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crónicas del siglo pasado

REVISTERO

Atucha
La cuna de la bomba atómica argentina

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Revista Siete Dias Ilustrados
agosto 1969

 

"Si el gobierno argentino lo quisiera, aquí podríamos fabricar la bomba atómica. Dentro de tres años dispondremos de los elementos necesarios para hacerla". La explosiva declaración de un técnico del más alto nivel, adscripto a la Comisión Nacional de Energía Atómica, puede sonar a utópica pretensión, pero no es más que una posibilidad a corto plazo: cuando a mediados de 1972 comience a funcionar en Atucha -a unos cien kilómetros de la Capital Federal- la primera central nucleoeléctrica de Sudamérica, la Argentina se habrá incorporado a la reducida nómina de países en condiciones de aprovechar la fisión del átomo. 

 

 

Claro que el gobierno ha optado por aplicar esa energía con fines pacíficos: a un costo de 300 millones de marcos alemanes (250 mil millones de pesos), pagaderos en veinte años a partir de 1973, la firma germano-occidental Siemens Aktiengessellchaft -la misma que en 1857 tendió la primera línea telegráfica al lado de las vías del entonces Ferrocarril Oeste- dotará al Gran Buenos Aires y al litoral argentino de una moderna planta con una capacidad de 319 megavatios, capaz de cubrir el déficit energético que afectará a la región durante un lustro, hasta que se construya el gigantesco complejo hidroeléctrico de El Chocón-Cerros Colorados.
"Estamos tratando de ganar tiempo en la etapa actual, que es la de la obra civil, para disponer de plazos más amplios en las fases críticas del montaje electromecánico (enero de 1970-marzo de 1971) y de la puesta en marcha y prueba de la central (abril de 1971-junio de 1972)". Hemz Georg Salge (39, dos hijos, ingeniero de Siemens que dirige las obras de la central de Atucha) es optimista en cuanto al cumplimiento de las fechas pactadas con la Comisión Nacional de Energía Atómica. Mientras recorría las noventa hectáreas donadas por las hermanas Carolina Atucha de Urquiza Anchorena y Florencia Atucha, sobre la margen derecha del Paraná de las Palmas, en el partido bonaerense de Zarate, resumió ante SIETE DÍAS las principales características de la planta y subrayó el impacto económico y social-cultural que implicará la introducción en la realidad latinoamericana de una de las más avanzadas tecnologías contemporáneas. "De la inversión total -detalló-, una tercera parte será gastada en la Argentina, principalmente en lo relativo a la obra civil. La industria local aportará también elementos para la construcción de las grúas utilizadas en la obra, gran parte de la cañería, recipientes de acero y, sobre todo, materiales inoxidables. Estamos pensando, también, en la posibilidad de construir aquí el condensador del turbogenerador que será traído de Alemania. Pero lo importante para la industria argentina no será tanto el factor económico como la experiencia que adquirirá en este ramo fundamental de la ingeniería del futuro. A medida que se multipliquen en este país las centrales nucleares, la participación local será mayor y resultará posible sustituir buena parte de las importaciones hoy imprescindibles."

SEGURIDAD DE ACERO

Ambas partes de la obra civil -la nuclear, con el edificio del reactor, las tres piletas de 17 metros de profundidad y las construcciones auxiliares; y la convencional, con la sala de máquinas, donde se ubicará el turbogenerador- están a punto de ser concluidas. Pero la pieza más delicada y voluminosa del conjunto (la Envolvente Esférica de Seguridad, que requerirá 1.400 toneladas de acero y tendrá 50 metros de diámetro) recién está en su fase media. Para su erección fue preciso traer de Alemania una grúa de 400 toneladas de peso con una pluma de 60 metros de longitud capaz de levantar 25 toneladas en posición horizontal y 40 en plano inclinado. El círculo de rieles sobre el que fue montada tiene 15 metros de diámetro y es el mayor en su género utilizado en Sudamérica. Una vez terminada, la esfera de acero será desmontada y trasladada al muelle construido sobre el Paraná de las Palmas para bajar el turbogenerador.
Además de los problemas propios de toda empresa de tal magnitud, los ingenieros de Siemens y de las empresas Impresil-Sideco, Hochtiel Argentina y Mellor Goodwin Instalaciones -a cargo de las obras- tuvieron que sortear una serie de inconvenientes derivados de la falta de maquinaria apropiada. Hubo que traer de Alemania e Italia torres de grúas, bombas de hormigón y hormigoneras automáticas; fue necesario trabajar en dos turnos de diez horas cada uno, empleando las cuatro restantes para el ajuste de los equipos y el trasporte de materiales. Para marzo próximo se calcula que el número de técnicos, oficiales, medios oficiales y peones se elevará de los 800 actualmente empleados a unos 1.200, mientras que la cantidad de técnicos e ingenieros alemanes que supervisan la obra pasará de 8 a 180. En este campo, los representantes de Siemens se declararon más que satisfechos con la alta capacitación de los obreros y el personal especializado argentinos, hasta el punto de que han resistido favorablemente la comparación con sus colegas europeos:
"El porcentaje de fallas detectado en la construcción de la esfera de acero de Atucha -confesó el ingeniero Wolfgang Keller- es del 1,5 por ciento, contra un índice del 6 al 7 por ciento registrado entre los soldadores alemanes". Y agregó: "Esta precisión es de suma importancia, dado lo difícil que resulta trabajar con planchas de acero que pesan toneladas; además, una vez hecho el control de los metros soldados, mediante radiografías o sistemas de ultrasonido, una simple falla obliga a desmontar las partes unidas para volver a comenzar la tarea desde cero".

EL DILEMA DEL URANIO

A medida que avanzan los trabajos en Atucha, los técnicos argentinos vinculados con la obra confirman su convencimiento de que la utilización de uranio natural argentino en lugar de uranio enriquecido -que hubiera sido preciso importar de los Estados Unidos- ha sido un innegable acierto. La disyuntiva técnica acerca del tipo de combustible más conveniente suscitó en su momento agudas polémicas con implicaciones políticas. Interpretada como un triunfo de la línea contraria a la "dependencia exterior", la opción elegida ha resistido la prueba del tiempo. Hoy nadie pone en duda que son más sus ventajas que sus inconvenientes. El presidente de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), almirante (R) Oscar Quihillalt, fue categórico al respecto: "Asegura el autoabastecimiento de la planta durante toda su vida útil e introduce un nuevo combustible a las cuatro fuentes fundamentales de energía con que cuenta el país (carbón, gas, fuel-oil y agua). No menos importante es la puesta en marcha de una actividad minera prioritaria, ya que habrá que prospectar y extraer más uranio y se pondrá en marcha todo un sistema de plantas de tratamiento del mineral, desde las químicas hasta las de tipo mecánico. Calculamos que se emplearán cientos de personas en minería, un centenar en instalaciones químicas y otro tanto en las mecánicas".
En cuanto al potencial uranífero argentino, el almirante Quihillalt -uno de los funcionarios gubernamentales con mayor duración en el cargo (lo viene desempeñando desde 1960- no abriga mayores dudas. "Con las reservas que ya conocemos -confió a SIETE DÍAS- tenemos asegurado uranio a menos de 10 dólares la libra (costo medio económico) hasta el ario 2000, inclusive teniendo en cuenta la erección de nuevas centrales nucleares.

Uranio, en realidad, hay en casi todas partes: en el agua de mar, en el ladrillo, en cualquier adoquín. El problema se reduce a lograr costos razonables.
Pero el precio del combustible en los reactores nucleoeléctricos es bajo, a diferencia de lo que ocurre en las plantas convencionales. En cambio, es alto el costo de instalación. Por otra parte, pueden surgir nuevas técnicas de extracción y purificación del uranio, como las plantas químicas de concentración -en permanente perfeccionamiento-, que al tratar mayores volúmenes abaratan los precios."
Punto de partida de la industria nuclear argentina, la central de Atucha no es más que la primera de una serie de proyectos similares para producir electricidad mediante la utilización de energía nuclear. La próxima realización en carpeta es la central de Córdoba, para la que ya se ha hecho un estudio de factibilidad y está en marcha un tercero. El almirante Quihillalt sintetizó así los resultados alcanzados: "En el supuesto de que el sistema eléctrico de esa provincia permanezca aislado y el precio del fuel-oil no varíe, la construcción de una central nuclear pequeña (150 megavatios) -que estaría concluida en 1975- -seria competitiva en relación con una central térmica tradicional. El sitio ideal para esta obra es el embalse Los Molinos, a unos 80 kilómetros de la capital. Ahora iniciamos otro estudio para el orden de los 300 megavatios, basado en el supuesto de que el sistema cordobés sea interconectado".


LOS QUE CONSTRUYEN ATUCHA

Atraídos por la nueva fuente de trabajo, centenares de bolivianos, paraguayos y chilenos residentes en Zarate y en la cercana localidad de Lima (un pueblecito de 3.500 habitantes ubicado a unos cuatro kilómetros y medio de la obra) confluyen hacia la planta en construcción en busca de sueldos magros pero seguros y de una estabilidad que se les niega. La mayoría ignora las proyecciones de la obra, su significado económico, pero algunos intuyen un futuro florecimiento industrial. Francisco Siles (40, dos hijos, boliviano, capataz de la sección hormigón armado) expresó a SIETE DÍAS: "Trabajamos de 10 a 11 horas diarias, según la urgencia de la tarea. Nunca estuve en una obra tan grande. Nos pagan por convenio y el trato con los ingenieros alemanes es bueno. Eso si, les gusta que el trabajo se haga bien y rápido. No sé para qué es esta obra ni qué utilidad va a tener, a nosotros nos dan los planos, las instrucciones, y tenemos que ponernos a trabajar". Horacio Gabutti (50, una hija, peón) fue más escéptico: "Vinimos, lógicamente, porque no teníamos trabajo. Si no, no gastaríamos en traernos comida y pagar los 140 pesos diarios que nos sale el pasaje de ida y vuelta. Pienso que cuando la obra esté más avanzada nos van a echar a todos. Es lo que hacen, cuando terminan un sector, con la gente que sobra. Pero no se toma el despido como una arbitrariedad. Es algo totalmente normal y los alemanes cumplen los convenios: siempre pagan indemnización". A Ricardo Chacón (23, soltero, oficial carpintero) le pagan 205 pesos la hora y un 10 por ciento más si tiene asistencia perfecta durante la quincena. Los días de lluvia tienen que concurrir aunque no se trabaje y pierden parte del premio por los gastos de viaje y el plantón hasta que se decide si se trabaja o no. A los peones les pagan 151 pesos la hora. Durante el año trascurrido desde que comenzó la obra han ocurrido una serie de accidentes habituales en este tipo de construcciones, desde caídas (con sus correspondientes fracturas) hasta aprisionamientos de obreros por rieles o planchas de acero, pero los más comunes son por pinchaduras con clavos. La cifra record llegó a 40 casos en un solo día.
Según Andrés Borda (57, un hijo, oficial carpintero), las perspectivas son halagüeñas: "Esta obra implica un gran beneficio para Lima. En los 15 años que hace que vivo aquí casi no hubo cambios. Ahora se ha producido un gran movimiento. Había un solo hotel y estaba cerrado; ahora se reabrió y hay tres más. Proliferan los negocios de todo tipo y se acabó la desocupación. Prácticamente todo Lima trabaja en la obra, especialmente la gente joven que se empleó en la administración de la empresa alemana. En la gente del pueblo hay una gran esperanza; se comenta que se abrirán algunas industrias que darán ocupación permanente ...".
Sea cual fuere el fundamento de estas versiones, lo cierto es que un delirio casi paroxistico se ha apoderado de Lima. Prueba de ello son la multiplicación del precio de la tierra, la aparición de un diario local titulado El Protón y el surgimiento, en medio de un paisaje urbano de características coloniales, de comercios que ostentan en su frente carteles tales como: "Pastas Frescas, Quesos y Fiambres La Nuclear".

 

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