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Los partidos políticos, es cierto, habían sido disueltos por decreto a las pocas horas
del derrocamiento de Arturo Illia. Pero, hasta tanto el vacío no tendía a ser cubierto
por nuevos nucleamientos, la medida era poco más que formal, una tregua consentida por
todos para reubicarse. Por lo demás, las agrupaciones tradicionales habían virtualmente
caducado antes del 28 de junio de 1966, y la fuerza creadora de la Revolución, la aptitud
para hacer surgir otros mecanismos, no se había manifestado todavía: se trata, por
supuesto, de que las prioridades adoptadas relegan hasta un tiempo todavía distante la
solución de ese problema.
En las Fuerzas Armadas, casi nada debió ser cambiado. La Iglesia Católica, las
organizaciones empresarias, no encontraron razón para relevar a sus directivos. El juego
de los factores económicos no fue trastrocado en ningún momento. Las universidades
fueron intervenidas, pero no surgió, ni mucho menos, una enseñanza superior ensamblada
con los fines de la Revolución. Las medidas administrativas, económicas, financieras,
fiscales, tuvieron el común denominador del ordenamiento, pero carecieron objetivamente
del tono revolucionario. Hay distintas opiniones posibles sobre la actuación de Adalbert
Krieger Vasena como titular de Economía, pero no resulta fácil demostrar que su plan
hubiera sido impensable bajo un gobierno constitucional.
Sin embargo, el 27 de marzo, cuando terminó la entrevista entre el secretario de Trabajo,
Rubens San Sebastián, y los dirigentes de la C.G.T. un nuevo sindicalismo argentino
había nacido: casi simbólicamente, el evento se producía, puntualmente, nueve meses
después de haberse instaurado el gobierno revolucionario. Una enunciación anecdótica de
los temas tratados aparece como poco significativa: la conferencia es apenas protocolar,
rutinariamente cordial. Hay siete puntos que la central obrera plantea al secretario de
Trabajo, reducidas esencialmente a tres: olvidar el plan de acción y no tomarlo como base
para un ajuste de cuentas con los sectores gremiales; actualizar los salarios; coordinar
la participación sindical en las decisiones vinculadas con el régimen de trabajo. El
secretario no asume ningún compromiso, insinúa una nueva reunión, enuncia sus deseos de
que exista un movimiento obrero unido y fuerte para beneficio del país, anticipa que el
Poder Ejecutivo no intervendrá en los asuntos internos de las organizaciones laborales.
Todo tan inofensivo como una limonada, en apariencia: sin embargo, en esa entrevista
surgió el nuevo sindicalismo, el primer fruto concreto de la Revolución.
Durante once años, los gremios, con hegemonía peronista, se habían dedicado
sistemáticamente a hostilizar a todos los gobiernos: Lonardi, Aramburu, Frondizi, Guido,
Illia fueron jaqueados por un justicialismo sindical que sólo parecía tener capacidad
para destruir, perturbar, irritar. Esa táctica sin estrategia era profundamente
incoherente: los jerarcas argentinos no adhieren a la concepción marxista de la lucha de
clases ni aspiraron nunca a la captura del poder por vía violenta para establecer una
dictadura proletaria. Casi trade-unionistas, casi social-demócratas con características
sudamericanas, se preocupaban por el desarrollo de las obras sociales, las policlínicas,
los campos de recreación para sus afiliados. Pero, controlados por el peronismo,
hostigaban sistemáticamente a los gobiernos y perjudicaban a los empresarios, sin querer
hacerlo, en planes de lucha que iban dirigidos contra los equipos políticos en el poder.
Los gobiernos sucesivos alternan, frente a esa táctica, las represiones con los intentos
de captación, pero tampoco definen una política ni limitan un campo de acción
específico y concreto para el movimiento sindical. En la perspectiva histórica, que no
se mide por las anécdotas del momento, puede consignarse que la sucesión de planes de
lucha termina finalmente con un triunfo y no con una derrota de la central obrera. Ese
hostigamiento había sido constante hasta coadyudar al derrocamiento de Arturo Illia;
luego, como un reflejo condicionado, se intentó repetir durante el gobierno de Onganía.
Pero Onganía, en cuanto representaba a un régimen revolucionario, obliga a los
gremialistas a retroceder y ubicarse en la nueva realidad: la conducción había quedado,
al 27 de marzo, descalabrada, pero se había conseguido algo fundamental. Con el método
de ensayo, error y ensayo, la C.G.T. podía descartar ya para siempre los planes de lucha
e incorporarse al proceso. Nunca había querido ser una C.G.T. marxista de enfrentamiento;
ahora se decidía, con absoluta coherencia, a transformarse en una C.G.T. de
colaboración. Y si el último combate había terminado en derrota, la paz era más que
honrosa: marcaba términos inéditos para una participación efectiva en las soluciones
nacionales.
Sin histeria, sin gestos estridentes, sin intervención ni detenciones masivas, el poder
revolucionario había logrado, por simple acción de presencia, la transformación social
del sindicalismo argentino. Ahora sólo queda por formalizar el operativo.
Los últimos episodios, a la vez, sirvieron para demostrar hasta qué punto había llegado
el vacío de poder en la Argentina: el gobierno no necesitó utilizar ninguno de los
mecanismos despóticos que preveían sus adversarios sino, simplemente, demostrar que
estaba allí, que frente al plan de acción había un poder existente para terminar con el
pleito. Gobierno y central obrera pudieron, así, salir fortalecidos de la prueba. La
contrarrevolución no había sido capaz de jugar a la división para iniciar una
operación en pinzas, aislar a los sectores esencialmente revolucionarios, enfrentarlos y
destruirlos. En realidad, la contrarrevolución no había comprendido que esa disputa
tenía otro signo y serviría para establecer definitivamente la pauta que tendrían, en
adelante, las relaciones.
Desde un punto de vista formal, los cambios en la conducción sindical serán escasamente
significativos: ni siquiera toda la vieja guardia cederá su puesto a la. segunda línea,
ya que en algunos gremios el operativo puede ser fuertemente perturbador. El proceso
parece conducir inexorablemente al relevo de la mayoría de los directivos del Comité
Central Confederal, a un congreso extraordinario cegetista. El centro de gravedad pasará,
además, de la Unión Obrera Metalúrgica (Augusto Vandor) a Luz y Fuerza (Juan José
Taccone) y el cegetismo trazará una estrategia de participación.
El desplazamiento de los metalúrgicos en favor de Luz y Fuerza responde a razones
políticas elementales: el gremio de Vandor aparece con una imagen muy politizada, estuvo
muy jugado con los planes de lucha, fue demasiado tiempo el eje de las hostilidades; sólo
Luz y Fuerza, entidad no adherida formalmente a las 62 Organizaciones pero con una
posición afín, puede ocupar su lugar dentro de la tendencia mayoritaria del gremialismo.
Existe una circunstancia complementaria: el retiro de Vandor, en el sindicato
metalúrgico, es muy costoso organizativamente y aparece como poco probable, pero sin ese
retiro la UOM no puede ya tomar la iniciativa; el relevo voluntario de Juan José Taccone
no perturba la estructura interna de Luz y Fuerza.
Luz y Fuerza sin Taccone, pero con una estrategia que marcó Taccone en su momento (un
dirigente que no vio con buenos ojos el plan de lucha), pasará así a ser la columna
vertebral del nuevo sindicalismo. La doctrina de la participación es la clave de la nueva
actitud: el enfrentamiento queda relegado.
Pero el significado de esa participación puede encontrarse quizá en e! viaje que, hace
poco, realizó el dirigente de Luz y Fuerza, Luis Angeleri, a Israel: allí, la Histadruth
(C.G.T. israelí) es una de las grandes potencias empresarias del Estado. El ejemplo
sería válido: no se trata de que Id C.G.T. entienda que participar es compartir el
gobierno, pues eso entrañaría un privilegio sobre otras fuerzas que se consideran con
derecho a hacerlo y significaría establecer el embrión de un régimen representativo
corporativista, antidemocrático en su esencia, basado en la dictadura
nacional-sindicalista, una experiencia que la Argentina ya conoció parcialmente y que ni
la C.G.T. peronista quiere repetir.
Participar, en cambio, sería no delegar ya en el Estado la solución de todos los
problemas: participar es promover las obras sociales e iniciar la construcción de plantas
industriales en poder de la organización sindical. Frente al problema tucumano, por
ejemplo, Angeleri propuso que no se siguieran derivando las protestas hacia el anacrónico
mecanismo soreliano de inconducentes huelgas generales, sino que se estableciera un
ejemplo para la comunidad: en lugar de perder tres días de salarios en tres días de
paros, los trabajadores derivarían esos fondos hacia la C.G.T., reuniendo así tres mil
millones de pesos. Esos tres mil millones serían más que suficientes para establecer la
primera planta piloto, industrial, en Tucumán; dar ocupación a obreros de esa provincia,
sin trabajo. Constituirían un paso inicial importante para convertir a la C.G.T. en una
fuerza también empresaria, que realizaría la interesante experiencia de desarrollar una
potencia hasta ahora inédita en un marco desusado.
En lo inmediato, más allá del proceso básico, la crisis cegetista -una crisis de
crecimiento- queda trasladada al interior de los distintos nucleamientos. Un esquema
aproximativo de la situación, en ese sentido, es el siguiente:
62 Organizaciones. Vandor
pasó a ser discutido y fue enfrentado por Adolfo Cavalli, petrolero, que dialogó
intempestivamente con el ministro Borda mientras la línea dura no era abandonada
formalmente. El incidente casi eclosiona con una secesión de la Unión Obrera
Metalúrgica, obviado por el mismo Vandor.
62 Organizaciones de pie.
Mientras Amado Olmos y Andrés Framini, en la línea dura, tratan de conseguir una alianza
con algunos vandoristas, saltando sobre las fronteras que separan a las dos
"62", José Alonso trata de conseguir apoyo en los Independientes. Pero ni
Perón parece respaldarlo ya. En una reciente carta, el ex presidente señala que
"...yo, que debería sentirme satisfecho por la derrota de Vandor, no puedo hacerlo
porque fue derrotada la clase trabajadora. No puedo adherirme a algunos hombres de las 62
de Pie que se centran en el enfrentamiento con Vandor. No entienden que el enemigo
interno, Vandor, ya está liquidado, por cuanto ha perdido la confianza que en él
depositaban algunos hombres de las Fuerzas Armadas y algunos sectores políticos y porque
es evidente la derrota del vandorismo como fuerza política en el campo sindical". El
tiro por elevación contra Alonso es visible. Alonso, al mismo tiempo, trata de maniobrar
con algunos independientes, como el viajante de comercio Marcos Almozny.
Independientes. Su fuerza
principal sigue siendo el poder de arbitraje entre los dos nucleamientos y distintos
subnucleamientos peronistas.
No alineados. Los dos
únicos gremios importantes que tienen están demasiado comprometidos en actitudes
antigubernistas (La Fraternidad, y la Unión Ferroviaria) y no pueden acceder a puestos
claves en la C.G.T.
También ese panorama contribuye
a marcar la zona por donde transitará la hegemonía sindical en los próximos meses, en
los próximos años. El complejo de derrota ya ha desaparecido de la C.G.T. y el nuevo
sindicalismo surge como consecuencia natural de una revolución que, según el mismo
presidente Onganía, no se realizó contra los sectores del trabajo sino para construir el
país con todos: "La Revolución -enfatizó el 7 de noviembre de 1966-, inspirada en
una voluntad de cambio colectivo, no reconoce enemigos en ningún sector particular de la
población". Todos esos sectores, ahora, comenzarán a transitar en el ritmo de la
nueva situación: el camino fue abierto por la C.G.T., a la que solamente falta formalizar
esa vocación con una estrategia que incluya, por un tiempo significativo, la suspensión
de los enfrentamientos y las huelgas, reforzando la voluntad de participar en la historia
que se está construyendo.

Rubens San Sebastian |

Onganía

Tacone
IZQUIERDA
Sobre las olas
Durante las últimas dos semanas
se agudizaron, en la izquierda argentina, las diferencias entre el partido Comunista y
otros grupos más proclives a las teorías de Fidel Castro. Todo empezó 14 meses atrás,
en la Conferencia Tricontinental de La Habana: uno de los planteos básicos que llevaban
los delegados cubanos era la constitución de la OLAS (Organización Latinoamericana de
Solidaridad), una especie de Internacional que operara en América, similar a las que ya
existen en Asia y África.
Por supuesto, los partidos comunistas ortodoxos de Latinoamérica no adhirieron a la idea:
si se constituía la OLAS perdían el manejo de las izquierdas locales, en general menos
numerosas y peor organizadas que ellos. Pese a la oposición de los partidos comunistas,
sólo una voz se alzó en la Tricontinental para criticar la proposición castrista: la de
la abogada argentina Alcira De la Peña, veterana dirigente del comunismo argentino,
apenas una generación posterior a la doctora Alicia Moreau de Justo.
Después de su intervención, De la Peña cayó en desgracia en la Tricontinental:
inclusive el presidente Dorticós insistió, repetidamente, en confundir el nombre de la
delegada argentina llamándola "doctora De la Pira y doctora De la Piedra", lo
que llevó a De la Peña a aclarar, de viva voz, cuál era su verdadero apellido.
Como la moción cubana triunfó en la Conferencia, el Partido Comunista Argentino optó
por otra solución: detener, en la medida de sus posibilidades, la creación de la OLAS en
la Argentina. En poco tiempo, eso llevó a una situación de hecho: la existencia de dos
OLAS. En una de ellas vegetan los adustos representantes del P.C. y de algunas de sus
sucursales políticas más conocidas (Movimiento de la Paz, Liga por los Derechos del
Hombre). En la otra opera una serie de grupos políticos de la izquierda no tradicional:
el Movimiento de Liberación Nacional; la Acción Socialista Argentina, capitaneada por el
folklórico ex diputado Juan Carlos Coral; la Juventud Revolucionaria Peronista; el Centro
Revolucionario Camilo Torres, un grupo de católicos izquierdizados; la Acción
Revolucionaria Peronista, desprendimiento de la J.R.P.; el grupo trotskista Baluarte y una
entidad de dudosa existencia: la Mesa Coordinadora de Juventudes Políticas. Sobre ella,
los miembros de las restantes agrupaciones temen que haya sido un invento del Partido
Comunista, porque desde hace dos meses sus representantes desaparecieron de las reuniones.

Alcira De La Peña
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POLÍTICOS
El movimiento continuo
A mediados de la semana pasada,
un extenso memorándum de la secretaría de Informaciones del Estado detallaba el
recrudecimiento de la actividad pública de personajes y grupos políticos. Además de una
extensa lista de pequeñas reuniones, el informe puntualizaba los siguientes hechos:
18 y 19 de marzo: Reunión
del Comité Nacional de la Federación de Partidos de Centro, donde se expusieron dos
líneas básicas frente al gobierno; un sector colaboracionista, integrado por los
representantes de provincias recientemente gobernadas por el conservadorismo, y una línea
opositora, con centro en la provincia de Buenos Aires, que trabaja en la gestación de un
frente liberal a través de conversaciones con demoprogresistas y radicales del Pueblo.
18 de marzo: Publicación
en el matutino Clarín, de Buenos Aires, de un extenso reportaje a Rogelio Frigerio, que
ataca duramente la política económica del Gobierno.
20 de marzo: Oscar Alende
reparte un comunicado a propósito de un periplo patagónico de 9.500 kilómetros de
longitud en el que mantuvo conversaciones políticas con dirigentes radicales
intransigentes. Señala la necesidad de reinstalar la democracia representativa y critica
al Gobierno por no producir la revolución.
21 de marzo: Extensa
conferencia de prensa del ex presidente Arturo Frondizi. que critica a algunos
funcionarios del Gobierno, aunque hace lo mismo con algunos opositores.
30 y 31 de marzo: Está
citada la Convención Nacional de la disuelta U.C.R.P.
1° y 2 de abril: En
Córdoba se producirá la reunión nacional del partido Demócrata Cristiano, preparada
algunas semanas atrás a través de reuniones zonales.
Diez días atrás, en el despacho
de Guillermo Borda, en el primer piso de la Casa Rosada, el ministro de Economía,
Adalbert Krieger Vasena, insistió en su preocupación por la excesiva politización de la
C.G.T. y reiteró su sugerencia sobre la modificación de la Ley de Asociaciones
Profesionales que propone la eliminación absoluta de cualquier clase de actividad o
declaración política por parte de los dirigentes sindicales.
Por toda respuesta, Guillermo Borda le ofreció el borrador de una ley -la de Pausa
Política- para que lo analizara. "Vea doctor -habría dicho Borda entonces-, si
impedimos la expresión política a través de la C.G.T. va a haber un florecimiento tal
de actividades de los disueltos partidos que no nos quedará otra solución que erradicar
absolutamente la actividad política." Krieger Vasena prometió estudiar el borrador.

Oscar Alende
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La opinión oficial
A fines de la semana pasada, un
redactor de Confirmado conversó nuevamente con el secretario de Trabajo, Rubens San
Sebastián. Los siguientes fueron los tramos esenciales de la entrevista.:
CONFIRMADO. - ¿En qué
condiciones se reabre el diálogo con la C.G.T.?
SAN SEBASTIAN. - El gobierno
sustentó reiteradamente la necesidad de un movimiento sindical fuerte y organizado. Ello
evidencia el pensamiento de que es necesario también el dialogo con los representantes
sindicales para el programa de cambios y realizaciones de la Revolución. Las condiciones
en que ese diálogo se reabre son especiales y no enteramente negativas, como suponen
algunos observadores interesados. Cabe, inclusive, destacar una, circunstancia positiva:
los hombres y las tendencias de la C.G.T. que arrastraron al movimiento obrero a un choque
frontal con el gobierno están derrotados, han demostrado que son inoperantes y que no
interpretan efectivamente a sus bases, que no cumplieron el plan de acción.
C. - ¿En qué medida el Plan de
Acción de la C.G.T. modificó las relaciones entre los sindicatos y el gobierno?
S. S. - El Plan de Acción no fue
inspirado por la conducción de la C.G.T. La disputa entre distintos grupos sindicales y
coyunturas de tipo circunstancial hicieron triunfar en la dirección sindical la posición
ortodoxa. El tiempo reveló que no era la más conveniente para los intereses de los
trabajadores, a cuya defensa esa dirección está obligada. Las relaciones entre el
gobierno y la C.G.T. se deterioraron mientras primó en ésta un pensamiento que no era el
propio. El levantamiento del Plan de Acción indica el triunfo de una posición
constructiva, y ello traerá apareado, sin duda, un replanteo de las relaciones, sobre las
bases fijadas por el gobierno al comienzo de su gestión.
C. - ¿Cómo fluctuó su
predicamento entre los trabajadores desde que asumió su cargo actual?
S. S. - Luego de largos años de
ejercicio de la función mediadora, desde la Dirección General de Relaciones del Trabajo,
mis puntos de vista sufrieron en las últimas semanas una dura confrontación con la tesis
de los líderes sindicales. A medida que el tremendismo ganaba terreno en la conducción
gremial, los dirigentes dejaron de frecuentar la secretaría de Trabajo. Ahora vuelvo a
recomponer el viejo diálogo, con paciencia, tratando de mitigar los efectos de una lucha
desastrosa para el movimiento obrero, que ha dejado en sus filas un saldo penoso. |
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