MAL BARAJADO

Bostezaba, y por bostezar me perdía, la canción, el aire y hasta las sonrisas cómplices de los mayores que me "permitían" jugar un chinchón por monedas de veinte guitas, esas que mostraban la libertad y la extensión en sus trigos y toros, con un número que no alcanzaba para llenar una improvisada alcancía de la caja de lata del té.
Mucho no entendía de la cosa, pero arrimaba mi ignorancia en cada escalerita, o tratando de formar de a tres, al menos, los mismos rostros. Negras, les decían los viejos y por pesadas rápidamente las desechaban al lado del montecito de ocultos oros y bastos. No me gustaba juntar copas y espadas (traumas sin resolver que le dicen). ¿Para qué me empecinaba en juntar tantas negras?... si al final mi casillero se acercaba más al enganche que a la rayita de restar, y a poner otra moneda para no quedar afuera.
De a siete era el juego y había que conocer los números. No era fácil contar los palotes rápidamente, no vayas a creer, que la cosa era no pasar vergüenza porque la escuela quedaba lejos en mis apretados cortos. Apriete que simulaban la falta de chirolas para tiradores o cinto, poner botones era mas barato entonces, aunque no tan seguro... igual que ahora, si es que me entienden.
Un juego poco aconsejable, que cortar, que menos diez, que colar en el juego del otro, que acordarse lo que tiró el otro para que no alce, que robar del montoncito, que descargarse de las sobras, que cortar con menos de siete... más complicado que el distribuidor de la autopista en Liniers. Pero era La Pampa, y estar en "la 22" ( pasando El Triángulo y El tropezón, camino a El Durazno... como para que se ubiquen) , con mi abuela, su media hermana, mi tío abuelo y un peón que solo aparecía a la mañanita, para cuando hacían los primeros Cosquin, los mismos que empeñaron a algunos padres de rocker para que el pibe agarrara la guitarra o el bombo, era un placer. Un placer que a pesar de mis bostezos y de perderme la canción, dejó cosas bien agarradas y que con el tiempo se recuperan aunque los párpados caigan, como entonces, sobre alguna baraja mal jugada en este complicado engranaje de toros y siembras ajenas... o los años se acumulen en el montoncito, pero no la canción:

Que me puede importar después de todo
el trance de partir si yo he logrado
llenar cada minuto transcurrido
con un claro vivir enamorado

si la vida no fue en definitiva
solo un motivo para haber amado.

Que me puede importar el corto tiempo
que resta por vivir si la jornada
tiene un punto final ya establecido
y la vida es la muerte demorada

si hay un tiempo de amar que yo he vivido
y otro de soledad, olvido y nada.

Tras los cerros de a poco
como en lenta agonía
dibujando ceibales
muere lejano el día
Renacerá la luz y nuevamente
cobrará su perfil la serranía.

Un tiempo de partir va señalando
la urgencia de vivir como yo quiera
el rigor del invierno justifica
el ansia de gozar la primavera

si no pude encontrar la buena senda
prefiero equivocarme a mi manera

Quiero quedarme aún cuando me vaya
en la memoria de quienes me han querido
en los versos triviales que repita
con su cantar algún desconocido

o regresar en el perfil de un niño
como ese amanecer que ha renacido.
(Mansilla-Falú)

Tito demoron

 

 

 

 

 

 

Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 

CRÓNICAS NACIONALES

Revista Mutantia, dos artículos del año 1983
Sacerdote Capuchino Antonio Puigjané
Joan Manuel Serrat, el retorno (1983)
Mario Benedetti, la palabra, el desexilio.
Vender Modos de vida
Argentina en la aventura espacial
La explosión universitaria
Quinquela Martin
Informe policial sobre el caso Aramburu

 

 

COMADREJA

Preguntó qué era eso y el padre le dijo que una comadreja.
- ¿Esa es la que se come los huevos del gallinero?
El padre asintió con la cabeza y él salió corriendo a buscar el rifle de aire comprimido "cuatro y medio", mientras se decía para adentro "cagaste comadreja".
Apareció el abuelo asomado desde el porche teniendo en una mano la pipa en la boca y la otra metida en el bolsillo del saco que le tejió su hija.
Se tardó en entender la sonrisa del viejo. Creo que años.
Apareció el changuito con el rifle y entró a caminar para el lado del maizal, midiendo hasta dónde se podría acercar para achicar el ángulo en la tirada.
Cuando consideró que era suficientemente adecuada la distancia, se arrodilló sobre su pierna derecha, apoyó el codo izquierdo en la rodilla del mismo lado, hizo flor y gatilló.
La comadreja se disparó para el paraíso y entró a subir a lo loco como por una escalera caracol.
Velozmente el chango cargó el rifle y en la subida le llegó a gatillar tres tiros más. Dos pegaron, uno no. Sonaba seco el plomo contra el cuero y no tanto contra la corteza.
La comadreja se detuvo en una horqueta, él se arrimó, midió bien, y le hizo flor en el medio de la cara, cosa de asegurarse el triunfo. Salió el tiro enmudeciendo todo el lugar hasta que se oyó el sonido seco en la frente. Quedaron las patitas colgando...
Lo normal hubiese sido una reacción eufórica, sin embargo, salió apurado y concentrado a buscar la horquilla para poder bajarla. A ver qué iban a hacer, capaz que el cuero servía para algo.
Volvió en menos de tres minutos con la horquilla, sereno, de paso tan rápido como firme.
La comadreja no estaba más... bicho traicionero...
El viejo sacó la mano del bolsillo, la puso en la cintura y fue a poner el agua para el mate cocido... pero de espaldas ya no se le veía la mueca.
Fernando Gomez

 

ZAMBA PARA LUCILA

Me enamoré de una china
En noches de verano
En un pueblito: Elvira,
Pueblito de Lobos, chiquito y manso.

La veo a la lejía
En rostros de la luna
Se llamaba Lucila
Y era la hija de Don Acuña.

Ay, mi Lucila; cómo te quiero
Tu eres las coplas de mi canción
Tengo tu nombre en mis labios
Y en mis oídos aún guardo tu voz.

Sentarme a verla solía
Observando su andar
Con su gracia me había
Conquistao pa' siempre mi chinita.

Moría por ti en silencio
Con tu dulce voz renací
Sos parte de mi existencia
Yo sin tu presencia me voy a morir.

Ay, mi Lucila; cómo te quiero
Tu eres las coplas de mi canción
Tengo tu nombre en mis labios
Y en mis oídos aún guardo tu voz.

Fernando Gomez

 

 
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