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Esta plétora de inmigrantes que se nos vendrá encima no será toda selecta, ciertamente.
Habrá muchos "undesirables"; pero, aun estos mismos constituirán para nosotros
una excelente inmigración.
Por ejemplo, los borrachos y los golosos (para no descender a más punibles
"profesiones"), los estamos necesitando mucho ahora que no sabemos lo que hacer
con tanto azúcar y tanto vino como nuestra pródiga tierra se ha servido darnos.
Las industrias vinícola y azucarera pasan por una crisis de superproducción tal, que,
según cálculos, habría suficiente con la agradable mezcla de ambos productos para curar
lo menos diez resfríos por nariz, a cada uno de los habitantes del globo terráqueo y
adyacentes por rebeldes que fueran los resfríos, ya que los pacientes podrían contar con
abundantes dosis de tan excelente menjurje.
Es muy curioso lo que viene ocurriendo con estos dos productos. Todos los años se origina
la crisis, bien por copa de más, ya por caña de menos o viceversa.
No hay cosechero, con todo su "jugo", ni cañero, con todo su
"ingenio", que sea capaz de hacer producir a la tierra la cantidad exacta de
producto necesaria para que la gente no se muera de sed y amargura, ni de empalague ni
alcoholice. La virtud del justo medio parece reñida con la caña y con las uvas.
De San Juan y de Mendoza salen todos los días infinidad de "zorras" cargadas de
uvas que no pueden decir, por cierto, como las de la fábula: "están verdes".
No, señores, están maduras y casi al alcance de todos.
Los pobrecitos cosecheros, así como los que se vanaglorian de criar cañas de azúcar
para endulzarnos la existencia, han recibido del Banco de la Nación nada menos que cinco
millones de pesos para recompensar las pérdidas que les ocasiona el exceso de productos
que han cosechado este año.
Es de suponer que con semejante apoyo a las ya protegidas industrias, el vino y el azúcar
figurarán, con el pan, la carne y la leche, entre los productos de posible digestión
para todos los mortales.
Agréguese el descubrimiento hecho recientemente de que en Buenos Aires "se da el
opio" en varios establecimientos especiales para producir sensaciones fantásticas
y... y díganme si no estamos en el mejor de los países posibles.
Aparte de los gobiernos, sólo teníamos una cosa desagradable: la laguna
"Amarga". Pero la sabia, pródiga y caritativa naturaleza ha venido a remediar
el mal haciendo que, al subírsele los colores y salirse de "tono" el río
Colorado, se unieran las aguas de la laguna "Amarga" con las de la laguna
"Dulce", amortiguando, como es lógico, el mal sabor de la primera.
Ya no nos queda, pues, nada amargo en el país más que la política, ya que hasta la
administración marcha viento en popa, gracias al socorrido sistema de los empréstitos.
"Trampa alante" iremos saliendo de apuros.
Los vientos que soplan en la política no son precisamente como para marchar hacia
adelante, sino para dar vueltas in moverse del sitio. Cada partido sopla por el lado que
más le interesa, que no coincide, naturalmente, con el que les conviene a los demás. De
ahí el remolino.
Las luchas electorales empeñadas en varias provincias han dado motivo a telegramas
alarmantes. Uno de éstos, dirigido por el doctor Luis Linares, presidente del comité
progresista en Salta, al doctor Lisandro de la Torre, decía: "Falta la urna de San
José".
Alguien pensó que se trataba de un robo sacrílego. Afortunadamente, el telegrama se
refería a la urna electoral del pueblo San José de Orquera.
Pero, en fin, estas pequeñeces no impedirán que la inmigración vaya, o mejor dicho,
"venga" en aumento, por los otros atractivos del país ya citados.
Por un sarcasmo del destino, el único que no tiene trazas de entrar en Buenos Aires es
justamente su fundador, don Juan de Garay. Su estatua, según dicen, lleva ya dos años de
permanencia en la Aduana porque el Consejo Deliberante no se ocupó nunca de designarle
ubicación.
¡Ahora sólo falta que la Aduana saque a remate público a don Juan de Garay!
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