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crónicas del siglo pasado

REVISTERO

Ernesto Sábato
Mis apuntes de viaje


Revista Gente 1967

 

VIERNES 29
Salida de Ezeiza. Comienzo a leer artículos y folletos sobre Alemania, país al que nunca he ido hasta ahora: primero fue el nazismo, luego la guerra, después un vago sentimiento, no sé si de decepción o de rencor. Había amado fervorosamente su cultura, a partir de aquellos años de mi primera juventud en que me conmovía con los poetas del Sturm und Drang y del Romanticismo. El poco alemán que, como oscuras ruinas cubiertas por la maleza, permanece en mi data de ese tiempo ya tan remoto; la profesora que con amor nos enseñaba la lengua en u nos abruptos textos gramaticales de letra gótica (¿Otto Sauer quizá?) nos apasionaba no con esos aparatos de gimnasia sino con hermosos lieder de Schubert, Schumann y Brahms...

 

 

 Soñaba entonces con ir a Alemania, con recorrer aquellos bastiones medievales del Ithin, los lugares de los bandidos y los héroes de von Kleist y de Goethe y de Schiller. ¿Cómo no haberme sentido herido y defraudado por la barbarie que luego arrasó esa patria del Romanticismo?. Iba, pues, con encontrados sentimientos de pasión y rencor, admiración y curiosidad.

SABADO 30
Llegada a Dakar a las ocho de la mañana, Argentinos con maquinistas de turistas y "viveza" porteña ejecutan con su peculiar superioridad provinciana fotos de nativos con los (previsibles) chistes. Cada vez que sufro esta clase de espectáculos siento que nuestros hermanos pobres del continente tienen toda la razón del mundo en odiarnos.
A las 4, llegada a Frankfurt, donde, con la exactitud de relojería que luego reproducirá en cada etapa, espera la persona que el gobierno alemán me pone para resolver cada problema, cada duda; para colmarlo a uno de atenciones y delicadezas. ¿Cuándo tendremos nosotros algo parecido? También me esperan mi editor alemán, el Dr. Niedermayer, su señora y la Dra. Chiuter, directora de la Editorial Limes.
Todo es perfecto, per hasta ahora no veo Alemania: veo esa realidad abstracta que nuestra civilización técnica ha impuesto en todas partes, pero sobre todo en los aeropuertos y hoteles; una misma y única e insípida uniformidad hecha de "follow me" en el jeep que precede al avión, azafatas pertenecientes a una especie de raza internacional elaborada con 50 por ciento de material humano y 50 por ciento de material sintético, y esa suerte de Lingua franca constituida por una plataforma de inglés básico y seudopodios que desde esa plataforma se extienden, cada vez que es imprescindible, hacia el alemán o el francés o castellano. NO, la Alemania que quiero ver, que ansiosamente espero la he de encontrar más tarde, más lejos. Y ese "más tarde" y ese "más allá" se hará cada día más y más alejado y más difícil de encontrar, debajo del abstracto cemento universal, de la uniformidad de vestimenta. Ideas, comidas, costumbres e ideales. En suma: eso que llaman Progreso. Y que finalmente, si todavía nos resta algo de sabiduría, nos hará permanecer para siempre en un solo lugar de la Tierra, idénticamente igual a cualquier otro en Sicilia o en Suecia, en Rusia o en los Estados Unidos. Momento en el cual los velocísimos jets del futuro habrán producido una reducción al absurdo de su propia supermovilidad, incitándonos a la absoluta quietud.
El avión local me conduce a Colonia. Despachado por un alemán soy recibido (casi diría abarajado), por otro: el atlético, prolijo, puntual estudiante Erich Schroder. Vamos por la autopista hacia Bonn, esa "drole de capitale" (por lo que me han dicho, por lo que he leído). La ruta está sembrada de indicadores que hasta automovilistas miopes, mongólicos y velocísimos pueden (y deben) advertir e interpretar correctamente. Solicitud: que nuestro gobierno envíe becado por un mes al señor que se ocupa o debería ocuparse de esa tarea en la Argentina para que aprenda cómo se hacen estos indicadores. Así pueda ser que tengamos en los caminos y particularmente en la autopista de Ezeiza una señalización que conduzca al Aeropuerto y no, como ya me ha sucedido en varias oportunidades, a un laberinto rural que de noche parece ideado por el señor Franz Kafka para evitar el viaje por avión a los argentinos.
Llegamos al hotel Konigshof, desde donde debo telefonear a París, lo que logro automáticamente.en pocos segundos. Segunda solicitud, esta vez al director de nuestro sistema telefónico (otra hipóstasis del mencionado señor Franz Kafka), tan rígido para aplicar tarifas y penas unilaterales, tan modesto para cumplir la parte del contrato que le corresponde.
Durante el viaje y ahora durante la comida interrogo a Erich, que es el alemán que por el momento tengo más a mano. Es joven, es estudiante, representa muy bien el temperamento y los ideales normales de la nueva Alemania. Le pregunto particularmente sobre los problemas de la juventud alemana y particularmente sobre algunos hechos sobre los cuales ya tenía noticias o aprendí leyendo en libros manejados durante el viaje en avión.
Frente al formidable resurgimiento material de Alemania, parece empequeñecida aquella vida humanística que constituyó lo mejor de esta nación antes del advenimiento de Hitler. Me pregunto si no podría ser debido a un fenómeno semejante al de un ruido demasiado estridente que hace pasar inadvertidos sonidos más sutiles pero acaso más significativos. Sin embargo, hasta publicaciones oficiales me refieren, con cierta nostalgia, a ese hecho que, por lo visto, hay que aceptar como una realidad.
Las guerras, me digo, suelen provocar una revitalización de los pueblos, y es sabido que nunca se producen tantos nacimientos como a continuación de esas catástrofes, oscura pero poderosa manifestación del instinto de vida; recuerdo la diferencia entre el París de 1938, donde era muy difícil encontrar cochecitos de niños por las calles, y el París de 1947. También pienso que en Alemania de 1918 se produjo un maravilloso resurgimiento de las letras y las artes, convirtiendo a Berlín en el centro mundial de formidables movimientos renovadores, tanto en la literatura como en la danza, las artes plásticas, el teatro y la arquitectura. ¿Por qué, pregunto, no ha sucedido ahora algo similar? Leo en un folleto oficial: porque la pérdida de talentos fue esta vez catastróficamente grande; porque el elemento judío, tan activo y estimulante en aquella otra post-guerra, terminó en los campos de concentración o se fugó de Alemania; porque los artistas e intelectuales emigrados, judíos o no, tampoco se decidieron a retornar a un país que tanto habían amado pero que tanto horror y sufrimiento había traído. Thomas Mann volvió a Suiza, Bertold Brecht, después de grandes vacilaciones, terminó por instalarse en el Berlín Oriental.

Pero ¿y las nuevas generaciones? En primer término, el hitlerismo cortó completamente los vínculos con el mundo de la cultura extranjera (las primeras traducciones de Joyce, Hemmingway, Faulkner, Sartre y Camus aparecieron después de 1946, de modo que las generaciones de post-guerra empezaron a nutrirse en la gran literatura mundial cuando los argentinos estábamos ya de vuelta.


Fritz Teufel. Varias veces encarcelado.
Un profeta ¿un loco?


No armen al Sha. El sha vino a pedir dinero para armas (al menos así se dice). En su cartel, los estudiantes piden que no se le dé elementos para combatir al pueblo persa. Por lo visto no se trata de jóvenes meramente alocados.


Pero no sólo el régimen detuvo esa interacción cultural que es indispensable incluso para elaborar la propia cultura (ya que no hay culturas aisladas ni puras, y puesto que todo conocimiento de uno mismo se logra a través de los demás, por obra de esa dialéctica existencial tan bien analizada por Martin Buber, sino en virtud de la inevitable condición exterminadora de los sistemas totalitarios, fue aniquilado cualquier intento de libertad, o sea de originalidad, de grandeza, de profundidad. Terminando el arte en lo que siempre termina en esos campos espirituales de concentración; en las tarjetas postales de color o en los afiches y prospectos de propaganda.
En segundo término (y esto me lo confirma Erich), porque las nuevas generaciones se orientaron preferentemente hacia actividades técnicas y económicas; ya sea por el cansancio que siempre trae la destrucción, por mera y casi vital necesidad de satisfacer las necesidades más perentorias del hombre; ya sea, pienso yo, porque el espíritu de los vencedores americanos, como tantas veces ha pasado en la historia, terminó por imponerse sobre los vencidos; pues no puede combatirse mucho tiempo contra un enemigo poderoso sin terminar por parecerse a él, como lo prueban tantos matrimonios y la bomba sobre Hiroshima. Y así, en una lamentable paradoja, la nación que en otro tiempo dio una de las culturas más hondas y complejas de nuestra historia, pareciera entregarse en buena medida al sentido norteamericano de la existencia. No lo digo yo; con tristeza y melancolía me lo confesaba un culto alemán que fue mi compañero de viaje. Y, en su opinión, también lo afirman los mejores espíritus de esa gran nación. Y, de modo inverso, irritante e incómodamente lo está expresando con gritos y manifestaciones una parte, que tal vez sea la más sensible de la juventud alemana. Me cuentan lo que viene pasando en la Universidad de Berlín ¿Manifestaciones en una universidad germánica? ¿Disturbios "reformistas" en los claustros que eran el paradigma del orden y la jerarquía? Aunque parezca inverosímil, sí.
En su Mundo Feliz, Huxley escribe que hacia el año 3000 el mundo estaba tan transformado, la mentalidad de los eres humanos había sufrido cambios tan tremendos, que los ingleses habían adoptado el sistema métrico decimal. Podría haber puesto otro ejemplo, sin necesidad de llegar hasta ese milenio: los disturbios de los estudiantes alemanes.
Se me ocurre un hecho tan fabuloso que no termino de interrogar a todo el mundo. Me responden luego, a lo largo de mi viaje, con palabras no siempre coincidentes: son pocos, son locos, son individuos que organizan Comunas para practicar el amor libre, son insignificantes, la verdadera juventud alemana se ríe de ellos, no hay hippies de verdad, son todos buenos chicos de familia rica y sobre todo muy limpios, no saben i por qué se quejan, tienen de todo, aquí cualquiera puede llegar a ser lo que quiera, el 25 por ciento de los estudiantes tienen auto.
Pero como los "aunque" son casi siempre "porques" desconocidos, y como tampoco olvido el principio de la enantiodromia, enunciado hace más de dos mil años por Heráclito (de que todo marcha hacia su contrario) me pregunto y les pregunto a mis excelentes interlocutores si no será precisamente por todo eso que la juventud más sensible se rebela. ¿No será, en suma, porque el pueblo alemán tiene ahora demasiado bienestar? Por lo que veo, hay aquí una especie de socialismo; no hay villas miserias, los obreros no sólo ganan notablemente sino que tienen igual dignidad que los empleados o profesionales, hay fantásticos servicios sociales, etc. ¿No será, pues, porque siempre lo más alerta de un pueblo noble se levanta contra una concepción meramente materialista de la existencia?.
Pregunto por el famoso Teufel. Mi poco alemán me alcanza para saber que significa Diablo, lo que una vez me inclina a pensar que la onomancia tiene base cierta. Este muchacho de barba encabeza la rebelión del estudiantado berlinés. Y, para completar el aspecto de broma , el alcalde de Berlín, durante los disturbios que se originaron por la llegada del Sha de Persia, era un ex pastor que se vio obligado a dimitir como consecuencia de esos disturbios: por no haber podido vencer al Diablo, evidentemente.
Ya hablaré más sobre este hecho aparentemente anecdótico pero para mí tan significativo. Por de pronto diré, simplemente, que los alemanes no deberían avergonzarse de estos episodios sino por el contrario, enorgullecerse; pues, como siempre, son los rebeldes los que rescatan el espíritu de una nación cuando las potencias materiales amenazan con trivializarla. No sé todavía cuáles son las virtudes y los defectos de esos jóvenes berlineses que espero ver; cuáles sus matices, sus ideologías y sus defectos. Es probable que, como me dicen, sean anárquicos y sucios, que no sepan bien lo que quieren, que en lugar de una filosofía coherente sólo profesen ideas disparatadas y contradictorias. No importa entre un ejecutivo satisfecho que veo cerca de nuestra mesa y esos muchachos, mi corazón no vacila un solo instante.

 

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