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crónicas del siglo pasado |
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REVISTERO |
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SCALABRINI ORTIZ
PROFETA NACIONAL
1972
-Un aporte de Hugo y Mariana Planes-
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A 13 años de su. muerte, la figura de
Scalabrini Orliz se agiganta. Su perfil de Profeta Nacional, adalid de la lucha contra el
colonialismo, cobra un invencible vigor. PRIMERA PLANA, con motivo de cumplirse un nuevo
aniversario de su deceso, encargó a Ernesto Goldar un artículo sobre El hombre que está
solo y espera, un libro donde pueden recuperarse elementos génesis de su obra de denuncia
posterior.
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Sin duda hoy resulta fácil
pensar el problema nacional. Una experiencia política de diez años de Gobierno popular,
la resistencia durante diecisiete, la nueva sociedad en ascenso que ha cercado al viejo
país débilmente reconstituido a partir del '55, y la ofensiva estratégica de las
fuerzas nacionales dispuestas de una vez por todas a terminar con la enajenación,
sustancian un panorama rico para que la investigación teórica no naufrague en macaneos
de capilla y verifique cotidianamente en la práctica del país real sus determinaciones
ideológicas. El tema de lo nacional está al día, porque la liberación requiere
(también) de la práctica de los libros. La orfandad intelectual ha dejado de ser mito,
cuando cientos de militantes de la cultura se están incorporando al proceso auscultado y
cierto de la subversión de la dependencia.
No siempre fue así. La irrealidad dictaminaba el desencuentro abismal del escritor con el
país cuando Raúl Scalabrini Ortiz se reunía con sus compañeros en el sótano de FORJA
(Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina) y comenzaba a pensar lo que
vendría. Son los años de la "década infame" cuando la mentira enseñoreaba su
complicidad con los ideales financieros del imperio. Los "nacionales" hablaban
para ser escuchados por pocos. Escribían en periódicos mensuales que se traspapelaban
bajo el peso proscriptivo de la intelligentzia que usufructuaba el pensamiento de la
factoría. Eran un puñado de raros, caracterizados de "nazis" por los epígonos
del internacionalismo abstracto. Se los erradicaba porque cometían el pecado de hablar
del país. Han pasado treinta años y las cosas han cambiado.
PROFETA NACIONAL
La base de concientización -el arranque
inicial de la denuncia- otorga a Scalabrini Ortiz el mérito del derecho de empezar la
enorme tarea demistificadora del coloniaje describiendo la alienación del hombre
argentino, denostando la postración económica y urgiendo, proféticamente, por la nueva
definición política que brotaría del pueblo sublevado en los días de octubre. Su
propuesta final apunta a la unidad latinoamericana, requisito categórico para ser nación
y resistir la violencia neocolonial.
Poeta -nunca dejó de serlo-, abandona los ripios por los números. La rima que el país
incierto necesita es la rigurosidad de la estadística, el canto de las cifras que develen
ese muestreo de vergüenza que en "Historia de los ferrocarriles argentinos"
explícita. Es en la economía -y no tan sólo en las arquetípicas deformaciones
superestructurales- donde debe indagarse el drama americano. Periodista, investigador
histórico, su prédica continuará hasta su muerte en 1959. Antes, en momentos
definitivos, consideraría cumplido su destino. "Eramos brizna de multitud y el alma
de todos nos redimía. La sustancia del pueblo argentino, su quintaesencia de
rudimentarismo estaba allí presente", escribe en El Laborista. Se refiere al 17 de
octubre de 1945: esa misma noche Scalabrini y sus compañeros resuelven disolver FORJA. La
misión intelectual parecía terminada y se avecinaba el tiempo de los hechos.
EL HOMBRE DE CORRIENTES Y ESMERALDA
No faltan comentadores apresurados que
le señalan desniveles (también se lo acusa de "reaccionario") a su primer
ensayo, El Hombre que está solo y espira, oponiéndolo de alguna manera a sus múltiples
trabajos posteriores. Si El Hombre... implica el comienzo de una fractura con el
pensamiento cosmopolita, una lectura significativa de la obra demostrará que todos los
ingredientes básicos de la formación de la conciencia nacional aparecen enunciados en
este libro editado por Gleizer en 1931, para alcanzar varias ediciones en poco tiempo. La
gran receptividad en el público no es casual cuando se identifica con una metodología
que enfrenta la "realidad" versus "teorización vacía".
"Este libro compendia los sentimientos que he soñado y proferido durante muchos
años en las redacciones, cafés y calles de Buenos Aires", confesará al final,
suscribiendo un método de conocimiento donde la experiencia sensible nutre al observador
que se "transforma en conejito de indias y experimentador, simultáneamente". La
invención de nuevos patrones para medir el contorno impedirán, así, la seducción
ideológica ante los objetos ideales fijados, requiriendo de la práctica crítica como
modelo de análisis. Entonces la apariencia externa de los hechos debe ser desechada y la
opción por un "buceo en el ambiente", para sentir, pensar y actuar, sobreviene
como recurso. "Con virgen encantamiento de niño, me abandonaré a la contemplación
del mundo'", escribe, y conecta su inmersión en la realidad sin dejarse llevar por
preconceptos convencionales. La obra se articula en una triple dimensión: a) trasmite lo
que piensa Scalabrini Ortiz, b) describe lo que siente el Hombre de Corrientes y
Esmeralda, c) expone lo que el Hombre -suelto, desprendido del escritor- dicta, corrige y
enseña al autor para salvarlo de las imprecisiones y orientarlo hacia el "espíritu
de la tierra". La descripción de lo concreto y sustantivo es, pues, el rasgo
epistemológico del ensayo, que asalta la realidad porteña -ese resumen tipificado de
medianía metropolitana- como expresión límite de una doble postergación.
LA RUTINA DEL HOMBRE
En primer lugar, el Hombre de Corrientes
y Esmeralda está embrutecido por la falsa conciencia. "Se busca afanosamente a sí
mismo", es evasivo y desencantado, porque su fatalismo no es otro que la dura
condición del hombre-mercancía cercado por fuerzas materiales e invisibles que no puede
controlar. |

"Es la suya una vida
que se va cuesta abajo, resbalando despacito, leve, sin sacudones, una vida que se le
escurre entre los días y los años, una vida enaceitada que se aja sin constancias, sin
tragedias, entre días monótonos, grises, que se disuelven atónitos los unos a los
otros". Es la rutina del hombre fragmentado, donde las cosas que produce y no domina
se han transformado en ídolos ajenos. El Hombre experimenta al mundo capitalista de
manera pasiva, como un receptor inanimado, como sujeto sin vida. Por ello es misántropo,
hosco, opaco y los otros "le son indiferentes". La soledad -la espuria
consecuencia del violento sistema competitivo- conduce a la perversión de todos loa
valores. Entonces el Hombre se repliega a fabricar sueños. Las ilusiones subliman la
tristeza, y pasa de café en café a charlar con los pocos amigos que le quedan: porque ni
mujer tiene. El del '30 es un hombre "amachacado" dice Scalabrini: la
Civilización ha impuesto junto al trabajo enajenado la desexualización de su cuerpo.
"La mujer es elemento de voluptuosidad, y hay una zona del hombre que es impermeable
a ella.''(.. .) "La ternura aterra al Hombre de Corrientes y Esmeralda. Quizá ve en
ella un desestimiento repudiable de la virilidad." Transformado en objeto, el amor no
existe como reciprocidad. El ejercicio de los sentidos espirituales no puede surgir a
través de la naturaleza deshumanizada, pues sólo en el uso de todos los sentidos el
hombre se afirma. Separado materialmente, ajeno respecto de las cosas y de los otros, el
amor es una quimera en el hombre segregado. El trabajo ea una maldición: "Advierte
que hay más muerte que vida en la vida de relación, y que el orden social ha pospuesto
al hombre, lo ha sacrificado, no a una necesidad actual, sino a un principio, a una
vaciedad". Aborrece al trabajo, "aborrece la obligación de ocuparse de cosas
extrañas, porque le escamotean el tiempo para ocuparse de si mismo". La desidia lo
derriba y no ambiciona tampoco la riqueza ("el adineramiento, esa fantasmagoría
corroída"), pues sabe que "tener" es lo opuesto a "ser" y que en
la sociedad fetichizada todo lo que se quita de vida se devuelve en dinero: cuanto más
rico, cada vez más pobre.
HACIA LA LIBERACIÓN
Pero toda alienación es provisoria. El
Hombre comienza a "destruir espejismos" y asciende (en el curso de la obra) un
proceso de rebeldía creciente. De la opresión inicial, Scalabrini lo ve erguirse en los
capítulos finales hacia un empaque que dice "no" al ritual de las esencias.
("Dos y dos pueden no ser cuatro...", "El que en caso de apuro no asalta un
banco es un otario". ) Quiere autorrealizarse, pararse en dos patas, racionalizar la
irracionalidad que lo circunda y salvarse uniéndose al clamor colectivo que lo excita. En
principio, resiste: se burla de los "engrupidos"; "sobra" a la cultura
europea: "siente" en vez de pensar, para no ceder al mundo de los valores
concluidos; "intuye" para sobrevivir; se "sonríe" ante los
pseudointelectuales desdeñosos: "palpita''. Luego concientiza: "La Tradición,
el Progreso, la Humanidad, la Familia, la Honra, ya son pamplinas que en el sentimiento,
del hombre porteño no sirven ni para gallardetes de clubs náuticos"; el famoso
"no te metas" no es el apoliticismo que han usufructuado los divulgadores
descreídos, sino la negación de un estado-político (la dictadura de Uriburu) que le es
ajeno, con el que no se identifica: "No te metas es un asunto que no es tuyo y es
privilegio del estado. No te metas a apagar ese principio de incendio. No te metas a
delatar ese contrabando. No te metas a cuidar de la vida de los bañistas que se adentran
en el río. No te metas en las cosas que el estado debe cuidar. No te metas en las
pertenencias con que señorea la nación; en el resguardo de las personas y los bienes, en
el mantenimiento del orden y de la moral, en la seguridad externa y en la policía
interna." El capital extranjero puede producir la "norteamericanización"
de la juventud argentina, advierte en 1931, y concluyendo el ensayo apunta al soporte
estructural de todo el andamiaje de incurias que hundieron en la desesperanza al
argentino. Dicen que la propiedad (privada) es inviolable: "El Hombre se encabrita.
¿Cómo? ¿Qué inmunidades cubren la propiedad? ¿Quién las concedió? ¿No es su vida,
la propiedad esencial del hombre, entonces?" Las grandes (y falsas) divisas ya no lo
morigeran. El "Espíritu de la tierra", como llama Scalabrini Ortiz a la nación
en devenir, a la conciencia para si que está despertando para liberarlo de la soledad,
será forzosamente el derrotero de las muchedumbres que quince años más tarde
encontrarán la conducción política propicia para consolidar en el poder a la conciencia
nacional.
UN INICIADOR
Raúl Scalabrini Ortiz pensaba escribir
una novela sobre Buenos Aires, pero produjo un ensayo. Empero una forma prenovelesca
recorre El Hombre que está solo y espera. Es la peripecia de un héroe que transita por
las calles de la ciudad, que ama buscando el destino que lo integrará a sus compatriotas.
Es cierto: está solo, espera, pero no se queda quieto.
El pensamiento de Scalabrini continúa la mejor herencia del existencialismo
espiritualista occidental. Su preocupación por el Hombre, similar a Spinoza, Goethe,
Hegel y Marx, lo ubican no solamente como iniciador del pensamiento nacional argentino,
sino también como profundo crítico de la sociedad burguesa. Al denunciar la sociedad
colonizada desmenuzó, por consiguiente, a la base contradictoria que la posibilita, y su
metodología materialista, sus propuestas políticas e ideológicas inscriben un
precedente óptimo del nuevo humanismo argentino y latinoamericano que el pueblo está
forjando, del socialismo que se acerca.
ERNESTO GOLDAR |
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