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EL PAÍS OCUPADO

Los argentinos tenemos una larga
experiencia sobre la censura. Casi podríamos decir que nos hemos especializado en ella, y
no precisamente porque nos hayamos abocado a su estudio. A lo largo de los últimos
cincuenta años de historia la hemos padecido en todas sus formas y matices: desde los
métodos más obvios y brutales, hasta los más refinados y sutiles. Eso en cuanto a
nosotros, contemporáneos, pero no en cuanto al país, porque el país conoció la
censura, desde sus mismos orígenes.
Desde el cine, el teatro, la radio o la televisión, muchos de nosotros, sin duda, podemos
enriquecer indefinidamente el anecdotario burdo y doloroso de la censura. Dar testimonio
no sólo de las famosas listas negras (prohibidos) sino también de aquellas otras menos
conocidas, pero igualmente mutilantes como las denominadas "listas grises", que
señalaban a aquellos que podíamos trabajar, pero poco, sin llegar nunca a conocer
cuánto era ese "poco", como el caso de mi amigo y valorado Ulises Dumont o el
mío propio, entre tantos. Por supuesto que la censura abarcó no sólo los medios
sociales de comunicación, incluyendo el periodismo, el libro, la música, la plástica y
las demás artes, sino que se extendió hacia la enseñanza primaria, secundaria o
terciaria, hacia la ciencia, hasta hacer impacto en la misma esencia del pensamiento,
socavando la imaginación que quizá sea el fundamento último que distingue a una
sociedad viva de una sociedad muerta.
El imperio y la impunidad de la censura en los gobiernos dictatoriales, en las dictaduras
militares, es transparente. Está impuesta desde los mismos principios de sus estatutos,
ya que siempre, lo primero que prohiben es la actividad política. De ahí en más se
institucionaliza un "todo vale" en el que los jerarcas del régimen indicarán
qué es lo que se puede decir, hacer o pensar. Nadie puede ni extrañarse ni sorprenderse.
Y si bien la censura es repugnante, no lo es más, en estos casos, que los mismos golpes
de Estado que llevan a esas facciones a la cima de un poder arbitrario, despótico,
omnipotente, tanto, que terminan por determinar no ya quién puede trabajar o no, sino,
quién puede vivir o no.
Siempre me llamó poderosamente la atención que nos quejáramos tanto de la censura en
los gobiernos militares, porque daría la impresión de que, entonces, cabría en ellos
alguna otra posibilidad. Como si en el cercenamiento de las libertades, que siempre
imponen, hubiera un cierto grado de defraudación, incluso, de sorpresa. Y me pregunto si
esto no estará vinculado al hecho de que muchos de esos gobiernos militares no fueron, de
alguna manera, deseados por una buena parte de la población, como en el caso de Illia y
de Isabel. Si esto es así, dejaría al descubierto que frente a las crisis de nuestras
democracias a nuestra sociedad o a buena parte de ella, lo único que se le ocurre es,
como tantas veces se ha dicho, recurrir a los cuarteles como salida salvadora, lo que
evidenciaría que la posibilidad imaginativa para hallar soluciones a la democracia,
dentro de la democracia, estaría anulada.
Y es precisamente en este punto donde se denota la forma en que ha operado y sigue
operando la censura, sea en tiempos democráticos o dictatoriales. Por sobre todas las
censuras hubo una básica y generalmente disimulada: no podemos pensar como pueblo. No
poder reconocer nuestros deseos y nuestras necesidades. No poder, decir, pensar, hacer,
imaginar desde nuestra identidad.
J. C. Cernadas Lamadrid |
LISTAS NEGRAS Y "BLANCAS"

Las listas negras son la
perversión de la censura. Por eso merecen un editorial, a no dudarlo.
Ante todo definamos lo que son las listas negras. Son largas enumeraciones de artistas e
intelectuales, por orden alfabético, que durante las dictaduras no tienen acceso a los
medios de comunicación de masas ni a los organismos de difusión estatales, como, por
ejemplo, el Teatro Cervantes o el Teatro San Martín. ¿Por qué? Porque los medios
masivos llegan a millones de seres, y estas personas, con su "veneno", pueden
llenarles las cabezas. No es lo mismo si se expresan en un teatro independiente o a
través de un pasquín de tres mil ejemplares de circulación. Y no se pueden expresar a
través de medios de difusión del Estado porque, aunque con sus impuestos los financian,
como todos los ciudadanos, por otra parte, las dictaduras "por principio" no
permiten que en los organismos que manejan se expresen los que están en contra de su
prédica.
De esta definición salta a primera vista que las dictaduras tienen una visión
curiosamente dogmática y de extrema izquierda de la cultura. Mientras nosotros,
intelectuales y artistas, nos devanamos los sesos pensando si lo que hacemos es o debe ser
comprometido, si puede "concientizar" o "movilizar", o lo que sea, a
la gente, ellos no dudan ni un minuto: hay intelectuales y artistas que siembran la
violencia en las cabecitas de los miembros del rebaño instándolos a la rebelión, y, por
lo tanto, hay que ponerlos en las listas negras.
Ahora hagamos una salvedad importante: en la Argentina nadie se animó nunca a decir que
se manejaba con listas negras, que tenía listas negras, que en la radio, el canal o el
teatro en que estaba contrataba o no contrataba a alguien por las listas negras. Como
sabemos, los golpes de Estado se hacen en nombre de la "libertad" y otras cosas.
¿Cómo van a prohibir, entonces? Todo se mueve en un clima de hipocresía, en el que
alguien dice que no, pero, mirándolo a los fríos ojos, uno se da cuenta de que está
diciendo que sí, y viceversa.
Y subrayemos también un dato: estar en la lista negra, según de donde se mire, podía
ser una desgracia o una suerte. A fin de cuentas, uno no desaparecía. Moría para los
medios de comunicación masivos y los entes oficiales, pero podía circular por la calle,
tomar café, tener hijos y, quién sabe, si se portaba bien...
Hay que llamar la atención sobre un nuevo punto: todos los que están en las listas
negras no padecen de la misma manera esta marginación, este cercenamiento de su necesidad
de comunicarse con el pueblo. Los escritores, como en la célebre película protagonizada
por Woody Allen, podemos tener un testaferro, o trabajar con otro autor que nos brinda la
firma. En cambio, el actor, el cantante, están condenados. Lo que ellos no hacen, no
puede hacer otro por ellos.
Todo esto pasa en las dictaduras. ¿Y en las democracias? ¿No hay listas negras?
¿Seguro? Por supuesto que no con este nombre. Ahora, más que nunca, la palabra libertad
cobra sentido... Pero convengamos en que somos muchos los que tocamos temas que irritan.
Hoy hay "listas blancas": las integran los que son confiables, los que el
gobierno llama a trabajar.
El rol del artista y del intelectual se vuelve cada vez más difícil en este mundo donde
reina la escasez, donde cada día es más difícil satisfacer las necesidades apremiantes
de las mayorías. Porque si no dice lo que se tiene que decir, convalida con su silencio.
Ricardo Halac
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