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La suavidad con que nos deslizamos hacia la trivialidad, casi siempre, el gusto
conque acatamos lo que más odiamos y lo que más nos destruye, hablan asimismo del poder
de la censura".
Es preciso dejar de trivializar, dejar de acatar. Es necesario, de una vez por
todas, que hagamos lo que hizo el rey de Suecia al enterarse de las bravatas de Hitler, en
el sentido de que aplastaría a todo el que llevara una estrella de David: se puso él, el
rey, una estrella y salió a caminar, sin guardias, por las calles de Estocolmo. Y Hitler
a Suecia no entró.
El censor es consciente de su rol
Para el censor no hay gradaciones
ni matices: como los chicos mal acostumbrados, divide en buenos y malos. Como los chicos,
necesita que los cuentitos se cuenten siempre con las mismas palabras, sin un solo cambio,
porque cambiar asusta. Tiene la tranquilidad de la repetición. Si el perro del hortelano
no come ni deja comer, el censor no ha crecido y no deja crecer a los demás.
Así como un niñito se siente seguro apoyándose en cosas mínimas, el censor, en
lugar de arrastrar su conejo de peluche, se apoya en trivialidades: los barbudos son
sospechosos, son mejores los más lindos, hacen su caminito por las mismas veredas de
conocimiento y aporrean por envidia al que consigue transitar nuevos carriles. El censor
se valora por lo que tiene, no por lo que es, y en consecuencia valora a los demás según
esa misma óptica miope: uno vale por su status, su empresa, su juventud, su poder.
"No hay que engañarse por esto suponiendo que el censor no es consciente de
lo que cercena -nos dice la licenciada Silvia Di Segni-; los valores de las pautas que
censuran son bien conocidos por los censores, y con gran frecuencia son conscientes del
manejo político de la censura. Saben que hay cosas que no convienen ideológicamente y su
mesianismo invade al conocimiento. Por ejemplo los que prohibieron las obras de Bertold
Brecht sabían perfectamente que Brecht era un genio, pero sumaban al interés político
su personalidad narcisista autoritaria. Es como si dijeran: "Eso es muy bueno, pero
no lo voy a dejar pasar; por consiguiente yo soy más importante que él".
Es característico también que el autoritario congele la realidad, y al acceder al
poder haga planes como si fuesen a estar en ese poder cien años. Hay dos aspectos a tener
en cuenta en la personalidad del censor: el explícito es mostrarse como figura
mesiánica; el implícito, concentrar la atención sobre sí. El censor que está
siguiendo a un determinado régimen, no es líder, pero tiene peso, y centra en su
eficiencia como censor el seguir teniéndolo, por lo tanto censura más y más como una
demostración de poder. En realidad admira a quienes persigue, pero su admiración lo hace
sentirse inferior, y la seguridad del otro pone en riesgo su autoridad. Entonces,
percibiendo bien las cosas, siendo muy conscientes de la realidad, ésta se les hace
insoportable y salen a combatirla, porque no la toleran. Es como si quisieran sacar del
campo de vista a los demás. No son ingenuos. Saben lo que quieren y parten apriori. El
apriori es la sociedad que ellos quieren, y para llegar a ese ideal no admite ningún
cambio. Mientras los demás pueden adecuarse a los cambios, el censor los combate, lo da
todo por sabido, y el que lo contradice automáticamente es tomado por un enemigo al que
hay que combatir, porque, insisto, cambiar es desestructurar".
Los militares, la Iglesia y los
valores fijos
Hay ciertos ámbitos en los que
las estructuras son poco permeables al cambio, en algunos casos inmutables y eternas. Nos
referimos, obviamente, a ámbitos como las Fuerzas Armadas y la Iglesia. En ambas se
estimula la subordinación y ser "creativo" puede ser castigado con rigor. En
ellas la voluntad debe ser acallada y la espontaneidad punida. No es casual que en
Esparta, ciudad-estado eminentemente militar, no haya habido manifestaciones de arte a
partir de las leyes de Licurgo, porque el artista, en cuanto hombre libre, en cuanto
renovador y creativo, es para ciertas sociedades, como la espartana, un sospechoso de
subvertir el orden. Se "toleran" las manifestaciones de un arte congelado,
academicista con la academia dictaminando según el saber y parecer del Estado, pero nada
que plantee un cambio es permitido. El mismo Napoleón afirmó:
"No hay que constreñir ni perseguir aquellos caprichos o singularidades que
no perjudiquen", lo cual se infiere que sí hay que prohibir lo que perjudique al
"establishment".
Los casos de persecución al intelectual o artista son abundantísimos en la
historia, desde la censura aplicada a las obras de Aristófanes en el siglo V antes de
Cristo, por el funcionario de turno, Cleón, hasta Hitler que desmanteló la Bauhaus o
persiguió a los intelectuales, pasando por la prohibición de traer novelas a América
durante el dominio de España, o el cierre del instituto Di Tella en los '60 por orden de
Onganía.
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Miguel
P. Tato
El pensamiento de un censor
El índex
cinematográfico de la Argentina tuvo como responsable durante mucho tiempo a Miguel P.
Tato, el "gran censor".
A lo largo de variadas entrevistas el señor Tato, antes de censor, cronista
cinematográfico, se fue definiendo así: "Sí señor, soy un cavernícola, y puede
ponerlo con todas las letras." (7 Días, 26-8-74) "Los melenudos y los
intelectuales de izquierda dicen que soy un reaccionario, porque creo firmemente que debe
existir la censura. (...) Habrá algunos filmes que no permitiré que se exhiban en
ninguna parte, especialmente aquellos ofensivos a la religión (como 'Jesucristo
Superstar'), a instituciones nacionales o a gobiernos de países vecinos. En ese sentido
creo que 'El último tango en París' y otras parecidas están muy justificadamente
puestas fuera de circulación. (...) Para mí 'Boquitas pintadas' es una película
pornográfica de pies a cabeza" (7 Días, ibid). En un reportaje concedido al diario
Clarín, Tato dijo: "Soy un servidor público gratuito, y estoy ejerciendo la
profilaxis del cine. Tengo el respaldo de la Curia, el Ejército y, por sobre todo, del
pueblo y la familia argentinos".
La libertad de que se había gozado en 1973, bajo el gobierno de Cámpora, se
esfumó como por arte de magia. Tato afirmaba que él calificaba; la que censuraba era la
ley. La ley a la que se refería era la 18.019, promulgada en 1968, durante el gobierno de
facto de Onganía. En el artículo II, en las "disposiciones generales" dicha
ley determina que quedan prohibidas las escenas o películas en las cuales se incurriera
en las siguientes faltas: a) Justificación del adulterio y, en general, de cuanto atente
contra el matrimonio y la familia, b) La justificación del aborto, la prostitución y las
perversiones sexuales, c) La presentación de escenas lascivas o que repugnen a la moral y
las buenas columbres. d) La apología del delito, e) Las que nieguen el deber de defender
a la patria y el derecho de sus autoridades a exigirlo, f) Las que comprometan a la
seguridad nacional, afecten las relaciones con países amigos o lesionen el interés de
las instituciones fundamentales del Estado.
Interrogado Tato sobre los alcances de esta ley, en muchos tramos absolutamente
ambigua, expresó:
"Hay que iniciar la apertura a la descolonización mental, atacando los
'westerns' del subgénero italiano (¡SIC!) y similares, desterrar los filmes sobre artes
marciales, proteger al cine nacional de mentalidad argentina y lograr la desaparición de
100 a 150 filmes foráneos por año de las pantallas del país. (...) Se trata también de
una política de saneamiento moral, artístico y cultural, que combate las plagas
principales: la pornografía y la morbosidad. (...) Es imprescindible erradicar la
industria paralela a la anterior, la de las artes marciales, que en Estados Unidos se
califican más exactamente como 'artes mutilatorias', y que han comenzado ya a perseguirse
en este país como evidencia de violencia, partiendo del kung-fu, el karate y otros
similares." (Clarín, 10 de diciembre de 1975.) |
Cardenal Aramburu y Videla
iglesia y estado
"mano a mano"
La Iglesia, al considerarse depositaría de la verdad absoluta, se cree agredida
cuando esa verdad es contrariada. Ya en la Edad Media la Iglesia tuvo que ceder ante el
poder de los estados temporales. Al carecer de ejércitos, apeló a la enorme fuerza
espiritual condenando por herejes a quienes no se sometieran al Papado, negando asistencia
con el recurso de la interdicción: "En virtud de la excomunión, se declaraba al
individuo expulsado y proscripto de la sociedad cristiana; su alma estaba condenada al
infierno por toda la eternidad. Si un gobernante era excomulgado, los súbditos no le
debían ya obediencia; los vasallos quedaban liberados de todas las obligaciones feudales
respecto de él, un hombre excomulgado quedaba fuera de la protección de la ley y podía
ser herido o perseguido con impunidad. La interdicción consistía en la supresión de
todas las funciones eclesiásticas y de todos los servicios del clero en el distrito al
que se aplicaba la prohibición. Se suspendía la administración de los sacramentos. Esto
significaba que los pecadores no podían alcanzar el perdón mediante el sacramento de la
penitencia, que no se podían santificar los matrimonios, que no era posible bautizar a
los niños, que los moribundos quedaban privados de los últimos ritos de la Iglesia y del
perdón definitivo de sus pecados. En una época de fe, eran por cierto armas
terribles" (Joseph Reither, "Panorama de Historia Universal").
Surge la época de la "pornocracia", en la que los sacerdotes se casaban,
tenían amantes e hijos, vendían indulgencias, designaban a sus sucesores, cobraban
impuestos, hacían vida licenciosa. La Reforma de Lutero y luego Calvino intentó volver a
una iglesia primitiva. "Lutero dio al hombre independencia en las cuestiones
religiosas, despojó a la Iglesia de su autoridad, otorgándosela en cambio al individuo
(...) Por otra parte, la teología de Lutero expresó los sentimientos de la clase media
que luchaba contra la autoridad de la Iglesia y se mostraba resentida contra la nueva
clase adinerada, al verse amenazada por el naciente capitalismo y subyugada por un
sentimiento de impotencia e insignificancia individuales. (E. Fromm, "El miedo a la
libertad"). |