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Meneses, sin inmutarse, rechaza el cargo y cuenta anécdotas relacionadas con los
abogados. "Tiene un fichero de delincuentes más completo que el de la policía. A
mí me hubiera sido de gran utilidad", comenta refiriéndose a un conocido penalista
cuya clientela -según confesión de éste- agrupa a un centenar de maleantes, Pero
Meneses, que lo clasifica entre "los que no pueden hablar bien de él",
rectifica:"Agréguele dos ceros más".
Marcos Oscar Litvak, un penalista joven (colaborador del doctor Luis I. Berkman)
cree que "lo más positivo de Meneses fueron las patrullas encargadas de la
vigilancia callejera. "En la represión de la delincuencia -dice- fue eficaz, pero
con violación de otras normas del Código Penal (Apremios ilegales)".
Ovillándose en su sillón y entrelazando sus piernas con los brazos, Litvak
desliza una mirada de orgullo por los tomos encuadernados que tapizan el estudio del
doctor Berkman, donde atiende en su ausencia. Con voz reposada y vigilando la
transcripción del periodista ("Si se equivoca lo desmiento") reflexiona:
"Como hombre de derecho, la bondad de la función ejercida por Meneses no me merece
la opinión laudatoria que sería de desear. Pero los apremios ilegales no son invento de
Meneses. Han sido práctica corriente en otras épocas, tanto en la policía argentina
como en todas las policías del mundo".
En su casa de la calle Charcas (garage al frente, hall suntuoso al gusto rococó
del 900, con el bufete contiguo), Ireneo Molina Pórtela, uno de los penalistas de más
larga actuación en Tribunales, se cruza de manos y se pierde en una nebulosa evocación.
"Conozco a la policía de memoria", se jacta. "Para mi solo hubo dos
grandes Jefes de investigaciones: Eduardo Santiago y Evaristo Meneses. La intuición de
Meneses era asombrosa. Veía a una persona por la calle y sabia si era un señor o un
delincuente."
La evocación concluye con una confidencia: "Nunca tuvo automóvil propio.
Usaba el de una persona amiga de él y mía. Muchos procedimientos los hizo con ese coche
prestado, porque la policía no tenia vehículos para facilitarle". Al oír la
palabra picana, reacciona; "Créame que los abobados que no apañan delincuentes
deben tener admiración por Meneses, Cuando los detenidos le faltaban el respeto, usaba
las manos. Pero no la picana. Si hubiera tenido una sola acusación por apremios ilegales
sus enemigos habrían usado contra el ese argumento. Yo doy testimonio de que ni el loco
Rivero, ni Aranguis, ni la banda de Prieto ni la gente de Villarino ni ninguno de los
detenidos por Meneses que yo defendí y que pasan del centenar, lo acusaron de apremios
ilegales.
"Mi picana -comentó Meneses- era el lápiz. Los asustaba haciéndoles
cosquillas con la punta del lápiz. Lo que ellos temían era la condena. Sabían que
conmigo no había arreglo. Yo de aquí y ellos de allí. Policía contra
delincuentes".
El "arreglo"
Casa Muñoz. 214 trajes. Un hurto
hormiga. El ladrón un empleado de la firma, se las había ingeniado para llevárselos
vestido debajo de otro traje holgado que los cubría totalmente. Meneses tomó
intervención y logró el secuestro de la mercadería. La casa quiso obsequiarle un traje
a él y a los miembros de la brigada. Meneses permitió que sus muchachos fueran
gratificados, pero él rechazó el ofrecimiento.
La coima o el soborno, inclusive el agradecimiento en pequeña o gran escala,
resbalaron siempre por su conciencia. sin llegar a tentarlo. "Sé positivamente
-afirma el abogado Portela- que uno de los asaltantes del Banco de San Miguel le ofreció
más de un millón de pesos para que lo dejara fuera del asunto. Pero cuando la oferta
llegó a sus oídos intervino con más saña. Detuvo a toda la banda y recuperó los 30
millones que los chorros habían limpiado de la caja fuerte. Meneses no transaba en nada.
No le importaba nada de políticos o influyentes, Era de un señorío que hace honor a la
policía."
El caso del joyero Porcel pinta de cuerpo entero la personalidad de Meneses. De
vacaciones en Europa, Porcel se enteró que en su negocio de la calle Rivadavia al 11200
le habían robado cuatro millones de pesos en alhajas. Nueve días después, de regreso en
Buenos Aires, fue a ver a Meneses, quien había tomado ya intervención en el asunto v.
por la técnica del robo (un boquete abierto en la pared desde el negocio contiguo),
había identificado a los ladrones.
Porcel concurría todas las mañanas a Robos v Hurtos, pero Meneses no soltaba
nada. Cada vez que lo veía exclamaba fastidiado: "¡Otra vez por aquí¡ Ya me tiene
cansado. ; Qué se cree ? ; Qué no hacemos nada ?" El robo era el tema del día. Los
amigos de Porcel lo preparaban: "Hay que saber perder. La policía, este asunto no lo
descubre más y si lo descubre entrega la cuarta parte. El resto se lo guarda".
Meneses quiso darle una lección.
"Ya que usted cree que la policía se queda con los brazos cruzados le voy a
dar parte en la investigación. Véngase esta noche con su coche. Vamos a montar guardia
juntos." Una tarde, Meneses lo llamó por teléfono y le dijo que lo esperara a las
nueve de la noche frente al Tiro Federal. "Cuando llegó -cuenta Porcel- ya traía al
ladrón, Me invitó a ir a la cueva de Ali Baba, un departamento de la calle 11 de
Septiembre, donde, según había confesado el detenido, íbamos a encontrar todas las
joyas. Le fallaron las ganzúas, pero Meneses, sin perder la calma, tiró abajo la puerta
y me dijo; 'Entremos nosotros dos primero. Quiero que esté presente cuando hagamos el
inventario'. Y así fue. Estuvimos hasta las siete de la mañana clasificando las joyas.
Cuando regresábamos a Robos v Hurtos -agrega Porcel-, comenzó a morderme el gusano de
una preocupación que me rondaba por la cabeza desde el momento en que había visto las
alhajas. "¿Cuánto le doy a Meneses?" En medio de la alegría de todos, mi
perplejidad desentonaba. Di vueltas sin atreverme a abordarlo. El éxito v la limpieza del
procedimiento me obligaban a gratificarlo. Pero Meneses se me adelanto;
-Le noto que tiene un entripado.
-No, señor Meneses.
-Usted no me engaña. Se le ve en la cara. Y se lo voy a decir. Está pensando con
cuánto me va a arreglar.
Traté de explicarle.
-Vea. señor Porcel -me dijo-. En el corto tiempo que hemos estado luchando juntos
nos hicimos amigos, Olvídese de lo que está maquinando. No quisiera terminar mi amistad
metiéndolo preso.
Porcel logró hacerle aceptar una
medalla ("Al comisario Evaristo Meneses, policía ejemplar") y obtuvo su
consentimiento para publicar una solicitada en la que enaltecía el buen comportamiento de
la brigada y de su ofendido jefe.
"Lavoro, lavoro, y más
lavoro"
A Meneses no le gustan las
novelas policiales. El hampa de los libros le parece irreal. ''Los delincuentes de verdad
-dice- andan en coche, bien trajeados y con uñas lustradas". Cuando se hizo cargo de
Robos y Hurtos los muchachos salían a buscar hombres con cara fea y mal vestidos.
"Una vez -recuerda- me trajeron detenido por error a un sospechoso que tenía los
zapatos destripados. Sin necesidad de interrogarlo, les dije que lo soltaran. Lo menos que
puede hacer un malhechor es afanarse un par de zapatos. Pero no hay reglas sin
excepciones. A veces alguno tiene cara de chorro".
La brigada de Robos y Hurtos tenia solo 13 hombres: dos oficiales, dos sargentos y.
el resto, personal de tropa. Meneses les exigía que lo siguieran las 24 horas (dormía,
habitualmente, cuatro). A las 9 de la mañana estaba en su despacho cumpliendo las tareas
administrativas. Después de una breve siesta reanudaba sus funciones en Robos y Hurtos y
a la noche salía de caza. |

Nadie lo sigue, Meneses viaja confiado sin otra protección que
la que le brinda su pistola 45

Molina Portela: "Es un policía cabal, incorruptible"

El joven abogado Litvak
"Meneses ya pasó de moda"

Iderla Anzoategui, la biógrafa frustrada

La 45 en su lugar de rutina mientras Meneses viaja. En segundos,
la bala está donde apunta el ojo
Sus estrategias de
seguimiento colman la medida de lo verosímil; en ocasiones, cuando el
"aguantadero" del ladrón era demasiado solitario como para mentar guardia en la
calle, lo esperaba en la misma casa, doblado en cuclillas dentro de la carbonera.
"De noche -refiere Meneses-, Buenos Aires es otro mundo. Es otra gente la que
va por sus calles. La que está en acecho y ve bajo el agua. Individuos que lucran con el
vicio de otros. (El hombre -acota- delinque para satisfacer el vicio y no por egoísmo).
Si emplearan la misma habilidad para una empresa comercial ganarían más que con el robo.
El hombre de la calle, el "gil", como le llama el hampa, tiene una idea
equivocada de delincuente. Lo idealiza. Cree que es un héroe, pero es un cobarde. La
valentía es un impulso noble. El ladrón mata por temor. Son muy pocos los que se
regeneran. Conocí a algunos. Eran delincuentes activísimos, a los que en un momento dado
una mujer encauzó por una nueva vida. Yo fui amigo de ellos. Los visité v traté de
ayudarlos.
Créame que para el policía es muy importante conocer la psicología del hampa. La
inclinación de estos hombres hacia ciertas formas del delito no es casual: es una
consecuencia de su temperamento y de sus cualidades intelectuales. Persisten toda la vida
en su especialidad. De viejos, su impulso se atempera. El pibe Muñeca, hábil ratero en
su juventud, me confesaba: 'Jefe, me tiemblan las manos. Cuando estoy adentro de una casa
tengo miedo'. Como él, los ladrones, al llegar a viejos, se hacen cuenteros, levantan
juego o venden cocaína. Pero son un peligro toda la vida. Muchos se convierten en jefes
de banda. Se rodean de jóvenes y los aleccionan y amparan, explotándolos con el cuento
de sus hazañas. Lo mismo que el jugador de fútbol, que se hace entrenador".
El método de Meneses se resume en esta definición: "Lavoro, lavoro y más
lavoro". Y agrega: "La carrera del policía de acción es ingrata. Tiene que
abandonar el estudio y otros policías lo aventajan. Y además hay que exponerse y andar
en la cuerda floja, frecuentando tos lugares de libertinaje y trabando relación con
hombres y mujeres de vida dudosa. La gente piensa siempre lo peor de un policía. Yo
tenía hasta vergüenza de ir a un cine pensando que el público podría juzgarme:
"Mira a Meneses. Mientras él se divierte los chorros andan sueltos".
(sigue)
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