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"Mais, mon ami, le tourisme...-continuó-; esa industria evidentemente desconocida en
la Argentina podría aportar muchos sabrosos dólares a sus pobladores". Mientras
luchaba con un salmón "trés magnifique", empezó a desgranar cifras:
"México logra quitar a sus turistas alrededor de 500 millones de dólares (el
periodista recordó que esa cifra no es muy inferior al monto anual de nuestras ventas al
exterior de carne, el primer rubro dentro del cuadro tradicional de exportaciones);
España, alrededor de 600 millones..., ¿y ustedes...?"
Su interlocutor no pudo menos que reconocer su ignorancia al respecto y agregar que
"quizás no existan estadísticas al respecto..."
LAS DOS CIUDADES
Así es como los
21.500 kilómetros cuadrados de tierras feraces, con montes llenos de conejos
("algunos tan grandes como perros"), patos salvajes y avutardas, y sus riachos y
lagos pletóricos de salmones y truchas permanecen vírgenes para el turismo. Sólo
algunos industriales madereros aprovechan los bosques fueguinos, de los que cortan sus
grandes árboles sin tomarse, casi siempre, el trabajo de reforestarlos.
La mayoría de sus escasos 10.000 habitantes se agrupan en Río Grande (la capital
económica de la región) y Ushuaia (la capital política). A primera vista el visitante
nota que Río Grande es "la ciudad de Tierra del Fuego". Cuando en la Argentina
todavía se sacaba petróleo, Río Grande fue el centro de la producción de oro negro de
la región. Actualmente sigue teniendo la primacía gracias al frigorífico CAP y a la
lana que aquí se comercializa. Ushuaia cuenta, en cambio, con sus fábricas de conservas
(cholgas, un anjar exquisito, casi desconocido en Buenos Aires), su Casa de Gobierno y su
sucursal de Correos.
Caminar por la avenida Maipú, que bordea la bahía de Ushuaia, es una lección para
cualquier argentino. También es un desafío. Ver esos edificios trabajosamente
construidos, apreciar la enorme proporcio´n de chilenos que transitan por allí, notar
más allá de las montañas toda la riqueza casi virgen, todo eso conforma un doloroso
contraste con el ambiente de las grandes ciudades del norte y el rosario de lamentaciones
que emiten no pocos de sus habitantes. "Aquí ya no hay oportunidades, es necesario
radicarse en el extranjero", frase típica que pierde su sentido en estas tierras
apenas holladas por el hombre.
Claro que no todo es culpa de los quejosos. Tampoco el gobierno nacional hace mucho para
promover la radicación de argentinos en la alejada zona. Recién en los varios años de
gobierno del casi mitológico capitán Campos, un marino designado por el gobierno de
Aramburu para representar al Poder Ejecutivo en Tierra del Fuego, que se mantuvo hasta el
advenimiento de Illía, sus habitantes vieron crecer algunas muestras de civilización. De
este marino-colonizador, casi tan discutido como respetado, se cuentan anécdotas dignas
de una historia del Far West. Un poblador recuerda haberlo visto en camisa ayudando a
construir un pequeño hospital; otro, entre interjecciones irreproducibles que señalan su
admiración, comenta: "la vez que entró en el almacén de C. y dirigiéndose al
patrón le dijo: 'Estos huevos están más caros de lo que corresponde; sacale el
cartelito y me los rebajás a la mitad".
EL ESCANDALO FUEGUINO
De tanto en tanto,
algún turista. Pero también, de tanto en tanto, un problema. El más famoso, el que
llegó a tener repercusiones inclusive en la orgullosa Buenos Aires, fue el protagonizado
por el periódico "El Imparcial".
Este órgano periodístico publicó en su número del 19 de febrero pasado una nota donde
denunciaba un escándalo gremial: en un estableciemiento cercano a la capital fueguina se
pagaba a los obreros -la mayor parte chilenos- en especie.
Pero esto no fue lo más grave. En un parágrafo titulado "Soberanía: agítese antes
de usar", señalaba la gran cantidad de ciudadanos chilenos que habitan la región y
afirmaba: "El porcentaje abrumador de extranjeros sobre argentinos ostenta ribetes
que desdicen una soberanía, que la transforman en soberanía simbólica".
Malas interpretaciones hicieron estallar la bomba. El delegado de la Comisión de Zonas de
Seguridad de Tierra del Fuego, capitán de fragata Atilio A. Barbadori, quizás temiendo
el comienzo de una campaña antinacional, solicitó al director de la publicación un
informe que se consideró violatorio de la libertad de prensa.
Inmediatamente, la reacción. Denuncias al Ministerio de Defensa, apelaciones a las
entidades periodísticas y, por fin, previo un ataque misterioso a la imprenta de "El
Imparcial" -que no impidió su cotidiana aparición-, una condenación de la
Asociación de Entidades Periodísticas Argentina. Sólo un saldo positivo de este
lamentable incidente: dio tema a los 4.000 habitantaes de Ushuaia para charlar durante
bastante tiempo.
¿UNA TIERRA FRUSTRADA?
"Pero estos son detalles
-comenta un antiguo poblador italiano- darle demasiada importancia a estos episodios es
querer quedarse en la cáscara del problema sin atreverse a llegar al carozo".
Explicó su tesis: "Si algunos establecimientos pagan a sus obreros con madera, si un
alto oficial cree ver una conspiración en una simple denuncia periodística, no es porque
aquí la gente sea excepcionalmente mala o excesivamente sensible; es porque aquí se
sufre la sensación de creerse enterrado en vida. Yo gano bastante bien pero, ¿dónde
puedo gastar mi dinero?" Y el mismo hombre se contesta: "En ningún lado; a lo
sumo, en el boliche...
Este ciudadano, casi sesentón, presentó un problema. La solución está más allá de
las palabras, está en las manos que deberán transformar la tierra salvaje en tierra de
hombres.
Mientras Tierra del aFuego sólo sea noticia cuando algún barco chileno intenta
desembarcar gente en la isla Picton o en cualquier otra en litigio, mientras los
argentinos sólo recuerden que en Ushuaia hubo, en otra época, unpenal, el problema
seguirá pendiente. Tierra del Fuego seguirá meciéndose en la cuerda floja, corriendo el
riesgo de caerse en el abismo de la frustración. Hasta entonces, persistirá con sus 13
establecimientos educacionales, sus dos hospitales (uno perteneciente a la Armada
Nacional) y sus ocho hoteles. La esperanza todavía no fue arriada.
Alfonso Marrorena |










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