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COMO VE UN FRANCES A BUENOS AIRES
THARCISE RUYER

(Revista "Algún Día" - Enero 1975)

 

Me pareció interesante ver que, después de 28 años, muy pocas cosas han cambiado en Buenos Aires. Por ahí los colectivos ya no tienen ese encanto de los oropeles, brillos y lucecitas "para escena". A lo mejor porque hay menos dueños colectiveros y más "empresas de transporte", más peones magramente asalariados que cooperativistas; no sé.
Lo que permanece constante es el buen sabor de las comidas, la sabia combinación con los vinos, la europeizada mirada de la moda (aunque un poco devaluada) y, por sobre todas las cosas, las chicas siguen usando corpiños!!!!!
Daniel Buero

 

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Cuando un joven parte de viaje por el mundo, se cree que lo mueve básicamente un ansia de descubrimiento, de aventura. A menudo, también lo impulsan, en iguales dosis, su deseo de abandonar el lugar en el que ha vivido, de tomar una saludable distancia. Para después volver o no.
Desde tal perspectiva no es difícil entender que hace Tharcise Ruyer en Buenos Aires. Francés, oriundo de esa zona de la Alsacia que por épocas fue francesa o alemana, egresado de la escuela de cine de Lodt (Polonia), autor de varios cortometrajes y de audiovisuales, propietario de una dinámica empresa de publicidad en París, a los 26 años, un día, Tharcise hizo "ras de bol" (literalmente hincharse las pelotas). Se encontraba sumergido en una situación privilegiada desde un ángulo pero opresiva desde otros, los más.
Hacer carrera - hasta para un artista creativo - dentro del capitalismo y tocar alto muy joven, hace que el juego pronto pierda gracia. Entre tanto (y si es que) recupera ese sentido cartesiano de la lógica que le haga volver a insertarse en el marco del neo-capitalismo francés, se tomó vacaciones. Se dio un largo plazo para rever su situación, el personaje que estaba animando y las respuestas que en definitiva dará él a su vida (esto como oposición a lo que la vida hizo de él). Buenos Aires - base de operaciones de varios amigos internacionales - lo tiene hoy sorprendido con numerosos destellos de cotidaneidad, que el apunta en su libreta. A continuación, Algún Día transcribe algunos de ellos.

LOS COLECTIVEROS

La competición de decoraciones entre los conductores de colectivos hace resaltar una constante: el deseo subyacente de producir un efecto de lujo dentro del vehículo. Se trata de darle al pasajero de este medio de transporte de diseño antiguo la impresión de viajar en un pequeño palacio o casino. Sobre todo en cada detalle, en cada refinamiento. Para los colectiveros, la noción de lujo corresponde a un gusto y criterios precisos, parejos y de pocas variantes. Según ellos, se trata de crear un efecto de acumulación: cada cm2 debe ser aprovechado al máximo para borrar el aspecto de pobreza de los materiales crudos y las superficies desnudas. Hay un predominante uso del color rojo, color contundente. En forma de afelpados, cortinillas o laqueados. También de farolitos estratégicamente ubicados. Pienso en el elemento brillante y en los reflejos y recuerdo la vieja tradición de las galerías de espejos de Versalles, donde ese encandilamiento light-show va a límites extraños. En todas partes donde se puede hay vidrios o cromados. A menudo los espejos están fraccionados con elementos decorativos y los vidrios biselados con firuletes totalmente "camp". Todos los plásticos o fórmicas están espejados, las cortinitas tienen flequitos o lentejuelas para hacer amenos los viajes al suburbio. Otra constancia revela una verdadera ética de la decoración lujosa: una Biblia del gusto popular, o simplemente la carencia de originalidad por parte de los colectiveros, que se copian entre ellos.

LAS CHICAS

Numéricamente, las pibas porteñas son más encantadoras que en Europa. Sin abrir juicios cortantes, dan un aspecto sano en la piel, el efecto de alegría de vivir que eso da, y el privilegio de vivir en un área poco contaminada en comparación con Europa las favorece. Lo mismo contar con un clima poco avaro de sol. Aunque no lo noten eso les da un aire que pocas parisienses tienen, a menos de pasarse el invierno en St. Moritz y el verano en Cannes.
Un detalle a considerar es que la mayoría de las chicas llevan aún sostenes, hasta en verano. Están a tal punto subyugadas por la publicidad de esas prendas (artefacto invisible) que cambia su real imagen con cada cambio de marca. En París, por ejemplo, cada pecho libre es de por si una marca para su poseedora. Y esa reticencia me hace a menudo soñar con nostalgia con ese balanceo tan encantador

LA COMIDA

En síntesis y para economizar una locura de superlativos, asombra a cualquier francés medio. Sorprende, choquea la abundancia de alimentos, en cantidad y calidad. Me pregunto si fue necesario hacer tantos kilómetros para redescubrir el gusto real de una pizza o un pastel. En fin, supremo placer el de comer. Además, la Argentina es uno de esos raros países que saben combinar vinos rojos y blancos de calidad respetable con los platos correspondientes. Una práctica que da gusto y que cambia el detestable hábito de la mayoría de los países anglosajones de beber cualquier cosa durante cualquier plato.
La coca-cola, o cualquier refresco químico - frutal da a la comida un sabor norteamericano. Hasta se puede perdonar a los argentinos eso de meter hielo en el vino.

EL TRANSITO

Como en ningún otro país conductores versus peatones, una verdadera segregación racial - social entre unos y otros. Poseer un coche es símbolo de superioridad. Para el conductor el peatón no es digno de ningún respeto; el no puede dañar su coraza como otro auto. Sumisos los peatones aceptan esa superioridad y ceden el paso hasta cuando no corresponde. A la espera de la luz verde los conductores llegan al exceso de adelantarse sobre las franjas blancas, solo para ganar algunos centésimos de segundo en el pique.

LA MODA

Parece ser una de las preocupaciones primordiales. Para los habituados a las extravagancias europeas, parece que aquí hubiera una concepción diferente de la moda. En teoría, la moda es el arte de vestirse, de probar el ingenio y el gusto, de valorizar el físico, de seducir probando que se está en constante evolución. Este razonamiento, llevado a fondo, dio en Europa y EE.UU. toda una parafernalia de vestidos raros, constituidos a menudo por viejas prendas encontradas en los mercados de pulgas y los roperos de las abuelas. Aquí poco y nada de esa recuperación. El error viene simplemente que se ha llegado a una concepción diferente: la moda aparece aquí como una emanación de Europa, que juega su rol de modelo a seguir. (Colonialismo cultural que le dicen). No se trata de crear, de evolucionar sino de copiar, de no olvidarse de nada, de estar o parecer estarlo a la altura. Para peor, esa actitud, estado de ánimo, está sometida a una contingencia practica, que es la difusión de la información extranjera. Y ahí mismo, en las mejores condiciones, esa información está deformada. Y atrasada: con todo, ese retardo es llevado con bastante decoro.