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El resultado más visible de esta
designación es mientras Getino y colaboradores elaboran una ley de recambio de la
18.019 actual el estreno de un subido lote de films extranjeros y nacionales que los
argentinos estábamos impedidos de ver en nombre de mira que bien-imposibles
jerarquías paternalistas y autoritarias. Algunos bodrios, algunas porquerías que nadie
se explica por qué estaban prohibidas contaron con el inmenso favor de poder publicitarse
¡canallunes! como ex cintas prohibidas. Pero entre todo esto, también una
obra de arte notable y transformadora. Gritos y susurros, de Bergman y un documento
excelente, Estado de sitio, de Costa Gavras. Es probable que, en medio de esta euforia, en
donde muchos están haciendo pingües negocios (lo prohibido sigue siendo fuente de
taquillas). aún no se haya medido justicieramente el más saludable aspecto de este
episodio.
Ahora que la cosa pinta como para que la censura reciba una merecida pateadura en
el traste y Getino le ordene irse a la cucha cada vez que se acerque, cabe por
carácter de identidad que nos acordemos de todas aquellas formas de represión en
las que vivimos y crecimos en los últimos 20 años, de las bravas y cruentas que algunos
argentinos padecieron hasta su muerte, hasta las más frívolas o intelectuales que
tuvimos que aguantarnos los que vivimos de este lado de las rejas (tirones de orejas por
el uso de pelo largo o minifaldas, secuestros de películas, intervenciones de teléfonos.
etc.) Ahora, tenemos que acordarnos (porque son una misma cosa y porque no se acabaron
para siempre) de la era siniestra del comisario Margaride metiéndose en la vida de la
gente y husmeando por los hoteles alojamiento; de las razzias de libros políticos; de la
prepotencia de la grúa o de los inspectores municipales "fabrica boletas"; de
las sirenas de la policía ululando todo el día por la ciudad metiendo temor y
parálisis; de la censura de todos los días; de la violencia de la pavada; de la
dictadura que impone la desigualdad de oportunidades. De todo esto y no es todo. De la
censura, amén.
A estas formas de violencia y represión políticas e ideológicas ataca la medida
en contra de la censura cinematográfica. En unas declaraciones recientes, Getino aclara
aún más la cosa:
"la censura, como la tortura, no es el problema central de una sociedad, sino
el más visible, en donde la violencia de esa sociedad se explícita: en el corte de la
tijera del censor o en la picana del torturador. Pero no significa esto que desapareciendo
la picana o la tijera desaparezca la violencia que han generado estas cosas. Esta
violencia, si existe un sistema de dependencia cultural, va a seguir canalizándose bajo
otras formas más encubiertas, más sutiles que a veces, pasan inadvertidas".
Es cierto, acaso el tema de la censura cinematográfica (su fin, que no es su fin,
sino una moderada, reparadora descompresión) sirva como metáfora para explicar una parte
del poder, un modo de dominación, acaso la figura del censor mayor. Ramiro de la Fuente
importe igualmente, no como el más ogro del barrio sino para ejemplificar acerca del tipo
de conductores que nos tocaron. Acaso sea todo más fácil, o más entendible, o menos
impresionante, entender a través de una película mutilada que a través de una persona
mutilada. ¿Por qué no? Cualquier camino vale. El asunto es entender.
La censura
Dentro de un esquema político en
el que el poder descree absolutamente de las posibilidades inteligentes de la ciudadanía.
de su entendimiento, de su madurez, de su sentido de la elección, de su discernimiento
lógico acerca de lo que es bueno, malo, o engorda, la esencia de una censura artística
rígida no debe causar extrañeza. Una decisión de la Cámara del Crimen originada en un
caso de censura a un film en el año 1964, lleva más luz a este cuadro: para ejercer la
censura, se sostenía allí, "no se parte de ningún criterio especializado sino del
plano del hombre y de la mujer común, de la gente anónima y corriente que constituye la
inmensa mayoría de dicho público y cuyo normal criterio será naturalmente conformado
por las pautas culturales de nuestra civilidad, de nuestras costumbres, de nuestro
ambiente, de nuestro modo de sentir y de nuestro estilo de vida". Que en resumidas
cuentas no quiere decir ni medio; pero para el caso importa porque quiere decir todo.
También la censura actuaba de esta manera: aplicaba un código colmado de
criterios excesivamente enunciativos y genéricos y castigaba sin definir. Pero así y
todo, casi sin reglas escritas aclaratorias, se dio el lujo durante muchos. años de
tutelar los modos de distracción de los argentinos, de meterse en la cabeza de la gente y
manotear en el área de sus predilecciones artísticas.
Estos carcamanes del "no va" libraban impunes su guerra al pensamiento,
en un matiz tan amplio como carente de selección en el que igual eran y valían Bergman y
Armando Bó. Cuando trabajaban se ponían el traje de los oscuros, esos a los que no les
interesa la adultez de la gente. Se dijo por allí que la censura argentina tenía
cuando no cierta inspiración en un celebre y ya en desuso código
norteamericano de censura, el código Hays. Lo dudamos, porque también según se dice, el
cuquito yanqui tenía la "delicadeza" de haber fijado hasta cuántos segundos
debía durar un beso como máximo de acercamiento entre un hombre y una mujer o prohibía
que en el guión de las películas se gritara "Fuego" previendo que algún
espectador dormido en la sala pudiera sobresaltarse y provocar una situación de pánico.
Esto ser un detallista de la gran siete no exime que el Código Hays o
cualquiera similar en el mundo nos parezca una basura.
Lo cierto es que en la Argentina la falta de normas más o menos precisas hizo que
la censura no tuviera una línea a que atenerse, nunca se sabía de qué lado iba a venir
el despropósito; Por su excesiva ambigüedad hubiera sido obra de sabios aplicarla con
justicia. Y bueno, estos chicos, con Ramiro de la Fuente a la cabeza (la poca cabeza) ya
se sabe, sabios no son.
Rastreando algunos archivos encontramos una investigación del semanario Primera
Plana fechada en 1968 y que señala que mientras se prohiben películas como Morir en
Madrid o Made in USA (porque no se terminaba de aclarar su sentido político o por lo que
putas pudiera) o Tierra de. Angeles, porque su tema central contenía una sublevación de
pobres contra ricos, se dejan pasar obras "inocentes sólo en apariencia:Tom Jones,
que contiene más sexo que cualquiera que haya sido cuestionada por desbordes de ese tipo
o la Leyenda del Indomable que pasó como una andanza más de Paúl Newman y es en
realidad uno de los más corrosivos panfletos jamás filmados contra todo un sistema
autoritario de cosas".
Esta especie de descriterio (que muestra a la censura a veces más papista que el
Papa y en otras como errándole al enemigo real) nunca podrá decidirse si fue o no una
suerte.
En la Argentina la mayor cantidad de cabezas solicitadas por la censura provinieron
de supuestos excesos en los rubros como sexo, política, y uso de drogas. Frente a los
cortes o a las prohibiciones cabía preguntarse: ¿qué clase de moral se pretendía
resguardar? ¿Qué es el bien.y qué es el mal para el país de los argentinos? ¿Cuáles
son. las buenas costumbres nacionales y cuáles las contrarias? ¿Qué forma, dimensión y
colores tiene .el estilo de vida argentino?. Como respuesta a estas preguntas, los
censores inflamados de pudor ajeno, mojigatería, prejuicio, fanatismo y una
respetable dosis de hipocresía decidieron que tos "infiltrados" tenían
forma de película, de libro, de obra de teatro, de exposición de arte, de ópera.
Temían, tal vez, el poder revulsivo de cualquier obra de arte que se precie, temían que
una película le hiciera funcionar excesivamente la croqueta a la gente. En el caso de la
censura cinematográfica, los muchachos no se conformaban con colgarle el atractivo cartel
de prohibida para menores de 18 años, sino que para autorizarla le aplicaban soberanos
tijeretazos.
Con su estilo de muerte, se erigían en protectores del estilo de vida, sin
diferenciar ni distinguir entre una obra maestra del cine y una obra maestra del cine
pornográfico. Frente a la moviola, la cabeza se le ponía hecha un cambalache y en tal
desbarre, los dibujos animados de Watt Disney se salvaron de pura casualidad.
Una punta de antecedentes
En 1961 la sanción del decreto
de censura cinematográfica 5797 desató una lluvia de pullas y embates contrarios. Hasta
ese momento todo se regía por el artículo 128 del Código Penal que reprime con diversas
penas los delitos de "corrupción y ultraje al pudor originado en la exhibición de
imágenes obscenas" y la relación entre la censura no establecida (pero existente) y
los que hacen negocio con la exhibición cinematográfica no era demasiado agitada. En los
diarios de la época las aguas se encrespan y salpican frases tan cursispero
lindascomo "Más vale una libertad peligrosa que una servidumbre
tranquila".
En septiembre de 1963, Guido, que fue un presidente de los argentinos, creó, poco
tiempo antes de entregar la manija, el Consejo Honorario de Calificación
Cinematográfica. Su decreto 8205/63, un regalito a los radicales, implanta el duro callo
de la censura en el biógrafo, la era del corte a diestra y siniestra. Con su creación
deroga la ley 62 de la "libertadora" sobre libertad de expresión que
especificaba la imposibilidad de efectuar prohibiciones.
En el año 1964 el entonces diputado Celestino Geisi presenta un proyecto de ley
para tirar abajo la censura, que ya había sido declarada inconstitucional en varios
fallos antológicos del doctor Vila un juez bueno. Nada se consigue hasta que el 24 de
diciembre de 1968, el ministro del interior de Onganía, Guillermo Borda, reestablece, la
más afilada ley de censura, la 18.019 esencia de la filosofía de la Revolución
Argentina "para prohibir determinados films, no para autorizarlos con
cortes". 47 artículos inauguraron una época terrible de secuestros, cortes,
clausuras, multas, allanamientos e incautaciones.
El artículo segundo amenaza con prohibiciones a aquellas películas que incurran
en las siguientes faltas:
1) Justificación del adulterio y
en general de cuanto atente contra el matrimonio y la familia;
2) Justificación del aborto, la
prostitución y las perversiones sexuales;
3) presentación de escenas
lascivas o que repugnen a la moral y las buenas costumbres;
4) apología del delito;
5) los que nieguen el deber de
defender la Patria y el derecho de sus autoridades a exigirlo;
6) los que comprometan la
seguridad nacional, afecten las relaciones con países amigos o lesionen el interés de
las instituciones fundamentales del Estado. |

Ilustración de Cascioli

Ilustraciones de Izquierdo Brown

Los que daban el tijeretazo
La ley preveía
que el Ente estaría integrado por un director general, dos directores adjuntos, un
secretario y secundado por un consejo asesor honorario integrado por quince personas que
representarían al Ministerio del Interior, al Ministerio de Defensa, la Secretaría de
Cultura y el Ministerio de Educación, la Secretaría de Prensa y Difusión y el Servicio
de Informaciones del Estado y a seis instituciones privadas "con notoria relevancia
en la defensa de la familia y los valores morales de la comunidad": Liga de Padres de
Familia; Liga de Madres de Familia, Liga de la Decencia de la ciudad de Rosario,
Asociación Argentina de Protección a la Infancia, Obras Privadas de Protección al Menor
y Obras de Protección a la Joven. Una nota memorable hubiera sido la crónica minuciosa
de alguno de estos encuentros. ¿Comerían asado? ¿Bailarían minué? ¿A cuántas
moviolas jugarían? ¿Adonde fueron a parar los cientos de cortes practicados? ¿En qué
misterioso baúl se aloja ahora esa desatinada película de largo metraje? Imagino a los
caballeros cediendo su sitio de corte a las señoras: "Primero las damas". En
toda esta tarea de protección a las denominadas "pautas culturales" se destacó
el director general, un abogado llamado Ramiro de la Fuente, un funcionario que empezó su
ciclo de tajos con Guido, continuó con Illia, se encumbró con Onganía y confirmo su
estabilidad sólo comparable a la del escribano Garrido con Levingston y
Lanusse. Sucesor de otro fiscal "cuco" el doctor Guillermo de la Riestra,
actuante en la administración Frondizi. célebre desde las prohibiciones de Los amantes o
Hiroshima mon amour De la Fuente, alias El hombre de la bolsa, alias El Catón
argentino, tiene 52 años y 5 hijos, un título de abogado, varios puestos de profesor (de
historia y la ex instrucción cívica) en el Normal 8 y en el Normal 7 de Buenos Aires, un
curriculum que aloja gemas como una Subsecretaría de Culto entre 1960 y 1961 y un puesto
de jurado en varios festivales de la oficina de Cine Católico. Reconoce que igual
que la grúa no es popular. "La censura es útil, nadie la quiere pero hace
falta", precisa. "Creo que lo que hago está bien. De lo contrario no lo haría.
Creo también que estoy adecuado a la época porque a veces les digo a mis colegas cuando
quieren censurar palabrotas, que las dejen, total se escuchan en cualquier
colectivo", agrega en un reportaje publicado por Gente. El remate aporta la clave
para entender los peligros opresivos de la censura: "No creo que una excesiva
excitación sexual contribuya a fomentar el orden social, así como tampoco conviene dejar
librado al criterio de todos un espectáculo de masas: HAY PERSONAS ADULTAS QUE PUEDEN
MANEJARSE CON CRITERIO PROPIO PERO SON LAS MENOS".
Enhorabuena
A esta hora, en la cucha de censura, el interventor Octavio Getino (quien por cábala
debería exigir que le cambien el sillón de su preclaro antecesor) sigue consultando
tupido con los hombres y mujeres sabios para decidir en conjunto qué forma deberá tener
la futura nueva ley. 'Salga la ley que salga, lo cierto es que por la cabeza de Getino
desfilan otros tanques que por la de su colega. Lo otro inevitable es que
hará falta tiempo. Tiempo para que la gente deje de vivir en estado de censura y se deje
de filmar cosas para un estado censurado. Tiempo para que la gente modifique en su
croqueta el solitario de sus necesidades, sus conceptos de lo que está bien o lo que
está mal, de lo permitido o lo prohibido. Tiempo para que una película deje de atraer
sólo por sus contenidos calentantes. ¿Tiene que haber censura? Tiene que haber un pueblo
educado, con capacidad de elección, con madurez para no engancharse con camelos,
suspiritos de excitación o dos grandísimas tetas. |
El artículo tercero
"amplía" las ambigüedades y sigue sin concretar los limites: "Para
efectuar la calificación de una película se tomarán en cuenta sus repercusiones
educacionales, lo que afecte a las instituciones básicas de la Nación (familia,
símbolos patrios, valores éticos y culturales que caracterizan a lo nacional) y aquello
que pudiera lesionar la soberanía de la Nación, su integridad territorial, el orden
constituido o aquellas relaciones internas de la República, los que importan agravio al
pudor, a creencias religiosas, a razas o a colectividades extranjeras, o a la apología
del delito, de la deshonestidad, de la inmoralidad o de la violencia".
Así, entre estos criterios se manejó el comité de censura. "Cortan
películas que puedan pervertir a personas de 19 a 84 años", decía una nota
crítica del semanario Panorama, señalando que la preocupación central de la censura
excedía la protección a los menores pasando a la de las personas mayores de edad.
A veces las estadísticas que no son tartamudas expresan con elocuencia la verdad
de la milanesa. En 1969, por ejemplo, el Ente de Calificación Cinematográfica, informa
en un folleto que durante ese año examinó 417 películas, de las cuales 7 fueron
prohibidas y 76 resultaron con cortes de diversa envergadura; 135 fueron calificadas como
prohibidas para menores de 18 años y 96 prohibidas para menores de 14 años. En las 179
que fueron declaradas aptas para todo público se incluyen decenas de films cortos
presentados como documentales de interés turístico por las embajadas.
En los últimos años la volteada de la censura castigó con cortes o prohibiciones
a cientos de películas: "If", "Teorema", "La Chinoise",
"Mash" "Morir en Madrid", "Made in USA",
"Decamerón", "Operación Masacre", "La Hora de los Hornos",
"Lejos de Vietnam", "La Naranja Mecánica", "El Silencio",
"Adorado John", "Fiebre", "Fuego", "Furia
Infernal", "Frutos Prohibidos del Paraíso", "Una mujer, un
Pueblo", "Ufa con el sexo", "Los Psexoanalizados", "El
Graduado". Pero no sólo cine. Otras comisiones de censura le bajaron la caña a
obras de teatro: "El Vicario", "Salvados", "La Vuelta al
Hogar", "Extraño Clan"; libros: "Candy", "Nanina",
"El Lamento de Portnoy", "Haciendo el Amor por los Parques";
exposiciones de arte, pinturas: "Lea Lublin" "Sala Nacional de Artes
Visuales 1972" (donde se hacían referencias a diversos instrumentos para la tortura)
¿y por qué no revistas?... como SATIRICON Nº 6
¿Y qué decir de los códigos de censura de la TV? En televisión por
decreto no se puede hablar de aborto, homosexualidad o relaciones prematrimoniales,
también minga de drogas o atentar contra este estado de cosas. Se puede, en cambio,
desfasar criminalmente la realidad, provocar con la violencia de lo que ocurre, promover
la estupidez, el humor que no es humor, el teatro que no es tal, etc. |