatros y cines, donde se cumple
una actividad febril.
Cuba, en su bloqueo, necesita mostrar lo que hizo en ocho años de revolución; porque
sabe que el mejor alegato en favor de la revolución cubana es Cuba misma. Esos trajines y
contactos me han permitido conocer a la gente de pueblo en su intimidad.
El pueblo cubano es de la más pura fibra española (casi andaluza, yo diría),
entretejida con más que abundantes hebras africanas, que le añaden una soltura de ritmos
y una sensibilidad en lo mágico, por la cual ha de convertir en "rituales" casi
todos sus gestos, desde un baile folklórico a una revolución. Libre ya de opresiones de
"factoría" y de sus "mimesis" consiguientes, reintegrado
a su natural esencia, el hombre cubano es un ser extrovertido y alegre, con imaginación
creadora y voluntad para los combates necesarios, incapaz de resentimientos, fácil a los
olvidos, propenso al diálogo y a la autocrítica.
Todo esto deberán tener muy en cuenta los que intenten alargar un brazo amenazador sobre
la tierra de Martí; porque no es difícil advertir allá que si el cubano entona
pacíficamente una copla en la Bodeguita del Medio, o baila displicentemente una guaracha
en El Rancho, de Santiago, tiene siempre en una mano el machete de cortar caña de azúcar
y en la otra la culata invisible de una metralleta.
Cierta mañana, y a mi pedido, un arquitecto arqueólogo, joven como todo el mundo en la
isla, me hace recorrer la vieja Habana: su catedral, en el más puro estilo de la colonia,
es la más bella que conozco, incluyendo la de México; los palacios condales, al enmarcar
la plaza de la catedral, integran un conjunto arquitectónico de sobria pureza.
Mi acompañante y mentor me conduce luego al Castillo de la Fuerza, reducto castrense que
los españoles erigieron antaño contra los invasores de la isla, reales algunos y hasta
hoy siempre posibles. Cruzamos el puente levadizo, recorremos los oscuros pasillos, nos
asomamos a las troneras y almenares.
Esta fortaleza dice mi guía es un símbolo perfecto de Cuba.
¿Por qué?
Sus constructores y defensores representaron al colonialismo; sus atacantes
representaron a la piratería. Y, hasta Fidel, Cuba se ha debatido entre colonialistas y
piratas.
¿Ya no? insisto.
El riesgo subsiste en potencia. ¿Tú eres argentino?
Sí.
Entonces has de saber, en carne propia, que hay nuevas formas de colonialismo y
nuevas formas de piratería.
"¡Tocado!", me digo en mi alma. Y el arqueólogo concluye:
La revolución cubana sólo tiene su explicación entera en la Historia Nacional de
Cuba.
Regreso al hotel, en cuyos ámbitos empiezo a conocer la naturaleza de sus huéspedes. Ya
me topé con los tenistas polacos, tan elegantes con sus conjuntos rojos de pantalón y
remera. Eludo ahora a los ciclistas hispanoamericanos que han de correr la Vuelta de Cuba:
llevan siempre consigo sus bicicletas, en el comedor y en los ascensores; Cortázar me
comunica su sospecha de que los corredores duermen con sus máquinas y tienen con ellas
relaciones extraconyugales (¡diablo de novelista!).
Luego me voy a la piscina: es un gran espejo de agua entre palmeras y bajo el sol de
Cáncer, que acaricia y muerde a la vez como un ungüento. ¿Quiénes han invadido la
piscina, tan solitaria otras veces? Porque la gente de Cuba sólo nada en verano, y la
isla está en la mitad de su invierno.
Estudio a los invasores: no hay duda, son caras y pelambres del mundo eslavo. Y al fin
identifico a los deportistas soviéticos, entre los cuales alza su mole ciclópea el
campeón olímpico de levantamiento de pesas. Paseándose en torno de la piscina muy a lo
peripatético, Dalmiro Sáenz jury en el certamen de cuento, lee originales con toda la
gravedad que le consiente su pantalón de baño.
¿Qué hacen aquí los rusos? me pregunta, indicando a los Invasores.
Vienen a descansar, después de su zafra le respondo.
¿Qué zafra?
La del Uranio 235.
Dalmiro estudia mi respuesta. Y, sin embargo, su atención está fija en el cíclope ruso.
Un gran levantador me dice.
No hay duda le contesto: ahora me crucé con él en la cafetería, y lo
estudié en el fondo de los ojos.
¿Qué viste?
Una caverna del paleolítico y un gran desfile de brontosaurios.
Naturalmente, hay rusos en Cuba, y checos, y búlgaros, y polacos, técnicos, hombres de
deportes y hasta turistas. ¿Por qué "naturalmente"? Se dice que cuando,
triunfante su revolución, Fidel Castro se dirigía a la capital, llevaba in mente dos
preocupaciones: evitar que la burguesía local, dúctil actriz de la historia cubana,
intentase usufructuar 'pro domo sua', como lo hizo tantas veces desde la colonia, un
triunfo que había costado sangre y lágrimas; y evitar que hiciese lo propio el marxismo
intelectual y minoritario, que también alentaba en la isla, como sucede aquí y en todas
partes. Fácil es deducir que una "tercera posición" equilibrante maduraba en
la cabeza del líder. Y se produjo entonces la intervención y bloqueo contra una pequeña
y esforzada nación que sólo buscaba una reforma de sus estructuras para lograr su propio
estilo de vida.
Claro está, bloqueada y amenazada, la isla de Fidel, sin combustibles, sin industrias
básicas y sin comunicaciones, habría tenido que declinar su revolución; los
norteamericanos, que no tienen experiencia ni prudencia históricas, la arrojaron a la
órbita de Rusia, que tiene todo eso y, además, un estilo y método revolucionarios.
Por aquellos días, los cubanos entonaban el estribillo siguiente: "Los rusos nos
dan, / los yanquis nos quitan: / por eso lo queremos a Nikita". Cierto es que más
tarde, cuando los rusos, movidos por la estrategia de la hora, retiraron los cohetes
cedidos a Cuba, se cantó este estribillo: "Nikita, Nikita, / lo que se da no se
quita".
Un oyente que escuchaba esta explicación, me dijo:
No puede ser: es demasiado ingenuo, demasiado "simplista".
Compañero intervine yo, ahí está la madre del borrego, como decimos
en Argentina. Desde hace muchos años observo una tendencia universal a desconfiar de las
explicaciones "simplistas"; en cambio, se prefiere complicar los esquemas en lo
político, en lo social, en lo económico, y hacer una metafísica inextricable de lo que
es naturalmente "simple". A mi entender, toda esa complejomanía proviene de los
interesados en "enturbiar las aguas".
Pero, impuesta o no por las circunstancias, es de imaginar lo que una teoría filosófico
social, como el marxismo, logra o puede lograr en un pueblo que, como el cubano, tiene
toda la soltura, toda la imaginación y, además, todas las alegres contradicciones del
mundo latino. Está dándose aquí, evidentemente, un comunismo sui géneris, o más bien
una empresa nacional "comunitaria" que deja perplejos a los otros Estados
marxistas, en razón de su originalidad fuera de serie.
Un soviético, un checoslovaco, un búlgaro, de los que frecuentemente visitan a Cuba, no
dejan de preguntarse, vista la espontánea y confesa "heterodoxia" cubana:
¿Qué desconcertante flor latina estará brotando en las viejas y teóricas barbas
de Marx? |
la "primera" y la "segunda" De pronto nos anuncian que Fidel Castro ha de asistir, en San Andrés,
provincia de Pinar del Río, a la inauguración de una comunidad erigida en plena
montaña.
Llegamos al atardecer en un ómnibus (allá le dicen guagua) de construcción checa,
atravesando villas coloreadas y paisajes de sueño. Una concentración multitudinaria se
ha instalado allá: son hombres y mujeres de toda la isla, que quieren oír a Fidel.
Además, está jugándose allí mismo un trascendente partido de baseball, el de los
"industriales" contra los "granjeros": el baseball es el deporte
nacional, como el fútbol entre nosotros, y suscita en las tribunas populares las mismas
discusiones y trompadas que se dan en la "bombonera", por ejemplo; el mismo
Fidel Castro es un "bateador" satisfactorio. El partido concluye: ganaron los
"industriales". Risas y broncas. Pero la noche ha caído; se oye un
helicóptero; y poco después una gran figura barbada sube a la plataforma.
Déjenme ahora esbozar un retrato del líder.
Fidel Castro es un hombre joven, apenas cuarentón, fuerte y sólido en su uniforme
verdeoliva; cariñosamente lo llaman El Caballo, en razón de su fortaleza militante. Bien
plantado en la tribuna, deja oír su alocución directa, con una voz resonante y a la vez
culta, que traiciona en él al universitario metido por las circunstancias en un uniforme
castrense. Al hablar acaricia los micrófonos; y en algún instante de pausa dubitativa se
rasca la cabeza con un índice crítico, lo cual hace sonreír a sus oyentes.
Reúne a los "compañeros", les habla de asuntos concretos: planes de trabajo
análisis y crítica de lo ya realizado, exhortaciones de conducta civil, palabras de
aliento y de censura según el caso. Nunca se dirige a ellos en primera persona del
singular "yo", sino en la primera y segunda del plural
"nosotros" y "ustedes", lo cual le confiere un tono de
entrecasa, humano y familiar, que borra en él cualquier arista de demagogia o se resuelve
en una demagogia tan sutil que nadie la advierte. Dialoga con el pueblo que lo interroga y
le sirve de coro, lo cual me trae algunas reminiscencias argentinas: "Oye, Fidel, ¿y
esto? Oye, Fidel, ¿y aquello?" Y Fidel Castro recoge las preguntas en el aire y las
contesta, rápido, certero y a menudo incisivo.
Una de sus preocupaciones actuales es el "burocratismo" en que suelen
aletargarse y morir las revoluciones. Informa en un discurso que se ha creado la Comisión
Nacional contra el Burocratismo; y una quincena más tarde anunciará en otro:
Compañeros, la Comisión Nacional contra el Burocratismo se ha burocratizado.
Conoce a fondo los problemas generales de su pueblo, y hasta los particulares de sus
individuos, tanto en el bien como en el mal. Durante el huracán "Flora", que
asoló a la isla, condujo un tanque anfibio de salvataje y estuvo a punto de morir
ahogado. En el corte de caña de azúcar, empresa nacional que moviliza hoy a todos los
habitantes, Fidel Castro interviene, como todos, y no cortando algunas cañas simbólicas,
sino trabajando jornadas enteras a razón de ocho horas cada una.
Esta noche lo escucho en San Andrés: hace frío en la montaña, vinimos desprevenidos y
nos abrigamos con mantas del ejército. Fidel no es ya el orador "larguero" y
teatral, imagen con la que aún se lo ridiculiza fuera: sus apariciones en público son
cada vez más escasas y sus discursos cada vez más cortos. En esta oportunidad, además
de referirse al asunto concreto de la reunión, toca dos puntos que me interesan como
escucha foráneo: define a la suya como a la "primera revolución socialista de
América", y es verdad que lo ha dicho muchas veces. Pero, a continuación, la
identifica con una "segunda independencia de Cuba", y me acuerdo entonces de lo
que dijo el arqueólogo en el Castillo de la Fuerza: "La revolución cubana sólo
tiene su explicación entera en la Historia Nacional de Cuba".
Ya en el ómnibus o guagua, que a través de la noche nos devuelve a la capital, y
mientras Ricardo y Ernesto cantan aquello de "¿Cuándo volveré al bohío?",
sin duda para que no se duerma el compañero chofer en el volante, doy cuenta de mis
observaciones al sociólogo en guayabera gris que compartió con nosotros la bodega
ilustre de mister Dupont.
Evidentemente me dice, el movimiento revolucionario de Fidel en pro de
la "segunda independencia" no es más ni menos que una continuación inevitable
del movimiento de José Martí en favor de la "primera".
Es tan verdad asiento yo, que la figura de Martí está hoy en Cuba tan
presente y es tan actual como la del mismo Fidel, y los escritos de Martí abundan en la
formulación teórica del movimiento castrista.
Los cantantes del ómnibus han pasado en este momento a la canción "No la
llores", y el de la guayabera gris insiste:
Esa continuidad revolucionaria está favorecida por el hecho de que la pasada
historia de Cuba y la presente casi se tocan. Y si no, recapitulemos: la gesta de Martí
comienza en 1895; el primer Presidente de Cuba, Tomás Estrada Cabrera, es reconocido por
"ellos" en 1902; luego, dos Gobernadores norteamericanos, con el pretexto de
pacificar la isla, se mantienen en el poder hasta 1909; después, una serie de gobiernos,
electos o dictatoriales, que duran o no según el apoyo de los Estados Unidos, cuyos
intereses económicos en la isla son cada vez más fuertes. La primera independencia
(José Martí) y la segunda (Fidel Castro) se parecen como dos gotas de agua. Tienen los
mismos opositores: un imperialismo exterior, ávido y prepotente, y una oligarquía local
en colaboración con el primero. Uno y otro líder se parecen hasta en el modus operandi
que utilizan: desembarcos furtivos en la costa cubana, internación en los montes,
actividad de guerrillas. Lo único que añade Fidel a esa empresa insistente de Cuba es el
acento de lo social económico, que, por otra parte, resuena hoy universalmente.
Las luces de La Habana se nos vienen encima. En el recibimiento del hotel (que allá se
llama "carpeta") encuentro una nota de Granma, órgano del Partido, en la cual
se me solicita un reportaje. Granma es el nombre del yate que, en 1956, trajo a Fidel
Castro y a sus 82 compañeros desde México a la provincia de Oriente, donde la Sierra
Maestra ofrecía un camino ya histórico de operaciones.
Al día siguiente respondo a las dos preguntas del reportaje:
Usted inquiere mi reporter, que ha sido testigo y partícipe de la
historia de nuestro continente a lo largo de este siglo, ¿cómo definiría este momento
de América latina?
Desde hace tiempo respondo, América latina vive en estado
"agónico", vale decir de lucha, según el significado etimológico de la
palabra. Y esa lucha tiende, o debe tender, a lo que Fidel Castro llamó anoche
"segunda independencia". Yo diría que nuestro continente pugna por entrar en su
verdadero "tiempo histórico": lo que vivió hasta hoy es una suerte de
prehistoria.
¿Qué impresiones tiene usted de su primer viaje a Cuba?
A primera vista, y mirada con ojos imparciales, Cuba me parece un laboratorio donde
se plasma la primera experiencia socialista de Iberoamérica. Por encima de cualquier
"parnaso teórico" de ideas, entiendo que Cuba está realizando una revolución
nacional y popular, típicamente cubana e iberoamericana, que puede servir no de patrón,
sino de ejemplo a otras que, sin duda, se darán en nuestro continente, cada una con su
estilo propio y su propia originalidad.
Resuelto ya el certamen literario de La Casa de las Américas, hemos de viajar al interior
de la isla con el propósito de visitar la base militar de Guantánamo y después Minas de
Frío.
Desde la ventana de mi cuarto estudio las dos pequeñas baterías antiaéreas que, según
dije, apuntan al norte marinero. Porque a 90 millas de aquí está un enemigo al que no se
odia ni se teme pero se lo vigila en un tranquilo alerta. Esas dos baterías tienen, ante
mis ojos, la puerilidad de la honda de David ante la cara inmensa de un Goliath en acecho.
Regularmente, el crucero "Oxford" entra en las aguas territoriales de Cuba, y su
blanca silueta se recorta en el horizonte marítimo.
Desde Miami, las emisoras difunden noticias truculentas: el malecón de La Habana está
lleno de fusilados que hieden al sol; faltan alimentos en la isla; Fidel Castro ha
desaparecido misteriosamente. Yo estoy ahora observando el malecón lleno de paseantes
alegres y de tranquilos pescadores; todos comen bien en la isla y hace unas horas vi a
Fidel Castro en una reunión de metalúrgicos.
Pero en otro lugar del territorio, el enemigo está más cerca y se hace visible.
¿Dónde? En Guantánamo. Yo estoy en Guantánamo, junto al mar del Caribe, donde los
norteamericanos tienen la base conocida, separados de los cubanos por una cortina de
alambre tejido. Ese límite somero es el lugar de las "provocaciones". Converso
con la tropa del destacamento cubano, miro fotografías y documentales cinematográficos.
A veces me dice un oficial, los marines yanquis arrojan piedras al
destacamento, con las mismas actitudes y el furor de un peacher de baseball; otras, en son
de burla, parodian ante los centinelas de Cuba los movimientos de los bailes afrocubanos,
u orinan ostensiblemente cuando izamos nuestra bandera.
¿Y ustedes qué hacen? pregunto. La consigna es no responder a las
provocaciones. Uno de nuestros centinelas les volvió la espalda, sólo para no verlos.
¿Y ellos qué hicieron?
Lo mataron de un tiro en la nuca. Vea usted las fotografías del cadáver.
Desde Guantánamo, tras regresar a nuestra base de Santiago de Cuba, nos dirigimos a la
Sierra Maestra con el propósito de subir a Minas de Frío, cumbre donde el comandante
Ernesto Che Guevara tuvo su cuartel de operaciones. Siguiendo la norma revolucionaria de
instalar escuelas donde hubo cuarteles y escenarios de lucha, se ha fundado un centro
educacional, donde se preparan los maestros del futuro.
La subida es difícil, ya que se hace por una cuesta empinada, rica en torrenteras y
despeñaderos, que hasta no hace mucho sólo era transitable a pie o a lomo de mula.
Nosotros la franqueamos en un camión de guerra soviético, que en dos horas de trajín,
sacudones y patinadas nos deja en la cima, algo así como un altiplano donde conviven
7.000 alumnos, muchachas y muchachos de todas las pieles, bien alojados y guarnecidos.
¿Por qué instalar esa escuela en una cumbre sometida a todos los rigores
climáticos?
Para fortalecer y templar responden a los jóvenes que han de ejercer el
magisterio en los más duros rincones de la isla. Nuestra campaña de alfabetización,
iniciada en 1961, redujo el índice de analfabetos a un 3,5 por ciento. Ahora, Fidel
quiere que toda Cuba sea una escuela.
Y abordamos a los alumnos, con su ropa y zapatos de montaña (ellas, naturalmente, con
ruleros en la cabeza). Blancos, negros y mulatos tienen la conversación fácil y una
seguridad alegre que anula toda ostentación o dramatismo. Quieren saber de nosotros: los
fascinan nuestros diversos tonos del idioma español. Al fin, piden que cantemos; yo
berreo una vidalita sureña, y Juan Marsé arriesga una sardana de su terruño catalán. |
a la caña ¡Tendría
tantas cosas que referir! Sólo puedo hacerlo en síntesis rapsódicas o en pantallazos de
cinematografía. Estamos ahora en un grande y viejo taller metalúrgico, donde Fidel
Castro reúne a trabajadores y estudiantes de escuelas tecnológicas.
Tras un intento inicial de industrialización, la isla entera se vuelca hoy a los afanes
de la agricultura. Pero hay que pensar en el futuro, y el conductor habla: se refiere a la
explotación de los minerales que abundan en las sierras, a sus aleaciones posibles, a los
futuros altos hornos y acerías, a la perfección técnica de los obreros. Un químico
visitante, que tengo a mi costado, musita:
¡Sueña! ¡Esta soñando en alta voz!
¿Qué importa? le contesto. ¿Qué importa, si todo este pueblo que lo
escucha está soñando con él? Al fin y al cabo, ¿qué sueña? La ilusión de una
felicidad en la soberanía, siempre posible y siempre demorada. ¿No están, acaso, en ese
mismo sueño todas las otras repúblicas de Iberoamérica?
Y Fidel sigue hablando, frente a los rostros encendidos, Fidel está soñando: ¡pobre del
que se ría!
Esta mañana, Elbiamor y yo estamos a solas con Haydée Santamaría, heroína de la
revolución cubana en sus preparativos y combates. Su hermano y su prometido fueron
torturados hasta morir, frente a ella misma, para que revelara el paradero de los jefes.
Toda revolución cruenta deja siempre como posible y hasta inevitable el juego numeral de
las víctimas, de modo tal que uno y otro bando puedan sentarse a la mesa y barajar en el
tapete sus propios muertos. Haydée no lo hace, aunque tal vez en sus sueños perdure una
pesadilla de ojos arrancados. Perdonar y olvidar nos ha dicho ella. y sobre
todo combatir por un orden humano y una sociedad que hagan imposibles, en adelante, los
horrores de la jungla.
Detrás de ese afán, ella trabaja día y noche, como si fuese la madre, la hermana y la
novia del movimiento. De pronto recuerda mi cristianismo y el de Elbiamor:
Antes de la revolución nos dice, yo era creyente, como todos los míos.
Después entendí que, si deseaba trabajar por un orden nuevo, debía prescindir de Dios,
olvidarlo.
No entendemos el por qué de tal resolución, romántica, y callamos.
El otro día, infiere de pronto, mi hija de cuatro años me preguntó quién
era Dios.
¿Y qué le respondió usted?
Le dije que Dios era todo lo hermoso, lo bueno y lo verdadero que nos gustaba en la
naturaleza.
La miramos con ternura.
Belleza- Bondad y Verdad le dije al fin: son, justamente, tres nombres y
tres atributos de lo Divino.
Haydée calla. Luego se dirige a su escritorio y me trae como obsequio una caja de habanos
construida con maderas preciosas de Cuba.
¿Y el ambiente religioso de la isla? Puedo decir que actualmente se oficia con
regularidad en los templos católicos y protestantes. En las santerías se ofrece al
público el acervo iconográfico tradicional, junto con la utilería de las magias
africanas, que conservan en la Isla una tradición semejante. Fidel Castro, en una
campaña contra las malezas rurales, aconsejó, no sin humorismo, respetar las hierbas
rituales de los brujos. En realidad, no se manifiesta en Cuba ni menor ni mayor
religiosidad verdadera que en muchos otros países del orbe cristiano, incluido el
nuestro.
Sé, de muy buena fuente, que en el Comité Central del Partido hay católicos viejos y
católicos de reciente conversión, además de algunos marxistas puros, uno de los cuales,
en su inocencia, me confesó haber bautizado a un niño con champagne y en el nombre de
Marx, de Lenin y de Fidel. Y digo "en su inocencia", porque aquel hombre,
fundamentalmente bueno, "no sabía lo que hacía", dicho evangélicamente.
Triunfante la gesta revolucionaria, tuvo un despunte de oposición en algunos sacerdotes
de nacionalidad española y algunos pastores protestantes de nacionalidad estadounidense,
que obraban, sin duda, por razones "patrióticas". Fidel Castro dijo, entonces,
que todo cristiano debería ser, por definición, un revolucionario. Recuerdo que hace ya
muchos años, en cierto debate sobre el comunismo realizado en París, alguien (creo que
Jacques Maritain) definió al comunismo como una "versión materialista del
Evangelio". Pensé yo en aquel entonces que era preferible tener y practicar una
versión materialista del Evangelio a no tener ni practicar ninguna.
Y me digo ahora, con más ciencia y experiencia, que toda realización en el orden amoroso
de la caridad, sea consciente o inconsciente, entraña en sí misma una
"petición" de Jesucristo.
Terminó para nosotros la Misión Cuba. Una tarde respondemos a los alumnos, en la Escuela
de Letras. Uno me pregunta por el Facundo, de Sarmiento, y le aclaro algunas
nociones. Otro interroga sobre El Matadero, de Echeverría, y César Fernández
Moreno se encarga de las respuestas. Pero todos los cubanos acuden al corte de caña:
gobernantes y gobernados, obreros y estudiantes, artistas y técnicos.
Se ha iniciado la Séptima Zafra de la Revolución, que promete ser la más cuantiosa del
siglo. Los contingentes están saliendo a la tierra (o a la caña, como dicen allá):
todos van alegres, porque el trabajo ya no es una "maldición antigua", sino un
esfuerzo que hace doler las manos en el machete, los tres primeros días, y concluye por
mudarse en una felicidad virgiliana.
Estamos en el aeropuerto José Martí, como a nuestra llegada; el cuatrimotor Britannia
nos espera, trajinado y temible a los ojos de Elbiamor. Nuestros compañeros de Cuba nos
despiden: hay calor en sus manos y esperanza en sus voces. El avión toma la pista: ellos
quedan allá, con su ensueño acunado entre peligros, y sin otro sostén que su líder y
los símbolos de su enseña nacional, enumerados en la misma canción con que inicié esta
crónica: "Un Fidel que vive en las montañas, un rubí, cinco franjas y una
estrella". |
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