El Rock Argentino
II PARTE
De la multitud ala soledad
Miguel Grinberg
El verano 1977/78 debió ser la cúspide del Ciclo III de la nueva
música urbana argentina (de la cual el rock o "la progresiva" es una vertiente
fundamental). No resultó así, aunque eso debía esperarse de acuerdo a la dinámica de
los dos ciclos anteriores. Ni se produjo el apogeo de los grupos principales del periodo,
ni se ha podido vislumbrar el rostro y el sonido de los músicos del Ciclo IV. En el par
de etapas anteriores, ambas situaciones se superponían: los conjuntos básicos alcanzaban
su vuelo máximo y los grupos nuevos ya proponían vivencias nuevas. En cambio, se
aceleró el desbande de las formaciones principales y se demoró el surgimiento de los
protagonistas del recambio. El estadio Luna Park se llenó varias veces durante conciertos
memorables. A mediados de 1977 hubo 10.000 asistentes para el Encuentro, celebrado en el
Club Hípico por Luis Alberto Spinetta, el trío Nebbia-González-Astarita, Antonio Agri
con su conjunto de arcos y Rodolfo Mederos con Generación Cero. Pero en el aire vibraba
un rumor de adioses y los días siguientes trajeron ondas solitarias.
La Identidad
Uno de los momentos más intensos del tercer ciclo fue la gira
llevada a cabo en octubre de 1976 (Rosario y Córdoba) por Nito Mestre con Los
Desconocidos de Siempre, Charly García, con La Máquina d« Hacer Pájaros; el cuarteto
Crucis, y León Gieco. Un público joven hambriento de armonías y unas ondas musicales
bien cargadas dieron carácter de gran fiesta al periplo. Esa confluencia del ansia de la
multitud y la entrega absoluta de los intérpretes, fueron el motivo de la solidez del
rock durante dos años, mientras las demás manifestaciones artísticas argentinas
sucumbían entre los rituales del éxodo o el torbellino de la mediocridad. Finalmente,
sobrevino un extraño sabor a desamparo, algo parecido al de diez años atrás, pero sin
la "polenta" de aquellos amaneceres reveladores.
Los estilos del Ciclo III (ya resueltos en gran medida los dilemas del lenguaje y el
sonido) giraron a menudo por la latitud de las fórmulas importadas, pero al mismo tiempo
intentaron un entronque auténtico con las tradiciones musicales nacionales. En ese ir y
venir de la invención y la copia hubo logros de magnitud y fiascos insoportables. De
allí que se haya magnificado para el Ciclo IV la necesaria conquista de una
"Identidad", si bien en el extranjero ya se reconoce al rock argentino como algo
particular, no como un apéndice del rock inglés o del rock norteamericano. Bastaría
mencionar el impacto producido por los roqueros argentinos en España, donde se resignaban
hasta hace poco a cantar en inglés, hasta que los rioplatenses le enseñaron a los
hispanos (curiosa paradoja) a expresarse en su propio idioma. Sin embargo, hay todavía
una canción inédita que espera ser entonada y una música original aún acurrucada en el
corazón de la música posible.
En 1975, a diferencia de lo sucedido con los demás conjuntos del Ciclo II, Aquelarre no
se disolvió y fue el primer grupo lanzado a una experiencia europea. Volvió al país en
1977, después de impresionar favorablemente a los españoles, pero encerrado en ciertos
lugares comunes del denominado Jazz-rock anglosajón. Recién entonces se dispersó este
cuarteto, casi a la par de los principales conjuntos del Ciclo III: Invisible (de Luis
Alberto Spinetta), Crucis, La Máquina do Hacer Pájaros, Soluna (de Gustavo Santaolalla)
Polifemo (de David Lebon) y Alas (de Gustavo Moretto). Un reverdecido Arco Iris (con Ara
Tokatlian al frente) hizo un asomo prometedor (con bases afro), pero se desbarrancó
luego, tras un cambio de integrantes, lo cual fue seguido por la dispersión. En cambio,
se mantuvieron en pie los conjuntos menos roqueros del período (Bubu y MÍA), apoyados en
sus estudios (Conservatorio) y en un sonido emparentado con la escuela progresiva
británica, sólidos pero sin vías de acceso a la muchedumbre. En cambio, la
"popularidad" ha sido privilegio de dos dúos adscriptos (sin magia auténtica)
a la fórmula del desaparecido Sui Generis, bien a gusto del público adolescente:
Pastoral y Vivencia. A excepción de Rayuela y otros grupos de menor difusión, 1977 dejó
un aire de vacío, recompensado brevemente por el bello y fugaz grupo Seleste, de David
Lebón. En cierto modo, la mayor conquista sonora del Ciclo III fue el álbum Chico
Cósmico, de Raúl Porchetto.
Todos estos detalles referidos a lo cotidiano (en cuanto a cambios y despedidas tempranas)
destacan la "fragilidad" del Ciclo III. El rock argentino se mantuvo activo pese
a infinidad de caminos cerrados y de problemas insolubles (como el achicamiento del
mercado por la crisis económica). A medida que se encarecieron los discos y las entradas
a los conciertos, a medida que disminuyeron las posibilidades de grabar en las compañías
del país y a medida que no hubo modo de que nuestro rock entrara a los medios masivos
(radio y TV), se empequeñecieron las alternativas de supervivencia. El circuito de
actuaciones en clubes el sábado por la noche o la espera de una gran presentación en el
Luna Park o el Coliseo, no han sido estimulantes bajo ninguna circunstancia. De allí la
impresionante caravana de músicos emigrados hacia España o hacia Los Angeles
(California).