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Es que Carlos Mugica (39, profesor de teología en las facultades de Economía,
Ciencias Políticas y Derecho de la Universidad dei Salvador y capellán de ña parroquia
San Francisco Solano, en Villa Luro), a semejanza de la nueva corriente de sacerdotes
católicos, prefiere ignorar ese halo paternalista, el status privilegiado que la sociedad
se empecina en otorgarle, para dar de sí -espontáneamente, sin premeditación- la imagen
de lo que cree ser, simplemente un 'hombre común, con toda la riqueza y las limitaciones
de los seres humanos; a lo sumo, siente quizá con más profundidad que sus
"hermanos" -palabra habitual en su vocabulario- una problemática
responsabilidad, ser también mensajero de sus conflictos.
Pero esa humildad -que se refleja inflexiblemente en su manera de vivir- no le
posibilitó soslayar una creciente popularidad alrededor de su figura. Lo publicitaron
así sus declaraciones por radio y televisión ("El socialismo -espetó en una de las
emisiones del programa Tiempo nuevo, dirigido por Bernardo Neustadt, en Canal 11- es el
régimen que menos contraría la moral cristiana"); lo sacaron del anonimato
pronunciamientos tales como el que barbotó cuando Arturo Illia fue elegido presidente de
la Nación: "Hoy es un día triste para el país -dijo Mugica el 12 de octubre de
1963-, una parte importante del pueblo argentino ha sido marginado de los comicios y será
dirigido por un hombre a quien sólo votó el 18 por ciento de los electores".
El fogoso sacerdote reconoce que fue arduo el camino recorrido para que pudiera
recalar, finalmente, en esas posiciones, "no extremas -defiende- sino coherentes con
la actual actitud de un grupo relevante de obispos de la Iglesia Católica".
-Sin embargo, cuando usted
eligió ser sacerdote no enarbolaba las mismas banderas.
-En efecto. Ingresé al seminario hace 18 años, en 1951, y vivía en esa época,
el catolicismo individualista, fiel al slogan "salva tu alma".
-¿Qué significaba para usted ser sacerdote?
-Salvar mi alma, es decir: ir al Cielo, buscar la felicidad, esa que está en Dios.
Evidentemente era bastante egoísta mi actitud, aunque también entonces cambió
radicalmente mi vida, porque fue cuando descubrí la alegría de vivir en Dios.
-¿Quién es, qué es Dios?
-Definitivamente, Dios no es una idea sino alguien. Dios es una persona que se
entregó totalmente a mí y se dejó matar por mí. Para mí Cristo es mi Señor, mi
amigo, mi maestro, mi modelo de vida. Su entrega tiene un valor especialísimo: Dios es un
ser que en lugar de servirse del hombre se pone al servicio del hombre y por eso todo
hombre que da su vida por los otros -sea un ateo, un marxista o lo que fuere-, ése,
verdaderamente se une a Cristo.
-¿Quién consolidó en usted el cambio de actitud que se atribuye?
-Un sacerdote francés, el abate Pierre, de quien todavía recuerdo una frase
decisiva: "Antes de hablarle de Dios a una persona que no tiene techo es mejor
conseguirle un techo". Es decir que conseguirle techo a una persona ya es hablarle de
Dios. No nos olvidemos que Cristo curaba a los enfermos, les daba de comer a los que
tenían hambre y de beber a los que teman sed. Y no lo hacía para que después escucharan
el sermón sino porque ésa es su manera de amar: agarrando al hombre por entero. Antes de
ingresar en el seminario yo tenía una visión maniquea de la existencia. 'El alma era
buena y el cuerpo malo. Eso viene de Platón y se metió en la Iglesia con San Agustín;
aún perdura esa concepción, sobre todo en lo relativo al sexo. Pero estamos viviendo un
amplio proceso de liberación para desterrar esa actitud individualista del seno de la
Iglesia. Antes, como muchos de mis compañeros que luego también evolucionaron, yo estaba
preocupado por la salvación de mi alma. Luego empecé a preguntarme ¿por qué salvar mi
alma y no mi cuerpo cuando esa división no es, precisamente, una actitud cristiana? En la
Biblia no se habla nunca de alma y cuerpo; la Biblia es un libro muy carnal, muy concreto,
en el cual se define al hombre como polvo que respira.
-¿Qué sucede entonces cuando muere un hombre? Es decir, ¿no es su alma,
según las concepciones cristianas, la que asciende al Reino de los Cielos?
-Insisto en la falsedad de esa concepción dual. Ningún teólogo podrá decir
nunca que, después de muerto el hombre, el alma queda flotando en algún lugar. Es una
visión tonta, materialista, de la resurrección. No sabemos mucho al respecto. Toda
imagen que podamos tener después de la muerte de un hombre es muy pobre. Sabemos, sí,
que vivirá en Dios. Y suponemos que eso significa que va a estar presente como persona en
todos los seres.
-Muchos cristianos siguen aferrados a esa concepción maniquea (alma: buena;
cuerpo: malo). Y aún más: persisten en adoptar la posición que usted calificó de
individualista. ¿A qué se debe?
-A una visión distorsionada de !a realidad. El cristianismo es esencialmente
comunitario. No decimos "padre mío" sino "padre nuestro". Para
entender claramente esto basta con acercarse al pueblo. Estar en contacto directo con él.
Cuando yo estaba en el seminario iba a un conventillo de la calle Catamarca. Allí viví
algo muy especial -trascendente en mi evolución-; precisamente en el contacto con los
hermanos míos del conventillo descubrí lo que ahora llamaría el subconsciente de Buenos
Aires. El día que cayó Perón fui, como siempre, al conventillo y encontré escrita en
la puerta esta frase: "Sin Perón no hay patria ni Dios. Abajo los curas",
Mientras tanto, en el barrio Norte se habían lanzado a tocar todas las campanas y yo
mismo estaba contento con la caída de Perón. Eso revela la alienación en que vivía,
propia de mi condición social, de la visión distorsionada de la realidad que yo tenía
entonces, y también la Iglesia en la que militaba, aunque ya por esa época muchos
sacerdotes vivían en contacto directo con su pueblo.
-¿Qué papel supone usted que jugó la Iglesia en ese momento?
-Pienso que entonces algunos sectores de la Iglesia estaban identificados con la
oligarquía. No digo que la Iglesia volteó a Perón sino que contribuyó a voltearlo.
Pero pienso que también había deterioro en las filas peronistas. Creo que el peronismo
perdió fuerza revolucionaria desde ia muerte de Evita.
-¿Cuál cree que debe ser su verdadero compromiso con los argentinos, con su
pueblo?
-Pienso, siguiendo las directivas del Episcopado, que debo actuar desde el pueblo y
con el pueblo: vivir el compromiso a fondo, conocer las tristezas, las inquietudes, las
alegrías de mi gente a fondo, sentirlas en carne propia. Todos los días voy a una villa
miseria de Retiro, que se llama Comunicaciones. Allí aprendo y allí enseño el mensaje
de Cristo.
-¿Qué mensaje?
-Los signos concretos del mensaje de Cristo se pueden detectar cuando El dice:
"En esto se conocerá que ustedes son mis amigos, en el amor que se tengan unos a
otros". Y el índice de mi adhesión al mensaje de Jesucristo es mi amor real,
concreto, palpable, por mis hermanos.
-¿Cómo se manifiesta, cómo se materializa ese amor?
-Es muy significativo que en el capítulo 25 del Evangelio de San Mateo
(versículos del 30 al 46) Cristo hable del Juicio Final en estos términos; "Cuando
el hijo del hombre vuelva con sus ángeles a juzgar a los hombres los reunirá a todos en
su presencia y va a separar a unos de otros como el pastor separa a las ovejas de los
cabritos. Entonces va a decir a los de su derecha: Vengan conmigo, benditos de mi
padre". Ahí se puede pensar, bueno, vengan conmigo benditos de mi padre porque
fueron a pie a Luján, o porque tuvieron mucha devoción a San Cayetano, o porque hicieron
y cumplieron muchas promesas, o porque dieron limosna a la Iglesia. Pero Cristo no va a
decir eso. Va a decir: "Vengan conmigo, benditos de mi padre, porque tuve hambre y me
dieron de comer, porque tuve sed y me dieron de beber, porque estuve en la cárcel y me
vinieron a ver, porque estuve enfermo y me curaron, porque anduve desnudo y me
vistieron". Es decir que en el Día del Juicio Final vamos a encontrar a la derecha
de Dios a mucha gente que jamás pisó una iglesia y que sin embargo estuvo toda su vida
amando a Jesucristo, porque estuvo amando de una manera eficaz a su prójimo, a sus
hermanos. Y, lo contrario, Cristo va a decir a los de su izquierda estas palabras
terribles: "Apártense de mí, malditos, al fuego eterno". ¿Por qué? Bueno,
ahí podríamos pensar que porque no hicieron la comunión pascual, que porque no dieron
limosnas. Y sin embargo, no. Cristo va a decirles: "Yo tuve hambre y no me dieron de
comer, tuve sed y no me dieron de beber, estuve en la cárcel y no me vinieron a ver. .
." Y lo notable va a ser que algunos preguntarán: 'Pero Señor, ¿cuándo te vimos
con hambre y no te dimos de comer?' Y Cristo responderá: "Cada vez que no lo
hicieron con uno de éstos". Y es en ese terreno en el que se manifiesta mi amor, mi
compromiso y el de todo hombre.
-¿Quiénes cree usted que no se comprometen a ese nivel?
-Aquellos que ven a un tipo sufrir en la villa miseria y dicen: "Pobre".
Aquellos que se compadecen pero pasan de largo y siguen viviendo como burgueses. San
Agustín fue muy c!aro al respecto: "Hay muchos que parece que están adentro de la
Iglesia y sin embargo están afuera". Es decir: son muchos los que fueron bautizados
o tomaron' la comunión pero no tienen amor concreto por su prójimo. Son cristianos
muertos, no son cristianos. Por eso hay mucha gente que va a comulgar a misa, cree que
comulga pero solamente traga la hostia. Cree que recibe la comunión y no se da cuenta de
lo que eso quiere decir. Exactamente: común unión. Y si yo voy a recibir la comunión y
soy racista, o sectario, o un explotador que oprime a su hermano, me dice San Pablo:
"Ingiero el cuerpo del Señor indignamente; me trago y me bebo mi propia
condenación". Porque vivir en el egoísmo, eso es el pecado. Aquel que se la pasa
contemplándose el ombligo es un pobre hombre que ya tiene el infierno en vida, que vive
en el pecado.
-¿Qué entiende por pecado?
-Pecar es negarse a amar. No hay pecado sexual: hay pecado contra el amor. Uno peca
sexualmente cuando utiliza a una persona como cosa, como objeto. Por eso aquellos que
pretenden decir: "Ah, bueno, pero yo tuve relaciones con una prostituta, para
descargarme...", esos pecan doblemente. Están contribuyendo con su actitud a
mantener un estado de esclavitud, aunque sea aceptado por la persona a la que esclavizan.
-Entonces son muchos los cristianos que viven en el pecado, que no aman.
-Son todos aquellos que tienen una imagen desfigurada de Dios. Dios es para ellos
el gran super-yo-castrador y viven con El una relación mítica, supersticiosa, mágica.
Para ellos es un Dios que justifica la inmovilidad, un Dios que permite preguntas tales
como "¿Y? ¿Qué vamos a hacerle si existen pobres y ricos?". Ese es el Dios
que ataca Marx, ése el Dios que hace creer a algunos que la religión es el opio de los
pueblos. La verdadera fe cristiana, la auténtica fe en Cristo hace trizas esa creencia.
Tener fe es amar al prójimo, y eso me moviliza a fondo, tanto como para dar la vida por
mis hermanos, tanto como para brindarme íntegramente por ellos.
-¿Inclusive hasta el punto de engendrar la violencia masivamente?
-Ese es un problema demasiado complejo. Toda violencia es consecuencia del pecado
del hombre, de su egoísmo. Ahora lo que sucede es esto: en concreto encontramos en
América latina -incluso en nuestro país- una situación de violencia institucionalizada.
Es la violencia del hambre. Como dice Helder Cámara: "El general Hambre mata cada
día más hombres que cualquier guerra". Es decir que existe la violencia del
sistema, el desorden establecido. Frente a ese desorden establecido yo, cristiano, tomo
conciencia de que algo hay que hacer. Y me encuentro ante dos alternativas igualmente
válidas: la de la no violencia en la línea de Luther King o la de la violencia en la
línea del Che Guevara; hablando en cristiano, la violencia en la línea de Camilo Torres.
Y pienso que las dos opciones son legítimas. Es erróneo tratar de ideologizar el
Evangelio. Decir, por ejemplo, como he oído: Cristo es un guerrillero. El, personalmente,
no fue violento, sólo en algunos casos concretos cuando echó, por ejemplo, a los
mercaderes del templo a latigazos. Es decir que Cristo fue solamente muy violento contra
los ricos y los fariseos. Creo que la versión en cine menos alejada de lo que El fue es
la que da Pier Paolo Pasolini en su Evangelio según San Mateo.
-¿Pero cuál es, cuál debe ser la actitud del cristiano ante lo que usted
llama desorden establecido, la violencia organizada del sistema?
-Del Evangelio no podemos sacar en conclusión que hoy, ante el desorden
establecido, el cristiano deba usar la fuerza. Pero tampoco podemos sacar en conclusión
que no deba usarla. Cualquiera de las dos posiciones significaría ideologizar el
Evangelio, que más que una ideología es un mensaje de vida. Pasará Marx, pasará el Che
Guevara, pasará Mao, y Cristo quedará. Por eso pienso que es tan compatible con el
Evangelio la posición de un Luther King como la ideología de un Camilo Torres.
-¿En cuál de esas tendencias se enrolaría usted?
-Se me ocurre que actualmente en la de la no violencia. Como dijo monseñor Devoto:
"Yo soy no violento, pero no sé qué va a ser de mí si las cosas siguen así".
Pero ojo: pienso que hay muchos que exaltan la no violencia ignorando que es. Porque
Luther King, uno de sus principales teorizadores, fue asesinado. Es decir: la no violencia
no es quedarse en el molde sino denunciar, poner bien de manifiesto la existencia de la
violencia institucionalizada. Y para eso también hay que poner el cuero. |







Pero que esté
claro: si yo ante el desorden establecido enfrento lo que llamo la contraviolencia y logro
reducir la violencia total, es legítimo que la use. Pero si sólo exacerbo aún más la
violencia del sistema contra el pueblo, no puedo menos que pensar que es contraproducente
que la utilice.
-Un cristiano, ¿tiene derecho a matar?
-No lo sé. Lo que sí está claro es que tiene la obligación de morir por sus
hermanos. Pienso que tenemos mucho miedo a la violencia por una actitud individualista. De
repente nos escandalizamos porque alguien puso una bomba en la casa de un oligarca, pero
no nos escandalizamos de que todos los días en las villas miserias o en el interior del
país mueran niños famélicos porque sus padres ganan sueldos de archimiseria. La idea
fundamental me parece que es ésta: el cristiano tiene que dar la vida por sus hermanos de
una manera eficaz. Cada uno verá, de acuerdo con su ideología, de acuerdo con la
valoración particular que haga de la realidad, con 1a información que tenga, lo que
tiene que hacer.
-¿Cuál debe ser la función de un sacerdote en países desarrollados como
Francia, Inglaterra o Italia?
-Sin duda la misma que en la Argentina, en Bolivia o en Paraguay. También hay
explotadores y explotados en Francia (el subproletariado argelino, el subproletariado
español), hay miseria, hay villas de emergencia. Yo a esos países los llamo
sub-desarrollantes, porque son países que viven de los pobres.
-¿Qué piensa que deben hacer los sacerdotes en sociedades socialistas?
-Cumplir con su función habitual: enseñar a amar. Yo no conozco China, pero tengo
entendido que allí hay algo positivo: creo que ahora hay 700 millones de chinos que
tienen pantalones y antes no sabían qué era usarlos. Lo que me preocupa de China es que
pueda haber algo así como una especie de imperialismo cultural. Es decir, no me gusta que
los chinos pretendan exportar su modelo de revolución a todo el mundo. Contra eso
tendrían que combatir los sacerdotes, contra el dogmatismo político. Con respecto a los
llamados países socialistas de Europa, pienso que son naciones que se encaminan cada día
más rápido hacia el capitalismo, precisamente porque se metieron con corsés el
socialismo. De todas maneras no me cabe la menor duda de que los pueblos son los
verdaderos artífices de su destino y, aunque yo personalmente crea que el sistema menos
alejado de la moral y del evangelio es el socialismo, se me ocurre que en la Argentina
tenemos que hacer nuestra revolución, nuestro socialismo, que no necesariamente debe
adaptarse a modelos preestablecidos. Además, estoy seguro de que ese proceso pasa, aquí
por el peronismo.
-¿Cuál debe ser para usted la ingerencia de la Iglesia en cuestiones
económicas y políticas? ¿Cómo justificar el poder económico, las relaciones de la
Iglesia con el dinero?
-No se trata de justificar sino de analizar. El gran escándalo del Concilio
Vaticano II fue que se tuviera que hablar allí de la Iglesia de los Pobres, cuando lo
natural es que si la Iglesia viviera de acuerdo con la orientación clarísima que le dio
Jesucristo, de acuerdo a cómo fue la Iglesia en los primeros siglos, cuando todos
poseían sus bienes en común, repartidos según las necesidades de los fieles, no
debería haberse mencionado el asunto. El cristianismo empieza a degradarse cuando se
desarrolla el espíritu de propiedad, y al reconocerlo Constantino (año 313) como
religión oficial del imperio, otorgándole a la Iglesia poder político. Lo natural,
insisto, en el Concilio Vaticano, hubiera sido que se levantara un obispo y dijera:
"Un momento. ¿Por qué Iglesia de los Pobres? La Iglesia también es de los
ricos". ¿Por qué? Porque la Iglesia también tiene que evangelizar a los ricos,
entendiendo por evangelizar a los ricos, ayudarlos a dejar de serlo. Lo cual no significa
que tire todo por la ventana sino que ponga todos sus bienes al servicio de la comunidad.
Es evidente que es un problema, porque si viene un empresario católico y me dice:
"Yo me convertí, padre, yo quiero realmente vivir el Evangelio", no me queda
otro remedio que contestarle que cambie radicalmente el enfoque de su empresa, dándole
participación efectiva en las ganancias a todos los trabajadores. Claro, así la empresa
se va a fundir en 15 días porque la competencia la mata. Entonces la otra respuesta para
un empresario que quiera vivir realmente el Evangelio está en que se plantee seriamente
el problema de la revolución.
-Eso es lo mismo que dejar de ser empresario.
-No necesariamente. Si Alberto J. Armando viene a mí y me dice "yo quiero
cambiar" le contesto que bueno, que le saque todo el jugo a los capitalistas que lo
rodean y que con su fabulosa inventiva le cree al pueblo situaciones en las que pueda ser
realmente protagonista de su destino.
-A usted se lo acusa de pregonar una filosofía de vida casi rayana en el
ascetismo, que no coincide con su manera de vivir, .más acorde - se dice- con hombres de
su misma extracción social.
-Usted ve donde vivo: es un cuarto en una terraza de una casa de departamentos
bacana, pero un cuarto al fin. Además es cierto: yo soy de origen oligarca, y eso tiene
sus limitaciones. El hecho de que a mí nunca me haya faltado nada tal vez haya
relativizado mi visión de las cosas. Pero también es cierto que a la oligarquía la
conozco de adentro y sé, efectiva, concretamente, cuáles son sus corrupciones. De todas
maneras, a mí no me falta absolutamente nada, pero trato de que no me sobren cosas.
-¿Cuáles son sus carencias afectivas? ¿No se siente frustrado como hombre?
-No me siento frustrado en absoluto. Pienso que desde el momento en que contraje el
compromiso de ser célibe ante Cristo y ante la comunidad, me debo a él. Por supuesto, el
celibato presume una lucha cotidiana. No solamente la lucha en cuanto se refiere al
impulso sexual sino en cuanto a la soledad. El problema profundo no es el de la ausencia
de contacto carnal, sino la soledad, así, simplemente. Esa es una tensión que vivo
permanentemente y por la cual tengo que estar muy sobre mí mismo porque fácilmente se
puede desvirtuar mi afectividad.
-¿Ese es uno de los principales conflictos que originó el éxodo de sacerdotes
de la iglesia?
-Pienso que no, que las raíces de la crisis sacerdotal está en otro lado. Pienso
que el sacerdote se siente inútil en muchos lugares; es decir: ha perdido el sentido de
su vida. Para mí el sufrimiento más grande que puede tener un ser humano es sentirse de
más. Y eso es lo que les pasa a muchos curas: se sienten funcionarios, burócratas, se
sienten seres que viven una vida impersonal, se sienten castrados en todas sus
posibilidades creadoras. En definitiva pienso que hay dos razones primordiales por las que
hay sacerdotes que se van de la Iglesia: primero por el escándalo que les hacen -si ellos
tienen alguna inquietud- las jerarquías clericales comprometidas con el dinero,
comprometidas con el privilegio, comprometidas con el desorden establecido; segundo: por
una crisis personal que no están capacitados para resolver en soledad.
-¿Usted piensa que la causa fundamental de la crisis sacerdotal se produce a
raíz de una discutible actitud de los obispos, de las jerarquías eclesiásticas?
-Una reciente encuesta hecha en Brasil confirma eso. La crisis se origina
principalmente en la ambigüedad de las posiciones de los obispos. Hay hombres
extraordinarios como Helder Cámara comprometidos con su pueblo hasta el final, y hay
otros como el cardenal Barros Cámara que, poco menos, está casado con el régimen.
Entonces ya son tres las razones de la crisis. Hay una crisis personal: ya no se le
encuentran sentido a esto de ser un funcionario Luego, es absurdo pertenecer a una
institución que está junto a los privilegiados, y, finalmente, hay un problema real
afectivo. La mayoría de los sacerdotes ingresaron muy jóvenes a los seminarios y no
pudieron hacer una opción real por la mujer, Yo pienso que un sacerdote antes de hacer el
voto de celibato tiene que haber tenido la posibilidad, no teórica, sino real, de
enamorarse. Se me ocurre que hay muchos sacerdotes que no tienen relaciones con mujeres,
pero sí las tienen con su auto. con e! dinero, con más intensidad todavía que si esos
objetos materiales fueran mujeres.
-¿Qué piensa de los hippies?
-Creo que el fenómeno hippie es la manifestación más clara del fracaso de la
religión. El hippismo es en el fondo una salida individualista, es reconocer que el
sistema capitalista es inconmovible. Entonces yo, hippie, ¿qué hago? Me escapo, porque
no creo que lo pueda cambiar. ¿Por qué dije que los hippies eran la evidencia de un
fracaso de la religión? Bueno, porque ahora no se usa más la medallita del Sagrado
Corazón, se usa el amuleto. El sacerdote se saca la sotana y se la empieza a poner el
hippie. Es decir todo e! ritual que la Iglesia paulatinamente deja de lado lo adoptan los
jóvenes inconformes. Pero en realidad e! hippismo es una .manifestación de cobardía.
Hay una sola cosa positiva: ellos denuncian el sistema. Pero son temerosos, cobardes,
aceptan el régimen.
-¿No teme que sus declaraciones molesten a la jerarquía eclesiástica?
-En absoluto. No creo que me traigan ningún problema. Mi actitud encuentra
inspiración en la Populorum Progressio de Pablo VI, en los documentos de Medellín y,
sobre todo, en los documentos de nuestros obispos, especialmente el Documento de Justicia
(abril de 1969), donde se dice textualmente: "Después de un largo proceso
histórico, que aún tiene vigencia, se ha llegado en nuestro país a una estructuración
injusta. La liberación deberá realizarse, pues, en todos los sectores en que hay
opresión: el jurídico, el político, el cultural, el económico y e! social." A
estos documentos ciño mi actividad. |