Por su parte, Italia, que se declaró no beligerante en septiembre de 1939 (aunque el 22
de mayo de ese año Mussolini y Hitler hubieran firmado el Pacto de Acero), en enrola en
el bando alemán en cuanto el colapso francés comienza a perfilarse. El Duce había hecho
saber oportunamente al embajador británico: "Italia estará al lado del vencedor si
Gran Bretaña obtiene la victoria"; mientras tanto, se solidarizaba de corazón con
el Fuhrer. Pero, el 10 de junio de 1940, temeroso de llegar tarde a la repartija de
Europa, el Duce se decide y declara la guerra a los Aliados.
Gran Bretaña se ha quedado sola, pero desde el 10 de mayo tiene un nuevo primer ministro,
Winston Churchill. Si Hitler ha prometido a sus soldados que serán amos y señores
servidos por las razas inferiores conquistadas, Churchill sólo promete a los británicos
"sangre, sudor y lágrimas", y, con obstinación de un bulldog de raza, se fija
un propósito, la lucha, y una meta, la victoria a cualquier precio. Los trs partidos
-conservador, liberal y laborista- se alían con toda lealtad; el pueblo responde
unánimemente. También los científicos colaboran: inventan el radar, y, para 1940, toda
la costa británica está portegida por una red electromagnética que detecta el menor
movimiento de cada avión nazi.
Hitler ordena perparar la invasión de Gran Bretaña: es el plan León Marino, que para
poder cumplirse exige previamente liquidar la protección naval y aérea de la isla. La
batalla queda a cargo de la Luftwaffe; la primera etapa, a partir del 10 de julio, se
concentra en el ataque de los convoyes de aprovisionamiento y en la destrucción de los
puertos, para reducir por hambre a Gran Bretaña. La operación da tan escasos
resusltados, que a partir del 24 de agosto la Luftwaffe inicia una segunda etapa: destruir
sistemáticamente la aviación británica, los aeropuertos y la industria aeronáutica de
la isla; mientras tanto, los constantes bombardeos de Londres deben aterrar a los civiles.
Pero las pérdidas de la Luftwaffe siguen siendo el doble de las que sufre la RAF (Royal
Air Force), con la agravante de que los pilotos británicos que se lanzan a tierra en
paracídas son recogidos, curados, y devueltos al combate, mientras que los pilotos
alemanes quedan definitivamente perdidos para la guerra. Y si es fácil construir aviones,
es difícil adiestrar buenos aviadores.
A fines de septiembre comienza una tercera etapa: la Luftwaffe decide cuidarse, atacar
sólo de noche y bombardear indiscriminadamente y sin plan las poblaciones y los centros d
producción. Coventry es aniquilada y convertida en un montón de ruinas humeantes; en
Londres los raids incendiarios son constantes. Pero los civiles jamás se dejan ganar por
el desorden y el desaliento, y mantienen un espíritu altamente combativo; nunca decrece
la producción de aviones que defenderán el cielo británico contra la Luftwaffe. En las
tres etapas, hasta mediados de noviembre de 1940, Alemania ha perdido 1.818 aparatos; Gran
Bretaña, 915.
El plan León Marino para invadir la isla orgullosa y desafiante es constantemente
posrtergado; durante la primera mitad de 1941 todavía la Luftwaffe llevará a cabo
mortíferos raids contra Gran Bretaña, pero el Estado Mayor de la Wehrmacht ya se ha
resignado a archivar el plan León Marino, mientras soporta a Hitler, que despotrica conta
la imbecilidad de sus militares. Churchill agradece a los pilotos de la RAF con esta
frase: "Jamás tantos millones de seres humanos debieron tanto a tan pocos".
Al frente oeste, donde Gran Bretaña desafía a Alemania, se añade un segundo fretne en
el sur. Mussolini tiene la ambición de convertir el Mediterráneo en el Mare Nostrum de
los antiguos romanos; el Duce se considra heredero de los Césares. El 28 de octubre de
1940 inicia la invasión de Grecia, pero las tropas helénicas rechazan violentamente a
los italianos y los persiguen por Albania.
En cuanto a las colonias del norte de Africa, tropas fascistas han capturado la Somalía
británica; a partir de diciembre de 1940 la situación cambia bruscamente y soldados del
Reino Unido y del Commonwealth atacan a los italianos y los abruman con una serie de
derrotas.
Hitler decide intervenir. Envía al norte de Africa un contingente especial comandado por
el general Erwin Rommel, talentoso estratega que más tarde será apodado El Zorro del
Desierto. Aunque los británicos deben retroceder y perder lo ganado contra los italianos,
no afrontarán ningún peligro realmente crítico en la pugna por el control de Egipto y
el Cercano Oriente durante el transcurso de 1941.
En cambio, cuando acuden, a comienzos de abril, en defensa de Grecia, que después de la
derrota italiana lucha contra una invasión alemana, deben evacuar el reino helénico a
fines de ese mismo mes con muy graves pérdidas. En mayo Gran Bretaña sufre un segundo
revés: los alemanes realizan una audaz operación aerotransportada (de una envergadura
sin precedentes en la historia militar) para apoderarse de Creta, llave estratégica del
Mediterráneo. Entre el 20 y el 30 de mayo arrancan la valiosa isla a los británicos e
infligen serios daños a la Armada Real, cuyo único consuelo es haber logrado neutralizar
decisivamente la flota italiana antes de los desastres de Grecia y Creta.
DE MOSCU A PEARL HARBOR
Durante este primer período de
la guerra las relaciones entre Alemania y la Unión Soviética parecen muy buenas. Los
soviéticos envían a los nazis enormes cargamentos de fibras textiles, maderas, trigos,
productos grasos, petróleo, mineral de hierro, manganeso, cromo y estaño; los alemanes,
a su vez, entregan a la URSS importante maquinaria insudtrial, locomotoras, turbinas,
generadores eléctricos, motores diesel y todo un muestrario de la artillería alemana,
tanques, explisivos, equipos para la guerra químicac, y hasta el flamante crucero Lutzow.
Pero el Fuhrer mira con rabiosa desconfianza la expansión de Stalin en el Báltico y las
vecindades balcánicas. El 30 de noviembre de 1939 la URSS ha invadido Finlandia, donde
cosecha sangrientas derrotas y pierde doscientos mil soldados; al fin impone su
superioridad numérica y de armamentos, y acrecienta su territorio a costa del combativo
país finés. Entre el 15 y el 16 de junio de 1940 anexa, sin resistencia, a Lituania,
Letonia y Estonia; poco después obliga a Rumania a que deje en manos soviéticas la
Besarabia y el norte de la Bucovina.
Hitler, quien ya ha puesto a Francia de rodillas, una de las metas que se había fijado en
Mein Kampf (Mi lucha), decide llevar a cabo otro de sus sueños; conquistar Rusia y
disponer libremente de sus tesoros de materias primas, de sus enormes tierras fértiles y
de su población, a la que reducirá a abyecta servidumbre. Sin duda, su odio contra el
comunismo no es fingido, pero el principal motor que lo anima es el aborrecimiento que
siente por la raza eslava. Los polacos, anticomunistas y católicos fervientes, ya desde
1939 experimentan brutalmente la inquina racial del Fuhrer; sus sectores dirigentes e
intelectuales osn sistemáticamente liquidados por los nazis. Diversos documentos, algunos
escritos de puño y letra por Hitler, explicitan el plan alemán del espacio vital en el
este: un 80 por cinto de los polacos, un 65 por ciento de los ucranios y un 75 de los
rusos blancos serían eliminados o confinados en Siberia; los demás quedarían como
siervos de los amos alemanes instalados en ese Garten Eden (Jardín del Edén).
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Desde el comienzo de la guerra, Londres fue una de las ciudades
más castigadas por los bombardeos
La campaña alemana en Africa fue comandada por Erwin Rommel, un
estratega que se ganó el apodo de El Zorro del Desierto
Los rigores del invierno ruso
La invasión contra
la URSS lleva el nombre clave de Operación Barbarroja; es aplazada varias veces debido a
las vacilaciones del Estado Mayor de la Whrmacht. Hitler monta en cólera y esgrime su
argumento decisivo: si Gran Bretaña resiste es porque confía en una futura ayuda de la
URSS; una vez liquidado el oso ruso, caerá el león británico. El 22 de junio de 1941,
sin aviso previo, se desencadena la gigantesca ofensiva germana contra la URSS, que no
está preparada para defenderse. Stalin, con increible ceguera, ha desdeñado los
repetidos avisos de sus espías, que le anticipan los planes nazis de agresión; hasta se
ha alzado desdeñosamente de hombros cuando en abril de 1941 Churchill le avisa que Hitler
ha decidido la guerra contra la URSS.
La táctica alemana es, como siempre, la blitzkrieg, basada en la velocida, el terror y la
sorpresa. Algunos generales de Hitler se muestran preocupados, pues se ha abierto un
tercer frente simultáneo con los del oeste y del sur; pero el Fuhrer los hace callar
mostrándoles sus espléndidas victorias. El 9 de octubre un millón doscientos cincuenta
mil kilómetros cuadrados ha sido conquistados por Alemania; dos millones de soldados
rusos han quedado fuera de combate. Hitler, nuevo Napolón, da orden de capturar Moscú;
sus tropas avanzan en una ofensiva que parece irresistible. El 2 de diciembre
destacamentos nazis de vanguardia llegan a los suburbios moscovitas y divisan las cúpulas
del Kremlim. No las verán nunca más, salvo como prisioneros.
El invierno ruso, implacable, se ha lanzado al combate. Los alemanes, preparados sólo
para una guerra relámpago, no llevan ropa de abrigo ni medicamenteos contra la
congelación y la gangrena. Los ejércitos nazis, diezmados por el frío, sufren hambre.
Una de las condiciones de la guerra relámpago es alimentarse a costa del país enemigo
conquiestado: vana ilusión pues los rusos al retrocedern dejan sólo el vacío. Los
radiadores de tanques y camiones estallan por escasez de elementos anticongelantes; el
aceite de lubricación se petrifica, así como la nafta; el caucho sintético pierde toda
elasticidad; saltan los resortes, que no fueron fabricados para temperaturas tan bajas.
Mientras tanto, en prefecta sincronización con el invierno, nuevas tropas rusas vestidas
de blanco como ágiles fantasmas, perfectametne adaptadas al clima, abruman a los, que
retroceden con terribles pérdidas humanas y materiales. Los alemanes ignoran que enorme
cantidad de fábicas soviéticas ha sido trasladada hacia los Urales y trabajan a pleno
rendimiento. ven surgir con sorpresa el tanque soviético T34, muy superior al modelo
alemán; aparecen aviones ultramodernos, como el Ilyuschin II, que pronto lanzará
cohetes. El 8 de diciembre, Berlín hace saber que ha "postergado" la conquista
de Moscú.
Un día antes ha ocurrido un acontecimiento que modificará radicalmente el panorama de la
guerra: por sorpresa, tres oleadas de aviones japoneses atacan Pearl Harbor, base naval
estadounidense en las islas Hawaii, y en dos horas destruyen la mitad de la flota con que
cuentan los EE.UU en el Pacífico; por suerte, poco antes del ataque han salido de puerto
dos portaaviones y siete cruceros, circunstancia que el comando nipon ignora. Hay casi
cuatro mil quinientas bajas, entre muertos, heridos y desaparecidos; ciento ocho aviones
son destruidos o averiados.
Durante un año interminablemente largo Gran Bretaña ha luchado sola. El ataque alemán
contra la URSS impone la alianza de Londres y Moscú; el propio Stalin -aunque conserva
graves recelos contra las democracias liberales-, en una alocución radial
significativamente pronunciada en inglés, vuelve a agitar su vieja consigna: ¡Unámonos
todos contra el nazi-fascismo! Para lograr una fácil comunicación entre la URSS y las
bases británicas en el Cercano Oriente, enviados del Reino Unido desplazan al Sha de
Irán, germanófilo, y lo reemplazan por su hijo, proaliado; de inmediato se trazan
caminos y vías férreas para agilizar la "ruta persa" de abastecimientos. Por
otra parte, los británicos ya se han asegurado la solidaridad del Irak y con ayuda de los
franceses libres que responden a De Gaulle han ocupado Siria, neutralizando a los
colaboracionistas delegados por el régimen de Vichy. Gracias al ataque contra Pearl
Harbor, a fines de 1941, Gran Bretaña, la URSS y los EE.UU se alinean contra Alemania,
Italia y Japón.
Después de la primera gran contienda mundial, y sobre todo después de la terrible
depresión de 1929, un virulento aislacionismo ha dominado toda la política exterior
estadounidense. Además, la propaganda alemana ha encontrado eco en activos e influyentes
grupos de derecha. El expansionismo japonés, que después de proyectarlo al continente
asiático lo enfrenta en una larga guerra con China, no preocupa a la opinión pública de
los EE.UU. (aunque Washington ayude al gobierno de Chiang-Kai-Shek a resistir la agresión
nipona). El brutal impacto de Pearl Harbor logra que el público estadounidense comprenda
por fin lo que su presidente, Franklin D. Roosevelt, le ha señalado con insistencia: que
la guerra librada en Europa y la contienda chino-japonesa no sólo están estrechamente
emparentadas sino que amenazan vitalmente a los Estados Unidos. Aunque el pueblo clama
venganza contra el Japón, Roosevelt impone acertadamente su criterio: habrá máxima
prioridad para la lucha contra Hitler; el imperio nipón se derrumbará cuando sean
vencidos sus socios del Eje.
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