|
El bilateralismo y
el interamericanismo
En febrero de 1948
se firmó, finalmente, el instrumento bilateral que reemplazaría al nunca efectivizado
Acuerdo Miranda-Eady. Fue el convenio ANDES, que establecía el pago de los ferrocarriles
británicos con las exportaciones de ese año, la liberación de los saldos bloqueados en
Londres -aunque no su convertibilidad en otras divisas- y la adquisición, por nuestra
parte, de petróleo, carbón, acero y productos químicos. El ANDES era, en espíritu, la
reiteración de los múltiples convenios signados entre Argentina y Gran Bretaña a
través de una fructífera relación (D'Abemon-Oyhanarte, 1929; Roca-Runciman, 1933;
Malbrán-Eden, 1936) pero carecía de algo fundamental. Anteriormente, Gran Bretaña
había tenido enormes inversiones en nuestro país, habiéndose desprendido ya de la
mayoría; anteriormente, Gran Bretaña había sido un imperio con inmenso poder
adquisitivo, y ahora era una isla empobrecida, con una producción industrial rezagada en
tecnología. Sin embargo, los reflejos adquiridos por nuestro país a lo largo de casi un
siglo de simbiótica asociación con los ingleses eran tan persistentes que siguieron
funcionando con Perón, y el ANDES se renovó, con diversos ajustes, año tras año, casi
hasta 1955. Aunque la relación bilateral argentino-británica se hubiera marchitado en su
utilidad esencial. No por culpa de nadie, sino como consecuencia de la segunda guerra
mundial.
Pues aunque en la etapa que estudiamos se firmaron casi veinte convenios comerciales con
otros tantos países de Europa, Asia y América Latina (algunos de ellos muy generosos,
como los que favorecieron a España e Italia) la apuesta del gobierno peronista en materia
de apertura comercial fue Gran Bretaña. Unas pocas semanas después de la firma del ANDES
y de la solemne toma de posesión de los ferrocarriles británicos, se reunía en Bogotá
la IX Conferencia Panamericana que, como complemento de la de Río de Janeiro, debía
establecer las nuevas estructuras de la Organización de Estados Americanos, que
sustituiría a la antigua Unión Panamericana.
Interrumpida por los desmanes populares provocados por el asesinato del líder liberal
Jorge Eliecer Gaitán, la reunión interamericana trabajó casi tres meses. Esta vez, la
delegación argentina se mostró menos dócil. Objetó toda norma que pudiera dar a la OEA
el carácter de un super-estado: "Hemos venido a Bogotá a conseguir un acuerdo de
voluntades -dijo Bramuglia- y no a crear una organización, una entidad cuyas partes se
confundan con el todo". Logró que se separara al Consejo de la OEA del Consejo
Interamericano de Defensa, y obtuvo que se eliminara de la Carta el concepto de
"acción colectiva". Una vez más, la política argentina revelaba que, con los
matices propios de cada época o impuestos por las tuerzas gobernantes, los intereses
nacionales eran idénticos y la estrategia no difería mayormente: reforzar la
vinculación con Gran Bretaña para resistir a las unanimidades deseadas por Estados
Unidos, liderar de uno u otro modo a los países latinoamericanos, no aceptar compromisos
que la arrastraran a políticas indeseadas.
Todo esto fue lo que Perón sintetizó en su "Tercera Posición", difundida al
mundo el 6 de junio de 1947 a través de una red internacional de radioemisoras.
Palabras y realidades
Contrariamente a lo que puede suponerse,
el discurso del presidente argentino no proclamó una actitud de neutralidad frente a la
guerra fría. Fue una invocación a la paz, retórica y discursiva, y un ofrecimiento de
ayuda a los países que la necesitaran, así como una propaganda directa de la política
de independencia económica y justicia social que preconizaba. Pero el aparato de
propaganda oficial describió el discurso de Perón como una doctrina singular y una
posición equidistante entre Washington y Moscú: de ahí lo de "Tercera
Posición", que en adelante definiría la política del régimen peronista en materia
internacional.
Es que, para entonces, Perón estaba convencido del futuro estallido de una tercera guerra
mundial. Más adelante veremos hasta qué punto esta convicción estaba fundada o no en
hechos fehacientes; lo cierto es que las crecientes fricciones entre Estados Unidos y la
URSS llevaron a Perón a la convicción de que una tercera confrontación bélica
convencional, no atómica, era inevitable. El bloqueo de Berlín por los soviéticos a
fines de 1948 -enredo en cuya solución tuvo parte importante el canciller argentino, como
presidente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas- pareció afirmar esta sombría
predicción. Y, desde luego, una nueva guerra pondría nuevamente a la Argentina en el
candelero, como había ocurrido en 1914/18 y en 1939/45: valorizaría sus exportaciones
alimentarias, promovería la sustitución de importaciones, le daría relevancia en
América latina y le permitiría cobrar muy caro su amistad con Estados Unidos.
De ahí que la "Tercera Posición", como definición de una política exterior,
fuera una prudente prevención ante la eventualidad de una guerra. Pero de no haber
guerra, la "Tercera Posición" era sólo retórica, en ese mundo bipolar de
finales de la década de 1940, donde no había lugar para una opción que no fuera la
occidental o la comunista, puesto que no habían aparecido todavía los países
afroasiáticos que se identificarían, más adelante, con una posición no alineada.
Por otra parte, una equidistancia entre los bloques mundiales exigía que el país que la
asumiera se apoyara en una robustez económica incontrastable. Y hacia 1949 ya estaban
sintiéndose los efectos de la política económica manejada por Miguel Miranda. No sólo
se habían evaporado las divisas, utilizadas en la dispendiosa política de
nacionalizaciones, sino que la producción rural mostraba ya una alarmante declinación:
decrecía, entonces, la capacidad exportadora argentina, y se achicaba su participación
en los mercados mundiales. Los países que habían adulado al gobierno argentino entre
1945 y 1948, ahora recomponían sus aparatos productivos, y daban la espalda a unos
vendedores que, en su momento, habían cobrado demasiado alto sus trigos y sus carnes.
Para completar esta suma de factores, el Plan Marshall no incluyó a la Argentina entre
los vendedores de los productos que se derramarían sobre Europa. Cuando, a principios de
1948, el secretario de Estado norteamericano anunció su proyecto de ayuda al viejo
continente, cundió en la Argentina una indisimulable satisfacción: de allí vendrían
los dólares que ya se estaban precisando para abastecer a la industria local de
máquinas, repuestos, combustible y materias primas. Parece ser que los funcionarios de la
ECA -el organismo encargado de implementar el Plan- aseguraron al gobierno argentino que
se colocarían en el país importantes órdenes de compra. Pero lo cierto es que la
Argentina fue excluida. En su libro Gran Bretaña, Estados Unidos y la declinación
argentina, Carlos A. Escudé ha probado documentadamente la intención hostil y
discriminatoria con que se marginó a nuestro país del Plan. Sea como fuere, la
inyección de divisas no llegó, y la posibilidad de estimular la producción de granos,
oleaginosos y carnes mediante la seguridad de su colocación, fue simplemente una ilusión
más, desvanecida entre las jactancias y bravatas de la propaganda oficial.
El naufragio de la "Tercera
Posición"
En suma: a fines de 1949, la intención
de dar a la política internacional argentina una dimensión independiente y autónoma, y
al país un amplio espacio de maniobras en el contexto mundial, tropezaba con realidades
que la habían reducido a palabras huecas.
El país seguía gozando de su tradicional prestigio en América latina, reforzado por la
presencia de dos líderes tan atractivos como Perón y Evita, cuyas palabras,
realizaciones se difundían a través de los agregados obreros que formaban parte de
nuestras embajadas en el exterior. Pero era poco lo que la Argentina podía hacer por los
pueblos de este continente. La intrincada trama del TIAR y la OEA vinculaba a todos los
países latinoamericanos -y también al nuestro- a intereses hemisféricos cuya
conducción pertenecía a Estados Unidos, en la medida en que la guerra fría se
agudizara.
Habíase recompuesto la relación comercial con Gran Bretaña, pero se limitaba a un
trueque de producciones en el que nuestro país perdía debido al creciente deterioro de
los términos del intercambio -fenómeno económico que recién por entonces detectaron
los analistas- y también por el limitado interés que ofrecía el mercado británico. En
cuanto a las naciones de Europa occidental, vivificadas por el Plan Marshall y unidas
militarmente por el Tratado del Atlántico Norte (OTAN), cada vez necesitaban menos de la
Argentina: reinstalaban sus industrias, aumentaban su capacidad productiva, mejoraban la
tecnología agrícola y dejaban atrás las etapas del racionamiento y la necesidad.
La Argentina perdía posiciones relativas, al mismo ritmo en que el mundo con el cual
estábamos habituados a tratar normalizaba su vida y su trabajo. Y a medida que aumentaba
nuestro rezago -agravado, desde 1949, por una sequía que duró dos años y redujo al
mínimo nuestras áreas sembradas- el destino inevitable era acercarse a Estados Unidos,
para buscar allí las inversiones que no llegaban de otro lado y hasta las ayudas
financieras que, dos años antes, había ofrecido el presidente en su discurso del 6 de
julio de 1947. Pues en 1950 -aunque nos adelantemos al período que estamos analizando- el
gobierno argentino debió pedir un empréstito por 125 millones de dólares para cubrir la
falta de pagos en que había incurrido. También en ese mismo año el Congreso aprobó el
Tratado de Río de Janeiro (TIAR) no sin resistencia por parte de algunos diputados
oficialistas, y la áspera denuncia de la oposición como un acto de sumisión frente a
los dictados de Washington. Fue en esa oportunidad cuando un diputado radical,
respondiendo a un colega oficialista que derramaba loas sobre la "Tercera
Posición", contestó ásperamente: "¿Tercera Posición? ¡Rodilla en
tierra...!"
El exabrupto era efectista pero injusto. El gobierno argentino no se había arrodillado
ante nadie. Pero, ciertamente, había tenido que tragarse algunas palabras jactanciosas y
olvidar algunos gestos excesivos, como el del senador Diego Luis Molinari, representante
de nuestro país en la Conferencia que, sobre comercio, se realizara en la Habana en 1948,
en la que ofreció una suerte de "Plan Marshall argentino", con varios miles de
millones.de dólares para ayudar a Europa... Fruto de un momento de euforia económica e
inexperiencia política, expresión del tono triunfalista y demagógico del régimen
peronista, acuñada por una circunstancia internacional irrepetible, la "Tercera
Posición" naufragaba, desnuda de todo contenido real, y Perón se veía obligado a
recoger velas con el mayor disimulo posible. Así lo evidenciarían, por ejemplo, las
posiciones sustentadas por los votos de la delegación argentina en las Naciones Unidas,
invariablemente adheridas a la rectoría norteamericana.
Todavía habrían de llegar otros momentos amargos para el gobierno argentino: el más
espectacular, la crisis de Corea. Pero ya un año antes, en 1949. quedaba claro que eran
las condiciones internacionales,y no la voluntad del gobierno de Perón, que marcaban los
límites de la política exterior argentina. Sin embargo, también con palabras se va
elaborando la identidad de las naciones y los valores que van vertebrando el espíritu de
los pueblos: en los discursos de Perón y los slogans que difundían los artificios de la
propaganda oficial, se iba afirmando la adhesión de los argentinos a principios tales
como el respeto por la autodeterminación de los pueblos, el rechazo de todo imperialismo,
el derecho a elaborar un destino nacional propio. Aunque estas formulaciones tuvieran que
traicionarse a cada momento frente a la áspera confrontación con un mundo dividido en
una brutal competencia de poder, donde no había espacio para que principios como estos
pudieran hacerse efectivos.
|
Independencia y movilidad
El
concepto "Tercera Posición" tuvo connotaciones referidas no sólo a una
estrategia internacional, sino también a una filosofía económico-social.
Desde aquella perspectiva, nació como una resultante del mundo bipolar de la posguerra.
No intentó enfrentar a "los dos grandes" sino dar respuesta, en lo externo, a
través de una política de razonable independencia y movilidad, a la situación singular
en que había quedado la Argentina al desplazarse el centro de poder de Gran Bretaña a
los Estados Unidos. Las relaciones de este país con el nuestro habían sido
tradicionalmente ásperas y se agravaron -con el pretexto de la neutralidad- durante la
guerra.
Terminada ésta, los EE.UU. comenzaron su "ajuste de cuentas", uno de cuyos
rubros fue la exclusión de la Argentina del Plan Marshall. Fue necesario, pues,
enseñarles que la coerción no era el camino para lograr un entendimiento, sin cerrarse a
un diálogo que procurara satisfacer los intereses de ambas partes. Los años posteriores
habrían de probar, en términos generales, que ello era posible. Pienso que mi actuación
en Washington durante casi cinco años lo demostró en forma particular.
La Argentina había afirmado antes su autonomía, en el caso español: no sólo se negó a
dar cumplimiento al bloqueo y al retiro de embajadores, sino que prestó a España una
ayuda económica que le resultó decisiva.
En el caso Corea mantuvo, frente a las presiones, la defensa de sus decisiones vitales (IV
Reunión de Consulta, Washington. 1951).
En las Naciones Unidas sostuvo, frente a los "cuatro grandes", la necesidad de
democratizar el organismo.
En el campo económico, se manejó con la política de los acuerdos bilaterales,
comerciales y de pagos.
La "Tercera Posición" entrañó un mensaje de paz para las dos potencias,
cuando la amenaza de una nueva guerra oscurecía el horizonte. El bloqueo de Berlín
-donde el canciller Bramuglia tuvo una actuación relevante- es un ejemplo ilustrativo.
Esta doctrina prefiguró a los "países no alineados", con el mérito para
Perón de haberla preservado de toda radicalización, y de haber evitado convertirla en un
instrumento contra uno de los poderes hegemónicos.
Hipólito Paz: Abogado, medalla de
oro de su promoción y doctor en jurisprudencia. Ministro de Relaciones Exteriores y
Culto. Embajador en los EE.UU. Consejero ejecutivo del Consejo Argentino de Relaciones
Internacionales. |
envío de material bélico procedente de la USA
Truman a su llegada a San Francisco recibido por delegados
latinoamericanos
Firma del acuerdo Miranda-Eady en 1946. Participan Quijano,
Perón, Eady, Miranda
Messersmith y Perón
Almuerzo ofrecido por el canciller Bramuglia a la delegación
inglesa
Hipólito Jesús Paz y el presidente Truman
Perón firma el acta de nacionalización de la red telefónica
Conferencia de Río de Janeiro, Eva Perón, Bramuglia y Gaspar
Dutra
Evita en Lisboa con el canciller Caeiro Mata. A la izquierda con
anteojos negros, Juan Duarte.
La Argentina y el Plan Marshall
En
su libro Política Exterior Argentina, 1930-1962 (Ediciones Círculo
Militar, Buenos Aires, 1971), Alberto Conil Paz y Gustavo Ferrari
sintetizan así su opinión sobre la posición de la Argentina ante el
Plan Marshall: "En la Argentina, el Plan despertó grandes
esperanzas (...) Evidentemente, el Plan Marshall podía ofrecer una
solución a tan serio problema (la escasez de divisas, N. de la Ed.).
Sin embargo, la Argentina estructuró una política rígida frente a
esta oportunidad. Como ya se explicó, el IAPI monopolizaba el
comercio exterior y así creía intervenir con más peso en el
comercio mundial. Compraba a bajo precio a los productores argentinos,
para luego tratar de vender a precios más altos que los alcanzados
por el mercado internacional. (...) Esta política de precios
exagerados chocaba contra una norma expresa del Plan Marshall por la
cual no se admitirían compras en el extranjero de productos que
pudieran obtenerse a precios inferiores en los Estados Unidos. (...)
Por su parte, la ECA, organismo encargado de ejecutar el Plan
Marshall, conminaba a la Argentina a que se ajustara a los precios
mundiales para participar como proveedora en el plan. (...) El elenco
que gobernaba nuestra economía estaba convencido de la situación
dominante del mercado argentino respecto del resto del mundo. Esta
seguridad lo perdió.
|