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crónicas del siglo pasado

REVISTERO

La Tercera Posición

Las interpretaciones sobre el alcance y el contenido de la doctrina de la Tercera Posición son múltiples, diversas y contradictorias. Por un lado, fue considerada una advertencia pacífica para las dos potencias internacionales, radicalmente enfrentadas después del final de la guerra, lo que implica calificarla como la precursora del movimiento de no alineados y del tercer mundo. Por el otro, fue juzgada como un simple mito, donde se encarnaba, bajo un nombre pomposo, tan solo la vieja ideología neutralista de los gobiernos argentinos inmediatamente anteriores al peronismo.

Nuestro Siglo
1984

 

Viñeta de "Mundo Peronista"

 

La política exterior argentina entre 1943 y 1949, estuvo condicionada por el desarrollo de la segunda guerra mundial y sus secuelas. A pesar de los cambios de gobierno, puede afirmarse que mantuvo características sustancialmente idénticas, y su expresión más espectacular fue la "Tercera Posición" definida por Perón en 1947 e implementada, dentro de variados límites y matices, en los años que le siguieron.
La revolución de 1943 había exhibido una contradicción, entre tantas otras, que tomó errático su desempeño, y con la cual inauguró su gestión internacional: la designación del almirante Segundo Storni como ministro de Relaciones Exteriores. Era Storni un prestigioso marino que simpatizaba con la causa aliada y veía como inevitable la alineación de nuestro país al lado de las naciones democráticas que en ese momento enfrentaban al Eje. Pero sucedía que la mayoría de los oficiales que había derrocado a Castillo pensaba exactamente lo contrario; hacían una cuestión de honor del mantenimiento de la neutralidad sostenida por el anterior presidente, y consideraban que la soberanía quedaría vulnerada si la Argentina se apeaba de esa posición. Una posición -recordemos- que, si aparejaba algún inconveniente en el reequipamiento de las Fuerzas Armadas y cierto malhumor por parte de Estados Unidos, significaba a la vez importantes ventajas en el orden económico y en el comercio exterior, pues posibilitaba un creciente intercambio con Gran Bretaña, a cuyo pragmatismo no afectaba la neutralidad argentina. El interés de los ingleses estaba centrado en la continuidad del abastecimiento de carnes, cereales y oleaginosos que el esfuerzo bélico exigía. Los oficiales nacionalistas pensaban, entonces, que el tácito apoyo británico a la posición argentina permitiría mantener la neutralidad hasta la finalización de la guerra, cualquiera fuera su resultado.
En conversaciones con los representantes de Estados Unidos y Gran Bretaña, Storni manifestaba que el gobierno de facto marchaba hacia la ruptura con el Eje, pero que necesitaba tiempo para dar este paso; de otro modo, la decisión aparecería ante la opinión pública como el resultado de una presión exterior, y esto era inaceptable. Así las cosas, en septiembre de 1943 se difunde una carta enviada por el canciller argentino al secretario de Estado norteamericano Cordell Hull. Con una indudable buena fe, pero exhibiendo también una escasa experiencia en los vericuetos de la diplomacia, Storni explicaba la actitud de su gobierno y pedía a Washington la provisión del armamento y equipos necesarios "para restablecer el equilibrio" en el continente.
La antipatía que el anciano secretario de Estado sentía por la Argentina encontró la adecuada ocasión para descargar una respuesta demoledora, sin precedentes. Reprochaba Hull, en su respuesta, la falta de solidaridad del régimen argentino con los países del hemisferio y el incumplimiento de los compromisos contraídos en Río de Janeiro en 1942; se negaba rotundamente a aconsejar ninguna ayuda militar, que sólo serviría, a su juicio, para armar a un país del que desconfiaba. Todo ello dicho en un tono duro y admonitorio, que irritó al rojo a los oficiales nacionalistas y consternó a la opinión pública. Difundidas las cartas, no quedó a Storni otro camino que la renuncia, asumiendo una responsabilidad que, en realidad, compartía con el presidente Ramírez y otros funcionarios, entre ellos Perón. Storni, autor de una interesante obra sobre los límites argentinos en el Canal de Beagle, debió retirarse a la vida privada.
Pero el desahogo de Hull tuvo consecuencias contraproducentes: el alejamiento de Storni endureció la política del régimen militar, echándolo en brazos del más extremo nacionalismo. A partir de ese momento, el gobierno de facto lucharía desesperadamente por mantener un neutralismo cada vez más costoso, y vería alterada su estabilidad por las concesiones que debió hacer a una realidad insoslayable: el cada vez menos dudoso triunfo aliado, que se iba convirtiendo en un fantasma estremecedor.
A fines de 1943, una revolución nacionalista derrocó al gobierno de Bolivia: con razón o sin ella, en Washington atribuyeron al régimen de Buenos Aires una participación decisiva en este hecho, y las relaciones con la Argentina volvieron a tornarse tensas. Coincidió esto con la detención, por parte de los servicios aliados de contraespionaje, de un cónsul argentino que era, en realidad, agente de informaciones al servicio de los alemanes. El "caso Hellmuth" fue esgrimido por Estados Unidos como una prueba de la colusión argentina con el Eje. Las cosas habían llegado a un punto insostenible y Ramírez debió soportar la humillación de prometer una inmediata ruptura de relaciones con Alemania y Japón. Así se hizo, en enero de 1944, de un modo abrupto, casi sin preparación de la opinión pública, ni menos aún de los cuadros de oficiales. La reacción de éstos fue airada: después de tumultuosas reuniones, se resolvió la destitución del presidente, quien resistió todo lo posible, sin resultado. A mediados de febrero se conoció el texto de la dimisión de Ramírez, reemplazado por su ministro de Guerra, Edelmiro Farrell, que hubo de cambiarse a último momento para evitar problemas con el reconocimiento internacional.
Pero la ruptura no constituyó ninguna solución inmediata. Fue vista por los nacionalistas como una claudicación; los sectores democráticos no disminuyeron su hostilidad al régimen militar y, para colmo de penurias, Estados Unidos presionó a Gran Bretaña y a los países latinoamericanos, que retiraron sus embajadores de Buenos Aires. El gobierno de facto quedó aislado. Aunque en el continente muchos admiraban la decisión con que la Argentina soportaba el cerco diplomático y el virtual bloqueo económico, lo cierto era que el mantenimiento de la neutralidad se estaba convirtiendo en un lujo casi suicida. Esta situación se prolongó a lo largo de 1944, mientras la influencia de Perón crecía en los sectores obreros y las victorias aliadas definían decisivamente el resultado final de la guerra. En marzo de 1945, después de largas deliberaciones del gabinete y una seguidilla de renuncias de los funcionarios nacionalistas que aún sobrevivían, el gobierno argentino debió apurar el amargo trago de declarar la guerra a Alemania y Japón, virtualmente derrotados ya. Era el requisito indispensable, junto con la adhesión a las Actas de Chapultepec -aprobadas por todos los países del hemisferio en ausencia de la Argentina- para ingresar a la Organización de Estados Americanos (OEA), próxima a inaugurarse en la ciudad de San Francisco.
En 1945, la política internacional pasó a segundo plano en la Argentina. La lucha por el poder se hacía dura y llegaba a las instancias finales. El enfrentamiento de Perón con Braden no empeoró las relaciones con Estados Unidos, puesto que eran pésimas, ni alteró las que razonablemente se mantenían con Gran Bretaña, más necesitada que nunca de nuestros abastecimientos. Cuando, en junio de 1946, Perón asumió el poder como presidente constitucional, un nuevo embajador de Washington asistió al acto, pero también estuvo presente una figura insólita: el embajador de la URSS, país con el que la Argentina había restablecido relaciones después de casi un cuarto de siglo. La doble presencia anunciaba la tendencia de la futura política internacional de Perón: el equilibrio en la creciente pugna de los dos bloques que emergían después de la guerra, y un deseo de sacar el mejor partido de ambos. Las circunstancias mundiales iban a determinar, en última instancia, si esta política era viable.

El tablero de la guerra fría

Había una primera prioridad en las preocupaciones del flamante presidente: redefinir las relaciones con Estados Unidos, donde la opinión pública lo consideraba, mayoritariamente, un nazi encubierto, y en cuyo Departamento de Estado la influencia de Braden seguía siendo considerable. Una cuestión que también aparecía como muy importante era el paquete de temas pendientes con Gran Bretaña, donde estaba bloqueada la mayoría de las reservas con que contaba el país, producto de las ventas que había realizado durante la guerra. Además, debía tenerse en cuenta a los países de Europa Occidental, clientes tradicionales que ahora necesitaban angustiosamente la producción alimentaria de las pampas argentinas, y dentro de los cuales España, hostilizada por las democracias triunfadoras a causa de su régimen político, constituía un caso especial. Y estaban también los pueblos hermanos de América latina, donde se veía con simpatía la nueva fórmula de justicia social que el triunfo electoral de Perón significaba. El presidente y su canciller, Juan Afilio Bramuglia, de origen socialista, se aprestaban a promover a la Argentina a una posición relevante dentro de este complicado tablero, en el cual la guerra fría empezaba a campear ominosamente.
La relación con Washington demoró casi un año en aclararse satisfactoriamente. Perón, casi desde la asunción presidencial, hizo declaraciones amistosas, cultivó una estrecha amistad con George Messersmith, el embajador de Truman, y dejó que los acontecimientos fueran evolucionando por sí solos: sabía que, en la creciente confrontación entre Estados Unidos y la URSS, el país del norte necesitaba aliados. No podría prescindirse de la Argentina, ni en la Organización de Estados Americanos que se estaba proyectando desde Chapultepec, ni en la sistematización de las fuerzas armadas del continente. Por de pronto, y como medida efectiva de buena voluntad, envió al Congreso las Actas de Chapultepec, para su aprobación. El debate estuvo rodeado de algaradas callejeras provocadas por los nacionalistas, que una vez más se sintieron traicionados por Perón, y abrió una grave fisura en el bloque oficialista de diputados. Pero, finalmente, en agosto de 1946, los instrumentos interamericanos tuvieron la ratificación parlamentaria.
Señalemos, de paso, que también el bloque radical tuvo grietas internas en relación con la posición a adoptar, pues los legisladores de origen unionista estaban de acuerdo con la ratificación, mientras que la mayoría de los intransigentes optaban por el rechazo.
Entretanto, llegaba a Buenos Aires una misión británica, presidida por Wilfred Eady, para tratar los importantes temas comunes que hacían al intercambio comercial, las inversiones británicas en nuestro país y las reservas argentinas en Gran Bretaña. Después de largas y arduas tratativas, en septiembre de 1946 se firmó el Acuerdo Miranda-Eady que, entre otras cosas, establecía la constitución de una sociedad mixta con los ferrocarriles de propiedad británica. Pero la resistencia que provocó el anuncio de esta medida en la opinión pública de nuestro país fue grande, y el gobierno advirtió, tardíamente, los inconvenientes que podía aparejar el acuerdo. A más, el propio secretario del Tesoro de Estados Unidos hizo saber al gobierno británico que el tratado violaba los compromisos que Londres había asumido sobre la convertibilidad de la libra. El Acuerdo Miranda-Eady, pues, se dejó silenciosamente sin efecto, y recién en febrero de 1948 se llegaría a concretar un nuevo convenio. Pero el gobierno argentino estaba empeñado en producir un hecho resonante que respaldara su vocación de autarquía económica y, en febrero de 1947, anunció la compra de los ferrocarriles británicos, operación gigantesca que se hizo efectiva un año más tarde, en marzo de 1948. Sin embargo, ni antes ni después consiguió que Gran Bretaña desbloqueara las libras acumuladas en Londres, que fueron empleándose en compras de diverso tipo, efectuadas, desde luego, en el área de influencia de esta moneda; el precio de los ferrocarriles nacionalizados (150 millones de libras) se pagó con las exportaciones argentinas al imperio británico.
Mientras se iba definiendo, de uno u otro modo, la relación con Gran Bretaña, en Estados Unidos crecían las presiones para apartar los últimos obstáculos que pudieran entorpecer el incipiente mejoramiento de las vinculaciones con nuestro país. Messersmith insistía en ello y los comerciantes, que deseaban intensificar los intercambios con el mercado argentino, lo apoyaban. A mediados de 1947 el presidente Truman. en un gesto que tenía escasos precedentes, llamó a la Casa Blanca al embajador argentino. Oscar Ivannissevich, y departió cordialmente con él: faltaban dos meses para la reunión que, con el objeto de establecer el sistema militar defensivo de América latina, se realizaría en Río de Janeiro, y la diplomacia norteamericana no quería dejar de tener la seguridad de la cooperación argentina. En dicho encuentro estuvo también presente el secretario de Estado George Marshall, pero no Braden. Desairado por el nuevo giro de la política de su país, el antiguo embajador en Buenos Aires renunció a su cargo de encargado de Asuntos Latinoamericanos.
Fue, sin duda, el momento más alto de la política internacional de Perón, halagado ahora por Washington, tenido de igual a igual por los ingleses en sus negociaciones, y aclamado por el pueblo español en la persona de Evita que, en el verano europeo de 1947, paseaba su belleza y su audacia por los países del viejo continente, sin dejar indiferente ni a pueblos ni a gobernantes: este fue el momento elegido para difundir su "Tercera Posición".
Cuando en agosto/septiembre de 1947 se reunió la Conferencia Interamericana en Río de Janeiro, el canciller Bramuglia no enfrentó a la posición norteamericana ni presentó obstáculos al proyecto, que sería aprobado como Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR). Era la primera vez, en toda la historia del panamericanismo, que la Argentina no formaba un bloque de resistencia ni saboteaba las decisiones inspiradas en la política norteamericana; aunque es de señalar que esta vez tampoco insistieron los diplomáticos de Washington en las unanimidades y los automatismos que, en ocasiones anteriores, habían provocado las resistencias argentinas.

El discurso de la 'Tercera Posición"

En su libro La Nueva Argentina (tomo I), el historiador Pedro Santos Martínez glosa así el discurso pronunciado por Perón el 6 de julio de 1947: "... indicó cuál era la actitud argentina en la encrucijada universal. 'Aspira -dijo- a contribuir con sus esfuerzos a superar las dificultades creadas por el hombre; a concluir con las angustias de los desposeídos'. Se refirió después a la situación laboral, política, económica y cultural del país, y reiteró la voluntad de la Argentina y de América de contribuir a la dignificación del hombre, cuyo gran problema es la paz internacional. Nuestra Nación vive, desde su origen, los principios de la libertad (...) respetando la autodeterminación de los pueblos (...). La paz internacional será posible cuando se haya alcanzado y consolidado la paz interna en todas las naciones del mundo, basada en el libre respeto a la voluntad de los pueblos. El mundo exige solidaridad y cooperación económica. Por ello debemos reemplazar la miseria por la abundancia, y Argentina está dispuesta a materializar su ayuda en los lineamientos de la concurrencia efectiva. La política argentina ha sido, es, y será siempre pacífica y generosa. No pueden ser ya factores de coexistencia en el mundo la miseria y la abundancia, la paz y la guerra. Siempre estuvimos al lado de las naciones sacudidas por sufrimientos (...). Deseamos, otra vez, volver a proclamar nuestra ayuda. Por eso mismo, quisimos hoy decirle al mundo que nuestra contribución a la paz interna e internacional consiste además en que nuestros recursos se suman a los planes mundiales de ayuda, para permitir la rehabilitación moral y espiritual de Europa. En otro lugar enfatizó nuestro respeto y nuestra energía al servicio de la paz. Invocando la protección del Altísimo, nuestra Constitución Nacional y las memorias de nuestros héroes propuso unas líneas operativas generales que se concretaban en los siguientes puntos:
1. Desarme espiritual de la humanidad.
2. Un plan de acción tendiente a la concreción material del ideal pacifista en lo interno y lo externo. 3. Paz internacional sobre la base del abandono de ideologías antagónicas, y la creación de una conciencia mundial de que el hombre está sobre los sistemas y las ideologías, no siendo por ello aceptable que se destruya a la humanidad en holocausto de hegemonías de derecha o de izquierda.
4. Convencimiento de que la guerra no constituirá una solución para el mundo.
A continuación, en este análisis de la esencia doctrinaria de la teoría propugnada por el líder del gobierno argentino, el autor destaca que "el mensaje fue" traducido al portugués, francés, italiano y ruso, y enviado a los cancilleres americanos y a la Santa Sede, juntamente con un 'proyecto de paz'. Se solicitaba, asimismo, la adhesión y la voluntad de trabajar en favor de los anhelos expresados en el Mensaje". El libro de Pedro Santos Martínez, forma parte de la colección "Memorial de la Patria", Editorial La Bastilla, y fue publicado en Buenos Aires en agosto de 1976.

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"En el orden político la tercera posición implica poner la soberanía de las naciones al servicio de la humanidad en un sistema cooperativo de gobierno mundial (...)  Que es solución nos lo demuestra la realidad concreta de nuestro pueblo, que se siente feliz porque puede trabajar con dignidad;  porque la propiedad, el capital y la riqueza son ahora bienes individuales en función social; porque ha desaparecido la explotación capitalista del hombre y todo clase de explotación humana y que es verdadera solución nos lo demuestra fehacientemente el hecho de que progresivamente, con la realización de nuestros planes ha ido desapareciendo la reacción comunista, que ha dejado de tener entre nosotros los argumentos valederos que posee, en los países capitalistas para ganar adeptos. Esta es nuestra tercera posición Justicialista que ofrecemos al mundo como solución de paz "

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Horacio Walker (Chile), Joao Neves de Fontoura (Brasil), Marshall, Acheson, Pedro Silvetti Arce (Bolivia) e Hipólito Jesús Paz (Argentina)

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El ministro Bramuglia inaugura la Casa Argentina en Bogotá, como parte de un plan de promoción argentina en Latinoamérica

 

Un margen de autonomía

Fue la "Tercera Posición" en la política internacional del país un simple mito que, como tantos otros en la Argentina, persiste incólume a través de los años? ¿Representó, por el contrario, un camino inédito en el cual se sentaron las bases de una política exterior identificada con los intereses nacionales? ¿O sólo significó la continuación de una vieja tradición neutralista de la que nuestro país hizo gala, desde fines del siglo XIX, como consecuencia de su peculiar inserción en la economía mundial, donde el Atlántico asemejaba una especie de mar interior en la vinculación con Europa? Elevar la "Tercera Posición" a la categoría de mito constituyó, tanto para los apologistas como para los críticos acérrimos, un recurso fácil. Unos vieron en ella la precursora del movimiento de no alineados, la piedra angular de una política tercermundista que no se embanderaba con ningún imperialismo. A otros, en cambio, esa misma absolutización les sirvió para someterla a una crítica demoledora, pues muchos ejemplos concretos demostraban lo contrario. Pero ambas interpretaciones son, en realidad, históricas, porque van más allá de la época, del contexto internacional y de los propósitos que la guiaron.
Considerarla, por su parte, una mera continuación del neutralismo -expresado especialmente en las guerras mundiales- que habría caracterizado a la diplomacia argentina antes de la llegada de Perón, es olvidar la estructura de poder y la constelación de intereses que conformaron, por lo general, esa diplomacia, modelada por una ecuación comercial y política cuya base de sustentación fue la "relación especial" con Gran Bretaña y Europa. Sin significar una ruptura total con los esquemas de poder anteriores, las raíces políticas y sociales del peronismo eran distintas, y empujaban en diferente dirección.
Queda, por último, saber si la "Tercera Posición" abrió un camino nuevo dentro del marco histórico en el que tuvo que desarrollarse. En este sentido, Perón visualizó con claridad el fenómeno principal de la posguerra: la existencia de un mundo bipolar hegemonizado por dos grandes potencias: EE.UU. y la URSS. Su error de pronóstico en cuanto al estallido de una tercera guerra mundial no le hizo equivocarse en otro aspecto fundamental: el intento de practicar una política que permitiera ganar márgenes de autonomía en un mundo signado por opciones irreductibles, aunque esa práctica acusara debilidades o no tuviera el éxito esperado debido al tenaz acosamiento a que se vio expuesta.
Sin abandonar la filiación con Occidente, sistema de valores a cuya pertenencia no se renunciaba, la "Tercera Posición" significó, con todo, un cambio en la ubicación internacional del país. Cambio que trascendió la retórica o el mero oportunismo, y pasó a integrar así la base de una política exterior que delineó un perfil nacional.

Mario Rapoport: Licenciado en Economía Política (UBA) y doctor en Historia de la Universidad de París I-Sorbona. Profesor asociado de Historia Económica Argentina en la Universidad de Buenos Aires e investigador y profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad de Belgrano.


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Aviso referido al agro publicado en el diario La Nación, bajo el título "La Nación Argentina, justa, libre y soberana", donde se exaltaban las realizaciones peronistas

 

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El contraalmirante Segundo Storni (segundo desde la derecha) junto a Mercedes Simone, y Sofía Bozán (de pié, sombrero blanco)

 

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El anciano secretario de Estado norteamericano Cordell Hull reprochó al régimen militar argentino por su falta de solidaridad

 

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Historieta de "Cascabel": ante un desolado Tío Sam, Perón parte el queso con un cosaco
(en el queso léese "Acuerdo Comercial"; al pié de la historieta: " Al que madruga, Dios lo ayuda")

 

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El trigo, una de las grandes riquezas nacionales de la época

 

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El embajador Cantoni presenta sus credenciales ante Svernik, el primero de la derecha es el secretario de la embajada, Leopoldo Bravo

 

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Partida de Federico Cantoni (quinto desde la izquierda) hacia la Unión Soviética en 1946

 

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La Casa Blanca, sede del presidente de los Estados Unidos

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1945, Braden (al centro) regresaba a Washington

(sigue)

 

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