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Bernardo de Irigoyen, como plenipotenciario de la Argentina, y Francisco de
Echeverría, como el de Chile, se repantingaron en sus sillones aquella mañana "a
los veintitrés días del mes de julio del año de Nuestro Señor 1881". Así
terminaba aquel convenio de limites que tenía sus primeras líneas también dedicadas al
"nombre de Dios Todopoderoso". Pensaban los rubricantes que terminaba el
problema: al sur del Canal de Beagle todo es de Chile; al norte, todo de Argentina. No
más dudas ni entredichos, pensaban. Y simbólicamente comieron perdices por el final
feliz.
Sin embargo, el cuento habría de empezar allí.
No pasarían muchos años sin que nuevos incidentes jalonaran la intrincada
historia de la lid diplomática limítrofe que se juega entre la frontera
argentino-chilena. No tan diplomática en una oportunidad en que hubo que lamentar un
carabinero chileno muerto en un enfrentamiento con la Gendarmería. Pero siempre hubo un
juez, que paternalmente acogió las demandas de las dos naciones. A once mil kilómetros
de distancia, en el Foreign Office -con simbólica firma de la Reina-, Gran Bretaña jugó
siempre su propio partido. Y es de cajón que sus simpatías siempre se inclinaron con
benevolencia -correspondida por los trasandinos- hacia Chile. Es que Gran Bretaña mira
hacia la Antártida cuando falla y, por más que haga, no puede olvidar su pie puesto en
las Malvinas.
"Gran Bretaña no puede ni debe ser arbitro en nuestros diferendos
fronterizos; a esta nación le comprenden las generales de la ley desde el momento que nos
tiene ocupadas indebidamente las Malvinas", retruca ante cualquier argumento el
capitán de Marina (R) Eduardo Videla Dorna desde el CITA -Confirmación Integral
Territorial Argentina-, organismo dedicado a la custodia de los límites nacionales. No
sin cierta ingenuidad se pregunta con sus coetáneos por qué la opinión pública
argentina se mantiene casi abúlica ante los problemas limítrofes. También claman contra
el secreto que es estilo en Cancillería en cuanto a las tratativas diplomáticas de
cuanto a las tratativas diplomáticas de la publicidad que en Chile se le da a este tipo
de problemas, al tiempo que recuerdan la infinidad de oportunidades en que el busto de
Sarmiento debió dormir en el lecho del río Mapocho, arrojado allí por los
"ultras" . Una forma de destacar cómo los diplomáticos chilenos comparten con
el pueblo sus problemas.
"¿Por qué nosotros ocultamos todo", se pregunta Videla Dorna,
coincidiendo con el Dr. Domingo Sabate Uchstein. del Instituto Argentino de la Soberanía
en los Espacios Marítimos y Fluviales, abocado a denunciar a los uruguayos y sus
pretensiones sobre el Río de la Plata. Ambos no se explican la apatía de la opinión
pública. Desde otro ángulo, Arturo Jauretche y Scalabrini Ortiz, especialistas en
cuestiones no ya limítrofes, sino de ocupación extranjera, podrían informarlos. La
ocupación económica de fines del siglo pasado y principios de éste extendida hasta
cambiar en los años 30 por otro invasor, obsesiona a los dos pensadores argentinos.
Scalabrini ha denunciado la faz económica y Jauretche sostiene que esa penetración
necesita de la "colonización pedagógica" para afirmarse y sostenerse, es
decir, atrofiar la capacidad de reacción de la opinión distrayendo su atención hacia
problemas más lejanos y también, el auxilio del secreto diplomático. Sin embargo, en
estos estratos no Incursionan los bienintencionados integrantes del CITA y del IAMF.
El caso es que, salvo aisladas publicaciones, del principal problema limítrofe, el
del Beagle, poca información se recibe. Los comunicados de Cancillería prefieren el
devaneo confuso. Aquel convenio firmado por Bernardo de Irigoyen y Francisco de
Echeverría, a pesar de ellos, es la piedra del escándalo. Porque allí no se explica ni
se especifica cuál es la extensión del Canal de Beagle, punto de referencia para la
delimitación. Y tres islas están en juego, a más de las implicancias posteriores en las
latitudes de la Antártida.
Porque si el canal termina en la isla Navarino o tuerce allí hacia el Sur, las
tres islas: Lenox, Picton y Nueva, son indiscutiblemente argentinas. En cambio si, como
sostienen los chilenos, se prolonga hacia el Oriente, las ínsulas son chilenas.
¿Dónde termina el canal? Ese es el quid actual.
"Pero un canal no puede tener una sola margen, eso es antigeográfico",
tercia virulento Videla Dorna. Es que la teoría chilena de extender el canal hacia el
Atlántico implica que éste pierda una de sus márgenes al terminar la que le presta la
isla Navarino (ver mapa).
Y aun otra teoría se toma de un párrafo del Convenio de 1881, cuando dice
"hasta tocar el Canal de Beagle". Exageradamente, la versión chilena de
nuestros Institutos sostiene que ni el canal es argentino, sino que el límite seria la
costa de Tierra del Fuego. Es la teoría llamada de "costa seca", o sea que, en
cuanto empieza el agua, cambia la frontera, una audacia, sin duda.
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De Pablo Pardo, el secreto diplomático, una modalidad
argentina. La opinión pública sólo recibe sordos ecos del trajinar de los diplomáticos
y se sorprende de las reacciones populares de otros países por cuestiones limítrofes

Allende, la soberanía de chile está por encima de cualquier
cambio político. La diferencia sólo está en la modalidad de cada presidente para tratar
los temas fronterizos. Un buen marxista chileno no pierde su amor por las fronteras, ni
por la expansión... si viene el caso

La reina. La Argentina de principios de siglo nombró a
Inglaterra como árbitro en sus cuestiones de límites. Hoy las cosas han cambiado y se
advierte que el árbitro es también parte, con las Malvinas ocupadas
Chile quiere que
todo el paquete sea desenvuelto por su amiga la reina de Inglaterra. La Argentina parece
resistirse por ahora y señala como mediadora a la Corte Internacional de La Haya. Pero en
cuanto a lo que se quiere y hace en Cancillería es poco lo que puede esclarecerse. El
secreto de las conversaciones amordaza los comunicados de prensa y los argentinos
interesados en el asunto deben recorrer los cables que llegan desde Santiago de Chile.
Curiosamente, América, balcanizada en los albores de la independencia, sigue
haciendo el juego a las intenciones civilizadoras que ayudaron a la liberación de España
y acentuaron los rencores localistas del virreinato. Así se inventa la República
Oriental del Uruguay para cumplir con la "regla de fierro" del Estado tapón
entre Brasil y la Argentina; surgen como repúblicas Perú y Bolivia; se desprende Chile
y, como secuela, se desata una intrincada discusión de límites sobre fronteras más
políticas que geográficas. Pero la cosa está hecha y no hay más remedio que defender
cada cual lo que cree que es de uno, por lo menos hasta que la América del Sur descubra
que sus fronteras son más de forma que de fondo. |