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Antes y
después -sin que ello implique necesariamente un juicio de menosprecio a quienes les
tocó gobernar- ejercieron el poder diversos sectores políticos con muy distintas
orientaciones ideológicas, y lo hicieron en el marco de gobiernos de facto o elegidos por
la voluntad popular en condiciones particulares. Pero en todos existe el mismo común
denominador: no se caracterizaron por abordar frontalmente la modificación del país,
básicamente subdesarrollado, con una estructura industrial no integrada, dependiendo de
la exportación de sus productos agropecuarios para obtener las divisas necesarias para
adquirir los insumos importados, sin los cuales no podría seguir funcionando, con una
proporción altísima de empleo improductivo o desocupación -de todos modos, nunca tan
alta como ahora-, con inflación crónica y con una dificultad objetiva para elevar
sostenidamente los salarios reales y financiar un nivel de vida digno para sus habitantes.
La Revolución Libertadora: el origen
La Revolución Libertadora tomó
el poder en setiembre de 1955. El período peronista concluyó dando como resultado el
aislamiento de la clase obrera respecto de los demás sectores, cuyos intereses en el
sentido de convenirles afianzar la condición nacional, eran, sin embargo, concurrentes.
Por eso, a pesar de contar aún con un amplísimo apoyo cuantitativo, no pudo evitar el
derrocamiento del general Perón. Sus intentos previos para abrir el espectro político,
entonces ya muy desfavorable, fracasaron. Fue en esa oportunidad cuando les fue ofrecida
la cadena oficial a dirigentes de la oposición. Habló Frondizi -quien presidía el
radicalismo- cuestionando severamente el contrato con la California para la explotación
de petróleo. En ello expresaba su posición adversa a la participación del capital
extranjero, tal como lo había expuesto en "Petróleo y política", publicado un
año antes. Poco después, en un gesto de grandeza intelectual y política, revisaría
esas posiciones ideológicas asumiendo las tesis nacionales en el tema.
El golpe de Estado fue apoyado por segmentos muy amplios de la sociedad y por la mayoría
de los partidos políticos en un arco que iba desde la izquierda hasta la derecha, pasando
por el radicalismo y las otras expresiones partidarias que gustan en llamarse centristas.
Ello implica, dicho sea de paso, que sean sospechosas las actuales protestas de defensa de
la vida democrática en quienes tienen pasado de conspiración y golpismo, sin la debida
autocrítica. Esta observación viene a cuento porque muchos de los que hoy se presentan
como campeones de la democracia fueron entonces golpistas, no sólo contra el gobierno
peronista derrocado en 1955, sino también contra el gobierno constitucional que presidió
el doctor Arturo Frondizi entre 1958 y 1962. Una curiosa teoría -muy difundida en estos
días- reconoce ese hecho pero añade que, de todos modos, por una suerte de ley de
compensaciones, nadie tiene derecho a quejarse porque, a su vez, las víctimas de aquellas
conspiraciones hicieron lo propio luego contra sus adversarios políticos: concretamente,
contra el gobierno del doctor Illia, entre 1963 y 1966. Se trata, sin duda, de un aporte
ideológico destinado a calmar problemas de conciencia. Pero sucede que es total y
cabalmente falso. El gobierno de Illia cayó por su inoperancia, que no logró ocultar su
sectarismo y revanchismo: anuló los contratos petroleros que dieron el autoabastecimiento
al país, pagó indemnizaciones a las compañías contratistas que no correspondían y
luego -"sotto voce"- renegoció los mismos contratos para evitar una mayor
caída de la producción. Pero, además, tampoco fue el gobierno democrático que se
reitera tanto últimamente: cuando llovían sobre nosotros los peores infundios e
infamias, pedimos una y otra vez un minuto en los medios de información oficiales por
cada hora que nuestros enemigos usaban en esos mismos medios para atacamos con los más
agraviantes calificativos. No sólo no nos concedieron la oportunidad de responder, sino
que ni nos contestaron las reiteradas solicitudes al respecto.
Ese mismo espíritu revanchista, pero ejercido contra un sector aún más amplio, fue el
que primó en la Revolución Libertadora, entre 1955 y 1958. Revanchismo que incluyó
cárcel, persecución, inhabilitaciones y hasta fusilamientos para los "personeros
del régimen depuesto", como se decía eufemísticamente entonces. Ese sesgo
persecutorio era perfectamente coherente con la inspiración reaccionaria de la política
económica, que trató de descargar sobre las espaldas de los trabajadores el costo de una
situación económica crítica. Una vez más en la historia económica argentina, es
posible constatar la estrecha vinculación entre inspiración reaccionaria, antinacional y
antipopular, y el ejercicio de la represión en el campo político. Eso ocurrió en la
Revolución Libertadora, cuyo gabinete integró, por ejemplo, el ingeniero Aisogaray,
aplicando controles de precios y medidas inhibitorias de la producción y la inversión.
Hacia la presidencia de Frondizi
En el seno del radicalismo, esa
orientación del gobierno de facto provocó realineamientos. Un sector comprendió que no
podían ahondarse las falsas divisiones en la sociedad nacional e inició el camino que lo
llevaría a posiciones integradoras. Fue ese sector el que, liderado por Arturo Frondizi,
asume las objeciones que merecía la política de la Revolución Libertadora,
cuestionándola. Otro segmento radical reacciona de modo diverso y se aparta, formando la
Unión Cívica Radical del Pueblo. En las elecciones constituyentes de 1957, excitando los
sentimientos antiperonistas del electorado, este último sector obtiene ligeramente más
votos que el sector oficial, el cual tomó el nombre de UCRI, y era dirigido por Frondizi
como presidente del Comité Nacional. Esto causó estupor y no poca desazón en las filas
del radicalismo intransigente, donde se registró un repliegue a posiciones adversas al
desarrollismo. Pero el análisis que entonces hicimos desde la revista "Qué
"contribuyó a una comprensión cabal de lo que había ocurrido y permitió hacer
avanzar la conciencia sobre las perspectivas del Frente Nacional. Por la simple operación
de sumar los votos en blanco (peronistas) y los votos de la UCRI, se advertía que
existía en el país, tal como lo habíamos venido sosteniendo, una gran mayoría
dispuesta a superar las falsas antinomias y a apoyar una política genuinamente
transformadora. Ello nos encaminó a buscar y profundizar el acuerdo programático con el
general Perón, entonces en el exilio.
Tan negativa fue para el país la política de la Revolución Libertadora, que provocó
una considerable reacción positiva en diversos sectores, entonces antagonizados
artificialmente en el enfrentamiento peronismo-antiperonismo.
A modo de ejemplo: mientras la Junta Consultiva se enredó dos años en la discusión
sobre los negociados de la CADE, donde los slogans y discursos reemplazaron la claridad
necesaria para resolver los problemas, el país, y en particular la ciudad de Buenos
Aires, se perjudicaron grandemente con la dieta eléctrica, resultado de la muy
insuficiente producción de fluido. Aun a riesgo de adelantarme brevemente en el relato,
señalo que, cuando nosotros llegamos al gobierno, en pocas semanas compramos las
máquinas necesarias y las pusimos a andar, restableciendo el abastecimiento normal. Ello
marcó el estilo del nuevo gobierno, cabalmente distinto de lo anterior.
Azules y Colorados
Vale la pena señalar, sin
embargo, que ya antes de asumir el gobierno desarrollista estaba planteado en el seno de
las Fuerzas Armadas el enfrentamiento interno que, además de desprestigiar y distraer de
sus funciones a las instituciones castrenses, desembocó más tarde en el enfrentamiento
entre azules y colorados.
Existía un sector legalista que consideraba indispensable respetar el pronunciamiento
electoral y entregar el gobierno a las autoridades elegidas en el comicio del 23 de
febrero de 1958. Otro sector, gorila y golpista -que luego se transformaría en el sector
colorado-, sostenía que no debía entregarse el poder.
El mismo día de la asunción del gobierno desarrollista se deliberaba todavía si se
admitiría que asumiera el mando. El general Aramburu, entonces a cargo de la presidencia
provisional, se juega a favor de la actitud legalista y fue posible que asumiéramos
nuestras responsabilidades.
De inmediato nos lanzamos a llevar a los hechos el programa que habíamos elaborado y que
había sido prolijamente expuesto al país en las páginas de la revista "Qué",
de enorme tirada entonces. Lo más espectacular fue lo que hicimos con el petróleo, pero
nuestros éxitos se repitieron en diversos ámbitos. Los expongo sintéticamente: en
cuarenta meses, triplicamos la producción de petróleo, negociando y firmando contratos
de explotación, liquidando la importación de hidrocarburos que, durante cincuenta años,
había caracterizado nuestra economía.
Téngase presente que comprábamos en el exterior las dos terceras partes del petróleo
que consumíamos. Pero, además, cuadruplicamos la producción de caucho, duplicamos la
producción de acero, triplicamos la inversión en caminos, renovamos totalmente el parque
automotor, habilitamos importantes redes de consumo domiciliario de gas, tendimos
oleoductos y gasoductos, avanzamos mucho en la infraestructura y en la tecnificación y
mecanización del agro. La enumeración es necesariamente insuficiente. Quiero señalar,
sin embargo, que esas medidas fueron resultado de un programa de desarrollo que
privilegiaba, ante todo, la inversión. Por eso pudieron instalarse más de 2.000 millones
de dólares de bienes de capital en el país. Paralelamente, se encaró la
racionalización del sector público, con la más exitosa política de privatizaciones que
se haya llevado a cabo en el país en toda su historia. Resolvimos rápidamente los
conflictos pendientes con los grupos CADE, ANSE, DINIE y Bemberg, e iniciamos un proceso
acelerado en el cual la transferencia de empleados públicos a la actividad privada -que
se encontraba en veloz crecimiento- se pudo hacer sin grandes tropiezos. Al punto que más
de un cuarto de millón de agentes abandonó el sector público y pasó a desempeñarse en
la actividad privada.
Sólo en el ferrocarril -al cual renovamos totalmente el parque de tracción- dejaron de
pertenecer al presupuesto más de 70.000 agentes.
Esta política, llevada a cabo en forma drástica, partió del presupuesto de que lo que
se debía hacer había que realizarlo rápida y simultáneamente. Arrojó resultados
inmediatos: la inflación, que fue de 111 % en 1959, de 27,1 % en 1960 y de 13,7 % en
1961. Pero, además, dictamos la Ley de Asociaciones Profesionales, la Ley de Convenciones
Colectivas de Trabajo, la Ley de Enseñanza Libre, el Estatuto del Docente. Devolvimos la
CGT a sus legítimos dueños...
Todas esas realizaciones, que a la distancia se agrandan en su significación porque la
comparación con todos los demás gobiernos resulta muy favorable a nuestra gestión, se
pudieron hacer a pesar de un cuadro político por momentos verdaderamente asfixiante.
Téngase presente que hubo casi cuarenta planteos militares que intentaron derrocar al
gobierno.
Gobernar en esas condiciones era muy difícil. |
Frondizi como presidente, por última vez
en la Casa Rosada
El encuentro con el "Che", le costó a Frondizi la
presidencia
Arturo Frondizi
Aramburu apoyó a Frondizi
Frondizi quiso y no pudo
Lonardi y su "Ni vencedores ni vencidos"
Rojas no pensaba igual
Pero nos
distribuimos las tareas eficientemente. Con el presidente elaborábamos toda la política
y, además, mientras él atendía el frente político interno, yo me ocupaba -con el
equipo que habíamos formado desde años antes, primero en "Qué "y luego en la
Secretaría de Relaciones Económico-sociales- de traducir a medidas concretas de gobierno
las decisiones que habíamos tomado tras aquella elaboración. Así fue como innovamos
profundamente en la rutina de la administración del Estado y desde la Presidencia
surgía, de hecho, el principal impulso de la política, al enviarse a los ministros los
decretos redactados y firmados. No dependíamos de la inercia burocrática. Entre los
colaboradores, quien no estaba de acuerdo, se podía ir en ese mismo momento. Así fue
como debió dejar su puesto en el gabinete el ingeniero Aisogaray, donde lo nombramos para
disuadir al golpismo, pero de donde debió ser alejado cuando empezó a entorpecer
abiertamente la política del gobierno.
Teníamos una concepción y la aplicamos. Ante el difícil cuadro político, con
una relación de fuerzas tan desfavorable, decidimos dejar de lado todo lo accesorio y
defender muy firmemente lo fundamental. Por eso hicimos muchas concesiones formales y
ninguna esencial, y los resultados están a la vista.
Forzoso es reconocer que quienes debían ser aliados nuestros en la política de
expansión acelerada de las fuerzas productivas, no siempre lo fueron. El 18 de enero de
1959, por ejemplo, en vísperas de un viaje presidencial al exterior, la circunstancial
dirigencia de la CGT reclamó perentoriamente del gobierno diez medidas. Nos reunimos esa
noche en mi casa. Analizado el petitorio, les dije que el gobierno estaba en condiciones
de dar una respuesta satisfactoria a nueve de los diez puntos planteados, el restante
dependía de un tratamiento legislativo que también decidimos impulsar. A medianoche, el
país se enteró de qué la conducción obrera había declarado una huelga revolucionaria
por tiempo indeterminado ante la "insensibilidad" del gobierno frente a los
reclamos. Cuando más tarde se conocieron las listas de quienes debían ser fusilados en
uno de los conatos frustrados de golpe, además de los principales miembros del gobierno,
figuraban también allí esos dirigentes que no comprendieron quiénes eran sus aliados y
quiénes eran sus verdaderos enemigos. Desde luego, creo que la clase obrera está en
condiciones de ir reemplazando a quienes yerran así en la evaluación de la relación de
fuerzas.
En ese contexto prosperaron los sectores golpistas de las Fuerzas Armadas, a los que
conviene no confundir con las instituciones, pues hubo militares que no sólo respetaron
la legalidad, sino que también ; actuaron en consecuencia. Tal el caso del teniente
coronel Alzaga que -en defensa de la legalidad- decidió sofocar un intento golpista y
marchó al frente de su unidades-; de Magdalena. Terminó destituido por quienes
preferían desatender sus responsabilidades institucionales y acosaban al gobierno.
Síntesis
A modo de síntesis, éste es el
cuadro en el que se gestó el enfrentamiento entre azules y colorados, que estallaría con
ese nombre después de derrocado el gobierno desarrollista. Los colorados eran la
Revolución Libertadora revivida. Por eso contaron con firmes apoyos en los sectores
partidocrátfcos que habían alentado el golpismo y el revanchismo en sus diversas formas.
Tras la caída del gobierno más innovador y revolucionario que haya tenido el país, en
la segunda mitad de este siglo, asumió la Presidencia de la Nación el doctor José
María Guido, un hombre bien intencionado pero débil. La política de desarrollo fue
abandonada y la gestión del gobierno fue entregada a sectores abiertamente opuestos a
ella (liberales), que se dedicaron de inmediato a demoler todo lo que pudieron de lo que
ya se había realizado, paralizando lo que estaba en marcha.
Frondizi fue detenido y llevado a Martín García, y luego confinado en el sur del país.
Por mi parte, debí exiliarme en el Uruguay, desde donde participaba activamente de los
acontecimientos.
Las contradicciones que habían tenido expresiones más o menos solapadas, no tardaron en
aflorar abiertamente. Ese fue el enfrentamiento entre azules y colorados, que prologó el
acceso al poder, con apenas el 20 por ciento de los votos, del gobierno radical de Illia,
en 1963. Desaparecido el marco de una política nacional, el "triunfo" azul, sin
embargo, no se tradujo en un apoyo positivo de las Fuerzas Armadas, como instituciones
fundamentales de la Nación, a un programa para superar el estancamiento y el atraso.
Buenos Aires, 25 de julio de 1986
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