Ruidos Los
ruidos volvieron después de las tres de la tarde. Eran ruidos como del galope de un
caballo. Un caballo cojo de la pata delantera izquierda. Tal vez el herraje le molestaba,
o simplemente una contractura. Pero el ritmo sincopado delataba alguna anomalía, que a
simple oído no pude distinguir. Estaba, sin embargo, seguro de que era el galope de un
caballo. Me dispuse a esperar el transcurso de los hechos. Cerré bien las puertas y
ventanas y verifiqué que la línea telefónica funcionara a la perfección. La intensidad
del ruido aumentaba y disminuía por efectos del viento que a esas horas acostumbra a
rotar arremolinadamente, ora hacia el este, ora hacia el sur, etc. Traté de recuperar la
concentración en mis tareas. Volver a la traducción de los clásicos hebreos, que por
diversos motivos venía atrasada. Sonó el teléfono. El Señor Miller me reclama las
traducciones en un muy mal tono, aduciendo que el trabajo fue pagado por adelantado (muy
en contra de sus principios),y que me habían contratado teniendo en cuenta mis pergaminos
en la materia. Le comenté el tema de los ruidos y me dijo que le importaba un pito;
quería el trabajo a mas tardar el sábado. Con el mayor rigor científico posible y
cuidando los aspectos gramaticales y sintácticos, proseguí con la traducción haciendo
abstracción del ruido que, en intermitencias, persistía. Lo extraño fue cuando cambió
la frecuencia rítmica, de un galope pasó a un trote controlado, como quien se aproxima
al obstáculo en paralelas a un metro cuarenta del suelo. Como un pequeño zapateo negando
el salto y luego paso peruano. Comenzó a sentirse el ruido de riendas y el inconfundible
roce de las piernas del jinete sobre el cuero de la montura (a lo mejor). A decir verdad,
no era mucho lo que le faltaba a la traducción, algunas correciones y darle una idea
final al prólogo de la edición española. Si alguien me preguntara como hacía para
soportar tamaña presión, no sabría que contestar. Me apuraban, estaba en juego mi
prestigio y mis nervios me estaban jugando una mala pasada. No sé en que momentos cesaron
los ruidos. Me enfrasqué de lleno en los papeles. Luego de unas horas concluí el trabajo
y el calor y el sueño comenzaron a doblegarme. Me senté en un sillón al lado de la
ventana que abrí para recibir el aire reparador de la tarde. Creo que me dormí en el
capítulo tercero. No sé cuanto tiempo estuve en ese estado. Me desperté sobresaltado;
presentí que me miraban, ya que efectivamente lo estaban haciendo. Inútil fue querer
quitarle de la boca al pobre equino los originales de mi traducción, sólo pude recuperar
el prólogo, que al fin y al cabo era producto de mi talento, mi devoción y mi amor por
el trabajo a conciencia. Apoyé las manos sobre mi cabeza en un comprensible gesto de
resignación. El animal me miró sonriendo. Los ruidos no volvieron más.
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