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El 13 de noviembre de 1945 se
anunció que los gobiernos de Gran Bretaña y los Estados Unidos de Norteamérica habían
acordado la formación de un comité encargado de investigar y formular recomendaciones
sobre el futuro de Palestina, la situación de los judíos refugiados en Europa y las
posibilidades de orientar su inmigración a Palestina. El 26 de marzo de 1945 el comité
anglo-norteamericano recomendó:
1.- inmediata inmigración de 100.000 judíos
2 - descartar la ley palestina que restringía la transferencia de tierras a los judíos
3 - que Palestina no debía ser ni judía ni árabe, pero que el mandato podía ser
transformado en un fideicomiso de las Naciones Unidas con progresivas medidas de
autonomía para ambos pueblos.
Cuando el gobierno de los Estados Unidos declinó hacerse cargo de las responsabilidades
militares y financieras emergentes, el gobierno británico no puso en acción las
propuestas, y habiendo fallado en sus esfuerzos para lograr un acuerdo entre judíos y
árabes, y no consiguiendo la aprobación de los mismos para los planes ingleses sobre la
administración del país, y ante la revuelta tanto de árabes como de judíos, derivó el
problema a la consideración de las Naciones Unidas.
Una asamblea especial de las Naciones Unidas tuvo lugar en Flushing Meadow, Nueva York, y
en mayo 15 de 1947 un comité especial de la UN para palestina fue encargado de preparar y
someter recomendaciones para una segunda asamblea regular. El comité, por unanimidad,
acordó que el mandato británico debía terminar y que la independencia de Palestina
debía ser concedida sin dilaciones. No hubo unanimidad, en cambio, en las opiniones sobre
el futuro gobierno. La mayoría recomendó la partición en un estado árabe y un estado
judío, que podía, sin embargo sostener una unión económica. Jerusalem y el área
circundante, incluido Belén, podía ser un enclave internacional, con un fideicomiso de
las Naciones Unidas y su total desmilitarización. La minoría del comité recomendó que
Palestina fuera un solo estado federal, gozando autonomía los judíos y árabes en sus
respectivas áreas, y que Jerusalem fuera la capital.
El 29 de noviembre de 1947, la asamblea adoptó las recomendaciones de la mayoría del
comité por 33 votos contra 13 y 10 abstenciones -Norteamérica y la URSS entre los
estados que estaban por la partición y Gran Bretaña entre los que se abstuvieron-. La
asamblea estableció, a la vez, una comisión de cinco miembros para supervisar la puesta
en acción del plan en consulta con los partidos democráticos árabes y judíos para la
elección de un consejo provisional de gobierno. El mandato debía finalizar en seis meses
y las fuerzas británicas abandonar el país en agosto de 1948.
Los árabes rechazaron el plan y los desórdenes estallaron por todo el país. Gran
Bretaña declaró entonces que no podrían imponer decisiones por la fuerza.
Al mismo tiempo, quería ser responsable por la aplicación de la ley y el orden hasta el
cese de su administración y no estaba dispuesta a permitir la entrada de la Comisión de
las Naciones Unidas antes del fin de su mandato, fijado para el 15 de mayo de 1948.
Por cerca de seis meses hubo una gran confusión. La guerra guerrillera había estallado
entre árabes y judíos y hubo atentados terroristas por ambos bandos contra las fuerzas
inglesas. Bandas árabes de los países del Norte y el Este, y con ellas algunas fuerzas
regulares, se infiltraron en el área de Palestina, atacaron las colonias judías y
trataron de bloquear el camino de Jaffa a Jerusalem para impedir que se llevaran
abastecimientos a la población judía. Los judíos, aunque sobrepasados por mucho en
número, lograron la mejor parte en fieras batallas. Tomaron Haifa en abril y Jafía en
mayo. La mayor parte de los árabes en las áreas asignadas al Estado de Israel escaparon
hacia los vecinos países de su raza.
El general Sir Allan Gordon Cunningham, el último alto comisionado para Palestina, dejó
el país el 14 de mayo de 1948 y el mismo día el Consejo Nacional Judío y el consejo
General Sionista proclamaron en Tel Aviv el establecimiento del Estado Judío, que sería
llamado Israel. David Ben Gurion fue designado primer ministro, y el 16 de mayo Chaim
Weizmann fue elegido presidente por el Consejo Provisional. Norteamérica reconoció en
forma inmediata al Consejo como a la autoridad de facto del Estado y el reconocimiento de
jure por Rusia siguió inmediatamente.
Los cinco estados árabes vecinos (Egipto, Transjordania -más tarde Jordania-, Irak,
Siria y Líbano) anunciaron que sus ejércitos entrarían en Palestina para restablecer el
orden. Las Naciones Unidas designaron el 20 de mayo como mediador al conde Folke
Bernadotte para llegar a un acuerdo entre Israel y los estados árabes, mientras la
comisión en Jerusalem continuaba sus esfuerzos para lograr una tregua local. Las fuerzas
árabes ocuparon las áreas en el Sur y el Este, aún no controladas por los judíos, y
trataron de bloquear la parte judía de la ciudad. La Legión Arabe, pese a la desesperada
defensa de los judíos, logró la rendición de la vieja ciudad. Los judíos, sin embargo,
ganaron el control en la sección del camino principal a Jerusalem en las montañas de
Judea y sus destacamentos rechazaron todos los ataques de los árabes.
El conde Folke Bernadotte obtuvo el cese del fuego por cuatro semanas, desde el 11 de
junio, y adelantó propuestas para un arreglo, que fueron desechadas por ambas partes. Los
árabes se rehusaron a una prolongación de la tregua y las hostilidades volvieron a
estallar en julio. Los judíos tuvieron brillantes éxitos en casi todos los sectores:
ocuparon Nazaret y el oeste de Galilea (que había sido concedida a los árabes) y
avanzaron sus posiciones en el Sur. Un segundo cese del fuego fue aceptado en julio. El
conde Bernadotte, asesinado en Jerusalem en septiembre por terroristas judíos, fue
sucedido como mediador por Ralph Bunche, del secretariado de las Naciones Unidas. A pesar
de las órdenes de UN, la tregua no fue observada por ninguno de los contendores. Para
fines de 1948 los judíos habían ocupado todo el Neguev, hasta la frontera egipcia,
excepto una franja de la costa entre Gaza y Rafa, que permaneció en mano egipcias.
El mediador consiguió por separado un acuerdo e armisticio entre Israel y la mayoría de
los estados árabes. Así se fijó una frontera temporaria llevando las líneas al estado
en que estaban al comienzo de las negociaciones.
Ciertas áreas de la frontera fueron desmilitarizadas y los judíos consiguieron ajustes
en el sector occidental y establecieron un bien guardado corredor hacia Jerusalem. En
diciembre de 1948 la asamblea de las Naciones Unidas designó una comisión de tres
miembros para lograr un arreglo final y establecer un acuerdo internacional sobre
Jerusalem. Todos los esfuerzos se frustraron. Junto con el armisticio comisiones mixtas de
árabes y judíos, con un presidente de las Naciones Unidas, trataron las quejas sobre las
violaciones del acuerdo. Israel fue admitido en las Naciones Unidas en 1949.
La cuestión de Jerusalem quedó sin arreglo. La ciudad fue dividida en dos secciones
completamente separadas, una árabe y una judía. Israel movió su parlamento (knesset) y
la mayor parte de sus oficinas a Jerusalem. El gobierno declaró que aceptaba poner los
lugares santos bajo la protección de la UN, pero que se oponía a una administración
internacional de la ciudad. El reino de Jordania se opuso igualmente a la administración
internacional.
En 1950, los EE.UU., Gran Bretaña y Francia, produjeron una declaración tripartita sobre
su voluntad de mantener un balance de fuerzas entre Israel y los estados árabes y que
impediría agresiones por cualquiera de las partes para modificar las fronteras fijadas
por el armisticio. Desde 1952 las relaciones se deterioraron y frecuentes incidentes en
las fronteras con Jordania y Siria perturbaron la paz. El plan de Israel para usar las
aguas del Jordán con miras a irrigar el Neguev provocó la violenta resistencia siria y
el veto soviético impidió su entrada en acción.
En Egipto, la derrota había encontrado a la oficialidad joven del ejército, muy
principalmente a un mayor: Gamal Abdel Nasser. El ejército conspiró contra el rey
Farouk, cuyo régimen corrupto cargó con las responsabilidades del fracaso. Luego de un
intermedio a cargo de M. Naguib, Nasser ascendió al poder. No logrando el apoyo de las
naciones occidentales, decidió inclinarse hacia el mundo comunista, nacionalizó el Canal
de Suez, recibió ayuda substancial para obras monumentales como la represa de Assuán, y
se proveyó con aviones de reacción y armamento pesado facilitado por los soviéticos. Y
en defensa del millón de árabes desposeídos por el estado judío, y en busca de una
bandera apropiada para sus intenciones de hegemonía en el mundo árabe, proclamó su
intenci´n definitiva de barrer de la faz del mundo al nuevo país israelita.
Desde ese momento, los ejércitos del Medio Oriente estuvieron siempre creciendo. En 1956,
Israel, de hecho aliada con Francia e Inglaterra, atacó a Egipto. Las dos grandes
potencias iban a recuperar el control del Canal de Suez; Israel, mejorar sus posiciones
defensivas. La nueva derrota árabe )los israelíes tomaron miles de prisioneros de un
ejército sorprendido en una preparación a medias) fue mitigada por la intervención
internacional que obligó al retiro de los atacantes. Pero no contribuyó a mejorar las
relaciones entre Israel y sus vecinos.
Nasser, a través de muchas vicisitudes, logró constituir una Liga Arabe en la que se
incluyen Egipto, Arabia Saudita, Jordania, Líbano, Yemen, Irak, Siria y Libia.
Esta combinación, aparentemente aplastante, lo es mucho menos si se le mira de cerca.
Nasser sueña con un mundo árabe bajo su dominio y, en busca de esa afirmación, ha dicho
o ha dejado decir por sus órganos de expresión cosas muy duras sobre algunos que
deberían ser sus aliados. Declaró al rey Feisal "agente angloamericano"; al
rey Hussein lo considera "empleado de la CIA" (que es la Agencia de
Informaciones de Norteamérica). De Bourgiba, presidente de Túnez, y del sha de Irán,
dijo que eran "instrumentos yanquis"; y para el gobierno de Aden encontró el
calificativo de "traidores y agentes extranjeros". Radio El Cairo proclamó
alguna vez: "Asesinen al rey Feisal, enemigo de Dios". Pese a todo, con el
estímulo de los hallazgos de petróleo en la zona de Suez, Nasser se consideró en
situación de pasar a la ofensiva. ¿Quiere la guerra santa que ha proclamado?. Es
difícil saberlo. Tal vez la quiere por esa proclividad natural de los dictadores
mesiánicos. Es posible que sólo quiera retener en sus manos la bandera antijudía antes
que se la arrebaten otros dirigentes. Tal vez amaga en Akaba sólo para conseguir algún
tipo de ventajas en otra parte, negociando a cambio de un a renuncia a sus aspiraciones.
Israel, por su parte, es en cierto modo una incógnita. Desechando la improbable idea de
que tenga la bomba H y la infinitamente remota posibilidad de que amagara usarla, no es de
descartar otra idea más inquietante: a Israel tal vez le convenga la guerra ahora mismo,
antes que los ejércitos árabes lleguen a una capacidad tal que la derrota judía llegue
a ser un hecho inevitable. |
Este refugio antiaéreo fue construido hace pocos años y está
emplazado en el kibutz Tel Katxir, muy cerca de la frontera con Jordania. Mujeres y niños
judíos lo ocuparon en estos días durante los frecuentes ataques aéreos
El Cairo, 30 de mayo. El rey Hussein, de Jordania, y el
presidente de Egipto, Gamal Abdel Nasser, firman un pacto de alianza y defensa mutua en el
palacio de Kubbech
Acaba de sonar la alarma por ataques aéreos y la gente corre en
busca de refugio. La ciudad de Tel Aviv, uno de los puntos más castigados en el primer
día de lucha
Tanques judíos patrullan las calles de la dividida ciudad de
Jerusalem. Ultimas noticias recibidas informa que los israelitas tomaron el sector jordano
de la ciudad
El primer día de guerra entre Israel y los árabes, los
habitantes de Tel Aviv fueron conducidos, durante las horas de alerta, a los refugios
antiaéreos. Hubo diez muertos judíos
Se llama Lavon Mordechai y es piloto de la Fuerza Aérea
Israelí. Según fuentes de El Cairo su avión fue derribado y el capitán capturado
Israel, en descomunal inferioridad de condiciones en el aspecto numérico (dos millones
contra cuarenta y cinco), es más fuerte -al contrario de sus rivales- de lo que parece.
Su población se ha formado por un aporte inmigratorio que le incorporó gente con alto
grado de capacitación en diversos órdenes, y enfrente pueblos justamente en la posición
contraria.
Los árabes enardecen su ánimo combativo con la idea de ganar el paraíso (y conversar
allí con las huries) muriendo en defensa de su dios. Los judíos, es de prever, lucharán
a la desesperada, y hasta el fin, en defensa de un ideal más concreto -un país
conquistado luego de dos mil años de exilio durante los cuales, por una insólita
demostración de perduración, mantuvieron la idea de su fe y de su raza-.
Los escasos años del Estado de Israel han conocido en forma ininterrumpida los incidentes
fronterizos, los ataques y los sabotajes. El observador imparcial no puede dejar de
reconocer que parte de la ira de los árabes tiene el fundamento de la situación sin
salida de cientos de miles de personas que perdieron sus tierras, en el hecho de las
irritantes discriminaciones sobre los ciudadanos árabes en territorio israelí, las
confiscaciones, las zonas cerradas, las restricciones de movimiento que agravian a gentes
que por larga permanencia, de muchos siglos, se consideraban dueños indiscutidos del
territorio hoy judío.
Todas esas escaramuzas fronterizas (terroristas árabes cruzando la frontera para atacar a
los kibutz y comandos israelíes volando aldeas árabes a modo de represalia) se han
convertido ahora en un problema de gravedad mundial. Porque si Nasser tiene derecho de
tomar medida unilaterales sobre el golfo de Akaba, peligra el equilibrio internacional y
Europa puede hallarse algún día en situación de estrangulamiento. Aunque sus golpes
elijan solamente a Israel, aceptado el principio del derecho de Nasser, mañana puede
aplicarse la misma medida a cualquier otro país o a todos juntos si los árabes tienen
fuerza suficiente como para imponerse.
Y hay otro signo que causa profunda preocupación. Rusia sostiene a los árabes. Occidente
respalda a los judíos. El juego de las grandes potencias (apretar y ceder
alternativamente) está en juego. Pero esta vez, como lo señala astutamente C. L.
Sulzberger del The New York Times, entran en el juego jugadores no tan seguros, entrenados
y comprometidos como las grandes potencias. Cuando se luchó en Corea, o en Vietnam, o
cuando la crisis de los cohetes en Cuba, los grandes jugadores sabían imponer un límite
en sus apuestas y jugar el juego hasta el borde de la crisis final dominando la
situación. Ahora entrarán en la partida jugadores que tienen algo menos que perder,
carentes de experiencia, y que incorporan elementos explosivos como son los estados
emocionales que mezclan la política con cuestiones de raza, ideología y religión. Por
esos elementos, lo que podría quedar en un aparato de acción no concretado puede llegar
a hacer volar el mundo.
Cuando cerramos esta edición el combate ya está empeñado a lo largo de todas las
fronteras de Israel. Las primeras llamaradas ya incendian el Medio Oriente. Se ha cumplido
la previsión de Szulberger. Hasta dónde llegará el incendio y cuánto durará es una
incógnita que sólo el paso de los próximos días puede decirlo.
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