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Una noche en que el padre había llegado
cansado de su trabajo, se sentaron ante la mesa frugal y Manuela observó un dejo de
amargura en el rostro del esposo.
¿Qué te pasa, Ricardo? le
preguntó.
Hoy he cobrado la quincena
respondió éste tristemente , son cien pesos, pues me han sacado veinte,
pretextando llegadas a deshora. Así, ¡no es posible vivir! Aquí tienes la plata, ¡es
desesperante!
La pobre mujer sólo supo enjugarse una
lágrima.
¿Por qué lloras, mamita?
le preguntó Raúl. Y la madre no atinó sino a contestarle abrazándolo. El hombre
continuaba hablando con amargura:
¡Pobres de nosotros los humildes,
los que no tenemos a quién acudir y sólo podemos rogar a Dios para pasar mejores días!
Ya lo ves... no somos más que "cosas" para el patrón que se enriquece con
nuestro esfuerzo. ¡No tenemos derecho a vivir mejor, ni a ver a nuestros hijos sonreír
ante un juguete, ni a salir de este cuarto en el que el frío penetra sin piedad!
Raulito había
escuchado azorado las palabras del padre: nada comprendía su inocente cabecita, pero lo
impresionaba su tristeza. Y, pronto, al terminar la escasa comida, se fue a la cama, no
sin antes rezar por la felicidad de todos.
A medianoche, cuando cantan los gallos y brillan más las estrellas en la bóveda del
cielo, el niño tuvo un sueño extraño: vio nuevamente el rostro dolorido de sus padres y
escuchó a lo lejos el silbato de la sirena llamando a los obreros al trabajo ... Pero,
entre fantásticas nubes , rosadas y de color azul y blanco, divisó a un hombre vestido
de militar que se acercaba a su lecho y lo acariciaba amorosamente. Raulito quiso
incorporarse pero algo le impedía mover sus piernitas.
No te alarmes, hijo mío
le dijo la extraña aparición ; vengo sólo a comunicarte que muy pronto tus
queridos padres serán felices; ¡tendrán muchas cosas que necesitan, y tú gozarás ante
juguetes lindos y vistosos! Duerme y espera... y la sombra del sueño se
desvaneció dejando al pequeño asombrado y temeroso. |
Raúl a la mañana siguiente, contó,
como es natural, todo a sus padres; ellos sonriendo lo acariciaron y el pobre descamisado
exclamó:
Chiquito mío... lo que viste
desgraciadamente no es más que un sueño. Los pobres estamos sentenciados a soportar la
injusticia sin que nadie nos ampare.

Pasaron muchos meses.
El pueblo de Buenos Aires encontró a un hombre justo a quien eligió por líder de sus
demandas. En el horizonte, hasta entonces pleno de sombras, comenzaba a dibujarse el sol
de la justicia social.
Y llegó el 4 de Junio.
Y llegó el histórico 17 de Octubre, día en que el pueblo salió a la calle exigiendo la
libertad de su ídolo.
Los oprimidos conocieron luego la felicidad.
Y una tarde en que el obrero Ricardo había llevado a su hogar un gran retrato del Coronel
Perón para colgarlo orgullosamente en la mejor pared de su humilde vivienda, el pequeño
Raúl, al contemplar la fotografía del hacedor de la Nueva Argentina, gritó
entusiasmado, señalándolo:
¡Papá! Sí . . . , ¡ése es!,
¡ése es!
¿Quién? preguntó el
trabajador.
¡Ese es el que se me apareció en
sueños hace poco! ¡Ese es el que me prometió la felicidad!

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