Como los pronunciamientos
preelectorales nunca resultan orientaciones suficientemente seguras, cabía esperar que el
discurso inaugural de su mandato ofreciera la imagen de la política que llegaba con Nixon
a la Casa blanca. Pero el discurso inaugural no constituyó ni remotamente un programa. Su
tono fue el de las generalizaciones; su obligado voto fue en favor de la paz; su acento
estuvo más cerca de la vocalización de sentimientos religiosos, típicos del hombre
común de su país, que de la plataforma de gobierno. El discurso careció de un lema, es
decir, careció de una definición.
Se mencionaron proposiciones cuya habitual reiteración forma parte de la retórica
democrática; pero no se señalaron objetivos con la precisión de un necesario orden de
batalla por parte del hombre que debe concebir los mayores esfuerzos para hacer frente a
la mayor suma de problemas y conflictos que pesan, acaso como nunca, en la vida nacional
de los Estados Unidos y en su proyección sobre un mundo en apurado cambio, bajo los
estímulos del progreso tecnológico que, precisamente, esos mismos Estados Unidos han
desatado con poderoso ingenio y energía.
LOS FINES Y LOS MEDIOS
No podía sorprender que tras la
generalización del discurso inaugural, no se insinuaran en las primeras semanas de la
gestión de Richard Nixon las líneas demarcadas de su política. Aquellas
generalizaciones y estas imprecisiones forman parte de la silueta conocida del nuevo
presidente. Nada más lejos de un ideólogo que ha ordenado su conducta en función de
principios predeterminados. El hombre Richard Nixon representa en la sociedad
estadounidense, al hombre de éxito que asciende desde las últimas filas a los primeros
puestos valiéndose de su capacidad para aprovechar oportunidades y coyunturas; su ascenso
no supo de principios; su objetivo fue el éxito; la necesidad del éxito fue su
rudimentaria norma; esa necesidad no se dejaba, evidentemente, inhibir por criterios
teóricos de ninguna índole; pero, en cambio, cada paso del oportunista quedaba sellado
por un compromiso. Por eso un Richard Nixon aparece tan diferente de un ideólogo como tal
afín con un comprometido. El compromiso es en cada uno de sus éxitos de abogado
importante y político feliz. Si la finalidad es el éxito, el no compromiso es el medio.
Y el compromiso le impedirá hablar otro lenguaje que el de las generalizaciones; lo
obliga a no contar con políticas coherentes y a revestir de supuestos pragmáticos su
conducta comprometida con los intereses capaces de promover el éxito. Podría afirmarse
que el compromiso, como eslabón del éxito, amoraliza la política. Y Richard Nixon ha
dado, en estas semanas, algunos ejemplos. su discurso inaugural bosquejó la paz como
tendencia de su futura gestión pero cuando decide reemplazar a Avel Harriman -un
mensajero ya tradicional de paz para Estados Unidos-, lo hace con Henry Cabot Lodge, y,
desde ese momento, las negociaciones sobre Vietnam, en París están a cargo del ex
embajador en Saigón que ayudó a consolidar el régimen de corrupción que ahí sostiene
banderas que ningún vietnamita logrará entender como bandera del mundo libre.
La línea del compromiso se ha revelado con igual obstinación, en una de las
designaciones claves de la Secretaría de defensa. su subsecretario será David L.
Packard, representante cabal del complejo industrial-militar que condenó el mismo
Eisenhower en el discurso de despedida con que clausuró su presidencia. Claude Moisy, en
Le Nouvel Observateur, facilitó la radiografía del nuevo funcionario: calcúlase en 300
millones de dólares sus 3.610.000 acciones en la compañía Hewlett Packard que él
fundó y dirige en Palo Alto, un suburbio de San Francisco. El año pasado, esta
compañía vendió directamente al Pentágono equipos por valor de 34 millones de dólares
y por un valor de 60 millones a otras compañías que dependen de la Secretaría de
Defensa. No es todo. David L. Packard es, asimismo administrador de la firma General
Dynamicas que fue la proveedora número uno del Pentágono durante 1968 con 2.239 millones
de dólares en contratos de bombarderos, submarinos y cohetes balísticos. "Al
aceptar la invitación de secundar en el Pentágono al político republicano Melvin Laird,
Packard parece hacer grandes sacrificios materiales", sostiene Claude Moisy en su
documentada crónica. "Sus actividades privadas y sus dividendos -agrega- le
proporcionan medio millón de dólares anuales; en el cargo oficial recibirá apenas 30
mil dólares anuales". "Tales sacrificios -deduce el periodista- con comunes en
la vida política estadounidense e ilustran de manera ejemplar el ascenso irresistible de
la Santa Alianza entre los tecnócratas civiles y militares del Pentágono y las
industrias que trabajan para la Defensa y la carrera del espacio".
¿No hablan sus compromisos con la industria de guerra cuando Nixon se adelanta a negar
nuevamente la admisión de China en Naciones Unidas? Los compromisos fabrican el éxito y
lo controlan.
El sistema industrial-militar es un poderoso factor de poder que conduce muchas de las
líneas de la política exterior de los Estados Unidos. Pero no es, evidentemente, el
único que limita los poderes del mandatario elegido por el sufragio popular. Por sobre la
formalidad democrática, se tiende un sólido cerco de influencias y presiones.
LOS CONTROLES DEL PODER
En la primera semana del nuevo
presidente, murió en Washington un hombre de 75 años a quien le cabía la calificación
de espía mayor de su país, pues suya había sido la concepción de Agencia Central de
Inteligencia (CIA) a la que dirigió. Como comandante del más completo sistema de
espionaje y penetración política obtuvo algunos éxitos e iguales fracasos: consiguió
el derrocamiento del nacionalista Mossadegh en el Irán afianzando la preeminencia de los
monopolios petroleros, y el derrocamiento de Arbenz, en Guatemala, asegurándose, ahí, la
preeminencia del monopolio bananero; fue contrariado cuando los rusos capturan un U-2 que
volaba sobre su territorio y Castro rechaza la invasión de Bahía de los Cochinos.
Poderosísimo agente de actuación en el exterior, la CIA representa un verdadero estado
dentro de los Estados Unidos con capacidad y organización suficientes para interferir o
desfigurar planes de la Casa Blanca. Y este poder inmenso sobrevive ampliamente a su viejo
jefe, Allen Welsh Dulles. ¿Contará Richard Nixon con decisión suficiente para no
tolerar el control de la CIA sobre él? Nixon aparece como parte del sistema que integra
la CIA. Sus actitudes son de pacto y conformidad con ese sistema. La apariencia completa
en él la imagen de un vocero de esa estructura. El sistema gobernará, a través de sus
controles, sobre un político exhaustivamente comprometido.
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Lodge: designación impropia
Harriman: la paz estadounidense
Packard: el negocio de la guerra
Laird: los armamentistas mandan
TAREA ENORME Y EQUIPO DEBIL
¿Estará en la
naturaleza de un político como Nixon la capacidad suficiente para enfrentar ese universo
de problemas que solicitan a los Estados Unidos? Ahí, en la misma Washington comienza el
problema de la seguridad personal del transeúnte, del habitante. La ciudad capital ha
sido llamada "Ciudad del miedo y el crimen" (New York Times, 22 de enero). Desde
ahí parte un largo camino de expectativas, de exigencias, de plazos que vencen, y que
comprenden la pollusión (contaminación del aire en las ciudades y de las aguas de los
ríos que pone en inmensos riesgos la salud pública), la delincuencia entre los jóvenes,
la rebelión entre los negros, los hacinamientos de multitudes en los suburbios, la crisis
de los planes de educación. Sin embargo, el nuevo presidente ha elevado la mira hacia la
política exterior y programa la gira europea. ¿Tomar fuerzas afuera para acometer mejor
la tarea doméstica? Tal vez sea más fácil explicarse que Nixon busca en política
exterior algunos puntos de coincidencia nacional como no los logrará reunir en los
problemas internos. El supuesto tiene su contradicción ya que no hay política hacia el
exterior que no refleje la situación interna.
Difícilmente Nixon consiga unificar criterios a pesar de las seguridades que le diera el
jefe de la mayoría demócrata del Senado, Mike Mansfield, de que su partido hará todo
que lo de él dependa para contribuir al éxito de la administración. No lo conseguirá a
pesar de su interés en preservar la imagen del hombre común exitoso que es, sin duda, un
atractivo para las conformistas clases medias que se sienten representadas por él.
Nixon se excede en resguardar el nivel medio cuando hace designaciones; su gabinete está
formado por mayoría de banqueros y abogados; ninguno de ellos sobresale en estatura
política. Newsweek ha señalado su preferencia en elegir hombres inofensivos y ello
coincidiría con otras apreciaciones de la prensa estadounidense de que el presidente no
quiere a su lado figuras que pudieran sobrepasar la propia. De todas maneras, equipo
débil para tarea inmensa.
Esta vez, el compromiso puede que no sea el camino del éxito. |