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crónicas del siglo pasado

REVISTERO

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LA POLITICA DE UN HOMBRE DE EXITO
RICHARD NIXON
(Dinamis 1969)

 

 

La nación que ejerce el comando de Occidente no ha dado, a través de su nuevo presidente las respuestas esperadas. El estilo de Robert Nixon frecuentemente alternado con las sonrisas de un hombre de éxito que comunica satisfacción y conformidad, no revela cuáles serán las direcciones inmediatas de la administración de los republicanos al cabo de dos períodos conflictivos de administración demócrata. Estados Unidos se presenta, en estos días, como una verdadera incógnita en todos los frentes de su actuación e influencia.

Como los pronunciamientos preelectorales nunca resultan orientaciones suficientemente seguras, cabía esperar que el discurso inaugural de su mandato ofreciera la imagen de la política que llegaba con Nixon a la Casa blanca. Pero el discurso inaugural no constituyó ni remotamente un programa. Su tono fue el de las generalizaciones; su obligado voto fue en favor de la paz; su acento estuvo más cerca de la vocalización de sentimientos religiosos, típicos del hombre común de su país, que de la plataforma de gobierno. El discurso careció de un lema, es decir, careció de una definición.
Se mencionaron proposiciones cuya habitual reiteración forma parte de la retórica democrática; pero no se señalaron objetivos con la precisión de un necesario orden de batalla por parte del hombre que debe concebir los mayores esfuerzos para hacer frente a la mayor suma de problemas y conflictos que pesan, acaso como nunca, en la vida nacional de los Estados Unidos y en su proyección sobre un mundo en apurado cambio, bajo los estímulos del progreso tecnológico que, precisamente, esos mismos Estados Unidos han desatado con poderoso ingenio y energía.

LOS FINES Y LOS MEDIOS

No podía sorprender que tras la generalización del discurso inaugural, no se insinuaran en las primeras semanas de la gestión de Richard Nixon las líneas demarcadas de su política. Aquellas generalizaciones y estas imprecisiones forman parte de la silueta conocida del nuevo presidente. Nada más lejos de un ideólogo que ha ordenado su conducta en función de principios predeterminados. El hombre Richard Nixon representa en la sociedad estadounidense, al hombre de éxito que asciende desde las últimas filas a los primeros puestos valiéndose de su capacidad para aprovechar oportunidades y coyunturas; su ascenso no supo de principios; su objetivo fue el éxito; la necesidad del éxito fue su rudimentaria norma; esa necesidad no se dejaba, evidentemente, inhibir por criterios teóricos de ninguna índole; pero, en cambio, cada paso del oportunista quedaba sellado por un compromiso. Por eso un Richard Nixon aparece tan diferente de un ideólogo como tal afín con un comprometido. El compromiso es en cada uno de sus éxitos de abogado importante y político feliz. Si la finalidad es el éxito, el no compromiso es el medio. Y el compromiso le impedirá hablar otro lenguaje que el de las generalizaciones; lo obliga a no contar con políticas coherentes y a revestir de supuestos pragmáticos su conducta comprometida con los intereses capaces de promover el éxito. Podría afirmarse que el compromiso, como eslabón del éxito, amoraliza la política. Y Richard Nixon ha dado, en estas semanas, algunos ejemplos. su discurso inaugural bosquejó la paz como tendencia de su futura gestión pero cuando decide reemplazar a Avel Harriman -un mensajero ya tradicional de paz para Estados Unidos-, lo hace con Henry Cabot Lodge, y, desde ese momento, las negociaciones sobre Vietnam, en París están a cargo del ex embajador en Saigón que ayudó a consolidar el régimen de corrupción que ahí sostiene banderas que ningún vietnamita logrará entender como bandera del mundo libre.
La línea del compromiso se ha revelado con igual obstinación, en una de las designaciones claves de la Secretaría de defensa. su subsecretario será David L. Packard, representante cabal del complejo industrial-militar que condenó el mismo Eisenhower en el discurso de despedida con que clausuró su presidencia. Claude Moisy, en Le Nouvel Observateur, facilitó la radiografía del nuevo funcionario: calcúlase en 300 millones de dólares sus 3.610.000 acciones en la compañía Hewlett Packard que él fundó y dirige en Palo Alto, un suburbio de San Francisco. El año pasado, esta compañía vendió directamente al Pentágono equipos por valor de 34 millones de dólares y por un valor de 60 millones a otras compañías que dependen de la Secretaría de Defensa. No es todo. David L. Packard es, asimismo administrador de la firma General Dynamicas que fue la proveedora número uno del Pentágono durante 1968 con 2.239 millones de dólares en contratos de bombarderos, submarinos y cohetes balísticos. "Al aceptar la invitación de secundar en el Pentágono al político republicano Melvin Laird, Packard parece hacer grandes sacrificios materiales", sostiene Claude Moisy en su documentada crónica. "Sus actividades privadas y sus dividendos -agrega- le proporcionan medio millón de dólares anuales; en el cargo oficial recibirá apenas 30 mil dólares anuales". "Tales sacrificios -deduce el periodista- con comunes en la vida política estadounidense e ilustran de manera ejemplar el ascenso irresistible de la Santa Alianza entre los tecnócratas civiles y militares del Pentágono y las industrias que trabajan para la Defensa y la carrera del espacio".
¿No hablan sus compromisos con la industria de guerra cuando Nixon se adelanta a negar nuevamente la admisión de China en Naciones Unidas? Los compromisos fabrican el éxito y lo controlan.
El sistema industrial-militar es un poderoso factor de poder que conduce muchas de las líneas de la política exterior de los Estados Unidos. Pero no es, evidentemente, el único que limita los poderes del mandatario elegido por el sufragio popular. Por sobre la formalidad democrática, se tiende un sólido cerco de influencias y presiones.

LOS CONTROLES DEL PODER

En la primera semana del nuevo presidente, murió en Washington un hombre de 75 años a quien le cabía la calificación de espía mayor de su país, pues suya había sido la concepción de Agencia Central de Inteligencia (CIA) a la que dirigió. Como comandante del más completo sistema de espionaje y penetración política obtuvo algunos éxitos e iguales fracasos: consiguió el derrocamiento del nacionalista Mossadegh en el Irán afianzando la preeminencia de los monopolios petroleros, y el derrocamiento de Arbenz, en Guatemala, asegurándose, ahí, la preeminencia del monopolio bananero; fue contrariado cuando los rusos capturan un U-2 que volaba sobre su territorio y Castro rechaza la invasión de Bahía de los Cochinos. Poderosísimo agente de actuación en el exterior, la CIA representa un verdadero estado dentro de los Estados Unidos con capacidad y organización suficientes para interferir o desfigurar planes de la Casa Blanca. Y este poder inmenso sobrevive ampliamente a su viejo jefe, Allen Welsh Dulles. ¿Contará Richard Nixon con decisión suficiente para no tolerar el control de la CIA sobre él? Nixon aparece como parte del sistema que integra la CIA. Sus actitudes son de pacto y conformidad con ese sistema. La apariencia completa en él la imagen de un vocero de esa estructura. El sistema gobernará, a través de sus controles, sobre un político exhaustivamente comprometido.

 

Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 

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Lodge: designación impropia

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Harriman: la paz estadounidense

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Packard: el negocio de la guerra

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Laird: los armamentistas mandan

TAREA ENORME Y EQUIPO DEBIL

¿Estará en la naturaleza de un político como Nixon la capacidad suficiente para enfrentar ese universo de problemas que solicitan a los Estados Unidos? Ahí, en la misma Washington comienza el problema de la seguridad personal del transeúnte, del habitante. La ciudad capital ha sido llamada "Ciudad del miedo y el crimen" (New York Times, 22 de enero). Desde ahí parte un largo camino de expectativas, de exigencias, de plazos que vencen, y que comprenden la pollusión (contaminación del aire en las ciudades y de las aguas de los ríos que pone en inmensos riesgos la salud pública), la delincuencia entre los jóvenes, la rebelión entre los negros, los hacinamientos de multitudes en los suburbios, la crisis de los planes de educación. Sin embargo, el nuevo presidente ha elevado la mira hacia la política exterior y programa la gira europea. ¿Tomar fuerzas afuera para acometer mejor la tarea doméstica? Tal vez sea más fácil explicarse que Nixon busca en política exterior algunos puntos de coincidencia nacional como no los logrará reunir en los problemas internos. El supuesto tiene su contradicción ya que no hay política hacia el exterior que no refleje la situación interna.
Difícilmente Nixon consiga unificar criterios a pesar de las seguridades que le diera el jefe de la mayoría demócrata del Senado, Mike Mansfield, de que su partido hará todo que lo de él dependa para contribuir al éxito de la administración. No lo conseguirá a pesar de su interés en preservar la imagen del hombre común exitoso que es, sin duda, un atractivo para las conformistas clases medias que se sienten representadas por él.
Nixon se excede en resguardar el nivel medio cuando hace designaciones; su gabinete está formado por mayoría de banqueros y abogados; ninguno de ellos sobresale en estatura política. Newsweek ha señalado su preferencia en elegir hombres inofensivos y ello coincidiría con otras apreciaciones de la prensa estadounidense de que el presidente no quiere a su lado figuras que pudieran sobrepasar la propia. De todas maneras, equipo débil para tarea inmensa.
Esta vez, el compromiso puede que no sea el camino del éxito.