El Rock Argentino
II PARTE
De la multitud a la soledad
(continuación)
Miguel Grinberg
La Raíz
El empalme con las vertientes folklóricas argentinas (o
latinoamericanas) ha estado presente como opción en numerosos casos, Igualmente, con la
"música ciudadana", es decir, el tango. En este plano los resultados han sido
muy variados, no alcanzando en absoluto -por ejemplo- el nivel del conjunto chileno Los
Jaivas, dentro de la llamada Nueva Música Andina.
Aquí corresponde hacer breve referencia a la "cerrazón" del público argentino
de rock durante una buena porción del desarrollo del movimiento. Al llegar a Buenos Aires
los primeros discos de los nuevos músicos de Chile, atentos a las manifestaciones
progresivas -Jaivas, Blops, Congregación-, la respuesta general (incluyendo a casi todos
los jóvenes músicos argentinos de rock) fue el desdén. ¿Por qué? Pues aquellos le
daban cabida al folklore, utilizaban ritmos de cueca o chacarera, y eso era mersa para la
multitud roquera. Era el año 1972 en Buenos Aires y cabe recordar un incidente del B.A.
Rock II (1971). De Montevideo llegó el grupo Tótem, con una buena base percusiva, un
excelente cantante moreno (Rubén Rada) y el único ritmo afro del Río de Plata: el
candombe. La multitud les tiró monedas a mansalva. Algo parecido ocurrió en 1977 en el
Luna Park, durante el Festival del Amor, protagonizado por Charly García y sus amigos. Al
promediar un tema folklórico de Violeta Parra (a cargo de Charly, Gieco, Santaolalla y
Mónica Campins) la silbatina fue infernal.
El abordaje de "lo folklórico" fue ampliamente resuelto por Los Jaivas (que
estuvieron viviendo en Buenos Aires algo más de dos años, hasta marzo de 1977), quienes
tras explorar al máximo la cultura araucana lograron empalmarla válidamente con la
cultura musical clásica (Conservatorio) y los instrumentos eléctricos típicos del rock.
En la Argentina nadie ha ido muy lejos en la materia, fuera de las breves experiencias de
Litto Nebbia con Domingo Cura primero, y con Manolo Juárez y el Chango Farías Gómez
después. El primer Arco Iris procuró sintonizarse en el acervo indoamericano con varias
obras integrales desbaratadas por lastres literarios. En el Ciclo II apareció el dúo
Miguel y Eugenio, con aciertos parciales estirados al Ciclo III, cuando se convirtió en
el grupo Aucan. Un grupo sureño. llamado Tupac tenía propuestas ricas, pero se esfumó
tras un par de recitales. El chileno Antonio Smith también intentó una respuesta a los
desafíos en la Capital Federal. pero lo hundió su megalomanía. Todo esto refiriéndose
a gente que ha tratado de abordar el folklore a partir del rock. Episódicamente, siempre
hubo alguno que componía una zamba, que posteriormente el público no aceptaba del todo.
En cuanto al tango, el más osado fue Alas, cuando Gustavo Moretto convocó a tres
bandoneonistas de primera para un memorable concierto en el Coliseo (Juan José Mosalini,
Daniel Binelll y Rodolfo Mederos), para después derrumbarse en variaciones mecánicas y
una nada fértil intentona con Atilio Stampone. A su vez, Luis Alberto Spinetta también
recurrió al bandoneón de Rodolfo Mederos para un buen concierto dado en el Luna Park, y
allí la cosa funcionó sin dar pie para nada más, ya que su conjunto Invisible se
disolvió y sus nuevas pasiones apuntaron al jazz-rock.
El horizonte
Que en el Ciclo III haya reaparecido (para nada) Pappo's Blues o que
Vox Del vuelva a reunirse para tocar La Biblia (clásico del Ciclo II), no resuelve los
desafíos existentes. El grueso del público de rock sigue fanatizado en torno de moldes
importados o lamentando que nadie invente algo grande en estos días, aquí y ahora.
Entretanto, en Brasil, Colombia, Perú, Venezuela y Chile (léase gente como Hermeto
Pascoal, El génesis, Vytas Brenner, o Congreso) taras como las porteñas (afán de crear
únicamente cosas geniales), no desbaratan la energía de músicos inspirados. Igualmente,
en los Estados Unidos hay músicos sudamericanos ganando terreno ante el alicaído
Jazz-Rock (que brotó gracias a los ritmos afrolatinoamericanos: como los brasileños
Airto Moreira y Flora Purim, y los uruguayos Hugo Fattoruso (ex Integrante de los remotos
Shakers, con su actual Opa Trio) y Rubén Rada.
Tal vez el Encuentro ya mencionado -el del club Hípico- sirva como ejemplo de una leve
apertura auditiva del público argentino de rock, que antes vitoreó a Los Jaivas en su
recital de despedida en el Coliseo, que respeta mucho a Rodolfo Mederos y que todavía
-entre otras cosas- no ha descubierto al bandoneonista Dino Saluzzi, tal vez el único que
no toca a la manera de Astor Piazzolla.
Finalmente, el "Rock" como concepción musical ha quedado chico para la música
contemporánea por venir. Así como el primigenio rocanrol fue la música de los años
cincuenta, el Rock progresivo fue la de los sesenta y parte de los setenta. Pero ahora,
absolutamente, no alcanzan las vibraciones de ayer nomás para satisfacer el apetito de ya
mismo. Por desgracia, el presente no es promisorio en Buenos Aires, ya que no hay
propuestas masivas sólidas ni ámbito para la experimentación sin condicionamientos
(materiales y espirituales). En cierto modo hemos retornado a los rituales pioneros del
Ciclo I. Lo que es irreversible se halla en la evolución de las orejas, tanto de los
intérpretes como de los oyentes. Muchos se han ido a componer y tocar en el extranjero
(Morís, Charly García, León Gieco, David Lebón, Gustavo Santaolalla, etc.). Otros
persisten. Y todos los días, en casa de todas partes, decenas de músicos adolescentes
ensayan para tratar de llegar a ser mejores. que los que ya fueron.
Seguirá haciéndose en nombre del rock, aunque entren a interactuar otras cadencias.
Seguirá construyéndose aunque el cielo esté gris y la ciudad luzca impermeable. El
concierto de las almas no puede cesar jamás. Y a la hora de la vigilia entona su canción
sabiendo que tarde o temprano habrá otro amanecer.