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"Aparento vivir en un sopor
permanente para que supongan que ignoro el final... Es mi fin en este mundo y en mi
patria, pero no en la memoria de los míos. Ellos siempre me tendrán presente, por la
simple razón de que siempre habrá injusticias y regresarán a mi recuerdo todos los
tristes desamparados de esta querida tierra.· Retóricas, casi solemnes, las últimas
frases de María Eva Duarte de Perón -glosadas por el entonces ministro de
Comunicaciones, Oscar Nicolini, uno de sus más fieles amigos, también extinto- arrojan
algo de luz sobre las causas de una idolatría popular todavía vigente desde aquel 26 de
julio de 1952 en que, siendo las 20.25 la Jefa Espiritual de la Nación entró en la
inmortalidad", según rezó el comunicado oficial.
Elevada por sus fanáticos a la condición de creadora de una nueva era de justicia
social, vituperada por la oposición -los "vendepatria" decía ella- como
trepadora sin escrúpulos, capaz de instrumentar a todo un pueblo para satisfacer sus
ambiciones personales, Evita fue bandera de lucha de la clase trabajadora argentina y se
convirtió en una de las figuras femeninas más discutidas de la historia contemporánea.
A 17 años de su muerte, sociólogos e historiadores investigan el fenómeno político que
encarnó en busca de nuevas significaciones, y el testimonio de quienes la acompañaron en
sus últimos días aporta informaciones y enfoques inéditos sobre su compleja,
desconcertante personalidad.
EL MIEDO A LA VERDAD
"Eva se mató; siempre le
escapó a los médicos, a pesar de las hemorragias, los tobillos hinchados y la fiebre
tenaz", se lamenta Atilio Renzi (60, dos hijas, ex intendente de la residencia
presidencial y secretario privado de Eva Perón). " Si se hubiera tratado a tiempo
-conjetura hoy- se salvaba: el doctor Ivanissevich tenía razón."
Rompiendo todos los moldes que la tradición imponía a las esposas de los hombres
públicos, Evita desarrolló una actividad política casi obsesiva. La primera señal de
alarma fue el desmayo que la sorprendió el sofocante 9 de enero de 1950 (38 grados de
calor), cuando inauguraba en el Puerto de Buenos Aires el local del Sindicato de
Conductores de Taxis. "Operaciones, no!", ordenó esa misma tarde al ministro de
Educación, Oscar Ivanissevich, su médico personal; pero la persuasión de Perón logró
que tres días después se sometiera a una urgente intervención quirúrgica en el
Instituto del Diagnóstico. La prensa informó oficialmente que se trataba de un caso de
apendicitis, aunque Ivanissevich se animara a sugerir: "No es posible definir las
causas de los dolores experimentados por la señora sobre las caderas, en la fosa ilíaca
derecha, por lo que aconsejé realizar una histerectomía". eran los primero
síntomas del mal incurable que Evita se negaba a aceptar. "Quieren inventarme
enfermedades para sabotear mi gestión", fantaseaba. Pero el 8 de marzo del mismo
año cae por segunda vez. Se informa que una angina gripal le impide realizar un viaje a
la ciudad de Pergamino, en la provincia de Buenos Aires. Dos meses más tarde un sonoro
carterazo estalló en la cara del atribulado cirujano, hasta entonces empecinado en
suplicar: "Señora... ¡Déjese curar!". Ese mismo día, pese a las disculpas de
Perón, el ministro renunció.
Allí nace un período de intenso trajín, durante el cual Evita descuidó totalmente el
cáncer de matriz que ya estaba carcomiéndola. En abril de 1951 lee por primera vez los
originales del ensayo La razón de mi vida -reescritos por el periodista español Manuel
Penella Da Silva, fallecido recientemente en Brasil- ante un huésped ilustre: el
príncipe Bernardo de Bélgica ("Es un libro conmovedor y sirve de ejemplo al
pueblo", condescendió el visitante) en una de las pocas recepciones ofrecidas en la
residencia de avenida del Libertador y Aguero, en Buenos Aires. Demacrada y enflaquecida,
afectada por la inocultable preocupación general acerca del estado de su salud, el 22 de
agosto enfrentó a una multitud de más de un millón de trabajadores convocados por la
CGT para realizar el Cabildo Abierto del Justicialismo en la avenida 9 de Julio. Al grito
de "¡Evita vice!" la muchedumbre trató de contrarrestar subrepticias presiones
militares y prudentes consejos acerca de la improbable duración de su mandato; pero ella
-quizás por primera vez- titubeó. Nueve días después anunció por radio "una
decisión precisa e irrevocable, una decisión que he tomado por mí misma: la de
renunciar al insigne cargo que me ha sido conferido". Y enfatizó: "No renuncio
a mi obra; sólo rechazo los honores. Continuaré siendo la humilde siendo la humilde
colaboradora del general Perón". Desde entonces, hasta el triunfo de la Revolución
Libertadora (1955), ése fue el Día del Renunciamiento.
"SANTA EVITA"
Mientras el general nacionalista
Benjamín Menéndez preparaba su fallida rebelión -el primer golpe militar contra el
régimen-, Eva se sometía por fuerza de las circunstancias a la extracción de tejidos
para una tardía biopsia. El mismo día en que era reprimido el alzamiento -28 de
septiembre-, la Subsecretaría de Informaciones mintió: "La enfermedad que aqueja a
la señora de Perón es una anemia de regular intensidad, que está siendo tratada con
transfusiones de sangre, absoluto reposo y medicación general". Esa misma noche, por
la Cadena Nacional de Radiodifusión, se propaló un apasionado llamamiento. "Si el
Ejército no lo quiere -desafiaba Evita en conversión con sus íntimos-, lo defenderá el
pueblo", refiriéndose al presidente. Atilio Renzi fue testigo de su férrea
decisión y vivió de cerca las alternativas de un proyecto que, de haberse concretado,
pudo llegar a modificar de raíz el rumbo de la Historia Argentina. "Al día
siguiente -memora hoy Renzi- convocó en secreto a José Espejo, Isaías Sentín y
Florencio Soto (miembros del secretariado nacional de la CGT) y al ministro de Guerra,
general José Humberto Sosa Molina, para ordenar la compra de cinco mil pistolas
automáticas y mi quinientas ametralladoras destinadas a los cuadros obreros, Los fondos
se obtendrían de la Fundación. Si uno analiza esa actitud puede llegar a pensar que Eva
era izquierdista; y creo que lo fue." Desde su actual despacho de asesor de una
cooperativa de vivienda, Florencio Soto (60, dos hijos) recuerda otros detalles del
episodio: "Las armas fueron compradas al príncipe Bernardo, pero al morir ella se
archivaron en el Arsenal Estaban de Luca y más tarde se entregaron a la Gendarmería
Nacional. Con esa medida el gobierno limitó sus propias fuerzas".
El 17 de octubre de 1951, sostenida de la cintura por Perón, una debilitada Evita
recibió la "Medalla de la Lealtad" otorgada por la CGT. Fueron necesarias
varias dosis de calmantes -aplicadas por el nuevo ministro de Educación, doctor Raúl
Mendé- para que pudiera pronunciar un breve discurso, a modo de testamento político:
"Les agradezco todo lo que han rogado por mi salud; espero que Dios oiga a los
humildes de mi patria para volver pronto a la lucha y poder seguir peleando hasta la
muerte". El día siguiente fue declarado "Santa Evita".
A comienzos de noviembre de 1951 un comunicado oficial, redactado por el subsecretario de
Informaciones de la Presidencia, Raúl Alejandro Apold, dio cuenta de la internación de
Evita en el entonces llamado Policlínico Presidente Perón, de Avellaneda, dirigido por
el profesor Ricardo Finochietto, para someterla a un tratamiento quirúrgico. Nada se dijo
del fugaz viaje del cancerólogo norteamericano George Pack (10.000 dólares, unos
3.500.000 pesos actuales, por dos días de consulta), gestionado clandestinamente por la
embajada argentina en Washington. Un allegado a la familia Duarte -que desde 1967 mantiene
un pacto de silencio- lo esperó, junto con su hermano Juan, en el aeropuerto de Ezeiza.
"Durante el viaje hasta la quinta de Olivos -deslizó a SIETE DIAS- tuvimos serios
problemas, porque no sabíamos ni una palabra de inglés. Todos presentíamos el
inevitable final. Seis meses antes, Erminda (una hermana de Evita) mostró una
radiografía al doctor Guillermo Iacapraro. En la consulta intervino el doctor Mario Brea,
que ratificó el diagnóstico."
El 11 de noviembre, a las 11.15, la señora de Perón depositó desde su cama de hospital
uno de los 2.441.558 votos con que el electorado femenino (que sufragaba por primera vez
en la Argentina) contribuyó a los 4.745.168 votos (62.5 por ciento) que permitieron la
reelección de Perón por el período presidencial 1958-58, que no alcanzó a cumplir. El
escritor David Viñas (42, soltero, por ese entonces fiscal de la Unión Cívica Radical)
recuerda: "Llovía. Asqueado por la adulonería que encontré en torno de Eva Perón,
me conmovió al salir la imagen de las mujeres que afuera, de rodillas, rezando en la
vereda, tocaban la urna electoral y la besaban. Una escena alucinante, digna de un libro
de Tolstoi". Tres días después, en una ambulancia donada a la Fundación por el
presidente mexicano Lázaro Cárdenas, la trasladan a la residencia presidencial, cerca de
plaza Francia, donde se instalaría en un dormitorio alejado del que compartía
habitualmente con Perón. "No quiero molestarlo a Juan", repetía.
LA RONDA DE LOS ENGAÑOS
Desde entonces una sorda trama de
ocultamientos y disimulos se tejió cotidianamente en torno de la enferma. El reducido
círculo de médicos, funcionarios, amigos y familiares conocedores de la verdadera
situación, representaba una diaria parodia cuyo único objetivo era distraer a Evita.
Ella, intuyendo su muerte, aceptaba las reglas del juego y simulaba una completa
ignorancia. El aparato oficial de prensa, por su parte, se encargó de mantener viva la
expectativa popular deformando los partes médicos.
"No me gustaba su pérdida permanente de peso -recuerda Renzi-, pero
tratábamos de hacerle creer que mejoraba. Todos los días trabajaba sobre la balanza,
dándole dos o tres vueltas de rosca para alterar el registro. A veces se me iba la mano y
ella se ponía contenta porque había aumentado varios kilos. Se empeñó en seguir
recibiendo a los representantes gremiales hasta una semana antes de fallecer."
sigue
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consumida insistía no obstante en presidir agotadoras ceremonias oficiales

a pesar de las manifestaciones de sus "descamisados" Eva rechaza la
vicepresidencia

dos millones de personas presenciaron su traslado desde el Congreso hasta la sede central
de la CGT

los últimos meses, preanuncio del fin

La razón de mi vida
Editorial Peuser - septiembre 1951
La habitación de Eva, en el primer piso de la señorial casona, tenía dos
ventanales orientados hacia los jardines que daban sobre la avenida del Libertador. En el
interior, la luz se filtraba a través de un espeso cortinado de voile blanco y terciopelo
rojo. Las visitas se sentaban en un amplio sofá tapizado en rosa Francia o a los pies de
la acolchada cama Luis XV que ocupaba la enferma.
El cuarto era amplio, y sobre una
de las paredes un Cristo del Corcovado, repujado en plata negra, reforzaba el dolorido
clima reinante. Una verdadera competencia por adelantarse en la tarea de prodigar cuidados
a la enferma se desató entre el núcleo de allegados. El doctor Mendé recomendó a su
colega Jorge Malenquini para que se ocupara de la radioterapia. "No se tuvieron con
la enferma los cuidados necesarios -se lamenta Renzi-; un chambón le aplicó rayos con
tanto descuido e incompetencia que la quemó hasta carbonizarle la piel de la nuca. Esa
herida le hizo padecer más que el cáncer. La señora Blanca, su hermana, conservó
trozos de piel carbonizada."
Así, llagada y con intensos dolores, Evita asistió al acto central del 1º de Mayo de
1952 y habló por última vez a sus descamisados frente a la plaza de Mayo. Ese mismo
día, a propuesta del diputado peronista Hector Cámpora, se impuso su nombre al
correspondiente período legislativo. Ya había abandonado definitivamente el despacho en
el Ministerio de Trabajo y Previsión (en Perú y Alsina, ex Consejo Deliberante) y pasaba
la mayor parte del día en cama, en el cuarto de vestir próximo al dormitorio de Perón,
donde había sido trasladada. Tenía una sola ventana, decorada como el resto de la casa,
con paredes gris claro. "Un pequeño tocador, con un espejo ovalado en un rincón, y
dos pequeñas sillas con fundas claras decoraban la habitación", evoca Delia Parodi
(51, viuda, dos hijos, ex diputada y presidenta del Partido Peronista Femenino). Varias
mesitas y vitrinas con remedios completaban el mobiliario.
EL FIN DE LA ESPERANZA
El día de Eva Perón era tan
agitado como se lo permitía su declinante salud. A las 7 se despertaba y era atendida por
las hermanas María Eugenia y Marta Rita Alvarez, diplomadas en la Escuela de Enfermeras
de la Fundación. A las 8 llegaba el peinador Julio Alcaraz, quien permanecía junto a
ella mientras Irma Cabrera de Ferrari, su mucama personal, servía el frugal desayuno y
preparaba la habitación para las primeras audiencias, en general dedicadas a delegaciones
gremiales. Perón la visitaba tres veces por día: antes de salir hacia la Casa Rosada,
cuando regresaba y para despedirla antes de dormir. Los familiares sólo en las últimas
semanas se fijaron turno para atenderla. Renzi pasaba prácticamente todo el día a su
lado: a medianoche era reemplazado por Nicolini, Apold o algún otro funcionario amigo.
Tres veces por semana un chofer de la Presidencia traía a su manicura personal. A pesar
de sus insistentes pedidos le eran retaceados diarios y revistas: apenas le llegaba,
puntualmente el semanario de historietas El Tony.
Pero Evita no se resignaba a su prematuro rol de monumento histórico y quería enterarse
de cada medida importante del régimen. Prueba de ello fue la conversación telefónica
que mantuvo con Apold (63, casado), el25 de mayo de 1952, dos meses antes de morir.
- En los actos oficiales se va a aburrir; venga a charlar conmigo.
- No puedo, señora; yo tengo que estar presente por razones de protocolo
- No importa. Lo espero a almorzar. Voy a contarle algo muy interesante.
"Cuando llegué -relata Apold-, se alegró de verme. Estaba con su hermano Juan y el
doctor Raúl Mendé, quienes, como yo, faltaron a las ceremonias. Ese día Eva estaba con
buen apetito. Recuerdo que almorzó chauchas y pollo asado. Nosotros comimos en una mesita
que nos instalaron al pie de la cama. A los postres nos contó un sueño: 'Yo me moría;
Raúl llamaba a los diarios ordenando grandes titulares'. Según Juan Duarte, el sueño
era un invento, una estratagema para observar nuestras reacciones:'Cuidado -me dijo-; te
está semblanteando."
En su cómodo departamento del barrio Congreso Apold reflexionó ante Siete Dias:
"Nosotros percibíamos la gravedad de Eva por su rostro demacrado y los continuos
dolores en la nuca y los tobillos. Ya en esa época comenzó a regalar efectos personales.
Al doctor Alberto Taquini le obsequió un reloj de oro (Ojalá le marque sólo horas
felices, le dijo); a veces me llamaba de madrugada para leerme capítulos de 'Mi mensaje',
un libro que no pudo terminar de escribir".
El 7 de mayo cumplió 33 años. Sólo pesaba 37 kilos. Fue el único día de actividad
oficial en que no cambió de vestido desde la mañana hasta la noche. La enorme cantidad
de fotografías tomadas ese día permite suponer que todos querían sacarse "su
última foto junto a Evita". Al día siguiente, asistió como madrina al casamiento
del cantante de boleros Daniel Adamo con Emma Chocha Nicolini, hija del ministro. Fue su
última fiesta y en su transcurso sufrió un desmayo.

en el Policlínico Presidente Perón
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