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crónicas del siglo pasado

REVISTERO

¿Pero qué pasa en el Beagle?

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Revista Extra
1971

 

"En la Tierra del Fuego se trazará una línea que partiendo del punto denominado Cabo del Espíritu Santo en la latitud 52" 40' se prolongará hacia el Sur, coincidiendo con el meridiano occidental de Greenwich 68° 34'. hasta tocar el Canal de Beagle. La Tierra del Fuego, dividida de esta manera, será chilena , en la parte occidental y argentina en la parte oriental. En cuanto a las Islas, pertenecerán a la República Argentina la Isla de los Estados, los islotes próximamente inmediatos a ésta y las demás Islas que haya sobre el Atlántico al oriente de Tierra del Fuego y costas meridionales de la Patagonia; y pertenecerán a Chile todas las islas al Sur del Canal de Beagle hasta el Cabo de Hornos y las que haya al occidente de Tierra del Fuego."

 

 


Bernardo de Irigoyen, como plenipotenciario de la Argentina, y Francisco de Echeverría, como el de Chile, se repantingaron en sus sillones aquella mañana "a los veintitrés días del mes de julio del año de Nuestro Señor 1881". Así terminaba aquel convenio de limites que tenía sus primeras líneas también dedicadas al "nombre de Dios Todopoderoso". Pensaban los rubricantes que terminaba el problema: al sur del Canal de Beagle todo es de Chile; al norte, todo de Argentina. No más dudas ni entredichos, pensaban. Y simbólicamente comieron perdices por el final feliz.
Sin embargo, el cuento habría de empezar allí.
No pasarían muchos años sin que nuevos incidentes jalonaran la intrincada historia de la lid diplomática limítrofe que se juega entre la frontera argentino-chilena. No tan diplomática en una oportunidad en que hubo que lamentar un carabinero chileno muerto en un enfrentamiento con la Gendarmería. Pero siempre hubo un juez, que paternalmente acogió las demandas de las dos naciones. A once mil kilómetros de distancia, en el Foreign Office -con simbólica firma de la Reina-, Gran Bretaña jugó siempre su propio partido. Y es de cajón que sus simpatías siempre se inclinaron con benevolencia -correspondida por los trasandinos- hacia Chile. Es que Gran Bretaña mira hacia la Antártida cuando falla y, por más que haga, no puede olvidar su pie puesto en las Malvinas.
"Gran Bretaña no puede ni debe ser arbitro en nuestros diferendos fronterizos; a esta nación le comprenden las generales de la ley desde el momento que nos tiene ocupadas indebidamente las Malvinas", retruca ante cualquier argumento el capitán de Marina (R) Eduardo Videla Dorna desde el CITA -Confirmación Integral Territorial Argentina-, organismo dedicado a la custodia de los límites nacionales. No sin cierta ingenuidad se pregunta con sus coetáneos por qué la opinión pública argentina se mantiene casi abúlica ante los problemas limítrofes. También claman contra el secreto que es estilo en Cancillería en cuanto a las tratativas diplomáticas de cuanto a las tratativas diplomáticas de la publicidad que en Chile se le da a este tipo de problemas, al tiempo que recuerdan la infinidad de oportunidades en que el busto de Sarmiento debió dormir en el lecho del río Mapocho, arrojado allí por los "ultras" . Una forma de destacar cómo los diplomáticos chilenos comparten con el pueblo sus problemas.
"¿Por qué nosotros ocultamos todo", se pregunta Videla Dorna, coincidiendo con el Dr. Domingo Sabate Uchstein. del Instituto Argentino de la Soberanía en los Espacios Marítimos y Fluviales, abocado a denunciar a los uruguayos y sus pretensiones sobre el Río de la Plata. Ambos no se explican la apatía de la opinión pública. Desde otro ángulo, Arturo Jauretche y Scalabrini Ortiz, especialistas en cuestiones no ya limítrofes, sino de ocupación extranjera, podrían informarlos. La ocupación económica de fines del siglo pasado y principios de éste extendida hasta cambiar en los años 30 por otro invasor, obsesiona a los dos pensadores argentinos. Scalabrini ha denunciado la faz económica y Jauretche sostiene que esa penetración necesita de la "colonización pedagógica" para afirmarse y sostenerse, es decir, atrofiar la capacidad de reacción de la opinión distrayendo su atención hacia problemas más lejanos y también, el auxilio del secreto diplomático. Sin embargo, en estos estratos no Incursionan los bienintencionados integrantes del CITA y del IAMF.
El caso es que, salvo aisladas publicaciones, del principal problema limítrofe, el del Beagle, poca información se recibe. Los comunicados de Cancillería prefieren el devaneo confuso. Aquel convenio firmado por Bernardo de Irigoyen y Francisco de Echeverría, a pesar de ellos, es la piedra del escándalo. Porque allí no se explica ni se especifica cuál es la extensión del Canal de Beagle, punto de referencia para la delimitación. Y tres islas están en juego, a más de las implicancias posteriores en las latitudes de la Antártida.
Porque si el canal termina en la isla Navarino o tuerce allí hacia el Sur, las tres islas: Lenox, Picton y Nueva, son indiscutiblemente argentinas. En cambio si, como sostienen los chilenos, se prolonga hacia el Oriente, las ínsulas son chilenas.
¿Dónde termina el canal? Ese es el quid actual.
"Pero un canal no puede tener una sola margen, eso es antigeográfico", tercia virulento Videla Dorna. Es que la teoría chilena de extender el canal hacia el Atlántico implica que éste pierda una de sus márgenes al terminar la que le presta la isla Navarino (ver mapa).
Y aun otra teoría se toma de un párrafo del Convenio de 1881, cuando dice "hasta tocar el Canal de Beagle". Exageradamente, la versión chilena de nuestros Institutos sostiene que ni el canal es argentino, sino que el límite seria la costa de Tierra del Fuego. Es la teoría llamada de "costa seca", o sea que, en cuanto empieza el agua, cambia la frontera, una audacia, sin duda.

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De Pablo Pardo, el secreto diplomático, una modalidad argentina. La opinión pública sólo recibe sordos ecos del trajinar de los diplomáticos y se sorprende de las reacciones populares de otros países por cuestiones limítrofes

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Allende, la soberanía de chile está por encima de cualquier cambio político. La diferencia sólo está en la modalidad de cada presidente para tratar los temas fronterizos. Un buen marxista chileno no pierde su amor por las fronteras, ni por la expansión... si viene el caso

 

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La reina. La Argentina de principios de siglo nombró a Inglaterra como árbitro en sus cuestiones de límites. Hoy las cosas han cambiado y se advierte que el árbitro es también parte, con las Malvinas ocupadas

 

Chile quiere que todo el paquete sea desenvuelto por su amiga la reina de Inglaterra. La Argentina parece resistirse por ahora y señala como mediadora a la Corte Internacional de La Haya. Pero en cuanto a lo que se quiere y hace en Cancillería es poco lo que puede esclarecerse. El secreto de las conversaciones amordaza los comunicados de prensa y los argentinos interesados en el asunto deben recorrer los cables que llegan desde Santiago de Chile.
Curiosamente, América, balcanizada en los albores de la independencia, sigue haciendo el juego a las intenciones civilizadoras que ayudaron a la liberación de España y acentuaron los rencores localistas del virreinato. Así se inventa la República Oriental del Uruguay para cumplir con la "regla de fierro" del Estado tapón entre Brasil y la Argentina; surgen como repúblicas Perú y Bolivia; se desprende Chile y, como secuela, se desata una intrincada discusión de límites sobre fronteras más políticas que geográficas. Pero la cosa está hecha y no hay más remedio que defender cada cual lo que cree que es de uno, por lo menos hasta que la América del Sur descubra que sus fronteras son más de forma que de fondo.

 

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