AQUI YACE EVA PERON
1955: Cesan los homenajes fúnebres. Mientras el gobierno vacila, el cadáver
embalsamado desaparece
"Ustedes están locos,
señores! -vociferó el profesor Pedro Ara sin salir de su indignación-. ¿Cómo
pretenden que acepte desde ahora el encargo de embalsamarla? La señora todavía camina,
respira. Es inaudito querer contratarme estando ella viva. Vengan a verme cuando haya
dejado de existir". Ara despidió a los emisarios de Perón, encolerizado. Habían
pretendido asegurarse anticipadamente sus servicios para embalsamar a la esposa del
presidente de la Nación cuando muriese. Estaba ante el caso más inusitado de su larga
carrera. Debía comprometerse a convertir en estatua para la inmortalidad a Eva Perón,
cuya larga agonía había comenzado.
No tardó, sin embargo, el profesor Ara en medir las posibles consecuencias de su desaire.
Sin demora preparó sus maletas y precipitadamente salió del país. Mientras el
científico español viajaba por Europa, Eva Perón, devorada por un cáncer generalizado,
se negaba a ser operada en Buenos Aires. "No me van a tocar -clamaba, hostigada por
el dolor y la desesperación- ¡los doctores son instrumento de una oligarquía que me
quiere eliminar!"
El primer día de mayo de 1952, destrozada por el mal, una Eva Perón consumida se asomó
a los balcones de la Casa Rosada para gritar su último discurso. El general Perón la
sostenía por la cintura. Y mientras ella lanzaba sus postreros denuestos contra la
oligarquía, el presidente, compungido, lloroso, le instaba al oído ser breve. Notaba que
su mujer tenía los miembros endurecidos, la boca crispada, y todo su cuerpo febril,
tembloroso, se desplomaba. Su médico de cabecera, el doctor Ricardo Finochietto, le
había administrado previamente tres inyecciones para que se pudiera mantener en pie. Pero
era inútil: ya no le quedaban fuerzas, Juana Larrauri recuerda que al abandonar el
balcón tenía cuarenta grados de fiebre.
Una sombra de tragedia recorrió la ciudad cuando poco más tarde Eva Perón 'entró en la
inmortalidad' -al decir de la prensa oficialista-. Era el 26 de julio de 1952. Media hora
después del fallecimiento, junto al peluquero Julio Alcaraz, trabajaba sobre el cadáver
de Eva Perón un personaje activo y nervioso: Pedro Ara, que había finalmente aceptado
acometer la empresa más importante de su carrera de embalsamador científico.
"Evita me había pedido -recuerda Julio Alcaraz- que yo la peinara aún después de
muerta. al principio no podía teñirle las raíces del pelo, que era naturalmente negro.
Tuve que ponerle tintura con amoníaco, porque no tomaba."
Ara instaló dos baños y varias enormes tinajas en el segundo piso de Azopardo e
Independencia. Durante varias semanas el proceso se redujo a la inmersión del cuerpo en
distintas substancias a temperaturas especiales, que lo fueron deshidratando. El sistema
de ara es tan moderno que le permite embalsamar cualquier figura anatómica sin siquiera
tocarla. El científico se limitó, para aplicar su método, a hacer
dos cortes: uno en la oreja derecha, otro en el pie izquierdo.
La entonces senadora Juanita Larrauri, presidenta de la comisión Pro-Monumento a Eva
Perón, lo citaba para irle abonando mes a mes las cuotas de los cien mil dólares de
honorarios. "La última cuota -memora Juanita- se la pagué en septiembre de 1955,
cuando estalló la revolución. Yo quería dejar las cuentas claras.
Una fría tarde de octubre, Perón visitó al doctor Ara. vio el cuerpo de quien fuera su
mujer colgando del techo con los brazos en cruz, y estuvo a punto de desmayarse. No
regresó hasta meses después, ocasión en que tampoco pudo -al parecer- tolerar la
visión del cadáver. No volvió jamás.
Corría diciembre cuanto ara descubrió que los baños químicos habían alterado sus
graduaciones. El cuerpo estuvo a punto de descomponerse. Ara buscó desesperadamente la
causa del desperfecto: un clip se había filtrado entre los cabellos de evita y ese cuerpo
extraño en el fondo de una cuba casi malogró el proceso.
Cuando se cumplía un largo año de trabajo, el embalsamamiento entró en su etapa final:
el cuerpo, deshidratado, fue impregnado de éteres, para hacerlo retomar volumen. Quedó
depositado en la CGT, transformado en una muñeca del tamaño de una niña de doce años,
ya que tanto la enfermedad de Eva, antes de su muerte, como los baños posteriores,
habían encogido todo el cuerpo. La policía interna de la Central Obrera la custodiaba.
LA BATALLA SECRETA
Aunque el embalsamamiento
propiamente dicho terminó en 1953, Ara siguió concurriendo periódicamente a la CGT: en
su afán de perfección, nunca veía la obra terminada. Cada dos o tres meses le hacía un
retoque para prever el más mínimo deterioro. Así hasta septiembre de 1955 cuando, una
tarde, Ara escuchó por radio, reunido con diplomáticos españoles, la noticia de la
caída de Perón.
Ante la mirada curiosa de sus amigos, Ara tembló y se encerró en un mutismo extraño. Lo
corroía una preocupación intolerable: ¿Qué sería ahora de su obra maestra, de esa
muñeca rubia y blanca, tendida sobre un catafalco de terciopelo azul en el segundo piso
de la CGT?
"Ese cuerpo debe recibir cristiana sepultura", dijo el católico presidente
Eduardo Lonardi, que no veía otro peligro que el de la idolatría pagana en la adoración
que los peronistas profesaban a Eva Perón.
Perón, exiliado precipitadamente, no tardó en hacerse cargo del valor político del
cuerpo de Evita; despachó un telegrama vía All American Cables al diario El Líder, de
buenos Aires, en el que autorizaba a Elsa Chamorro, presidenta de la Comisión
Pro-Recuperación de los restos de Eva Perón, a hacerse cargo de todos los derechos sobre
el cadáver de Evita.
- En tiempos de Lonardi -recuerda el capitán Francisco Manrique, secretario general de la
presidencia, bajo el gobierno de Aramburu- se llegó a un acuerdo de gabinete para
sepultar a Eva Perón. Una comisión integrada por Nerio Rojas, Mario Amadeo, el general
médico Torger y Francisco Elizalde determinó que el cuero era efectivamente el de Evita,
cosa que yo, por aquel entonces no podía creer. Posteriormente renunció Lonardi, y el
cuerpo seguía en la CGT. Yo la vi, acompañado del embalsamador, y cumpliendo órdenes
del gobierno. Estaba tendida sobre un catafalco tapizado en terciopelo azul. Apenas
cubierta por una sábana de trabajo. Todo me parecía impúdico; estaba maquillada
irreverentemente. Parecía un maniquí.
Manrique, impactado por el episodio, informó al gobierno que el cuerpo se hallaba en la
CGT con suficiente custodia como para que nadie pudiera retirarlo sin autorización.
Varios grupos peronistas proponían, mientras tanto, tomar por asalto el edificio de la
CGT y llevarse el ataúd. Las pujas internas se intensificaban dentro del gobierno de la
Revolución Libertadora. La Marina y los Comandos Civiles, en una posición
intransigentemente antíperonista, trataban de desplazar a Lonardi, Amadeo y el grupo
nacionalista que quería congeniar con la CGT. El coronel Manuel Raimundes, subsecretario
de Trabajo, aseguraba que "Mi problema no son los obreros. Mi problema es eso que hay
en el segundo piso. Me quita el sueño". El capitán de navío Alberto Patrón
Laplacette, nombrado interventor de la CGT, introdujo la voz de la Marina; Carlos Eugenio
Moore-Koenig, un teniente coronel con ideas originales, custodiaba oficialmente el cuerpo.
El 13 de noviembre cae Lonardi y con él Raimundes; Aramburu y Rojas asumen el poder y
Moore-Koenig pasa a ser jefe del Servicio de Informaciones del Ejército, conservando su
antiguo, siniestro, incómodo cargo.
La situación se hace difícil: grupos de marinos proponen hacer desaparecer el cadáver.
El gobierno ha girado y comienza la persecución del peronismo, reciamente acorralado: se
agita la resistencia obrera y la temperatura sube violentamente. "El cuerpo podía
ser profanado o utilizado como bandera de una guerra civil -dice nervioso Moore-Koenig- y
por eso llegué a la conclusión: había que sacarlo de la CGT, que estaba en manos de la
Marina, y muy rápido".
sigue
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OPERACIÓN COMANDO
Comienza la odisea: un misterioso itinerario de dos años oculta el
paradero de los restos de Eva Perón
La noche del 22 de
noviembre de 1955, la tensión llegó a un peligroso nivel. Moore-Koenig se reunió en un
café, ahora demolido, que estaba frente a la Fundación Eva Perón, actual Facultad de
Ingeniería, con tres oficiales del Ejército. Las noticias eran alarmantes: el
interventor de la CGT estaba en Tucumán cumpliendo una misión relacionada con los
gremios azucareros. El edificio de la central obrera, en Azopardo e Independencia, había
quedado a cargo de diez infantes de Marina comandados por los capitanes Alemán, Gorten,
Lupano y el teniente de navío Fagre.
A las diez de la noche, un camión de transporte del Ejército se aproximó lentamente a
Azopardo e Independencia. Lo manejaba el capitán del Ejército Rodolfo Fráscoli; en el
interior, crispados, silenciosos, viajaban como en trance Moore-Koenig, el mayor Arandia y
el capitán Arroyo. Los juramentados estaban vestidos de civil, pero armados con
ametralladoras.
Al bajar, Moore levantó la vista y atisbó el cielo estrellado. Una brisa caliente,
trágica, soplaba frente al portón de la central obrera. Sin titubear, los cuatro
militares empuñaron sus armas y entraron.
- Obedecemos una orden del presidente provisional -dijo Moore-Koenig. Los marinos,
perplejos, abrieron paso. El profesor Ara estaba presente: se le permitió ingresar al
salón donde estaba el cuerpo para seguir perfeccionando su obra. Al ver los rostros
tensos de los militares presintió que todo su trabajo sería destruido en minutos.
Una puerta barnizada chirrió y el grupo entró al gran salón. en un rincón estaba el
catafalco. Por toda la habitación, brillaban colgadas las ocho mil cintas de coronas
ofrendadas a Eva Perón. Moore se irguió en medio del salón y, con voz que sonó como
eco metálico, preguntó:
-¿hay algún obrero en el edificio?
Ubicaron a cuatro trabajadores. el coronel quiso que fueran ellos quienes colocaran el
pequeño cuerpo en un ataúd de bóveda. Entre aterrorizados y conmovidos, los cuatro
obreros escucharon decir a Koenig:
-Vamos a retirar el cadáver de Evita para darle cristiana sepultura. Esto no es un acto
político. Queremos evitar atropellos, profanaciones o violencias. Lo hacemos con todo el
respeto que merece un muerto, sea quien sea.
Se exigió a los obreros que guardaran silencio sobre el episodio por el resto de sus
días. Fráscoli cubrió el cuerpo con un sudario. El rosario obsequiado por Pío XII
cubría las blancas manos cruzadas de Evita. El famoso pectoral de oro y brillantes que la
CGT había dado a Eva Perón ya no estaba allí; Ara se lo había entregado a Koenig y
este al secretario de Guerra, General Ossorio Arana, bajo recibo.
Después que el ataúd fue cargado en el camión Moore-Koenig insistió: "Nos vamos
tranquilos -dijo- porque actuamos correctamente y pondremos los restos a buen recaudo.
Nadie podrá profanarla". Fráscoli apretó el acelerador y el vehículo militar se
alejó por la desierta calle Antártida Argentina y se perdió en la noche.
Conviene recapitular sobre el sentido de esta operación comando protagonizada por el
Ejército, bajo órdenes de Aramburu. Mario Amadeo, consultado por un redactor de
PANORAMA, recordó que "estuve presente en la reunión de gabinete en la que el
equipo de Lonardi decidió dar cristiana sepultura a Eva Perón. La decisión era
entregarla a su madre, Juana Ibarguren. Días después -puntualizó- cayó el gobierno y
todo cambió". Manrique y el propio Moore atestiguan que la intención oficial no era
hacer desaparecer el cuerpo, sino sepultarlo. La incertidumbre en torno al destino del
cadáver recién comenzaba, y habría de prolongarse por meses como una siniestra burla,
como un juego de brujas donde la bullente situación política hacía olvidar a los
hombres que ese pequeño muñeco de color crema era Eva Perón.

Eva Duarte: Un pasado que finalmente quedó muy lejos
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